El sábado volví con Jessica a Bali, en la misma
travesía que nos llevó a Lombok. Esta vez el ferri estaba lleno y las caras de
los turistas no tan motivadas.
Internet ha sido muy difícil de usar, es muy lento y
por lo tanto termino pagando mucho por, muchas veces, hacer nada. Pero, por
fin, aquí en Amlapura funciona bien.
Después de llegar a Padang Bai, en Bali, tuve que
escoger mi destino próximo, Candidasa, pues el paquete de viaje desde Lombok
incluía como única alternativa final en el noroeste de Bali a esta ciudad. Me
subí a un auto pequeño con otras dos personas que iban a Candidasa; el resto de
la masa iba a Kuta, Ubud y Denpasar; Jessica siguió a Ubud para continuar a
Canadá.
Candidasa era sólo una calle con restaurantes y
hoteles, turística y cara. Dormí allí porque ya era de noche, pero a la mañana
siguiente me fui a Amed.
Oí que Amed era muy lindo; pero no me lo pareció
tanto, sobre todo porque tiene mucha basura. Aunque si no fuese porque está
nublado, la vista sería mucho mejor, y por tanto más bonito.
Amed es un pueblo tranquilo con playas de arena negra
y cientos de botes pequeños, al oeste de Bali; está al costado del volcán
Gunung Agung (que se ve desde Lombok). Caminé por la calle que bordea la costa,
fui a la playa y volví al hospedaje donde conversé sobre la plataforma
comunitaria con dos turistas, de Austria y Escocia, y con el dueño de casa hasta
la noche. Allí probé el “arak”, el agua ardiente local hecha de palma que toman
mezclada con Sprite; era rico, pero no más que para beber un vaso.
La pieza donde duermo pertenece a una residencia
familiar; tiene una cama, una silla, cachureos bajo la cama y rendijas en la
parte alta de las paredes que dejar pasar al aire y también a los mosquitos
(las paredes están cubiertas de cuerpos muertos ensangrentados). La propiedad
tiene, además de estas dos piezas multiuso y su terraza, una casa central
familiar cuadrada y maciza, construida en altura, con una terraza exterior en
una de sus esquinas por la que se accede subiendo una escalera y desde donde se
entra a la casa. Dentro de la casa hay un espacio común con una televisión y un
colchón; una pieza y un baño comunitario sin cielo y al estilo occidental; un
sector de lavandería abierto a un costado; un área de cocina trasera con un
cuarto pequeño para el fuego y los utensilios; un cuarto de baño anexo estilo
oriental, con lavatorio, taza rastrera y una cubeta de 100 L con agua y un
cucharón para bañarse. Y en el centro del patio hay una plataforma cuadrada,
también en altura y con techo, para relajarse y compartir, la actividad más
importante para el balinés. Tanto las terrazas como el interior de la casa
relucen en azulejos color terracota.
La esposa de la familia y la hija pequeña se encargan
de los rituales hindú, que son todos los días en la mañana, al medio día y en
la tarde. Para cada ritual la gente compra flores, hace sobres tejidos con
hojas de palma, cocina arroz que tiñe de colores y crea paquetitos con esto que
coloca, junto a algunas frutas, frente al monolito de los dioses y a la entrada
de sus residencias o fuera de sus locales comerciales, y les quema inciensos
para ahuyentar a los espíritus malos y traer buena suerte. Cada ritual duras de
dos a tres horas, y si bien toda la familia participa, muchos jóvenes confiesan
no comprender el porqué, y ya no sienten su importancia.
Ayer domingo arrendé una moto para pasear por los
alrededores de Amed. Tirta Gangga resultó espectacular; tiene centenares de
terrazas arroceras en un valle largo y grande, que por falta de una vista buena
desde el camino no pude fotografiar en magnitud; es de quedarse con la boca
abierta, que de haberlo sabido antes, habría insistido en buscar alojamiento
allí, o al menos ver la posibilidad de hacer un tour.
Luego de usar el mejor internet del viaje, en
Amlapura, la ciudad más grande de por aquí, me fui en moto hacia el norte de
Amed. Subí y subí por parte de lo que debe haber sido el volcán Gunung Agung,
el más alto de Bali (3.142msnm), sin saber bien a dónde pero buscando un pueblo
que salía en el mapa, Rendang.
Un policía, luego de un movimiento con la moto que
sospeché no era correcto, me detuvo. Pensé que “estaba perdida”, que me pediría
plata por alguna razón, pero luego de mostrarle todos los papeles en orden y la
licencia internacional (servía, era realmente internacional, igual a la que
tenía Jessica), sonreír un poco (porque era muy guapo) y ponerle cara de
turista despistada, dejó que siguiera mi camino sin más que sonreírme de
regreso para devolver mi coqueteo.
Escogí un solo templo de la guía para visitar, al
azar, porque no tenía mucho tiempo restante para regresar con luz. Así fue como
llegué a Pura Besakih; me cobraron entrada, me hicieron arrendar un “sarong”
(olvidé en Amed el que había comprado en Ubud), pero cuando un guía turístico
me insistió que lo necesitaba a él para entrar, partí empecinada el recorrido sin él.
Era una “cosa” ¡enorme!, ¡impresionante! No me quedé más que 15 minutos, pero ¡qué
cosa!, ¿linda?, sí, supongo, aunque impresionante ante todo.
El paseo por el monte fue hermoso, me pareció el “paraíso
del hinduismo”, con sus construcciones y decoraciones típicas, algo desolado y
sin turismo excepto por el templo a donde llegaban buses colmados con
extranjeros; era limpio, con vegetación espesa, más fresco que abajo... fue maravilloso.
A mi regreso, me anduve perdiendo entre caminos de
tierra y arena, manejando lo más rápido posible montaña abajo. Finalmente me
encaminé, y de pronto vi cruzar, sin poder detenerme porque estaba en la
carretera, a ¡una serpiente! (o culebra); era gris con líneas azules y rojas…
que miedo... aunque supongo que ella lo pasó peor pues dudé si logré obviarle
la cabeza con mi rueda.
Cuando llegué a Amlapura quise tomar otra ruta; me fui
por Ujung, y desde allí por los cerros bordeando la costa hasta Amed. Fue un
viaje larguísimo, pero ¡lindo! Se puso a llover poco antes de llegar a mi
hospedaje, lo que sumado a que iba rápido y por un camino algo agujereado, hizo
que en un frenazo la rueda trasera se resbalara en algo de arena, haciéndome
caer de lado y patinar un par de metro por el pavimento desolado; mi única
preocupación fue la moto, por lo que al ver que no le había pasado nada (al
parecer patinó sobre mí), seguí mi trayecto. Llegué empapada, sumando ropa mal
oliente, y con un “golpecito” poco grave gracias a la ropa larga que me
protegió, quedando sólo con el codo y la rodilla raspados. Fue gracias a la
ropa larga que devolví la moto sin inconveniente, al pasar desapercibido mi
sangrado.
Mañana tengo pensado ir al norte, a Lovina, y desde
ahí bajar al sur a los templos que se supone "hay que ver". Espero tener al menos
10 días para Java, porque he oído que es muy interesante, especialmente
Yogyakarta.
Que estén bien, que yo estoy perfecto.
Extra: Mamá, sigue cocinando, qué maravilla, espero
algo rico a mi regreso; pero por favor sin arroz que aquí quedaré "hasta
la tusa" de comerlo casi todos los días. Y los baños no son todos
terroríficos; yo creo que aunque feos, son más higiénicos que los nuestros al
no sentarse… manejo el equilibrio.
Antonia