24 de junio de 2010

Desde el tren “ekonomi” y Bandung, Java, Indonesia

Mis últimas horas en “Yogya” fueron lentas, caminando y descubriendo un poco más sobre comidas y rincones. Y en la noche, a las 20 horas, me embarqué en tren.
“Qué mejor que aprovechar el tren '”ekonomi”, me dije, esperando sentada en una butaca de la estación. Cuando llegó un tren, un poco más temprano de la hora en que salía el mío a Bandung, y vi a la gente literalmente correr para subirse, preferí preguntar en la boletaría si a caso era el que me correspondía; como era mi tren, fui de las últimas personas en subirme... ¡error! El tren estaba lleno, y como “ekonomi” implica sin numeración, Antonia “sonó”; me quedé sin asiento, parada junto a unos cuantos más, si bien con un chico de lentes “poto de botella” bien simpático, el único que hablaba algo de inglés. El chico me decía que lo siguiera para encontrar un lugar mejor, hasta que me ofreció uno para dejar mi mochila que no pude más que rechazar… era frente a la puerta abierta del tren. El chico era muy inteligente, culto, atento y respetuoso; de origen humilde, estudiaba leyes para combatir la corrupción de su país; y pese a que nadie me ha dado escusas para pensar incorrectamente de alguien en este país, no acepté su ofrecimiento tentador de bajarme con él para conocer donde vivía junto a su familia.
Al principio del viaje “ekonomi”, entre frustrada y sorprendida, decidí poner mi mochila en el pasillo y sentarme encima, pues no quedaba espacio para guardar el equipaje sobre los asientos ni pensaba irme parada durante nueve horas; a lo que la gente me respondió con un “no, no”. Entendí el “no” cuando tuve que dejar pasar cada 15 segundos a los vendedores ambulantes por el pasillo del vagón “ekonomi”; pasillo de la mitad de ancho que el de “bisnis” (de unos 80 cm) debido a los cinco asientos en vez de cuatro que tiene el tren a lo ancho (dos y tres a cada lado). Entonces puse la mochila verticalmente a un costado de una pared, en el último hueco disponible al extremo del vagón, al lado de la puerta del baño, y me senté sobre éste.
En el tren “ekonomi” pasan casi más cosas que en el mercado; hay venta de agua, comidas preparadas en olla, golosinas, abanicos, juguetes, café… cada vendedor vocea su oferta, repitiendo cuatro veces la palabra y manteniendo alargada la última letra para darle el tono característico de la venta... kopi, kopi, kopi, kopiiiiii (café)... air, air, air, airrrrrrr (agua).... un tanto “enfermante”. La música con audífonos que llevo endulzó el momento, así como ver tanta solidaridad al compartir el espacio que ya no queda del asiento con alguien más, y siempre sonriendo.
De repente, pasada más de una hora de viaje, vi un hueco vacío entre el equipaje sobre los asientos; “salté” inmediatamente a poner mi mochila, y más tarde apareció “la luz del paraíso” ante mis ojos, y que la gente me indicaba... ¡un asiento disponible! Me senté y seguí sentada extremadamente recta durante toda la noche, tratando de enfocarme en la música, en el libro o espiando a la gente, porque los cabezazos contra el respaldo vertical (común con el del asiento de atrás) hacían aun peor el tratar de dormir. La mejor posición que encontré fue extender las piernas hacia el pasillo, aunque compartida con el millar de vendedores, pues el espacio para éstas se usa en conjunto con la persona del frente que mira en dirección opuesta. Alrededor de las 2:00 horas quedamos cuatro personas en vez de seis en los asientos ubicados uno en frente de otro, pudiendo pone las piernas estiradas sobre el otro asiento, intercalados.

Antonia