22 de septiembre de 2010

Desde Hanoi (Ha Noi), Norte, Vietnam




Todo es fantástico... salvo ¡las bocinas!
El viaje nocturno en bus desde Hue hasta Hanoi fue bueno. Una vez más en la parte trasera del bus, rebotando el camino completo, y “deleitándome” con los bocinasos que el chofer no paró de hacer ¡durante 12 horas!
Y el bus, otra vez, paró donde quiso en Hanoi. Nos bajaros en una parte alejada del centro de Hanoi, que ni siquiera era el terminal de buses. Taxis y motos estaban a la espera de los turistas para llevarnos a nuestros destinos finales; esta vez, con más energía que en Hue, me negué a tomar estos servicios. Caminé hasta que encontré la parada de buses locales, y gracias a una señorita que me dio el número del bus adecuado, pude tomar uno. Esto fue, eso sí, tener algo de suerte; pese a ser buena gente, en estos aspectos los vietnamitas son terribles, se protegen unos a otros y no “sueltan” información alguna para que uno tome los servicios alternativos y por ende gaste más plata.
Cada vez más caro; lo más barato en alojamiento que encontré fue una pieza por US$7, aun cuando todo estaba sobre US$10. Siempre hoteles; en Vietnam casi no hay alojamiento que no sea hotel, y por ende siempre dan toalla y la pieza tiene televisión. El dormitorio compartido que encontré era “de no confiar”, con un pasillo con camarotes a lo largo, sin espacio para mochilas, oscuro, feo… imagínense lo “dudoso” que se veía que hasta yo lo rechasé.
Hanoi es un caos máximo; aunque creo que Ho Chi Ming es aún peor. La diferencia es que aquí es más pequeño, con calles angostas, por lo que si bien hay menos tráfico, la aglomeración es “macabra”. Lo peor de todo son las bocinas; es una cosa “abismal” que retumba en el cerebro, y que estresa. Aun esquivándolos, “los pelotas” te tocan la bocina de todos modos, por el motivo que sea, a la hora que sea. Y pese a la aglomeración no he visto ningún accidentes, y cruzar la calle resulta hasta más fácil que en otros lados; no hay que pensar ni mirar, sólo lanzarse lentamente para que el resto te esquive.
En mi experiencia, al menos, Hanoi no tiene mucho de especial. Si no fuese por el lago Hoan Kiem, que está en el centro de la ciudad antigua, no habría mucho qué disfrutar. El otro “detalle” es que las calles son extremadamente desordenadas; no hay calles rectas, van en todo sentido y por ende cambian de nombre cada pocos metros.
Cuando llegué a mi hotel, gracias a una moto que me ofreció la “oferta” y me llevó gratis, me duché y preparé mi mochila con candado, porque oí que Hanoi es un poco más “manilarga” que el resto del país, y salí a la aventura. Caminé hasta el lago, luego fui a un sector cercano con callecitas a ver algunos sitios; pero todos estaban cerrados porque era la hora de almuerzo. Almorcé ensalada de papaya verde. Luego me compré un “moon cake”; estos pastelitos son horneados, de masa café o blanca y rellenos; los he visto desde que llegué a Vietnam, en locales ambulantes con cajas rojas y amarillo, presentados de manera muy especial. Siempre me pregunté “¿qué hay acerca de estos pasteles, y porqué tan caros comparados con el resto de las cosas?”
Una señora con su hija, canadienses pero de raíces china-malayo, y que iban conmigo en el tur en Hue, me comentaron acerca de los “moon cake”. En la mitad del otoño, en luna llena, y relacionado con la fecha del año nuevo chino, se celebra una creencia relacionada con ángeles y la luna... un cuento chino, y cuya celebración está hecha para los niños. Antes de este día, que cambia cada año, comienzan a preparar estos pasteles, por lo que uno puede comprarlos hasta esta fecha; pasada la luna llena ya no hay más pasteles, y por ello no los vi en Malasia.
Entonces compré un ”moon cake”, para probar, digo yo. Mil y un tipo diferentes de rellenos, con carne o sin, dulces o salados. Yo compré el más barato, a 26.000d; ¡era delicioso!, una masa blanca hecha (imagino yo) de harina de arroz con clavos de olor, en cuyo interior había una mezcla de azúcar, semillas de sésamo, fruta confitada (probablemente coco) y, crean o no, un poquito de pollo, que sólo lo sentí una vez que mastiqué y saborié cada pedacito. Entonces ya eran cerca de las 14 horas, y el calor era insoportable. Quizá ayer haya sido el día más caluroso de todo mi viaje; estaba completamente transpirada, y mi mochila, una vez más, hedienda. Así que me fui rumbo al hotel... o eso es lo que pretendí, porque donde creí estar, no era el lugar. Deambulé 30 minutos casi en círculos hasta que tomé la ruta inversa a cuando salí del hotel, y cuando casi me di por vencida estaba frente a él.
No salí del hotel hasta la hora del atardecer, para visitar el templo que está al centro del lago y para ver la puesta de sol. Bonito; pero el templo nada muy especial, al igual que los que visité hoy. El colorido naranja en el agua, espectacular... las cámaras “disparaban” fotos a todo el rededor del lago. Entonces una señora me detuvo y se presentó; era vietnamita y profesora independiente de inglés; me pidió que fuese a su clase de inglés a conversar con sus alumnos, y aunque yo lo dudé, porque estaba haciéndose tarde y no quería regresar a oscuras, al mostrarme su identificación, su libro, ofrecerme compañía para regresar, todo con una sonrisa y cara bondadosa, terminó por convencerme. Estuve, entonces, de profesora de inglés por dos horas y media, primero en un curso avanzado y luego en uno con sólo cinco días de comenzado, con alumnos de entre 16 y 25 años que querían aprender más de lo exigido por sus clases de colegio o universidad. ¡Qué entretenido! Yo al frente de la clase respondiendo preguntas y contando acerca de mi país y vida; por supuesto, las preguntas típicas que todos hacen en Asia, son: ¿estás casada? ¿tienes pololo?, ¿y porqué no estás casada?'; también recibí piropos varios y preguntas de todo tipo, en que ellos ponían todo el esfuerzo posible para comunicarse. Estaban todos, incluida yo, muy curiosos y atentos, y la profesora fue “un amor”. Esa sí que fue una experiencia cultural fortuita.
Después de la clase, la profesora me llevó, junto a una alumna, a probar el “Pho” (dicho “pó”), que tanto hablaba ella y los alumnos, que “¡¿cómo era posible que no lo haya probado?!”. Cruzando las calles y caminando, con la profesora siempre agarrada a mi brazo para guiarme, cosa que no me agrada mucho porque lo hacen demasiado fuerte (ahora explico un moretón que tengo), pero que demuestra que aquí en Vietnam la gente no teme al tocarse, a demostrar afecto en público... uno ve parejas cariñosas, lo que no ocurre en el resto de los otros países que visité.
Y el “Pho” resultó ser ¡sopa de fideos!... por cierto que lo había probado, de hecho es mi desayuno diario, y si no lo como en la mañana o mediodía, lo hago por la noche. No dije nada, sólo que estaba muy rico. Me encanta esta costumbre de tomar sopa de caldo, con carne o tofu, brotes de soya y hojas varias, y aderezado con un poco de limón (o naranja) y pasta de aji; esto es típico de desayudo o para la ocasión que sea, y a veces por simple entretención.
De regreso “a casa”, la ciudad estaba toda iluminada, con mucha gente caminando al rededor del lago; era la noche previa a la fiesta de luna llena en otoño.
Hoy salí a caminar; pero no había mucho de mi interés, fuera de que encontrar los lugares que quería resultó un verdadero desafío, y dos de ellos estaban cerrados, incluido el mausoleo de Ho Chi Ming que cierra a las 11 am y el museo de la mujer, por reparaciones. La mujer tiene un lugar importante en la sociedad, fueron ellas las que salían a pelear a la guerra cuando los hombres transportaban mercancías por los “caminos de Ho Chi Ming”.
Lo que me gustó de hoy fue la presentación de teatro de “muñecos de agua”. Se trata de marionetas manejadas desde una base que está bajo el agua, que la gente los mueve tras una pared. Innovador, entretenido y bonito.
Hoy, a partir de las 19 horas, comenzó la fiesta callejera de luna llena. Algunas de las presentaciones para los niños inlcuyeron cantantes, bailarines, dragones y otros personajes en las calles. Creí que nuestro año nuevo en Valparaíso no podía llenar más las calles; pero esto es irreal, estaba absolutamente atiborrado de gente, de motos (mas motos que nunca), de gente con gorros de fiesta, de venta de juguetes en las calles... y dale con los bocinasos.
Lo bonito, sobre todo en esta ciudad, son las banderas vietnamitas que adornan muchas de las calles; quizá sea únicamente por la festividad, no lo sé. Lo malo es que no hay precios fijos y por lo tanto como turista no se puede comprar lo que se quiere, especialmente fruta (en mi caso); con el sólo hecho de preguntar “cuánto cuesta” uno ve en sus caras el cálculo “imbatible” que viene con una respuesta insólita. La única fruta que he logrado comer es pomelo; la gente aquí en Asia “está loca” por los pomelos, que son enormes pero nunca tan amargos como en Chile; los pelan, si así lo quieres, con una destreza y técnica sorprendentes, y se los comen en gajos.
Y eso, mañana comienza mi seguidilla de tures; primero al este, a la ansiada Bahía Halong, por tres días, y luego al norte, a Sapa, para luego pasar a China. No sé si tendré acceso a internet en los días próximos, así que no se impacienten si no escribo; estaré en una ruta muy turística.
Muchos cariños, y que el sol siga calentando y sonriendo.
Antonia