8 de noviembre de 2010

Desde Beijing, Beiing, China

No sé cómo saldrá este correo escrito. La verdad, siento que he cambiado de cerebro.
El tren “asiento duro” a Beijing, por 12 horas, no fue nada de malo, pero distinto. Esta vez, porque el tren venía desde el sur cuando me subí en Pingyao, y porque iba rumbo a la capital, al subir ya no quedaba lugar alguno para colocar mi mochila. En los trenes, el equipaje se coloca en las repisas que están sobre los asientos, donde usualmente hay desde bolsos pequeños y maletas hasta sacos con manzanas. Y porque mi asiento, al lado de la ventana, estaba ocupado por una chica que iba con su pareja al lado, me terminé yendo en el que a ella le correspondía, uno al lado del pasillo; esto por petición de ella. Así que con la mochila entre las piernas y sin la mesita frente mio, partí. Más tarde  "hice caber” mi mochila bajo unos asientos, arriesgando impregnarla con cualquier líquido, todo por viajar mas cómoda. El baño, que usualmente no es muy sucio en los trenes, expelía un olor a amoniaco tremendo; pese a ello y aunque casi no dormí, las horas pasaron rápido, hasta que llegué a Beijing a las 6:30 am del viernes.
Es raro, en este viaje casi nadie me miró. De hecho, nadie me habló. Y la gente ya no era tan flaca como la del resto de las ciudades.
Al parecer, en este lado de China la gente come más, aunque no por ello mejor; muchos, aun no siendo gordos, no son tan escuálidos como en el resto del país. Y también hay gente “mejor vestida”; esto, quizás, se acentuó desde Xi'An al norte.
En Beijing el cielo estaba azul y hacía frío; un frío seco, de montaña, muy, pero muy fresco.
Tomé un bus hasta el centro de la ciudad, hasta cerca de la plaza Tiananmen. Tardé bastante en encontrar el primer hostal, porque las distancias entre calles mostradas en el mapa eran tremendas; y como el hostal estaba lleno, me fui en búsqueda del siguiente, búsqueda que tardó aun más. ¡Qué grande es esta ciudad!, aparentemente tiene unos 17 millones de habitantes, sin contar a los extranjeros.
En el segundo hostal el precio por el dormitorio compartido era de Y90, precio absolutamente fuera de mi presupuesto, aun sabiendo que en Beijing todo es un poco más caro. Así que, como ya eran las 9 am y estaba cansada de tanto caminar, y siendo viernes, no quise arriesgar el perder la semana sin antes ir a la embajada de Australia para “lidiar” con mi permiso de tránsito.
Malditos australianos”; es lo más suave que se me ocurre decir. Luego de hacer una “cola” de al rededor de una hora, y con tan sólo unas pocas personas en frente, la señorita de la embajada me preguntó, “¿tiene residencia en China?”; “no”, le respondí; “entonces no puede tramitar la visa de tránsito para Australia desde China”... ¡¡pueden creerlo!!. Entre mi cara de sorpresa y frases varias que le “hice saber”, la señorita hizo una llamada, luego de la cual me dijo: “puede solicitar la visa, llenado este formulario, pero la respuesta tardará al menos cinco días hábiles, o quizá más tiempo, un mes quizá, o quizá definitivamente no podrá obtenerla, porque esto no se puede desde China”... ¡mierda!
Entre esto y aquello, accedí a postular de todas maneras, y es que creí no tener otra opción al menos que botara mi pasaje a Nueva Zelanda para comprar otra ruta... ¡nica!. Hice saber, sin embargo, que en la pagina web de la embajada no había leído nada de esto, pese a que la revisé por todos lados, y que decía que era un permiso fácil de obtener y que tarda tan sólo un día desde Nueva Zelanda. El comentario, “si tiene alguna queja sobre la pagina de Internet, puede mandarla”, cerro cualquier otro tema de discusión entre las partes, sobre todo por estar “lidiando'”con una china en vez de con un australiano.
Me puse a rellenar formularios. En la parte de la dirección me quedé parada, y entonces no se me ocurrió nada mejor que contactar a Ricardo para pedirle sus datos; pero el teléfono estaba apagado. Afortunadamente, la gente en China es buena, y por ello en la oficina de la entrada me prestaron el teléfono y trataron muy bien. Reiteradas veces siguieron llamado a Ricardo hasta que contestó; entonces lo único que me quedaba era entregar las copias de mis pasajes a Australia, Nueva Zelanda y Chile, como prueba de mi itinerario. “Volé” a una fotocopiadora; finalmente, todo lo que supuestamente era necesario lo dejé en el mesón a las 12 horas, en el último lugar de la fila, y justo antes de que la embajada cerrara.
Bueno, en la espera de saber cualquier resultado, y pensando “positivo”, llamé nuevamente a Ricardo para que por fin nos encontráramos. Y muy amable de su parte, Ricardo me ofreció quedarme en su departamento. Así que fuimos en busca de mi mochila, que la había dejado en el ultimo hostal, y fuimos a almorzar.
Esto de estar en una ciudad grande, donde cada uno “anda a su modo”, y el compartir con Ricardo y conversar en español, me hizo sentir inmediatamente extraña, sentir como si hubiese “aterrizado” a la vida que dejé atrás; supongo que esto será bueno a modo de tránsito.
De cierta manera, siento que mis vacaciones han finalizado. Me siento extraña, como si se me hubiese desconectado el cerebro, o al menos la zona del cerebro que tuve encendida estos últimos cinco meses. Siento y percibo las cosas de otro modo; incluso confieso que estoy un poco triste. Pero no me entiendan mal, esto aún es bueno, y conversar con Ricardo ha sido entretenido e interesante; después de todo Ricardo ha vivido en China por tres años. Y es esto, el vivir y el “turistear”, lo que creo hace la diferencia entre las opiniones que él y yo tenemos, las que a veces sorprenden de lo distintas que son. Hablando de China, Ricardo me preguntó “¿en qué lugar del mundo has estado?”'; mientras yo digo que aquí es limpio y Chile es sucio, él dice que aquí es muy sucio y Chile es limpio limpio... bueno... nos reímos.
Como era fin de semana, debía planificar mi estadía en la capital para no coincidir con ningún lugar muy turístico donde la cantidad de gente lo arruinara todo.
Entré “de lleno” al mundo del “subway''. El metro subterráneo de Beijing funciona fantástico; en él se puede llegar a casi cualquier lugar y con muy buena señalización tanto en caracteres chinos como en pinying (chino escrito con alfabeto romano). Una cosa anecdótica, pero algo estúpida al mismo tiempo, es que cada vez que se entra al metro hay que pasar los bolsos por una maquina de rayos X, una y otra vez, aun cuando la persona no sea revisada.
El sábado por la mañana, que estaba algo nublado pero cálido, me fui a la zona norte de la “ciudad prohibida”. Tomé de desayuno “baozi” y sopa con “jiozi”; luego arrendé una bicicleta deambular por los alrededores y entrar a los “hutong”; los “hutong” son callejuelas, generalmente antiguas, donde las casas están establecidas en comunidades. Desde la calle se ven murallas, de color gris, con puertas y ventanas pequeñas desde donde se ven comunidades interiores; de no ver la enorme cantidad de medidores de luz que hay afuera de las puertas, no podría intuirse la cantidades de familias que viven dentro de cada una. Y son estos lugares antiguos los que traen la polémica actual, de mantenerlos y mejorarlos para preservarlos o de tirarlos para mejorar la calidad de vida de las personas. Bajo mi opinión, que está creada por una percepción escueta, los “hutong” no tienen nada de bonito, lo que sumado a que tanta gente vive apiñada “no merece la pena'”preservarlos por el tal solo echo de ser antiguo... es feo.
En la tarde del sábado, y con una hora de atraso debido a que el metro resultó más lento de lo que pensé, me junté con Ricardo para ir al mercado “Panjiayuan”, un recinto con sectores cubiertos y otros abiertos, con “de todo”: jarrones, joyas, piedras, pinturas, libros, afiches políticos, telas, candados, estatuas... una “feria de las pulgas” grotesca; muy entretenido. El regreso a casa en taxi, por ser el medio de transporte de Ricardo, y que después de todo es muy barato en Beijing.
Ayer domingo me levanté algo tarde (9 am) porque estaba muy cansada. Fui al parque de las olimpiadas del 2008, donde aún están los edificios; el estadio con forma de nido y el centro acuático que parece hecho de burbujas. Y aunque '”choro” y muy espacioso, me pareció algo “rasca”; los materiales de construcción parecían de mala calidad... opinión tipo Antonia que no necesita ser considerada. Y “chuta” que hacía frío; hubo un viento gélido durante todo el día, que primero trajo nubes que parecían de lluvia y que luego despejó el cielo completamente. Y de paso se incrementó el resfriado que traía desde Pingyao; ¡que molesto es estar resfriada!
Más tarde, yendo hacia el “distrito 798” en el metro, leí “estación de exposición de agricultura", por lo que continué hacia esa parada; pero porque quise comer algo primero, me atrasé lo suficiente como para que me cerraran la puerta “frente a mi nariz”. De regreso al metro, y luego de un trasbordo en bus, llegué al distrito en cuestión.

El “distrito artístico 798” es un recinto que pertenecía a una industria; ahora son calles con tiendas y galerías de arte por todos lados; lo que llamaríamos un lugar “cool”. Es muy entretenido y nuevo, perfecto para todo aquel que le gusta el arte o que se cree “artista”; especialmente para aquellos “alternativos”. Tiene harto que mirar, con de todo un poco sobre arte. Había unas porcelanas pintadas a mano que me cautivaron, así como el ver a los chinos deleitarse y fotografiar cosas diferentes de sus caras. Y fue aquí que probé el contenido de un jarrito de cerámica color café claro, que tapan con un papel sujetado con un elástico y a través del que meten una bombilla para beber su interior; me tenía curiosa porque lo venden en muchos lugares; se trataba de yogurt natural líquido, por el que se pagan Y5 y luego de devolver el jarrito te devuelven Y1... que “romántico” el sistema.
En la noche Ricardo me invitó a cenar con sus amigos extranjeros. Era un grupo de gente que vive en Beijing, ya sea por algunos años, como Ricardo y sus tres mejores amigos, o por pocos meses, e incluso alguien como yo. Esto fue bueno y algo nuevo; una experiencia al estilo chino. Nos sentamos al rededor de una mesa redonda muy grande dentro de una habitación cerrada de un restaurante chino, en cuyo centro de mesa había un plato giratorio con muchos pocillos con comida variada desde donde todos sacan a su gusto para colocar dentro de platos y pocillos personales.
Aprovechando “la racha” de un clima despejado, hoy madrugué, otra vez; y partí a la “muralla china”. Fue una “cosa” no sólo sorprendente sino también muy bonita. Si bien ya me he maravillado y sorprendido suficiente durante estos meses de viaje, lo que ha disminuido mi capacidad de dimensionar algunas cosas, no puedo negar que esto se trata de una muralla GRANDE; y grande no por lo alta, pues en esta sección no creo que sobrepase los seis metros de altura, sino por ser muy larga, al punto de desaparecer de la vista.
Pero creí que la muralla era más alta, lo que me hizo dudar de la posibilidad de poder verla desde la luna. En la sección que visité, llamada Mutianyu, la muralla diverge; si no fuese por las torres, dificultosamente se vería desde la misma altura de la muralla este apéndice que parece irse a lo infinito.
Luego de cuatro horas caminando, decidí no caminar más; después de todo, la muralla casi no termina, y quise evitar el colapso de mis piernas por tener que subir y bajar constantemente y con tramos de peldaños muy grande.
Lo bueno de esta sección de la muralla, construida por la dinastía Ming y a 90 km al noreste de Beijing, en Huairou, es que, aunque probablemente prohibido, se puede caminar por una parte de la muralla que no ha sido reconstruida, lo que permite comparar y ver el material antiguo. Está llena de ladrillos y piedras grises enormes pegadas con alguno tipo de material blanco pedregoso... Increíble imaginar el cómo la gente construyó esto a mano.
Lo otro bueno, y que difiere de otras secciones de la muralla china, es que en Mutiangi no hay mucha gente. De hecho, yo llegué a las 9:30 am y casi no había gente. A las 11 am ya había más, pero nada comparado con otro lugar antes visitado en la China, y con casi sólo turistas extranjeros. Por ello será que los vendedores sabían algunas palabras en inglés; entonces puede conocer la “fiereza” del chino, de una insistencia que sobrepasa al de sudeste asiático. Suerte que los vendedores estaban solamente en la parte baja de la montaña.
El paisaje, al que ya no le quedaban más hojas que las de algunos pinos, era montañoso; tenía algunas planicies entre los cordones donde habían poblados. Los cerros se parecían a los de la zona central de Chile; eran grandes, puntiagudos, de color café amarillento y cubierto por matorrales espinosos bajos... todo muy árido.
En los días que siguen visitaré más sitios de la ciudad, a la “ciudad prohibida”, el “palacio de verano”, algunos centros de comercio y templos. Quiero ver más de esta ciudad que por un lado se ve muy rica, con muchos autos lujosos y edificios despampanantes, y que por otro tiene calles donde la gente “común” aún vive como en el resto del país.
Besos. Buenas noches.