17 de noviembre de 2010

Desde Shanghai, Shanghai, China

El viaje a Shanghai estuvo bien aunque las camas del bus estaban hechas para los chinos del centro, esos más bajos, porque tuve que dormir con las piernas dobladas.
Llegué a las 5:30 am a Shanghai. El metro, al igual que el de Beijing, funciona fantástico, aunque con algunas cosas mejores y otras peores; no entiendo, podrían comunicarse para crear un sistema mejor; ni que fueran países diferentes.
La población de Shanghai es, supuestamente, similar a la de Beijing.
Al llegar al hostal, lo primero que hice fue interrogar a dos europeos sobre el tiempo que requeriría para ver la ciudad: un día y medio. A las 8 am, partió mi recorrido acelerado,de modo de alcanzar a ir al sur al día siguiente, a ver otros lugares.
Me gustó Shanghai. Pensar que no me atraía ni un poco la idea de venir, y resultó muy bueno. Lo único malo fue que, desde que llegué, se nubló y por lo tanto, y aunque no estaba suficientemente fresco como para andar con chaqueta, no se veía tan bonito.
Será porque vengo de Chile que no percibo tanta contaminación como dicen que hay; para mí, ningún lugar ha sido muy terrible, a excepción de Xi'An donde el color del cielo era “dudoso”. Pero para otra gente, y especialmente para una chica canadiense que conocí en Pingyao y que ayer volví a encontrar en Tunxi, que tiene asma, la contaminación es muy elevada; ella me dijo que Beijing tenía mejor aire que Shanghai, y que Xi'An posiblemente el peor.
Porque partí caminando temprano por Shanghai, pude ver a grupos de gente haciendo sus ejercicios matutinos en las calles principales, como Nanjie, y en la plaza. Había mucha gente bailando en las calles, con un instructor al frente y con música “moderna”, haciendo coreografías en parejas o solos, y sin importarles un poco el que personas transitaran a su lados o se detuvieran a mirar y fotografiar; les encanta, da mucha alegría ver cómo se divierten sin pensar en el qué dirán.
El museo de Shanghai es verdaderamente espectacular; es un “no perderse” ni por error, y ¡es gratis!; de no creer, esto sí que fue calidad. Estuve allí por más de tres horas viendo objetos en metal y cerámica, caligrafía, pinturas, telas, estampados, muebles y colecciones de monedas; todo en un contexto histórico, con posiblemente aquello de mejor estado y calidad del país; absolutamente bello, y expuesto preciosamente.
Entonces fui al “cuartel francés”; un sector de comercio “pituco”, con edificios antiguos de ladrillo y modernos con espejos deslumbrantes, y con todas las marcas de “prestigio”; muy bonito y limpio.
En esta “zona francesa” visité la casa donde se reunió el primer congreso nacional del partido comunista (CCP), fundado en 1921, y que hoy es un museo con cosas de la época. Había revistas, libros y demás, todo “bien rojo”.
Entonces cambié abruptamente de barrio. Me fui a un sector de comercio masivo, con “de todo”; eran varias calles con edificios antiguos de ventanas y puertas de madera talladas; estaba absolutamente lleno de gente y con tiendas tratando de cautivar la atención del que pasaba.
Llegando al término del día, y antes del atardecer, me fui a la rivera del río Huangpu a ver uno de los siete puntos más bellos de la China, el “The bund”, donde se sacan las fotos famosas de Shanghai; se ve, cruzando el río, una masa de edificios “modernos”, algo futuristas, de formas y colores variados que reflejan el “desarrollo” de la cuidad y el país; mientras los edificios antiguos están a lo largo del paseo, contiguos a las calles por donde se camina.
El río Huangpu se une con el río Yangzi, hacia el noroeste, donde yo anduve en barco.
Yo creí que Shanghai era todo “modernidad”; pero no. Los edificios antiguos, que no son pocos, son bellos y enormes, y están en muy buen estado; bancos, correo, consulados, hoteles y algunas tiendas los utilizan; son muy bonitos. La ciudad es bella. Creo que, para mí, es más bonita que Beijing, aunque con menos por hacer y visitar.
Cuando la noche llegó hice mis “cálculos” y me preparé para mi viaje corrido del día siguiente, para ver las villas en Huizhou en la provincia de Anhui.
Me levanté el lunes a las 5 am para tomar el primer bus de las 7:28 am. Cinco horas después estaba en Tunxi, y otra hora y media más tarde en el pueblo Hongcun.
Una vez más había que pagar entrada para ver una villa (Y80). Adentro, una señora me ofreció alojamiento, el que tuve que negociar; así que, una vez todo organizado, me fui a recorrer y fotografiar el poblado. Qué bonito; rodeado por agua que refleja como espejo a sus casas y arbolitos multicolores; callejuelas interiores angostas y de piedra, en cuyos costados o bajo las piedras corría agua por canales delgados; murallas blancas o grises, de barro pintado o piedras. Todas las casas de los alrededores eran similares; cubicas, pareadas, de color blanco y detalles grises, con techos divididos por una extensión superior de la pared y en cuyo ápice había decoraciones; estos techos fueron hechos como corta-fuego, pero hoy en día los construyen así para bonito, para darle el carácter a la arquitectura del lugar.

Detallito”, el lugar se llena de estudiantes que van a dibujar, que llevan sillas plegables y plagan las callecitas con sus croquis.
Pero lo más bello del paseo fue el camino entre Tunxi y Xidi, una villa antes de Hongcun, donde había grupos pequeños de estas casas blancas rodeados por terrazas con cultivos, hortalizas, té de hoja y crisantemos blancos y amarillos para té de flor, y en cuya parte alta de los cerros había coníferas, algunos gingkos amarillos, otros pocos arboles rojizos y bambúes... ¡maravilloso!, de cuento. Pero no pude fotografiarlo desde el bus, pues se movía como loco.
Estas villas, y las de Wuyuan, en la provincia adyacente de Hebei, son las más famosas del país. Sin duda, esta provincia de Anhui era para verla con calma, para ver todos sus poblados y a la montaña Huangshan, otra de las siete maravillas del país. Pero a esta montaña hay que visitarla con tiempo bueno; hubo quienes me confirmaron que era maravillosa, más linda que Huashan en Shaanxi, aunque diferente y más fácil de subir, mientras que unas chicas con quienes compartí el dormitorio en Tunxi subieron el día lunes que estaba nublado, y entonces tuvieron que comprar postales para mostrar a donde habían estado, porque estaba tan nublado que casi no vieron nada.
Ayer martes, luego de desayunar unas masitas fritas (para variar) rellenas, típicas del lugar, arrendé una especie de tuk-tuk cerrado para llegar al bosque de bambú en Mukeng. ¿Bambúes decía la guía?, “yo era de ahí”. ¡Sí!, era el lugar que soñaba ver, donde han filmado algunas películas chinas y sin casi persona alguna en el rededor. Bambúes por todos lados, en todos los verdes, con sus extremos plumosos y tallos oscuros, muy altos y rectos; qué poesía de paisaje, y qué suerte de '”tropezarme” con este lugar.
De regreso en Hungcun, tomé un bus a Xidi, pero me dejaron en la ciudad intermedia, en Yixian, para hacer el trasbordo.
Mi idea era bajarme en Xidi, caminar en dirección a Tunxi para ver mejor y fotografiar esas zonas tan bonitas que había visto el día anterior, y luego coger otro bus en el trayecto para regresar a Tunxi. Pero en Yixian me dijeron que no había bus a Xidi, que el que iba a Tunxi pasaba por otro lado; así que medio frustrada, pero aceptando la circunstancia, me fui directo a Tunxi.
En Tunxi, fuera de un galpón lleno de té de hoja y de flores, y de callampas varias, y de la calle antigua donde estaba el hostal en que me quedé, donde había puestos de venta de productos para turistas, no había más que una ciudad típica de China, moderna y fea, pero más amigable por su tamaño menor.
Hoy me vine en la mañana de regreso a Shanghai. El clima estaba esperanzador, soleado; pero como dicen, en Shanghai está siempre nublado por la contaminación, así que fotos mejores del “The Bund” no obtuve, y el museo del correo ya había cerrado.
Para cerrar mi día, y mi viaje, cené mi última sopa con fideos y me regalé una pedicura y masaje para pies que necesitaba después de tanto andar.
Mañana, día 18 en la mañana, desayunaré mis últimas jiozi, visitaré el museo del correo y me despediré de la China. A las 16:44 horas tomaré el avión, con trasbordo en Guangzhou, primero y en Sydney más tarde, para llegar a Auckland el 19 de noviembre después de las 23 horas. 













Y se acabó Asia para mí.
La China. Mi sueño cumplido. Y aunque no fue lo que creí que sería, sabiendo nada antes de venir, y luego de “pelear” con el transporte y la conducta de la gente, terminó siendo una experiencia fenomenal. 
Gente por todos lados; ruidosa, desordenada, “sin modales”, que parece no pensar lo que hace, sino que sigue la vida como se da; pero sencilla, ingenua y buena cuando se toma contacto con ella. Construcciones masivas por doquier; puentes y edificios al por mayor; re-construcciones de lugares antiguos destruidos por el tiempo y por la revolución cultural, para crear cuanto más lugar turístico posible. Un comunismo que también parece haber sufrido lo que lo religioso experimentó durante la revolución cultural; porque el capitalismo domina cada esquina; el “desarrollo” y crecimiento económico son la clave del plan del gobierno actual; todo tiene precio, hasta caminar por parques y poblados. Lo nuevo y lo antiguo, o vestigios de ello. Lo limpio y lo sucio. Lugares naturales maravillosos y miles de sectores alterados por la mano humana “para que se vea más lindo'. Riqueza despampanante y pobreza. Consumismo y comida que se bota. Vestimenta típica antigua y moderna occidental... contrastes incontables... o contradicciones. Comida cada pocos metros; olores a especies y caldos varios en las calles; fideos cocinándose en ollas enormes; ají y vinagre para todo; panes y masitas de sabores y formas varias vendiéndose en las veredas. Figuras delgadas, de pieles blancas o morenas, de pelo liso y oscuro, de estatura más bien baja, de ojos rasgados, caras redondeadas o alagadas, frentes amplia y de perfil plano. Idiomas y dialectos variados, pero con una escritura en común. Vehículos que manejan locamente; bicicletas a pedal y motor; transporte de buses y trenes, de categorías diversas, que van en (casi) todas direcciones sin detenerse. Clima caluroso en el verano y frío en el invierno.
Mil y una cosa que se pueden decir de la China, y que, posiblemente, pueden variar enormemente dependiendo de quien las experimenta.
Esto es lo mio; lo que viví, lo que vi y sentí.
Ojalá hayan disfrutado de mis relatos; yo disfrute “a concho” de cada uno de los días de mis seis meses soñados, que se cumplirán cuando el 30 de noviembre regrese a vivir nuevamente a mi país, Chile.

La Antonia