11 de noviembre de 2010

Desde Qingdao, Shandong, China

Siguiendo en Beijing, mi destino del martes fue el “Palacio de verano”; un palacio “grandecito” conformado por una edificación grande que mira a su lago, casas varias, muchos templos, un embarcadero, botes, un barco de mármol y un puente, también de mármol, que cruza hasta una isla pequeña en el interior del lago. Era muy bonito y con harto colorido, aunque el día estuvo algo nublado.
El clima en Beijing se torna cada minuto más frío; el viento lo congela todo. No me saqué la chaqueta más que para dormir, y los guantes y bufanda también fueron imprescindibles. Dicen, en cambio, que en verano la ciudad es un verdadero “horno”.
Luego de visitar el palacio por unas tres horas, fui hasta “Silk Street”; un edificio de comercio, de seis pisos, con pasillos en cuyos lados hay puestos pequeños con productos varios. Era la locura de la compra y la venta; es donde se consiguen todas las copias de las marcas caras y la ropa “barata”. El punto es que allí nada tiene precios estandarizados, y los vendedores chinos resultan ser los más “jodidos” de toda Asia para negociar, aunque no de una forma muy inteligente; fue muy agotador. Pregunté los precios de algunas cosas, tras lo que siempre recibí respuestas de precios absurdamente elevados; entonces decidí sólo pasear para mirar lo que tenían y ver cómo “se movía” el comercio. Pero “¿por qué no probarme un vestido?”, me pregunté, “para ver qué pasa”; me quedaba lindo, y la vendedora “se las sabia por libro”; “qué delgada eres y qué bien te queda”, me decía, cuando sé perfectamente que la flacura “la dejé por estos días en algún otro lugar”. Y siguió, “porque me caíste tan bien, te haré un descuento del 50%”; mostrándome en la calculadora sus cálculos, resultó con una cifra por ¡Y1380! (CL$100.000), ¡por un vestido de algodón!. No supe si enojarme o reírme; sin equivocarme en el precio que quería pagar, di la cifra deseada y caminé fuera del local; la chica, entonces, me dijo “eso es muy bajo, el vestido es de muy buena calidad, pintado a mano, al menos dame un poco más; ¡Y650!”; en un local como ese (nada elegante) y con más vestidos iguales, lo único que concluí fue que la vergüenza la han dejado “no sé dónde”. Finalmente, y porque me gustó el vestido, pagué Y200, lo que en ningún caso es una baratura para China; pero bueno, tampoco lo iba a encontrar en Chile.
Ora prueba, pero escueta, fue preguntar por el precio de un juego de mahjong; Y750 me mostraron en la calculadora, y mientras me iba, cinco segundos después, me gritaron Y200; ¡ridículo! La gente en Silk Street ha aprendido varios idiomas para presionar a que vean sus artículos, así como también presionan el brazo cuando se sobre exaltan.
Cansada de tanta locura, viendo a gente que va con maletas para llenar y a la mayoría de los turistas que termina pagando igualmente harto, porque bajar el precio no significa que ofrecerán las 10 a 20 veces menos de lo que vale un artículo, me fui a casa de Ricardo.
Esa tarde, que era más tarde de lo que común, experimenté la “hora pick” del metro. “¿Alguien reclamaba del transantiago?”, vengan a ver esto y se quedaran igual. Entré al metro por flujo de masa; me empujaron, empujé, y entonces estaba dentro del tren, con una mano casi abrazando a un tipo y la otra medio torcida tocándole el poto a otro, sin alternativa alguna.
Tener a alguien con quien conversar taaaaanta cosa, resulta muy agotador; las conversaciones con Ricardo terminaron siempre tarde en la noche, sobre todo porque él trabaja por la noche en el computador; y como yo siempre “aprovecho el día”, el levantarme temprano y acostarme tarde por casi una semana me regalaron unas ojeras “preciosas”; pero no me quejo, porque la pasé muy bien.
El miércoles fui a ver en qué iba mi visa para Australia; esto porque el marte llamaron a Ricardo para preguntarle algunas cosas de mí (le debo una a este hombre). Para mi sorpresa, me entregaron ese mismo día el pasaporte con el permiso necesario para pasar por Australia; en menos días del mínimo anunciado... ¡plop! Así que tuve que re-estructurar y apresurar mis planes para Beijing.
Caminé hasta la exposición de agricultura Beijing-Shanxi, que me había perdido el otro día. Todo estaba funcionando bien; apenas llegué, bombos, platillos, petardos y globos anunciaban el comienzo de la exposición. Con una entrada en mano, que me regalaron allí, y luego de que no dejaban entrar sino con un permiso especial (¿por qué?, no sé), entramos un grupo al recinto tras los empujones que la gente hizo para que los guardias desistieran de la restricción. Fue muy interesante para mí el ver y probar algunos de los productos nuevos que China está sacando para su mercado nacional. Los visitantes, eso sí, estaban como locos; compraban lo que se les cruzaba por delante y moviéndose a empujones como de costumbre. “Me gané” unas fotos, también, porque a penas me vieron, a la única extranjera, algunos reporteros del evento me situaron entre los productos para tomar la foto adecuada; fue muy divertido; no me sorprendería si aparezco en algún periódico.
Estos chinos, como dice Ricardo, no tienen lógica; no hay que tratar de entenderlos. No son gente mala, en lo absoluto; pero parecieran no tener el más mínimo respeto por el otro. Empujan, se colocan delante de la gente en las filas si se ha dejado más de 20 cm, no ceden el lugar en ningún caso, y parecen no darse cuenta de ello; así como el escupir en público, no se cuestionan si es correcto o no, simplemente avanzan como zombis sin razón ni lógica.
No sé si será verdad, pero el tema de la apariencia física resulta funcionar casi igual. Cerca de la mitad de las mujeres usa falda corta y se arregla bastante; pero ellas no parecieran tratar de mostrar nada, sino de simplemente vestirse como las revistas; mientras los hombres tampoco perciben nada, pues jamás las miran más que a la cara, y si es eso.
Terminando de ver la exposición, era muy tarde como para ver el otro hito importante de Pekin, la “ciudad perdida”. Así que hice trámites de compra de pasaje para la noche siguiente, ir al banco, correo y caminar.
Caminar en Beijing puede destruir los pies; me duelen los talones enormemente, porque caminar una calle en Beijing es como caminar unas cuatro en otro sitio. Caminé mucho; fui hasta la Plaza Tiananmen, donde está sepultado Mao, está el “monumento al héroe de la gente” y donde de iza y baja la bandera cada día; la plaza es inmensa, a ella llegan miles de personas que deben ingresar de a una y pasar sus bolsos bajo detectores debido a que “TODO” está prohibido de ingresar. La plaza queda frente a la puerta sur de la Cuidad prohibida; es donde Mao, en 1949, se dirigió a los chinos.
Luego del atardecer en la plaza Tiananmen, me junté con Ricardo para ver la opera china. Interesante; no voy a decir lo contrario. Era una mezcla de teatro y canto, o chillidos. Resultó graciosa, y estresante también, oír hasta dónde pueden llegan los decibelios de los cantantes; como para no ir nunca más, aunque “choro” fue ver el vestuario y maquillaje típico de las fotos chinas, esos con la cara blanca, párpados rojos y cejas negras en diagonal.
Ayer, mi último día en Beijing, fue para ver la “cuidad prohibida”. Estuve allí unas cinco horas; primero porque era francamente enorme, y segundo porque hacía un frío “macabro”, con mucho viento que dificultaba moverse. Arrendé un audífono con GPS que relata eventos, en el idioma deseado, cuando uno se acerca a los puntos; fue bueno.
La ciudad prohibida es gigantesca; tiene un templo dentro de otro; se cruza y cruza puertas hacia espacios que le siguen, en dirección norte, hasta llegar a un jardín. Hacia los lados tiene calles y templos donde vivía gente que trabajaba allí. Todo tenía nombres “pomposos”, como “templo de la sabiduría”, “jardín celestial” o por el estilo. Lujoso, todo era para el emperador, familia, concubinas y trabajadores; “pucha” ¡qué tenían plata! Ahora, en muchas de las habitaciones, hay exposiciones con artículos varios de la época actual, Ming y Qing, parte de los cuales la gente a donado. Todo fue muy bueno, no cabe duda.
Después de salir de la ciudad prohibida, por la puerta norte, subí el cerro del parque anexo para ver la vista que me habían recomendado. Cierto, la vista era fabulosa, sobre todo porque el atardecer estaba muy bonito, con el cielo azul y con luz natural amarilla y rosada. Tomé una foto de la ciudad perdida; pero cuando quise sacarle al resto de Beijing, que se veía increíble, la batería de la cámara se agotó (qué mala suerte).
Regresé al departamento de Ricardo para ordenar mi mochila y despedirme; pero antes cené “jioza” en la esquina. Puse a cargar la batería de la cámara. Una vez “todo” empacado, y luego de más “parloteo” con Ricardo, me fui en metro a la estación de trenes, con una mochila que debiendo estar más liviana y pequeña, por haber dejado cosas “atrás”, parece cada vez más grande y pesada por lo nuevo que le he metido.
Estando en el metro sentí una inquietud... ¡la batería de la cámara!; recordaba haber metido a la mochila todos los cables, pero no haber puesto la batería dentro de la cámara. Llegando a la estación de trenes, donde sabía que había teléfono público, llamé a Ricardo; qué mal me sentí, porque él se había ido al gimnasio. Sin vacilar Ricardo me dijo que regresaría a su casa para pasarme la batería. Casi volé de regreso al departamento, corriendo con la mochila de 15 kg a cuestas entre los cambios de líneas del tren. Ricardo me esperaba abajo del edificio con la batería en la mano. Tuve que tomar un taxi de regreso a la estación, porque pese a que tenía inicialmente mucho tiempo de espera sólo me quedaban 40 minutos para partir. Llegué al tren justo a tiempo... ufff. Sin cámara no iba a ningún lado. Gracias, Ricardo.

Y ahí estaba yo, a las 22:48 horas rumbo a Qingdao, una vez más en mi “asiento duro”, y ene el que no me correspondía porque me lo habían cambiado. Y este tren iba aun más lleno que el de ida a Beijing, por lo que lancé mi mochila al suelo, bajo los asientos, mientras la gente colapsaba los pasillos y lugares entre los vagones; esto porque sobre venden pasajes.
Y ahora estoy en Qingdao, nueve horas al este de Beijing en la provincia de Shangdong, lista para la caminata de hoy y mañana antes de partir a ShanHai, mi último destino de Asia.
Que estén bien.