El
viaje a Shanghai estuvo bien aunque las camas del bus estaban hechas
para los chinos del centro, esos más bajos, porque tuve que dormir
con las piernas dobladas.
Llegué
a las 5:30 am a Shanghai. El metro, al igual que el de Beijing,
funciona fantástico, aunque con algunas cosas mejores y otras
peores; no entiendo, podrían comunicarse para crear un sistema
mejor; ni que fueran países diferentes.
La
población de Shanghai es, supuestamente, similar a la de Beijing.
Al
llegar al hostal, lo primero que hice fue interrogar a dos europeos
sobre el tiempo que requeriría para ver la ciudad: un día y medio.
A las 8 am, partió mi recorrido acelerado,de modo de alcanzar a ir
al sur al día siguiente, a ver otros lugares.
Me
gustó Shanghai. Pensar que no me atraía ni un poco la idea de
venir, y resultó muy bueno. Lo único malo fue que, desde que
llegué, se nubló y por lo tanto, y aunque no estaba suficientemente
fresco como para andar con chaqueta, no se veía tan bonito.
Será
porque vengo de Chile que no percibo tanta contaminación como dicen
que hay; para mí, ningún lugar ha sido muy terrible, a excepción
de Xi'An donde el color del cielo era “dudoso”. Pero para otra
gente, y especialmente para una chica canadiense que conocí en
Pingyao y que ayer volví a encontrar en Tunxi, que tiene asma, la
contaminación es muy elevada; ella me dijo que Beijing tenía mejor
aire que Shanghai, y que Xi'An posiblemente el peor.
Porque
partí caminando temprano por Shanghai, pude ver a grupos de gente
haciendo sus ejercicios matutinos en las calles principales, como
Nanjie, y en la plaza. Había mucha gente bailando en las calles, con
un instructor al frente y con música “moderna”, haciendo
coreografías en parejas o solos, y sin importarles un poco el que
personas transitaran a su lados o se detuvieran a mirar y
fotografiar; les encanta, da mucha alegría ver cómo se divierten
sin pensar en el qué dirán.
El
museo de Shanghai es verdaderamente espectacular; es un “no
perderse” ni por error, y ¡es gratis!; de no creer, esto sí que
fue calidad. Estuve allí por más de tres horas viendo objetos en
metal y cerámica, caligrafía, pinturas, telas, estampados, muebles
y colecciones de monedas; todo en un contexto histórico, con
posiblemente aquello de mejor estado y calidad del país;
absolutamente bello, y expuesto preciosamente.
Entonces
fui al “cuartel francés”; un sector de comercio “pituco”,
con edificios antiguos de ladrillo y modernos con espejos
deslumbrantes, y con todas las marcas de “prestigio”; muy bonito
y limpio.
En
esta “zona francesa” visité la casa donde se reunió el primer
congreso nacional del partido comunista (CCP), fundado en 1921, y que
hoy es un museo con cosas de la época. Había revistas, libros y
demás, todo “bien rojo”.
Entonces
cambié abruptamente de barrio. Me fui a un sector de comercio
masivo, con “de todo”; eran varias calles con edificios antiguos
de ventanas y puertas de madera talladas; estaba absolutamente lleno
de gente y con tiendas tratando de cautivar la atención del que
pasaba.
Llegando
al término del día, y antes del atardecer, me fui a la rivera del
río Huangpu a ver uno de los siete puntos más bellos de la China,
el “The bund”, donde se sacan las fotos famosas de Shanghai; se
ve, cruzando el río, una masa de edificios “modernos”, algo
futuristas, de formas y colores variados que reflejan el “desarrollo”
de la cuidad y el país; mientras los edificios antiguos están a lo
largo del paseo, contiguos a las calles por donde se camina.
El
río Huangpu se une con el río Yangzi, hacia el noroeste, donde yo
anduve en barco.
Yo
creí que Shanghai era todo “modernidad”; pero no. Los edificios
antiguos, que no son pocos, son bellos y enormes, y están en muy
buen estado; bancos, correo, consulados, hoteles y algunas tiendas
los utilizan; son muy bonitos. La ciudad es bella. Creo que, para mí,
es más bonita que Beijing, aunque con menos por hacer y visitar.
Cuando
la noche llegó hice mis “cálculos” y me preparé para mi viaje
corrido del día siguiente, para ver las villas en Huizhou en la
provincia de Anhui.
Me
levanté el lunes a las 5 am para tomar el primer bus de las 7:28 am.
Cinco horas después estaba en Tunxi, y otra hora y media más tarde
en el pueblo Hongcun.
Una
vez más había que pagar entrada para ver una villa (Y80). Adentro,
una señora me ofreció alojamiento, el que tuve que negociar; así
que, una vez todo organizado, me fui a recorrer y fotografiar el
poblado. Qué bonito; rodeado por agua que refleja como espejo a sus
casas y arbolitos multicolores; callejuelas interiores angostas y de
piedra, en cuyos costados o bajo las piedras corría agua por canales
delgados; murallas blancas o grises, de barro pintado o piedras.
Todas las casas de los alrededores eran similares; cubicas, pareadas,
de color blanco y detalles grises, con techos divididos por una
extensión superior de la pared y en cuyo ápice había decoraciones;
estos techos fueron hechos como corta-fuego, pero hoy en día los
construyen así para bonito, para darle el carácter a la
arquitectura del lugar.
“Detallito”,
el lugar se llena de estudiantes que van a dibujar, que llevan sillas
plegables y plagan las callecitas con sus croquis.
Pero
lo más bello del paseo fue el camino entre Tunxi y Xidi, una villa
antes de Hongcun, donde había grupos pequeños de estas casas
blancas rodeados por terrazas con cultivos, hortalizas, té de hoja y
crisantemos blancos y amarillos para té de flor, y en cuya parte
alta de los cerros había coníferas, algunos gingkos amarillos,
otros pocos arboles rojizos y bambúes... ¡maravilloso!, de cuento.
Pero no pude fotografiarlo desde el bus, pues se movía como loco.
Estas
villas, y las de Wuyuan, en la provincia adyacente de Hebei, son las
más famosas del país. Sin duda, esta provincia de Anhui era para
verla con calma, para ver todos sus poblados y a la montaña
Huangshan, otra de las siete maravillas del país. Pero a esta
montaña hay que visitarla con tiempo bueno; hubo quienes me
confirmaron que era maravillosa, más linda que Huashan en Shaanxi,
aunque diferente y más fácil de subir, mientras que unas chicas con
quienes compartí el dormitorio en Tunxi subieron el día lunes que
estaba nublado, y entonces tuvieron que comprar postales para mostrar
a donde habían estado, porque estaba tan nublado que casi no vieron
nada.
Ayer
martes, luego de desayunar unas masitas fritas (para variar)
rellenas, típicas del lugar, arrendé una especie de tuk-tuk cerrado
para llegar al bosque de bambú en Mukeng. ¿Bambúes decía la
guía?, “yo era de ahí”. ¡Sí!, era el lugar que soñaba ver,
donde han filmado algunas películas chinas y sin casi persona alguna
en el rededor. Bambúes por todos lados, en todos los verdes, con sus
extremos plumosos y tallos oscuros, muy altos y rectos; qué poesía
de paisaje, y qué suerte de '”tropezarme” con este lugar.
De
regreso en Hungcun, tomé un bus a Xidi, pero me dejaron en la ciudad
intermedia, en Yixian, para hacer el trasbordo.
Mi
idea era bajarme en Xidi, caminar en dirección a Tunxi para ver
mejor y fotografiar esas zonas tan bonitas que había visto el día
anterior, y luego coger otro bus en el trayecto para regresar a
Tunxi. Pero en Yixian me dijeron que no había bus a Xidi, que el que
iba a Tunxi pasaba por otro lado; así que medio frustrada, pero
aceptando la circunstancia, me fui directo a Tunxi.
En
Tunxi, fuera de un galpón lleno de té de hoja y de flores, y de
callampas varias, y de la calle antigua donde estaba el hostal en que
me quedé, donde había puestos de venta de productos para turistas,
no había más que una ciudad típica de China, moderna y fea, pero
más amigable por su tamaño menor.
Hoy
me vine en la mañana de regreso a Shanghai. El clima estaba
esperanzador, soleado; pero como dicen, en Shanghai está siempre
nublado por la contaminación, así que fotos mejores del “The
Bund” no obtuve, y el museo del correo ya había cerrado.
Para
cerrar mi día, y mi viaje, cené mi última sopa con fideos y me
regalé una pedicura y masaje para pies que necesitaba después de
tanto andar.
Mañana,
día 18 en la mañana, desayunaré mis últimas jiozi, visitaré el
museo del correo y me despediré de la China. A las 16:44 horas
tomaré el avión, con trasbordo en Guangzhou, primero y en Sydney
más tarde, para llegar a Auckland el 19 de noviembre después de
las 23 horas.
Y se acabó Asia para mí.
La
China. Mi sueño cumplido. Y aunque no fue lo que creí que sería,
sabiendo nada antes de venir, y luego de “pelear” con el
transporte y la conducta de la gente, terminó siendo una experiencia
fenomenal.
Gente
por todos lados; ruidosa, desordenada, “sin modales”, que parece
no pensar lo que hace, sino que sigue la vida como se da; pero
sencilla, ingenua y buena cuando se toma contacto con ella.
Construcciones masivas por doquier; puentes y edificios al por mayor;
re-construcciones de lugares antiguos destruidos por el tiempo y por
la revolución cultural, para crear cuanto más lugar turístico
posible. Un comunismo que también parece haber sufrido lo que lo
religioso experimentó durante la revolución cultural; porque el
capitalismo domina cada esquina; el “desarrollo” y crecimiento
económico son la clave del plan del gobierno actual; todo tiene
precio, hasta caminar por parques y poblados. Lo nuevo y lo antiguo,
o vestigios de ello. Lo limpio y lo sucio. Lugares naturales
maravillosos y miles de sectores alterados por la mano humana “para
que se vea más lindo'. Riqueza despampanante y pobreza. Consumismo y
comida que se bota. Vestimenta típica antigua y moderna
occidental... contrastes incontables... o contradicciones. Comida
cada pocos metros; olores a especies y caldos varios en las calles;
fideos cocinándose en ollas enormes; ají y vinagre para todo; panes
y masitas de sabores y formas varias vendiéndose en las veredas.
Figuras delgadas, de pieles blancas o morenas, de pelo liso y oscuro,
de estatura más bien baja, de ojos rasgados, caras redondeadas o
alagadas, frentes amplia y de perfil plano. Idiomas y dialectos
variados, pero con una escritura en común. Vehículos que manejan
locamente; bicicletas a pedal y motor; transporte de buses y trenes,
de categorías diversas, que van en (casi) todas direcciones sin
detenerse. Clima caluroso en el verano y frío en el invierno.
Mil
y una cosa que se pueden decir de la China, y que, posiblemente,
pueden variar enormemente dependiendo de quien las experimenta.
Esto
es lo mio; lo que viví, lo que vi y sentí.
Ojalá
hayan disfrutado de mis relatos; yo disfrute “a concho” de cada
uno de los días de mis seis meses soñados, que se cumplirán cuando
el 30 de noviembre regrese a vivir nuevamente a mi país, Chile.
La
Antonia