No
sé cómo saldrá este correo escrito. La verdad, siento que he
cambiado de cerebro.
El tren “asiento duro” a Beijing, por 12 horas, no fue nada de malo, pero distinto. Esta vez, porque el tren venía desde el sur cuando me subí en Pingyao, y porque iba rumbo a la capital, al subir ya no quedaba lugar alguno para colocar mi mochila. En los trenes, el equipaje se coloca en las repisas que están sobre los asientos, donde usualmente hay desde bolsos pequeños y maletas hasta sacos con manzanas. Y porque mi asiento, al lado de la ventana, estaba ocupado por una chica que iba con su pareja al lado, me terminé yendo en el que a ella le correspondía, uno al lado del pasillo; esto por petición de ella. Así que con la mochila entre las piernas y sin la mesita frente mio, partí. Más tarde "hice caber” mi mochila bajo unos asientos, arriesgando impregnarla con cualquier líquido, todo por viajar mas cómoda. El baño, que usualmente no es muy sucio en los trenes, expelía un olor a amoniaco tremendo; pese a ello y aunque casi no dormí, las horas pasaron rápido, hasta que llegué a Beijing a las 6:30 am del viernes.
El tren “asiento duro” a Beijing, por 12 horas, no fue nada de malo, pero distinto. Esta vez, porque el tren venía desde el sur cuando me subí en Pingyao, y porque iba rumbo a la capital, al subir ya no quedaba lugar alguno para colocar mi mochila. En los trenes, el equipaje se coloca en las repisas que están sobre los asientos, donde usualmente hay desde bolsos pequeños y maletas hasta sacos con manzanas. Y porque mi asiento, al lado de la ventana, estaba ocupado por una chica que iba con su pareja al lado, me terminé yendo en el que a ella le correspondía, uno al lado del pasillo; esto por petición de ella. Así que con la mochila entre las piernas y sin la mesita frente mio, partí. Más tarde "hice caber” mi mochila bajo unos asientos, arriesgando impregnarla con cualquier líquido, todo por viajar mas cómoda. El baño, que usualmente no es muy sucio en los trenes, expelía un olor a amoniaco tremendo; pese a ello y aunque casi no dormí, las horas pasaron rápido, hasta que llegué a Beijing a las 6:30 am del viernes.
Es
raro, en este viaje casi nadie me miró. De hecho, nadie me habló. Y
la gente ya no era tan flaca como la del resto de las ciudades.
Al
parecer, en este lado de China la gente come más, aunque no por ello
mejor; muchos, aun no siendo gordos, no son tan escuálidos como en
el resto del país. Y también hay gente “mejor vestida”; esto,
quizás, se acentuó desde Xi'An al norte.
En
Beijing el cielo estaba azul y hacía frío; un frío seco, de
montaña, muy, pero muy fresco.
Tomé
un bus hasta el centro de la ciudad, hasta cerca de la plaza
Tiananmen. Tardé bastante en encontrar el primer hostal, porque las
distancias entre calles mostradas en el mapa eran tremendas; y como
el hostal estaba lleno, me fui en búsqueda del siguiente, búsqueda
que tardó aun más. ¡Qué grande es esta ciudad!, aparentemente
tiene unos 17 millones de habitantes, sin contar a los extranjeros.
“Malditos
australianos”; es lo más suave que se me ocurre decir. Luego de
hacer una “cola” de al rededor de una hora, y con tan sólo unas
pocas personas en frente, la señorita de la embajada me preguntó,
“¿tiene residencia en China?”; “no”, le respondí; “entonces
no puede tramitar la visa de tránsito para Australia desde China”...
¡¡pueden creerlo!!. Entre mi cara de sorpresa y frases varias que
le “hice saber”, la señorita hizo una llamada, luego de la cual
me dijo: “puede solicitar la visa, llenado este formulario, pero la
respuesta tardará al menos cinco días hábiles, o quizá más
tiempo, un mes quizá, o quizá definitivamente no podrá obtenerla,
porque esto no se puede desde China”... ¡mierda!
Me
puse a rellenar formularios. En la parte de la dirección me quedé
parada, y entonces no se me ocurrió nada mejor que contactar a
Ricardo para pedirle sus datos; pero el teléfono estaba apagado.
Afortunadamente, la gente en China es buena, y por ello en la oficina
de la entrada me prestaron el teléfono y trataron muy bien.
Reiteradas veces siguieron llamado a Ricardo hasta que contestó;
entonces lo único que me quedaba era entregar las copias de mis
pasajes a Australia, Nueva Zelanda y Chile, como prueba de mi
itinerario. “Volé” a una fotocopiadora; finalmente, todo lo que
supuestamente era necesario lo dejé en el mesón a las 12 horas, en
el último lugar de la fila, y justo antes de que la embajada
cerrara.
Bueno,
en la espera de saber cualquier resultado, y pensando “positivo”,
llamé nuevamente a Ricardo para que por fin nos encontráramos. Y
muy amable de su parte, Ricardo me ofreció quedarme en su
departamento. Así que fuimos en busca de mi mochila, que la había
dejado en el ultimo hostal, y fuimos a almorzar.
Esto
de estar en una ciudad grande, donde cada uno “anda a su modo”, y
el compartir con Ricardo y conversar en español, me hizo sentir
inmediatamente extraña, sentir como si hubiese “aterrizado” a
la vida que dejé atrás; supongo que esto será bueno a modo de
tránsito.
Como
era fin de semana, debía planificar mi estadía en la capital para
no coincidir con ningún lugar muy turístico donde la cantidad de
gente lo arruinara todo.
Entré “de lleno” al mundo del “subway''. El metro subterráneo de Beijing funciona fantástico; en él se puede llegar a casi cualquier lugar y con muy buena señalización tanto en caracteres chinos como en pinying (chino escrito con alfabeto romano). Una cosa anecdótica, pero algo estúpida al mismo tiempo, es que cada vez que se entra al metro hay que pasar los bolsos por una maquina de rayos X, una y otra vez, aun cuando la persona no sea revisada.
Entré “de lleno” al mundo del “subway''. El metro subterráneo de Beijing funciona fantástico; en él se puede llegar a casi cualquier lugar y con muy buena señalización tanto en caracteres chinos como en pinying (chino escrito con alfabeto romano). Una cosa anecdótica, pero algo estúpida al mismo tiempo, es que cada vez que se entra al metro hay que pasar los bolsos por una maquina de rayos X, una y otra vez, aun cuando la persona no sea revisada.
En
la noche Ricardo me invitó a cenar con sus amigos extranjeros. Era
un grupo de gente que vive en Beijing, ya sea por algunos años, como
Ricardo y sus tres mejores amigos, o por pocos meses, e incluso
alguien como yo. Esto fue bueno y algo nuevo; una experiencia al
estilo chino. Nos sentamos al rededor de una mesa redonda muy grande
dentro de una habitación cerrada de un restaurante chino, en cuyo
centro de mesa había un plato giratorio con muchos pocillos con
comida variada desde donde todos sacan a su gusto para colocar dentro
de platos y pocillos personales.
Pero creí que la muralla era más alta, lo que me hizo dudar de la posibilidad de poder verla desde la luna. En la sección que visité, llamada Mutianyu, la muralla diverge; si no fuese por las torres, dificultosamente se vería desde la misma altura de la muralla este apéndice que parece irse a lo infinito.
Luego
de cuatro horas caminando, decidí no caminar más; después de todo,
la muralla casi no termina, y quise evitar el colapso de mis piernas
por tener que subir y bajar constantemente y con tramos de peldaños
muy grande.
Lo
otro bueno, y que difiere de otras secciones de la muralla china, es
que en Mutiangi no hay mucha gente. De hecho, yo llegué a las 9:30
am y casi no había gente. A las 11 am ya había más, pero nada
comparado con otro lugar antes visitado en la China, y con casi sólo
turistas extranjeros. Por ello será que los vendedores sabían
algunas palabras en inglés; entonces puede conocer la “fiereza”
del chino, de una insistencia que sobrepasa al de sudeste asiático.
Suerte que los vendedores estaban solamente en la parte baja de la
montaña.
El
paisaje, al que ya no le quedaban más hojas que las de algunos
pinos, era montañoso; tenía algunas planicies entre los cordones
donde habían poblados. Los cerros se parecían a los de la zona
central de Chile; eran grandes, puntiagudos, de color café
amarillento y cubierto por matorrales espinosos bajos... todo muy
árido.
Besos.
Buenas noches.
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