9 de agosto de 2010

Desde Chiang Mai, Norte, Tailandia


Ahora en el norte de Tailandia. Y si bien ha estado bueno, este país aún no me cautiva; no sé, simplemente no tiene nada que me diga “si, Tailandia, volveré”.
Ya llegué a un punto del viaje en que me cansé de caminar y de ver tanto templo. He cortado un poco mi itinerario, sobre todo aquí en Tailandia, luego de que nada es tan grandioso para mí. Estoy tomándomelo más relajado, al menos por algunos días hasta reponerme.
Bangkok fue bueno, pero peligroso por el tema “shopping”. Mi idea no es gastarme toda la plata ni cargarme con mil y una cosas a cuesta; pero de haber sido mi última parada ¡lo hubiese comprado todo! Disculpen que así no haya sido. Y cuñado, no compré las mil y una poleras para el negocio; para que sea rentable hay que llevar muuuuchas. La encomienda no es barata a no ser que se trate de muchos kilos, y la ropa tampoco; regateé lo más que pude, aunque a esta altura me da pereza.


 Entre el “shopping”, eso sí, la copia gana. Sandalias Havaianas a la orden del día, casi perfectas pero con un dejo que me hizo dudar cuando las vi; por cierto, las autenticas son seis veces más caras. También hay sandalias “Birckenstock”, de las que compré una para tener un modelo que no me raspe en el mismo punto del pie todo el tiempo; pero la suela, con sólo dos días de uso, ya se ve como si tuviese medio año. Poleras Lacoste y otros se sumas a lo “pirata”; aunque los vendedores insisten en que son reales sin ninguna vergüenza y argumentando encima “que estarían en la cárcel de no serlo”.

Hace rato ya me venía llamando la atención esta cantidad de chicas jóvenes vestidas con falda oscura y blusa blanca, como secretarias. Resultaron ser estudiantes universitarias. La mayoría usa una falta cortísima, con taco alto, un bolsito de mano “pituco” y muy maquilladas... “¿y los cuadernos?”, me digo yo.
Y éste es el país asiático al que el mundo hispano llega. Nunca escuché tanto español en estos meses; aunque no me logro acostumbrar a cambiar de idioma y por eso no les hablo... o por antisocial.
Luego de mi cansancio en el barrio chino, decidí el jueves tomar bus local para movilizarme. Fui, con parte de la entrada del “Grand Palace”, a visitar una mansión; pero cuando me quisieron cobrar por el casillero en que debía dejar mis cosas, me “bajaron los monos” y les paseé sus “pilchas” de regreso (pilchas, con tono menos preciativo) y me fui sin ver “la casita”. Es que “ya para con la cobranza”, los templos están por todos lados y cobran por cada uno de ellos.
Luego tomé otro bus y fui a la estación de trenes a ver mi destino siguiente, y de paso visitar al buda de 3 m de alto y 5,5 toneladas de oro puro; “¿como no verlo?”, me dije; pero otra desilusión… seguir pagando entradas y más dorado. Sí, este buda tenía un brillo distinto, más bonito, pero ya sobrepasaron los límites con la “pomposidad”. 
Y el resto del día de relajo y “shopping”. En la noche me pasee por la calle Khao San, a la que no había ido; es el “meollo” mismo del turismo y comercio... carritos cocinando Pat Thai (fideos salteados) y otros, y venta de ropa, entre bares y gente.
El viernes fue taaaaaan entretenido. Antes de las 8 am, el dueño del curso de cocina, que cabe destacar es homosexual con ganas, me pasó a buscar a mi hostal. Caminamos en busca de otra chica y luego tomamos un taxi para buscar a otras dos… ¡qué simpáticas todas!. Cuando llegamos a la entrada del mercado, nos reunimos con el resto del grupo, 10 en total. Fuimos a comparar los ingredientes; el “profe” nos pasó un canastito a cada uno con una botella de agua, nos mostró los ingredientes primarios de la cocina tailandesa a la vez que compraba algunos y posaba feliz de la vida a las fotos que tomábamos. Luego fuimos a su departamento, lindísimo, listo para lavar y ordenar los ingredientes. En una sala nos tenían platos e ingredientes, que cada uno preparó, para luego ir al sartén, también personal, donde los cocinamos y servimos en nuestros platos. Al término de cada plato nos sentamos a la mesa y lo comimos. Finalizamos como bola luego de cinco platos. ¡Cuál más rico! Nos dio las recetas escritas en una carpeta, nos tomamos fotos… lo pasamos “chancho”. El tipo fue muy profesional y simpático. Luego nos mandó a cada uno en taxis a nuestros hospedajes.
De paso, recalcando, comentar la cantidad alta de homosexuales en este país, y que se ven ¡muy felices!

Y mi visa china, ¡pegada en mi pasaporte!
El sábado tomé un desayuno saludable, para tratar de bajar “las revoluciones” con tanto comestible, y partí en bus a la estación de trenes. Si no fuese porque el tren salió 10 min atrasado, no hubiese llegado a tiempo. Sólo 15B (CL$170) costó el tren a Ayutthaya, un viaje de dos horas que podría haber durado harto menos. Y es que tomé el tren “ordinary”, otra vez, aunque con asiento disponible esta vez.

Ayutthaya, otra ciudad fea, con edificaciones precarias tipo Chile. El encanto surge con el parque histórico que le da la connotación de “patrimonio de la humanidad”. Lleno de ruinas producto de la invasión birmana, aunque esta vez, al menos, de ladrillos dando un colorido nuevo al paisaje, rodeado de pasto verde intenso y árboles. Esta vez arrendé una bicicleta para pasear, aprovechando que Ayutthaya es una isla, rodeada de un río, plana y pequeña. Bonito, pero nada increíble… las ruinas estaban en bastante mal... y vamos cobrando entrada. Pagué para visitar unas cuantas ruinas y nada más; más que mal, se podían ver desde la calle. Eso sí, el buda enorme, que casi no cabía en uno de los templos, me dejó boca abierta (exagerando).
Al día siguiente, ayer, hice hora hasta las 16:00 hr en que salía el tren rumbo a Chiang Mai. Decidí no ir a Sukhothai porque se trataba de más ruinas para las que no estaba preparada “de digerir”.
Esta vez tomé el tren de segunda clase, el “rápido”; si bien el apelativo no le quedaba muy bien porque en vez de llegar a las 5 am de hoy llegó a las 8:30 am a Chiang Mai.
 
La primera clase de tren, en Tailandia, consiste en disponibilidad de aire acondicionado, mientras que la segunda de ventilador. La segunda también tenía asientos reclinables, a diferencia de la de indonesia que eran fijos; pero el ventilador estaba más que de sobra porque todas las ventanas quedaron abiertas durante el viaje, permitiendo que una horda de insectos ingresara, estrellándose contra nuestros cuerpos y pegándose al cebo de mi piel...mmm, polillas, moscos… hasta matapiojos. En la madrugada se dejó sentir un aire frío, por que estábamos ascendiendo entre la selva, y esto hizo que la última mitad del viaje tardara más del doble que la primera, por que iba lento.
A mi lado iba una señora de origen chino, bien simpática, pero insistente. Y pese a que yo no quería comer más porquerías, me “embutió” un pan lleno de pasas, y luego insistía que comiera al menos un trozo de sandía… la que firmemente rechacé.
Chiang Mai, ¡qué clima!. Con un sol radiante, fuerte. Más linda que otras ciudades, pero ninguna maravilla tampoco. Muchos mosquitos. Dice la guía tener casi tantos templos como Bangkok, destacando que es una ciudad mucho más pequeña. Adivinen ¿que? visité dos templos y seguí caminando; aunque ahora resultaron ser gratis… no estaba tan sorprendentes.
Encontré una pieza para alojarme, por el mismo precio que todas las anteriores, aunque esta vez con cama doble, baño privado, cama que se hunde un poco cuando uno se acuesta (no como la tabla de Bangkok)... no lo pude creer, ¡hasta toalla, jabón y papel higiénico me dieron! y ¡con enchufe! Yo no sé que pasa en Bangkok, las piezas no tienen enchufe; tuve que cargar la batería de la cámara en recepción y seguir postergando la depilación.
Mañana me voy de paseo en elefante y a visitar a la tribu Karen, de cuello largo. Luego me voy al oeste del país y de ahí a Laos (domingo-lunes).
Ya, suficiente. Tendré que aprender a sintetizar.
Chao
 
Antonia 

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