Cómo pasa el tiempo y más aún, ¡cómo se va la plata!
Afortunadamente hoy me fui de Hoi An para no seguir
consumiendo, aunque debo decir que es un lugar para quedarse a relajarse y
disfrutar por varios días.
Los días en Hoi An pasaron rápido. Pasear en bicicleta por
el centro de la ciudad es muy bonito y relajado. Hay motos y autos; pero nunca el
caos de Saigón... hay espacio para todos y también mucho menos ruido.
La ciudad es del siglo 17. Las casas antiguas son una
reliquia; casas de 200 años en estado fabuloso, que en su mayoría son de
material sólido de fachada continua, o con desniveles pequeños entre una y
otra, aunque sin antejardin. Las casas son, en su mayoría, de color
amarillo mostaza, de tonos azul o rosa. Buganvilleas y arbustos de flores color
rosa o lila adornan las fachadas. Las casas chinas tienen interiores
completamente de madera oscura y habitaciones grandes. La mayoría de los techos
son de dos aguas y de tejas de cerámica puestas en líneas descendentes, a
lo que le llaman “techo vietnamita”. Bello, bello, bello, y absolutamente romántico.
Un río cruza la ciudad, creando una península. Desde los
dos puestes uno puede ver los botes y la gente.
Por primera vez en el viaje me encontré con gente, o
sentada en botes o acarreando fruta, que ofrece que le saque fotos, aunque el
ofrecimieno sigue luego con una extension de brazo para recoger la plata... ¡cuidado
con los cariños!
Cada tres negocios uno es de ropa, donde los costureros
hacen las prendas que desee a medida, copias de ropa o de revistas, incluso
zapatos. Una tienda tras otra; al parecer hay al rededor de 200 en la
ciudad. Y la verdad es que es una tentación tremenda porque la ropa que
exiben es bien bonita y se demoran ¡menos de un día en tenerla lista! Mi
chaqueta quedó perfecta, el vestido no tanto, pero bonito igual; las chaquetas
de regalo quedaron lindas, esperando a que les quede bien. Todo bien
empaquetado fue mandado vía marítima a Chile... ¡que susto!, lo que debería
llegar dentro de cuatro meses. Otras calles están llenas de tiendas de zapatos,
y muchas con libros copiados o de segunda mano.
¡Los libros!, todos se ven interesantes. Yo, la persona “que
lee menos en el mundo”, quería comparar varios libros porque muchos me parecieron
llamativos, con historias relacionadas con la historia (sin ser textos
de historia), o de aventuras de viajes... hecho para viajeros, y a un
precio ridículo.
Sorpresivamente me re-encontré con los dos
neozelandeses que conocí en Phenom Penh y que luego volví a ver en
Sihanoukville. Aunque obviamente fueron ellos quienes me vieron, porque yo
siempre camino en “mi mundo” mientras la gente pasa por mi lado desapercibida. ¡Antonia!...
y ahí estaban. Ha sido fantástico conocer a este duo multicolor (uno bien rubio
y el otro oscuro), porque me han dejado una percepción del neozleandés mucho
mejor que la que tenía hasta antes de partir de Nueva Zelanda. Ellos crecieron
en Paraparaumu, en Kapiti Cost, muy cerca de Levin, por lo que entienden muy
bien en donde yo estaba metida. Ahora viven y trabajan en Wellington, y
entonces hemos conversado harto sobre mi experiencia y lo que para ellos es el
país. Qué alivio pensar que hay gente entretenida, simpática y con
ganas de conocer lugares nuevos, y que pueden ser buenos amigos. Entonces pasé
dos de mis cuatro días en Hoi An con esta pareja de amigos y otro más que
recién se les había unido.
Pero la vida nocturana de Hoi An es muy escasa; hay
algunos locales bonitos, pero con poca gente y con precios que sobrepasan
nuetro presupuesto. Así que durante el anochecer cenamos juntos en un boliche
local probando comidas nuevas y luego rondando por la cuidad en bicicleta.
Anoche fue la única vez que encontramos un local con más gente y entoces nos
quedamos hasta las 2 am.
Otra cosa que abunda en Hoi An son las lámparas globosas
de papel o género multicolores, que cuelgan en tiendas, hoteles y restaurantes,
cosa que se ve precioso, especialmente en la noche.
En mi primer dia en Hoi An pasié en bicicleta por la
ciudad y villa pesquera cercana, mientras que en la noche vi un show de baile y
canto cuya calidad era como de presentación de colegio, lo que igual me dio una
idea de cómo se mueven y los gestos que realizan. En mi segundo día fui a la
playa; ¡maravillosa! extensa, ancha, de arena rubia, agua azul oscuro, sin
mucha gente, camas donde echarse y agua tibia. Estaba caluroso, pero
siempre con una suave brisa que impedía que me “cocinara”... delicioso. Es la
playa número tres en mi categoría de “las mejores playas del viaje”, luego de las
Gili en Indonesia y de Pulau Kapas en Malasia. Con este punto, Hoi An se pelea
los primeros lugares como mejor destino turístico.
Pero las chicas que venden en la playa, ¡mierda que la
deben pasar mal!. Con ese afán de estar blancas, mientras una se
“descuera”estúpidamente y
muchas veces sufre también por estar lo más negra posible, ellas se
visten “hasta el cogote”, usando polerones, mascarillas, guantes,
pantalones y hasta calcetines; los calcetines y medias son
sensacionales, están hechos con una hendidura en el dedo gordo del pie, para
que calce en la hawaiana.
En mi tercer día tomé un curso de cocina que me dejó mucho
que desear. Un “cabro” joven me pasó a buscar en moto al hotel, en vez de en
bicicleta, pues resultó que yo era la única cliente del día. Fuimos al
mercado; el “cabro” estaba absolutamente “fuera de lugar”, bien
poco apropiado para hablar y vestir, como si estuviese en medio de un
“carrete” con sus amigos. En fin, simpático después de todo; lo necesitábamos
porque era el traductor. Lo bueno fue que el lugar de cocina era bonito y pedí
que me cambiaran una de las recetas que era a base de flores de plátano (razón
obvia) por algo diferente, y no hubo problema. El punto fue que me enseñaron a
hacer rollitos primavera “frescos” y fritos, muy sencillos, y luego me dijeron
que el tercer y último plato sería pescado asado con “tumeric”; los dos platos
siguientes serían servidos, pero no enseñados... Y “me bajaron los monos”,
porque yo no fui a un curso para comer, sino para cocinar, así que luego
de discusiones me mostraron cómo hacer los otros. Absolutamente ninguna
competencia con el curso que tomé en Bangkok, a parte que las recetas eran muy
básicas, nada que no pudises ser leido en un libro sin cometer error alguno. En
fin... al menos aprendí algo y comí rico; pero ¡cara “la gracia”! En la
tarde me dediqué al vestuario familiar, cosa nada de simple; escoger e imaginar
lo que a otro le quedará bien “da miedo”, pero es verdaderamente entretenido el
mundo de la moda. Con más tiempo hubiese paseado por todos lados en busca de
las telas que quería; así que familia, lo lamento si no cumplen con sus
expectivas. “Lo pase chancho”, y los neozelandeses estaban entusiasmadísimos
con sus trajes.
En el cuarto y último día fui con los muchachos a la
playa; pero primero fui al correo a despachar el paquetote con ropa. La gente
del correo fue muy cooperadora y eficiente. El día estaba lindo; arrendamos como
de costumbre bicicletas y pedaleamos los 5 km... ¡por fin ejecicio! A los 20
minutos de estar en la playa, el cielo se puso negro, y tiempo después se puso
a llover. Me senté en el restaurante con una australiana que conocí,
mientras los hombres se bañaba. Más tarde decidí que me bañaria, ya que quizá
sería la ultima playa del viaje... y entonces me vino el recuerdo de Cuba. No
tengo ese recuerdo vívido; pero una vez dentro del agua tibia y con el cielo
azul oscuro, con nubes grises y olas no muy grandes, me acordé de aquellas
vacaciones de hace 15 años atrás. Majestuoso.
Si no fuese porque nunca vuelvo a usar las poleras que he
comprado en viajes, me compraría la que dice “I love Vietnam”, porque realmente
I love it!, ¡me encanta! Los paisajes son fabulosos; Hue es bellísimo. La gente
es muy simpática también, nada que ver con lo que oi alguna vez sobre el
vietnamita. Es gente que disfruta, que se sienta en las calles o en frente de
sus puertas a tomar café negro con un poco de leche condensada, en un vaso
pequeño tipo whisky, y un poco de té en otro vaso; también comparten jugando
cartas o con tableros y fichas, o simplemente se sientan en sus salas comunes
de casas con las puertas abiertas, como compartiendo con el vecindario sus vidas
privadas. Al mismo tiempo, no son gritones ni escandalosos. Yo creo que deben
parecerse a los chinos; muchos son bastante blancos, con rasgos lejanos a los de
los camboyanos o tailandeses. Y les da exactamente igual el cómo uno se viste,
incluso en los templos (aunque igual hay que sacarse los zapatos y los gorro).
Las tenidas formales en las mujeres son algo diferentes;
así como las mujeres que van a la secundaria o universidad, las señoras se
ponen conjuntos de pantalón suelto y túnica larga abierta desde la cintura
hasta los tobillos en ambos costados de las piernas, en telas coloridas de seda
o satín.
No sé si será por la estación lluviosa, pero los mosquitos
casi no molestan, incluso menos que en Camboya y Laos. Pero una cosa
desagradable para viajar en Viatnam es que los cajeros automáticos no dan más
que US$100, lo que significa que hay que pagar intereses extremadamente
altos cada vez ; yo he usado los dólares que traje para evitar perder...
¡pero ya no me quedan muchos!.
Luego les cuento de Hue. Por ahora les deseo que pasen
unas fiestas patrias increíblemente buenas, que se tomen un vino tinto y
coman una empanada por mí. ¡Felicidades a todos!