Tengo que escribir rápido. Por fin encontré un internet que no entiendo bien cómo funciona ni hasta cuándo. Toda la gente a mi rededor está jugando empecinada frente a pantallas gigantes, aunque por cierto mi vecino está husmeando mis escritos.
Xiamen
(pronunciado “s-shiamen”) es una ciudad “pequeña”, como dicen, con sólo medio
millón de habitantes. Llegué allí hace dos días como medio para
ir Yongding; pero resultó ser algo agradable, sobre todo comparado con
Guangzhou. Fue fácil moverse en buses, aunque en la madrugada, cuando llegué,
tomé un taxi para llegar lo antes posible a la ansiada ducha y cama al
backpacker.
Debo
haber “sacado humo” de las cabezas de los tres recepcionistas del hospedaje con
tanta pregunta. Porque debía esperar hasta las 14 horas para hacer el
“check-in”, y eran las 7 am, usé el internet (gratis, aprovechando lo temprano que
era) y luego fui a comprar una toalla ya que por segunda vez en el viaje la
olvidé tendida en el hostal anterior. Entonces, me duché después de ¡dos días!
y rápidamente salí a almorzar a un boliche cercano, muy bueno y barato, y fácil
de ordenar comida... esto porque estaba ubicada cerca de la universidad de
Xiamen, en el norte de la ciudad.
Ya
que era el medio día, “corrí” a la isla Gulang Yu, unos pocos
metros cruzando desde Xiamen en dirección hacia Taiwan. Este es
supuestamente el único lugar interesante de la ciudad; con casas coloniales
antiguas, de cuando los extranjeros se asentaron por estos lados, están hechas
de ladrillos; es un paseo bonito, con callejuelas en pendiente y una atmósfera
relajante pero muy turística. Y aunque creí que el ferry que cruzaba a la isla era
gratis, porque de ida nadie impidió que entrara, al regreso había una
indicación que decía “sin pago no hay retorno”... ¡chinos astutos!
Las
ciudades aquí en China son definitivamente feas. El centro y suburbios son un
desastre. Los edificios, si no son parte de un área de negocios importante, son
cubos hechos en serie, como bloques de condominios al por mayor, sin ninguna
gracia y tan grandes que son imposibles de obviar. Mucha utilidad, que sin duda
se necesita para 1.000 millones de personas, ¡pero nunca tanto! Además, abunda
la basura en los locales de los primeros pisos; la gente acumula restos y
escombros, que junto a las rejas de las ventanas, o la falta de ventanas, da
aspecto de ciudad en caos.
Donde
hay un trozo de tierra, éste tiene algún cultivo con hortalizas. En los
pueblos, las casas usualmente están agrupadas y rodeadas por plantaciones.
En
las afueras de las ciudades grandes, las ciudades o pueblos pequeños que se ven
al pasar usualmente se ven como resultado de alguna guerra. Algunos tienen
industrias, son polvorientos, grises, tienen escombros de construcción y
basura. Por cierto, nunca falta el puente o vía en altura que cruza pueblos, ciudades,
arrozales o agua, y que nunca están concluidos.
Me
da la impresión que alguien, aquí en el gobierno de China, dijo que el lo
trascendental del futuro sería movilizar a la gente. Y estoy de acuerdo, porque
moverme en este país ha sido un desastre. Pero creo que “se les ha pasado la
mano” con la cantidad de construcciones, sobre todo cuando, los muy abusadores,
han subido los precios sin finalizar aún las obras. No puedo creer la cantidad
de plata que he gastado para llegar a donde ni siquiera he querido llegar. Y
porque se están preparando para el futuro, creo que China será un país para venir
en el futuro... con dinero.
Bueno,
en Xiamen caminé por el centro, entre mucha gente, y fui a la estación de
trenes a preguntar por mi pasaje próximo; pero como el tren salía en la tarde
del día siguiente, lo que significaba que llegaría de noche y perdería otro día, decidí comprar, abruptamente,
un pasaje de conexión desde Longyan a Wuhan para el día subsiguiente, para
continuar al norte. Y dejé mi viaje a la localidad de Yongding para ir en
bus.
Esa
noche, cuando regresé al hospedaje, por fin con una cama, quise lavar mi ropa
en la máquina del hostal. No la había lavado antes pues de lo contrario habría
tenido que esperar para sacarla de la máquina; entonces pregunté por la secadora,
pero me dijeron que la máquina dejaba la ropa lista. ¿Lista? la ropa estaba
totalmente húmeda; cuando le dije a la chica que la ropa aún estaba mojada, ella
fue a confirmarlo y dijo “está casi seca”. Para mí, centrifugar no es lo mismo
que secar; mi “alegría” efervecía... de noche, con la ropa mojada, lista para
continuar mi viaje en la mañana. Tendí la ropa en el último piso y me fui a dormir...
Y por segunda vez me tocó un irrespetuoso “caballero” que roncaba en la pieza;
fue acertado el bajarme del camarote y sacudirlo, pues resultó bastante eficaz.
En
la mañana, a las 5:50 am, la ropa estaba casi seca; ahora sí, salvo por los
pantalones. Pero, debiendo empacar todo otra vez y no haber acertado al
paradero de buses adecuado que me llevaría a la estación, terminé llegando
tarde al tren. Afortunadamente, pude tomar una alternativa de viaje y luego
hacer un trasbordo hasta Liulian.
El
bus tardó tres horas. Pese a que los pueblos que pasamos eran muy feos,
decrépitos y sucios, la parte natural era muy bella. El camino iba entre montañas,
quebradas y valles, con vegetación de coníferas (pinos y araucarias), mezclada
con otros árboles igualmente altos y helechos. Las partes bajas de los valles
estaban dominadas por arrozales, y algunas montañas tenían cultivos de
eucaliptos.
En
la medida que nos acercábamos a Liulian, las villas cambiaron. Las
construcciones ahora eran de barro amarillento, rectangulares, de dos o más
pisos, con techos de tejas delgadas y de color oscuro, y con ventanas
pequeñas enmarcadas por cemento. Bonito, interesante; me entusiasmé, mi corazón
comenzó a acelerarse de alegría. Y entonces estas construcciones
de forma cuadrangular se “transformaron”, mientras avanzamos, en circulares,
intercalándose; eran los “tulou”, las casas que yo quería visitar.
Liulian
es una calle con edificios nuevos, pero feos, con restaurantes pequeños y
hoteles de tres pisos. Al bajar del bus, me encontré con la señora adecuada;
era la encargada del hospedaje del tulou, donde debía quedarme si quería la “experiencia
completa”.
En general, los tulou datan de entre los años 1.300 y 1.900, construidos como fortalezas por gente del norte que escapaba de bandidos, para protegerse de ellos y de los animales salvajes.
Los tulou son edificios de murallas grandes conformadas por varios niveles de altura, en cuyo interior hay un patio comunitario y desde donde se ingresa a los apartamentos por puertas que se comunican por un pasillo circular abierto, común para cada nivel; el interior del edificio está cubierto por madera (pasillos, puertas y paredes), mientras las murallas principales exteriores y entre apartamentos son de una mezcla hecha de barro, arroz, bambú y astillas de madera. Las ventanas son pequeñas y están ubicadas sólo en la parte alta del edificio, sin vidrios, aunque con rejas de madera. En el interior del edificio hay algunos canastos colgantes que sirven para subir o bajar cosas entre los niveles, sujetos por varas de madera. Y el baño... o retrete, digamos, es único para cada apartamento (habitación) y externo; se trata de una vasija de cerámica metida en la pared opuesta del pasillo, frente a la puerta y que da hacia el patio (centro de la circunferencia , por lo que hay que meter en este espacio el culo para “achuntarle” al cuenco... ¡de maravilla! Y aun cuando el hotel del frente me ofreció ducha y baño, tuve que usar el retrete del tulou porque a media noche lo necesité; nada fácil cuando más encima estaba muy oscuro. Un repelente de mosquitos que se quema, que alguna vez compré en Tailandia, adorné el cuarto completo esa noche.
A Liulian llegué a las 13 horas. Teniendo varios lugares que visitar, a kilómetros distancias, tuve que arrendar un motorista para que me llevara por los lugares. ¡Y sorpresa!, los precios para visitar los tulou subieron enormemente; ahora había que comprar un boleto para ingresar ir a lo más alejado: dos tolou y pasar por una villa. Y es que ahora en China hasta hay que pagar hasta por caminar en las villas... me enoja enormemente lo abusadores que son estos chinos.
Visité Tianluokeng, un grupo conformado por un de tulou rectangular, tres circulares y uno esférico, ubicado en la ladera de un cerro, muy impresionante desde lejos, y Yuchang Lou, un tulou grandote con 270 habitaciones y niveles desnivelados, un piso calléndose hacia un lado y luego uno más arriba calléndose hacia el opuesto (parecido al que me quedé). No fui ni al tulou más grande (de 1.000 habitaciones) ni al más famoso porque, a esa altura, ya no estaba dispuesta a seguir pagando.
Es tanta la 'fiebre' por el turismo que están construyendo un tulou moderno, con puente de piedra incluido para atraer mas turistas. Pero creo que para entonces todo va a sucumbir. A las chinos les encanta la 'modernidad', lo falso, lo construido; en pocos años no habrá nada como era originalmente, lo tendrán todo destrozado.
Otra contradicción que no entiendo es que cadenas internacionales, y estadounidenses para rematar, como KFC y McDonalds, están por todos lados, con letreros gigantes, mientras facebook está restringido. ¿Qué les pasa? no entiendo a esta gente. Y se nota que no necesitan a los extranjeros, viven de ellos mismos; a las extranjeros nos dejan 'pasar' para no tener problemas de apariencia en el mundo, cuando el turismo lo sostienen ellos.
Esa noche en Liulian conocí a una chica de Singapur, la unica extranjero que vi, en el restaurante, que como yo estaba alojada en el tolou, así que nos fuimos juntas 'a la casa', cuando descubrimos que el tulou es negro de noche, no deja pasar luz alguna, ni siquiera en el patio interior, y mantiene la temperatura muy bien. Si paso por Singapur ya tengo con quien conocer las mejores comidas de Asia, como Shyn me dijo.
A la mañana siguiente quise caminar por los alrededores; pero resultó que como estaba cerca a un tulou, un policía “saltó de su asiento” para pedirme el maldito boleto. Enfurecida, me di media vuelta en busca de mi verdadero boleto; el del bus fuera del pueblo.
Esa noche en Liulian conocí a una chica de Singapur, la unica extranjero que vi, en el restaurante, que como yo estaba alojada en el tolou, así que nos fuimos juntas 'a la casa', cuando descubrimos que el tulou es negro de noche, no deja pasar luz alguna, ni siquiera en el patio interior, y mantiene la temperatura muy bien. Si paso por Singapur ya tengo con quien conocer las mejores comidas de Asia, como Shyn me dijo.
A la mañana siguiente quise caminar por los alrededores; pero resultó que como estaba cerca a un tulou, un policía “saltó de su asiento” para pedirme el maldito boleto. Enfurecida, me di media vuelta en busca de mi verdadero boleto; el del bus fuera del pueblo.
Llegué
a Longyan, una ciudad que no menciona la guía, pero que tiene cuatro milllones
de habitantes. ¡Fea! y gris con neblina. En el bus practiqué algo de chino para
preguntar dónde estaba la estación de trenes; como de costumbre, resultó mucho
más efectivo señalar los caracteres clave escritos en mis libros.
Tenía algunas horas antes de que mi tren saliera rumbo a Wuhan. Dejé mi bolso en la custodia de la estación de trenes y me fui en bus al centro. Tardé en encontrar un lugar para comer; estaba hambriada, pero no quería más sopa con fideos. Hasta que, casi rendida, subí a un restaurante en un segundo piso que creí costaría un poco más; había varios jóvenes trabajando, muy simpáticos y muy entusiastas; como nunca, tomaron las palabras que yo les di, las discutieron, me dijeron que me sentara y luego de un rato me trajeron una bandeja con un plato con arroz, diente de dragón hervido y lonjas de cerco ahumado, un pote con caldo con choclo, otro con una especie de budín suave, y un platito con algas aliñadas tipo picle... ¡estaba estupendo!, fue el mejor almuerzo que me han dado, y para rematarlo a un precio ridículamente barato... esperando Y35, me cobraron Y11; ni siquiera ¡$1.000 chilenos! Y debe ser porque estaba en un lugar sin turistas ni extranjeros por ningun lado. Esa fue una experiencia positiva. En mi regreso a la estación compré una bebida que llamó mi atención, una leche con té verde azucarado y bolitas negras como gelatinas, extremadamente sabrosa y rica... terminé que “reventaba”.
Tenía algunas horas antes de que mi tren saliera rumbo a Wuhan. Dejé mi bolso en la custodia de la estación de trenes y me fui en bus al centro. Tardé en encontrar un lugar para comer; estaba hambriada, pero no quería más sopa con fideos. Hasta que, casi rendida, subí a un restaurante en un segundo piso que creí costaría un poco más; había varios jóvenes trabajando, muy simpáticos y muy entusiastas; como nunca, tomaron las palabras que yo les di, las discutieron, me dijeron que me sentara y luego de un rato me trajeron una bandeja con un plato con arroz, diente de dragón hervido y lonjas de cerco ahumado, un pote con caldo con choclo, otro con una especie de budín suave, y un platito con algas aliñadas tipo picle... ¡estaba estupendo!, fue el mejor almuerzo que me han dado, y para rematarlo a un precio ridículamente barato... esperando Y35, me cobraron Y11; ni siquiera ¡$1.000 chilenos! Y debe ser porque estaba en un lugar sin turistas ni extranjeros por ningun lado. Esa fue una experiencia positiva. En mi regreso a la estación compré una bebida que llamó mi atención, una leche con té verde azucarado y bolitas negras como gelatinas, extremadamente sabrosa y rica... terminé que “reventaba”.
No
importa si es nueva, vieja, linda, fea, chica, grande o importante, toda
estación de trenes o buses tiene rayos X a la entrada para revisar los bolsos,
y no dejan ingresar a nadie que no tenga pasaje en mano.
Otra
vez “sobre ruedas”, a las 16:44 horas partió mi tren-cama rumbo a Wuhan. Las
piezas eran angostas, con dos literas de tres niveles cada una diseñadas para
asiáticos; ni pensar en meter a un gordo occidental, que ya con mi tamaño
estaba justa… no pierden espacio, resulta hasta medio claustrofóbico; pero
claro, era mucho mejor viajar así que en los asientas de respaldo de 90 grados
de la sección “asiento duro” que tomé la vez pasada.
A las 9:30 am llegué a Wuhan. De ahí tuve que cambiar a una segunda estación de trenes, al otro lado de esta ciudad de (otra vez) cuatro millones de habitantes. No sabía si quedarme a dormir en esta ciudad o partir de inmediato, ya que mi guía dice que el museo que tiene es muy bueno y con uno de los instrumentos más grandes del mundo. Como el único viaje a mi destino final de interés, Yi Chang, era a las 15:00 horas, decidí tomarlo e ir antes, rápidamente, al museo. Entre el caos de la estación recién innagurada, y la calle del rededor hecha pedazos, perdí más de media hora en entender a donde tenía que tomar el bus al museo, y cuando el bus 411 estaba ante mí, lo paré, puse la plata en la cajita del conductor, y me senté; dos cuadras mas allá el bus ¡entró a la estación de buses!... iba en el sentido contrario, y el muy “vaca” del conductor no me dijo nada. Cuando quise tomar un segundo bus desde el terminal, éste siguió hasta otro paradero alejado, y entonces, con la rabia que sentí, decidí no ir a ninguna parte... en ese momento, la neblina espesa de la ciudad, que no me dejó ver desde el bus, se transformó en lluvia, y tuve que comprar un paraguas para incrementar mi colección de artículos de viaje.
La estación de trenes nueva era “a todo cachete”, enorme y reluciente. Una vez más subida en un tren, ahora viajaría por cinco horas en “asiento duro”, cuya incomodidad es la rectitud del respaldo y no la del asiento; pero esta vez experimenté un tren de dos pisos, algo más bajo de cielo y por ello con menos aire. Cuando el tren aún estaba aparcado, vi aparacer desde la ventana, como a un fantasma, llegar a uno de los trenes rápidos de la China que hasta ahora nunca había visto; era “de película”, blanco reluciente y con el frente alargado; la gente que se bajaba iba vestida elegante, con tenidas de negocios; posiblemente venía desde Shanghai.
A las 9:30 am llegué a Wuhan. De ahí tuve que cambiar a una segunda estación de trenes, al otro lado de esta ciudad de (otra vez) cuatro millones de habitantes. No sabía si quedarme a dormir en esta ciudad o partir de inmediato, ya que mi guía dice que el museo que tiene es muy bueno y con uno de los instrumentos más grandes del mundo. Como el único viaje a mi destino final de interés, Yi Chang, era a las 15:00 horas, decidí tomarlo e ir antes, rápidamente, al museo. Entre el caos de la estación recién innagurada, y la calle del rededor hecha pedazos, perdí más de media hora en entender a donde tenía que tomar el bus al museo, y cuando el bus 411 estaba ante mí, lo paré, puse la plata en la cajita del conductor, y me senté; dos cuadras mas allá el bus ¡entró a la estación de buses!... iba en el sentido contrario, y el muy “vaca” del conductor no me dijo nada. Cuando quise tomar un segundo bus desde el terminal, éste siguió hasta otro paradero alejado, y entonces, con la rabia que sentí, decidí no ir a ninguna parte... en ese momento, la neblina espesa de la ciudad, que no me dejó ver desde el bus, se transformó en lluvia, y tuve que comprar un paraguas para incrementar mi colección de artículos de viaje.
La estación de trenes nueva era “a todo cachete”, enorme y reluciente. Una vez más subida en un tren, ahora viajaría por cinco horas en “asiento duro”, cuya incomodidad es la rectitud del respaldo y no la del asiento; pero esta vez experimenté un tren de dos pisos, algo más bajo de cielo y por ello con menos aire. Cuando el tren aún estaba aparcado, vi aparacer desde la ventana, como a un fantasma, llegar a uno de los trenes rápidos de la China que hasta ahora nunca había visto; era “de película”, blanco reluciente y con el frente alargado; la gente que se bajaba iba vestida elegante, con tenidas de negocios; posiblemente venía desde Shanghai.
Otra
vez “perdida” únicamente entre chinos que me miran como “bicho raro”, salí
mareada del tren; mi vecina de asiento no paró de hablar y hablar, y los demás
continuaban preguntando y conversándole. Afortunadamente, acabo de encontrar, ahora en la noche, un hotel
en frente de la estación de trenes de Yi Chang.
Mañana
pretendo embarcarme en mi crucero por el río Yangzi, para dar el paseo por tres
días por el “Three Gorges”.
¡Ah!,
detallito, el lente de mi cámara de fotos se fue a la cresta. Durante estos
meses, y con algo de arena, supongo yo, el cierre plástico del lente lo ha
rozado tanto que lo rayó, y ahora ¡se ve en las fotos! ¡Crestas! ¿Habrá forma
de arreglarlo? Si la luz es adecuada puedo seguir tomando fotos buenas, pero no
con cualquier luz.
Ya,
chao pescao, y hasta la próxima, ¡si es que encuentro internet!
Antonia