13 de noviembre de 2010

Desde Qingdao 2, Shandong, China

Qingdao es como unas vacaciones dentro de China.
Sí, aún teniendo 2,5 millones de habitantes no se percibe el caos de otros lados, y la gente es más cálida que en Beijing. Y el mar... es como estar en casa, respirar aire puro.
En Beijing no me tocó la contaminación ambiental de la que tanto se habla ; supongo porque había mucho viento. Pero en Qingdao el aire es aún más limpio; no cabe duda.
Aún así Qingdao es la China, pues tratar de encontrar su paradero de buses me costó “un mundo” (literalmente).
Ayer caminé por la ciudad y por la parte más antigua donde me alojé; tenía calles que subían y bajaba, con algunas casas muy grandes e iglesias antiguas de los tiempos en que los alemanes vivieron aquí. Sí, por 99 años Qingdao perteneció a Alemania, y entonces abrieron la cervecería Tsingtao. Así es como se hizo conocida la “ciudad de la cerveza” y de las playas, a donde hay que venir en verano, porque entonces está el festival de la cerveza y no hace frío. Debido a sus colinas, supongo, no hay bicicletas.
Ahora hace frío, aunque nunca tanto como en Beijing. En la parte más antigua de la ciudad, siguiendo por la costa al norte, hay edificios nuevos y viejos, con calles angostas en pendiente y con casas “pintorescas” algo más caóticas y sucias, pero más interesantes también, con una catedral católica muy grande y bonita. En la parte baja, en la costa, hay un muelle donde pasea la gente y algunas playas pequeñas con rocas. Pese al frío, habían unos pocos hombres con zunga, bañándose y jugando volleyball.
Durante el día compré el pasaje en bus para Shanghai, para hoy sábado. Pero luego de caminar por la ciudad y pagar alojamiento, me di cuanta que debí haber partido el mismo día en la noche, porque pese a que la ciudad es agradable, no da para visitarla por más de un día; no hay mucho que hacer ni ver a parte de una vista bonita, aunque nunca tanto.
Hoy, para tener algo que hacer, partí a Lao Shan (Shan = montaña), con la idea de terminar de destrozar mis piernas.
Fue una confusión total el encontrar el bus 802 o 304; supuestamente pasaría delante del muelle. Al llegar al muele me encontré con muchas calles, todas cercadas por rejas, lo que indicaba que ningún bus pararía. Pregunté a varias personas, pero nadie sabía por dónde pasaba; incluso vi algunas paradas de buses más distantes donde no se señalaba ningún número de bus... la señalización era sólo para propaganda. Varios metros más lejos, y luego de tener que subirme a otro bus para preguntarle a una conductora, llegué donde estaba la parada del 304. Aun así la chica que cobraba, dentro del bus, puso cara “rara” cuando le pregunté por Lao Shan; confirmando con la conductora entendí que no iba directamente para el lugar, pero que estaba en el bus correcto. Una hora más tarde llegué a una parada de buses.
La “montaña” resultó ser un área rocosa extremadamente grande. No sólo había que pagar por entrar a “la montaña” sino también por el bus que te llevaba, pues sin éste no hubiese llegado a ningún lado. Se trataba de un lugar costero, con panoramas muy bellos, con poblados, plantaciones de té y hortalizas en terrazas y piscinas con cultivo de mariscos. Los sitios del parque, con entrada pagada, estaban a lo largo de este trayecto, pero no visité más que uno, donde había un templo, ¿adivinen de qué?, buda, ¡que sorpresa!; pero puede caminar, seguir con la rutina de subir escaleras, aunque esta vez no me llevaron más que a una cueva pequeña invadida por el budismo (una vez más), con lo que creí eran algunas lápidas que fotografié clandestinamente pese a que una señora me dijo que “no”... ni que le fuera a quitar el alma a los muertos. 
El paisaje costero se parecía harto al chileno de la costa central, con rocas graníticas amarillentas y redondeadas, como las del norte de Con-Cón. Había muchos pinos, no muy viejos y algo bajos, que si no fuese porque eran demasiados en igual condición, prometería que les habían cortado el ápice; eran coníferas grandes sin forma cónica que no había visto antes. También habían matorrales espinosos y unos pocos bambúes. De hecho, había leído que allí habían bambúes, y entonces “aluciné” con la idea de, por fin, conocer uno de esos bosques de bambú con que sueño ver... pero no era.
Y pese a que el día estaba frío y con neblina, estuvo bonito; aunque cuando tenía que irme, el sol salió para iluminar el paisaje con esa luz que tanto me gusta del atardecer.
Ahora, luego de una ducha caliente, luego de dos y días y medio sin agua debido a que estaba mala, estoy a la espera de que el reloj marque las 20:30 horas para tomar mi “bus-cama” a Shanghai. Crean o no, esta vez el tren es más caro que el bus, y sólo tiene categoría “asiento duro” para viajar por 12 horas diurnas y llegar en la noche o madrugada.
No lo puedo creer, éste es mi último trayecto terrestre largo antes de subirme a un avión. Espero poder conocer algún lugar interesante alrededor de Shanghai, algún pueblo o la montaña mas bella del país, Huang Shan, aunque intuyo que el tiempo que me resta no alcanzará para ver más que la ciudad; ahí veré.
Y acabo de deshacerme de mis zapatillas viejas y de un par de calcetines, por donde mi dedo se escapó, y otro par de pantalones cortos y la bolsa de la basura que usé para cubrir mi mochila de la lluvia. La malla contra mosquitos también abandonó mi bolso; entonces la mochila tiene menos cosas!... pero sigue llena.
Que tengan una fin de semana bueno.
Cariños, Antonia