¡Por fin un asiento! y ¡por fin internet!
Ufffff...
déjenme respirar antes de tipear en el teclado como loca.
Mi
última noche en Guilin fue buena. El día anterior, antes de partir a la villa
Jiangtouzhou, un tipo chino, que hablaba inglés, me paró en la calle para
ofrecerme a probar el té de su villa. En las calle hay algunos locales
donde venden té y dan a probar en tasitas con teteritas y todo el "aparataje" (sencillo después de todo). Lo que me ofreció fue un té comprimido manualmente
en bolitas, así como la caca de los conejos; era delicioso; sin tener azúcar, me
dejó un gusto dulce en la garganta, y se pude reutilizar ¡20 veces!; no es
barato, pero tiene un envase que creo puede ser importado a Chile. En fin, tomé
los datos del tipo, y de paso me ofreció contactarlo al regreso para ir a
cenar.
Y
así fue, regresé a Guilin, donde no había mucho que hacer, y en vez de perder
más tiempo, decidí llamar a “Tom” (el nombre que le dieron en su curso de
inglés), o Chiang (su nombre chino). Resulta gracioso lo directos que son para
expresarse estos chinos; me decía que no podía contener la alegría por haberlo
llamado, de caminar por la calle conmigo. Me llevó a un local de comida china;
pidió “a lo chino” varios platos para compartir: un plato con maní
tostado, uno con puerco agridulce, uno con carne roja y uno con jiaozi (las
empanaditas tipo japonesas). Todo estaba delicioso, pero obviamente, y como de
costumbre en China, no pudimos terminar de comerlo todo. Y seguía expresándome
lo feliz que estaba de salir conmigo.
Los
chinos tienen la costumbre, bien mala para mi punto de vista, de desperdiciar
la comida en cantidades abismales. Piden muchos platos, entre varias personas,
pero nunca los terminan, y lo que hacen al finalizar es tirar al tacho de la
basura todo lo que sobra. Comer de donde otros han comido es tremendamente
incorrecto en China, aun cuando no lo hayan tocado... simplemente se bota.
Entonces, yo pienso, toda esta crisis por alimento que supuestamente el mundo
está viviendo, no es porque no hay comida suficiente, es porque los chinos ¡la
botan! Una pareja de amigos alemanes con quienes compartí el dormitorio en
Yangshuo fue a un restaurante en el campo y pasaron de su mesa a las dos
vecinas para comer lo que la gente había dejado; dijeron que los demás sólo
miraban, mientras ellos la pasaban fenomenal; pero otros conocidos dicen que hacer
eso es un dasagrado máximo... quizá en un ambiente más formal.
Y
luego de mi cena con Chiang, que no me permitió pagar, fuimos a caminar
para “bajar la comida”. Para entonces él ya me había hablado de lo tanto que me
gustaría vivir en su villa, o visitarla, y que mi familia podía ir como
invitados; que si voy en invierno hay cenas y comidas en todos lados, que se va
de casa en casa y se conversa come y juega todo el tiempo, mientras en verano
se trabaja. Chiang me estaba armando la vida completa con él, ya tenía el
matrimonio soñado. Y es que él dice ser diferente al resto de su familia y
hermanos que se casaron por arreglo de sus padres; él es el único de
su villa que estudió agricultura en la universidad, y por lo tanto quiere algo
diferente para él... pero lo ciento, no conmigo, aun cuando el tipo haya sido
un encanto.
En
todo evento social, que es común en China, el cigarrillo juega un papel
crucial, especialmente entre los hombres. Se comparte ofreciendo cigarrillos, o
se regalan cuando se llega a un lugar; ser cortez significa, también, aceptarlo
y fumarlo, por ello es que tanta gente fuma por todos lados, incluso dentro de
buses y otras áreas cerradas; algunos restaurantes, sin embargo, lo tienen
restringido.
Luego
de la caminata, Chiang me llevó a mi hospedaje. Aunque yo no tenía pensado
regresar aún, accedí a partir para acostarme temprano. Entonces me despendí, y
él me dijo que no quería despedirse aún, que si podía acompanarme ¡a mi
pieza!... “no”, fue mi respuesta. “Chuta”, y yo que pensé que con tanta
formalidad los chinos serían “más lentos en su andar”... “las patitas”. Sonrió,
se despidió y se fué.
A
las 6 am partió mi tur por el río Li. En en bus nos fuimosa Yangdi; íbamos una
pareja de españoles, un gringo y yo, entre varios chinos, porque el tur era el
barato, para chinos. En Yiangdi nos embarcamos seis personas en un “bambú
rafting”, una plataforma hecha de tubos plásticos blancos, imitacion forma de
bambú, sobre los cuales habían sillas, y navegamos río sur hasta Xingping,
desde donde otro bus nos llevó hasta Yangshuo.
El
viaje por el río Li fue precioso. Un poco repetitivo el tema de las montañas
rocosas; era como Bahía Halong, pero las rocas estaban a los costados del río y
eran de bases amplias, más parecidas a las de Guilin. Muy bonito y con la
suerte de tener algo de sol que, como me dijeron los españoles, escacea en este
país que siempre esta cubierto por nubes, neblina o contaminacion.
Al
llagar a Yangshuo tuve mi segundo “percance” con chinos. Nos habían dado un
boleto antes de subir al bote, uno para cada pareja; el mio quedó en manos del
“gringo”, quien se fue en otro bus, y yo por cierto me quedé sin, sin saber que
era para el bus próximo y no para el bote. Discusión tras discusión, con ayuda
de mis compañeros turistas, salí del terminal de buses de Yangshuo sin pagar lo
que la encargada de cobrar me exigía por segunda vez. En todo el resto de Asia,
los viajes en que te mueven de un lugar a otro y te cambian boletos, terminan
funcionando sin problema alguno, por lo que si su sistema es pobre y sin
comunicación entre las partes, mi opinión fue “no es mi problema”… y “chao
pescao”. Esto no evita el punto de que la discusión es a alta voy y con clara
expresión de disgusto, a lo que yo no tengo mayor problema en responder con el
mismo carácter. No sé si se los conté, pero una escena parecida tuve con un
tipo que quería venderme el tur en bote, y que por cobrarme el doble que otro
terminé no comprándoselo, y entonces me gané gratis su drama callejero en que
me decía que era mala persona por “prometerle” (sin ser verdad) que se lo
compraría, y que llamaría a la policía... pero yo “maní”, me fui luego de
explicarle reiteradas veces lo que sucedió.
Yangshuo
(se pronuncia iangshúo) es una ciudad pequeña al sur de Guilin. Si yo creía que
Guilin estaba lleno de turistas, ésta ciudad estaba desbordada, a excepción, y
para mi suerte, de los alojamientos que “florecen” por todos lados. ¡Un asco!,
y chinos consumiendo a destajos lo que se les cruza por delante. Así que decidí
redefinir inmediatamente mi destino próximo; pero entonces empezó mi drama.
En
este país viajar es extenuante y frustrante. Las opciones de a dónde ir no son
muchas, y bastante caras para mis parámetros. Luego, la gente no te ayuda a
encontrar una ruta, sólo ofrece lo que tiene y que con suerte las conoce, y si
no ganan con algo simplemente no es una opción. Por ello, es que he estado
deambulando, tratando de llagar a algún lugar de interés; pero pareciera que me
alejo cada vez más, y me siento “perdida”, cansada y frustrada.
En la incertidumbre pensé que lo mejor sería arrendar una bicicleta e ir al río Yulong, pedaleando entre villas y cerros hasta el puente Dragon, de 600 años; era un puente arqueado de piedra... eso no más. El paisaje fue muy bonito, y otra vez relajante; crucé villas con casas de ladrillos, anaranjados o grises, con segundos pisos que usualmente eran más grandes que el primero, que sobresalían de la parte frontal de la construcción, o pintadas blancas; en su mayoría, las casas estaban a medio construir, con la estructura hecha pero sin ventanas ni terminaciones, como abandonadas; los campos tenían o arrozales o cítricos en su mayoría. Todo fue tranquilo, a excepción de las secciones donde estaba “la China completa” ofreciendo y navegando por el río en los “bambú rafting” (esta vez de bambú), por lo que yo no tenía interés alguno. Y ese fue mi día, de pedaleo completo.
En
mi segundo día en Yangshuo, y algo desesperada porque no sabía a dónde ir, fui
temprano al terminal de buses a ver mis opciones; esta vez sin agente de
turismo. E insistían que no podía ir desde allí a Huangyao, una villa de
900 años, no muy lejos e impresionante, sin ir primero a Guilin, en dirección
opuesta. Al final, resultó que, en vez de en ese momento, se podía ir al día siguiente; pero yo, en estado
de colapso, compré pasaje para esa noche a Guangzhou, una ciudad al frente de
Hong Kong de 10 millones de habitantes; al menos desde allí podría ir a
donde quisiera, y por lo tanto a Yongding, una localidad rural en la
provincia vecina, también recomendada en la Lonely Planet y la razón por la que
había cambiado mi ruta.
Así
que para el día que me quedaba en Yangshuo, tomé un bus y luego una moto para
visitar la villa Shitoucheng, que quedaba en lo alto de unas montañas. Cuando
llegué, el motorista me señaló una piedra donde había algo escrito, expresando
que habíamos llegado al destino; pero lo que decía no era lo mismo que decía
mi guía. Sin mucha opción y luego de insistir que me llevara
al lugar, decidí continuar mi caminata. El conductor me señaló un
caminito angosto entre una plantación, lo que a mi parecer no era convincente
ni tenia “la muralla” que decía seguir la guía.
Caminé
por una villa nueva desde la cual continuaba una “muralla”; pero
el camino se enangostó y cubrió tanto de vegetación que decidí regresar. El
motorista me estaba esperando, y mostrándome un billete de Y50 creo que
ofreció ser ¡mi guia turístico!; pero ni pagando, ni menos a alguien
que no me puede hablar mi idioma, continué por el “caminito”. Efectivamente ese
podía ser el camino.
Un
señor viejito se me acercó rápidamente con algunas fotos y una nota en inglés
diciendo que era guía turístico; entre que no hablaba inglés, que su respiración
era tal que creí ya se moría ahí mismo sin siquiera haber subido mucho, y que
no quería seguir pagando por cada paso que doy en este país, lo rechasé.
Subí
la montaña entre peldaños de piedra empinados hasta llegar a lo alto, entre más
montañas. Pero no había mucho de “villa vieja”, sólo plantaciones de cítricos y
caminitos de piedra bordeando las secciones, y una mujer que caminaba. La mujer
iba a su casa a almorzar, y entonces me preguntó que si quería comer; entre
estar en “la nada” y experimentar la vida de ella, accedí. Entonces llegamos a
una villa pequeña, que si bien tenía algunas casas de piedra, nada estaba en
buen estado, como la guía señalaba. La verdad, era bien fea la villa, con
construcciones y escombros por todos lados. Y dentro de la casa de la
mujer, de dos pisos, con un área común grande, todo en cemento bruto, había
una mesa baja y banquitos, una silla más grande para dos personas, un mueble contra
la pared con un televisor y una pantalla tipo plana con dibujos multicolores
(bien “made in China”) que debe iluminarse “del terror”, un refrigerador,
contenedores para agua, frutas y utensilios. Confirmé que la mujer estaba lista
con el restaurante, sobre todo por las botellas de cerveza que tenía contra la
pared.
Aproveché la oportunidad de acompañarla a buscar agua a una posa que
tenían a un contado; ella acarreó dos baldes unidos uno a cada costado de una
vara de palo, y luego en la casa picó y mezcló carne de cerdo con ajo, sal y un
huevo, con lo que rellenamos triángulos de tofu. En el centro de la mesa una
olla eléctrica cocinó la carne y el tofu; la mujer lavó el arroz, lo puso en
una olla eléctrica especial y se tomó el agua restante con que lavó el arroz;
lavamos hojas nuevas de algún tipo de cucurbitacea (como pepino) que más tarde
colocó dentro de la hoya con el tofu. Entonces almorzamos lo cocinado más una
ensalada hecha con porotitos verdes y pescado seco, picante, muy sabrosa y algo
ácida. Estaba rico. Y por cierto, había un cobro final, pero todo fue
“razonable”.
Una
vez abajo de la montaña me topé por primera vez con tres chicos franceses que
estudia negocios en Shanghai, cuyo comentario del estudio era ser una “pérdida
de tiempo”. Ellos y yo teníamos la misma impresión de nuestro día, “¿habíamos
llegado a donde realmente creímos ir?”.
En
la noche partió mi bus cama a Guangzhou. Ocho horas y media más tarde, a las
4:45 am, llegué. Esperé hasta las 6 am, leyendo la guía, cuando la boletería
abría. Entonces había más sorpresas; la gente seguía sin saber. Y entre
esto y aquello me dijeron que a Yongding podía ir a las 19:30 horas, pero que tardaría
¡15 horas!... ridículo para la sección que se ve en el mapa; así que quise ir
más allá, a la ciudad de Xiamen desde donde con seguridad podría ir a Yongding.
Pero todo era inscierto, y entre el cansancio y la frustración, me
entró la desesperación; fui a la boletería a comprar el pasaje a Xiamen, y
entonces me dijeron que no había pasaje. La gente de “informaciones” me
pidió disculpas porque no sabían “eso”, y yo en estado de colapso les pedí
orientación, que me dijeran a dónde “crestas” podía ir, que me dieran algún
destino; pero los chinos nunca responden a esto, porque se sienten incómodos,
así como con la comida, de venderte o sugerir algo. Y me dijeron que desde otro
terminal podría ir a Xiamen, que salía a las 9 am, hora que no era buena porque
el viaje tardaría 10 horas y llegaría de noche, a parte de que ya eran las 8
am. En mi estado de colapso, y luego de que uno de los hombres trataba de
tranquilizarme y me decía que fuese a tomar ese bus, partí en el metro rumbo al
otro terminal. Obvio, llegué tarde; pero resultó que había buses a Xiamen cada
30 minutos. Decidí comprar un bus nocturno, y otra vez pagar una barbaridad
(Y250).
Dejé
mi mochila en el terminal y me fui al centro de llamados para saludar a mi papá
que tenía cumpleaños. En el metro me topé con unos colombianos que estaban por negocios;
uno de ellos me prestó su teléfono celular, pero pese a que sabía que había
alguien al otro lado de la línea, no pude oír nada... eso fue lo que sucedió,
mamá. En busca del tal centro de llamados que aparecía en la guía, Telecom
China, descubrí que ¡no tenía acceso a llamadas!, y ahí terminó mi intento por
llamar.
En
China, con tanta tecnología, el teléfono e internet públicos se han
restringido a teléfonos celulares y Wifi, por lo que si tienes computador o
IPhon (que lo encuentro muy útil) casi no hay acceso a internet. Ahora, y desde
Guilin, he estado usando los computadores de la asociación internacional de
backpackers.
Guangzhou
es enorme, caótico y no apto para alguien con mi estado de frustración y cansancio.
Mis pies estaban que reventaban. Estaba nublado, gris y aun así con un calor
insoportable; a la mierda se sumaba que no tenía ni ducha ni un lugar donde
descansar.
El
centro, a donde había llegado, era el meollo de la compra china, a donde la
gente de todo el mundo va a comprar ropa para importar a sus países; habían
muchos negros y caras latinas, y chinos empaquetando y ofreciendo carritos para
transportar las compras... yo estaba “fuera de lugar” y sin siquiera ganas para
ver lo que el mercado ofrecía. Entonces, encontré un restaurante de comida
rápida donde, tras “estudiar” el menú, aprendí que podía pedir dos tipos de
carne y dos de vegetales a elección, y entonces, con mucha hambre, almorcé bien
y harto.
Más
tarde me bajé en una estación de metro que me recomendó uno de los colombianos,
con edificios de negocio; allí estaba la casa de la ópera, un estadio en
construcción que me parece es para unos juegos olímpicos que se harán aquí en
China este año (¿de invierno?) y otros edificios enormes, modernos e
interesantes para mirar. Eso estuvo mejor; había más aire fuera de la venta de
“chimuchina china” y se podía recrear la vista pese a que cada pocos metros
tenía que sentarme a descansar mis pies.Regresé temprano a la estación de buses a sentarme, limpiarme con mis toallitas húmedas que he acarreado durante todo el viaje, a leer y a jugar sudoku. Uffff, finalmente. En un momento un hombre se sentó a mi lado y comenzó a hablarme en chino; le dije que no entendía, pero él insistió. Le volví a decir que no entendía, y entonces trataba de escribirme imaginariamente, y en caracteres chinos, sobre la palma de su mano, entonces yo me reía tratando de explicarle que eso aún era chino; y luego me agarró mi mano para escribir del mismo modo y con su dedo. Mucha gente simplemente no entiende el que uno no sepa su idioma; te hablan y miran directo a los ojos para encontrar respuesta, como si fuese cuestión de simplemente ¡entender!... nada que hace más que sonreír.
El
bus a Xiamen, en la provincia de Fujian, partió a las 20 horas y llegó a las
5:40 horas. Sin más alternativa, tomé un taxi al hospedaje, donde estoy ahora a
la espera para tomar una cama en un dormitorio compartido, y por US$10.
Afortunadamente, y con lo que me han dicho, parece que podré ir a la villa que
quiero y luego tomar un tren para encaminarme hacia donde planeo. De no ser así,
es posible que me vaya fuera de este país, que me tiene aburrida de tanto
trámite y pérdida de tiempo y plata.
China
me llama la atención porque se nota que tiene dinero; no es comparable con ninguno
de los países que visité en el Sudeste Asiático. Aquí hay construcciones, hay
“modernidad”, la gente se mueve rápido y consume de todo (comida y productos de
todo tipo), visten ropas nuevas y hay mucho caos. Pero cuando uno interactúa
con la gente, estos son más bien sencillos, cálidos... me parece un mundo de
contradicción. La española que conocí en el tur de río Li, que sabe de
construcción, me dijo que lo que ha visto es de calidad mala, que no
comprende cómo las edificaciones duraran tanto tiempo teniendo tanto uso; que
las lozas de las contrucciones nueva están rotas, que los materiales son
pobres, y así...
Espero
que desde hoy, que las vacaciones de los chinos han terminado, las cosas
sean más fáciles.
Cariños,
Antonia