8 de octubre de 2010

Desde Xiamen, Fujian, China


¡Por fin un asiento! y ¡por fin internet!

Ufffff... déjenme respirar antes de tipear en el teclado como loca.
Mi última noche en Guilin fue buena. El día anterior, antes de partir a la villa Jiangtouzhou, un tipo chino, que hablaba inglés, me paró en la calle para ofrecerme a probar el té de su villa. En las calle hay algunos locales donde venden té y dan a probar en tasitas con teteritas y todo el "aparataje" (sencillo después de todo). Lo que me ofreció fue un té comprimido manualmente en bolitas, así como la caca de los conejos; era delicioso; sin tener azúcar, me dejó un gusto dulce en la garganta, y se pude reutilizar ¡20 veces!; no es barato, pero tiene un envase que creo puede ser importado a Chile. En fin, tomé los datos del tipo, y de paso me ofreció contactarlo al regreso para ir a cenar.
Y así fue, regresé a Guilin, donde no había mucho que hacer, y en vez de perder más tiempo, decidí llamar a “Tom” (el nombre que le dieron en su curso de inglés), o Chiang (su nombre chino). Resulta gracioso lo directos que son para expresarse estos chinos; me decía que no podía contener la alegría por haberlo llamado, de caminar por la calle conmigo. Me llevó a un local de comida china; pidió “a lo chino” varios platos para compartir: un plato con maní tostado, uno con puerco agridulce, uno con carne roja y uno con jiaozi (las empanaditas tipo japonesas). Todo estaba delicioso, pero obviamente, y como de costumbre en China, no pudimos terminar de comerlo todo. Y seguía expresándome lo feliz que estaba de salir conmigo.
Los chinos tienen la costumbre, bien mala para mi punto de vista, de desperdiciar la comida en cantidades abismales. Piden muchos platos, entre varias personas, pero nunca los terminan, y lo que hacen al finalizar es tirar al tacho de la basura todo lo que sobra. Comer de donde otros han comido es tremendamente incorrecto en China, aun cuando no lo hayan tocado... simplemente se bota. Entonces, yo pienso, toda esta crisis por alimento que supuestamente el mundo está viviendo, no es porque no hay comida suficiente, es porque los chinos ¡la botan! Una pareja de amigos alemanes con quienes compartí el dormitorio en Yangshuo fue a un restaurante en el campo y pasaron de su mesa a las dos vecinas para comer lo que la gente había dejado; dijeron que los demás sólo miraban, mientras ellos la pasaban fenomenal; pero otros conocidos dicen que hacer eso es un dasagrado máximo... quizá en un ambiente más formal.
Y luego de mi cena con Chiang, que no me permitió pagar, fuimos a caminar para “bajar la comida”. Para entonces él ya me había hablado de lo tanto que me gustaría vivir en su villa, o visitarla, y que mi familia podía ir como invitados; que si voy en invierno hay cenas y comidas en todos lados, que se va de casa en casa y se conversa come y juega todo el tiempo, mientras en verano se trabaja. Chiang me estaba armando la vida completa con él, ya tenía el matrimonio soñado. Y es que él dice ser diferente al resto de su familia y hermanos que se casaron por arreglo de sus padres; él es el único de su villa que estudió agricultura en la universidad, y por lo tanto quiere algo diferente para él... pero lo ciento, no conmigo, aun cuando el tipo haya sido un encanto.
En todo evento social, que es común en China, el cigarrillo juega un papel crucial, especialmente entre los hombres. Se comparte ofreciendo cigarrillos, o se regalan cuando se llega a un lugar; ser cortez significa, también, aceptarlo y fumarlo, por ello es que tanta gente fuma por todos lados, incluso dentro de buses y otras áreas cerradas; algunos restaurantes, sin embargo, lo tienen restringido.
Luego de la caminata, Chiang me llevó a mi hospedaje. Aunque yo no tenía pensado regresar aún, accedí a partir para acostarme temprano. Entonces me despendí, y él me dijo que no quería despedirse aún, que si podía acompanarme ¡a mi pieza!... “no”, fue mi respuesta. “Chuta”, y yo que pensé que con tanta formalidad los chinos serían “más lentos en su andar”... “las patitas”. Sonrió, se despidió y se fué.
A las 6 am partió mi tur por el río Li. En en bus nos fuimosa Yangdi; íbamos una pareja de españoles, un gringo y yo, entre varios chinos, porque el tur era el barato, para chinos. En Yiangdi nos embarcamos seis personas en un “bambú rafting”, una plataforma hecha de tubos plásticos blancos, imitacion forma de bambú, sobre los cuales habían sillas, y navegamos río sur hasta Xingping, desde donde otro bus nos llevó hasta Yangshuo.
El viaje por el río Li fue precioso. Un poco repetitivo el tema de las montañas rocosas; era como Bahía Halong, pero las rocas estaban a los costados del río y eran de bases amplias, más parecidas a las de Guilin. Muy bonito y con la suerte de tener algo de sol que, como me dijeron los españoles, escacea en este país que siempre esta cubierto por nubes, neblina o contaminacion.
Al llagar a Yangshuo tuve mi segundo “percance” con chinos. Nos habían dado un boleto antes de subir al bote, uno para cada pareja; el mio quedó en manos del “gringo”, quien se fue en otro bus, y yo por cierto me quedé sin, sin saber que era para el bus próximo y no para el bote. Discusión tras discusión, con ayuda de mis compañeros turistas, salí del terminal de buses de Yangshuo sin pagar lo que la encargada de cobrar me exigía por segunda vez. En todo el resto de Asia, los viajes en que te mueven de un lugar a otro y te cambian boletos, terminan funcionando sin problema alguno, por lo que si su sistema es pobre y sin comunicación entre las partes, mi opinión fue “no es mi problema”… y “chao pescao”. Esto no evita el punto de que la discusión es a alta voy y con clara expresión de disgusto, a lo que yo no tengo mayor problema en responder con el mismo carácter. No sé si se los conté, pero una escena parecida tuve con un tipo que quería venderme el tur en bote, y que por cobrarme el doble que otro terminé no comprándoselo, y entonces me gané gratis su drama callejero en que me decía que era mala persona por “prometerle” (sin ser verdad) que se lo compraría, y que llamaría a la policía... pero yo “maní”, me fui luego de explicarle reiteradas veces lo que sucedió.
Yangshuo (se pronuncia iangshúo) es una ciudad pequeña al sur de Guilin. Si yo creía que Guilin estaba lleno de turistas, ésta ciudad estaba desbordada, a excepción, y para mi suerte, de los alojamientos que “florecen” por todos lados. ¡Un asco!, y chinos consumiendo a destajos lo que se les cruza por delante. Así que decidí redefinir inmediatamente mi destino próximo; pero entonces empezó mi drama.
En este país viajar es extenuante y frustrante. Las opciones de a dónde ir no son muchas, y bastante caras para mis parámetros. Luego, la gente no te ayuda a encontrar una ruta, sólo ofrece lo que tiene y que con suerte las conoce, y si no ganan con algo simplemente no es una opción. Por ello, es que he estado deambulando, tratando de llagar a algún lugar de interés; pero pareciera que me alejo cada vez más, y me siento “perdida”, cansada y frustrada. 
En la incertidumbre pensé que lo mejor sería arrendar una bicicleta e ir al río Yulong, pedaleando entre villas y cerros hasta el puente Dragon, de 600 años; era un puente arqueado de piedra... eso no más. El paisaje fue muy bonito, y otra vez relajante; crucé villas con casas de ladrillos, anaranjados o grises, con segundos pisos que usualmente eran más grandes que el primero, que sobresalían de la parte frontal de la construcción, o pintadas blancas; en su mayoría, las casas estaban a medio construir, con la estructura hecha pero sin ventanas ni terminaciones, como abandonadas; los campos tenían o arrozales o cítricos en su mayoría. Todo fue tranquilo, a excepción de las secciones donde estaba “la China completa” ofreciendo y navegando por el río en los “bambú rafting” (esta vez de bambú), por lo que yo no tenía interés alguno. Y ese fue mi día, de pedaleo completo.


En mi segundo día en Yangshuo, y algo desesperada porque no sabía a dónde ir, fui temprano al terminal de buses a ver mis opciones; esta vez sin agente de turismo. E insistían que no podía ir desde allí a Huangyao, una villa de 900 años, no muy lejos e impresionante, sin ir primero a Guilin, en dirección opuesta. Al final, resultó que, en vez de en ese momento,  se podía ir al día siguiente; pero yo, en estado de colapso, compré pasaje para esa noche a Guangzhou, una ciudad al frente de Hong Kong de 10 millones de habitantes; al menos desde allí podría ir a donde quisiera, y por lo tanto a Yongding, una localidad rural en la provincia vecina, también recomendada en la Lonely Planet y la razón por la que había cambiado mi ruta.
Así que para el día que me quedaba en Yangshuo, tomé un bus y luego una moto para visitar la villa Shitoucheng, que quedaba en lo alto de unas montañas. Cuando llegué, el motorista me señaló una piedra donde había algo escrito, expresando que habíamos llegado al destino; pero lo que decía no era lo mismo que decía mi guía. Sin mucha opción y luego de insistir que me llevara al lugar, decidí continuar mi caminata. El conductor me señaló un caminito angosto entre una plantación, lo que a mi parecer no era convincente ni tenia “la muralla” que decía seguir la guía. 
Caminé por una villa nueva desde la cual continuaba una “muralla”; pero el camino se enangostó y cubrió tanto de vegetación que decidí regresar. El motorista me estaba esperando, y mostrándome un billete de Y50 creo que ofreció ser ¡mi guia turístico!; pero ni pagando, ni menos a alguien que no me puede hablar mi idioma, continué por el “caminito”. Efectivamente ese podía ser el camino.
Un señor viejito se me acercó rápidamente con algunas fotos y una nota en inglés diciendo que era guía turístico; entre que no hablaba inglés, que su respiración era tal que creí ya se moría ahí mismo sin siquiera haber subido mucho, y que no quería seguir pagando por cada paso que doy en este país, lo rechasé.
Subí la montaña entre peldaños de piedra empinados hasta llegar a lo alto, entre más montañas. Pero no había mucho de “villa vieja”, sólo plantaciones de cítricos y caminitos de piedra bordeando las secciones, y una mujer que caminaba. La mujer iba a su casa a almorzar, y entonces me preguntó que si quería comer; entre estar en “la nada” y experimentar la vida de ella, accedí. Entonces llegamos a una villa pequeña, que si bien tenía algunas casas de piedra, nada estaba en buen estado, como la guía señalaba. La verdad, era bien fea la villa, con construcciones y escombros por todos lados. Y dentro de la casa de la mujer, de dos pisos, con un área común grande, todo en cemento bruto, había una mesa baja y banquitos, una silla más grande para dos personas, un mueble contra la pared con un televisor y una pantalla tipo plana con dibujos multicolores (bien “made in China”) que debe iluminarse “del terror”, un refrigerador, contenedores para agua, frutas y utensilios. Confirmé que la mujer estaba lista con el restaurante, sobre todo por las botellas de cerveza que tenía contra la pared. 
Aproveché la oportunidad de acompañarla a buscar agua a una posa que tenían a un contado; ella acarreó dos baldes unidos uno a cada costado de una vara de palo, y luego en la casa picó y mezcló carne de cerdo con ajo, sal y un huevo, con lo que rellenamos triángulos de tofu. En el centro de la mesa una olla eléctrica cocinó la carne y el tofu; la mujer lavó el arroz, lo puso en una olla eléctrica especial y se tomó el agua restante con que lavó el arroz; lavamos hojas nuevas de algún tipo de cucurbitacea (como pepino) que más tarde colocó dentro de la hoya con el tofu. Entonces almorzamos lo cocinado más una ensalada hecha con porotitos verdes y pescado seco, picante, muy sabrosa y algo ácida. Estaba rico. Y por cierto, había un cobro final, pero todo fue “razonable”.
Una vez abajo de la montaña me topé por primera vez con tres chicos franceses que estudia negocios en Shanghai, cuyo comentario del estudio era ser una “pérdida de tiempo”. Ellos y yo teníamos la misma impresión de nuestro día, “¿habíamos llegado a donde realmente creímos ir?”.
En la noche partió mi bus cama a Guangzhou. Ocho horas y media más tarde, a las 4:45 am, llegué. Esperé hasta las 6 am, leyendo la guía, cuando la boletería abría. Entonces había más sorpresas; la gente seguía sin saber. Y entre esto y aquello me dijeron que a Yongding podía ir a las 19:30 horas, pero que tardaría ¡15 horas!... ridículo para la sección que se ve en el mapa; así que quise ir más allá, a la ciudad de Xiamen desde donde con seguridad podría ir a Yongding. Pero todo era inscierto, y entre el cansancio y la frustración, me entró la desesperación; fui a la boletería a comprar el pasaje a Xiamen, y entonces me dijeron que no había pasaje. La gente de “informaciones” me pidió disculpas porque no sabían “eso”, y yo en estado de colapso les pedí orientación, que me dijeran a dónde “crestas” podía ir, que me dieran algún destino; pero los chinos nunca responden a esto, porque se sienten incómodos, así como con la comida, de venderte o sugerir algo. Y me dijeron que desde otro terminal podría ir a Xiamen, que salía a las 9 am, hora que no era buena porque el viaje tardaría 10 horas y llegaría de noche, a parte de que ya eran las 8 am. En mi estado de colapso, y luego de que uno de los hombres trataba de tranquilizarme y me decía que fuese a tomar ese bus, partí en el metro rumbo al otro terminal. Obvio, llegué tarde; pero resultó que había buses a Xiamen cada 30 minutos. Decidí comprar un bus nocturno, y otra vez pagar una barbaridad (Y250).
Dejé mi mochila en el terminal y me fui al centro de llamados para saludar a mi papá que tenía cumpleaños. En el metro me topé con unos colombianos que estaban por negocios; uno de ellos me prestó su teléfono celular, pero pese a que sabía que había alguien al otro lado de la línea, no pude oír nada... eso fue lo que sucedió, mamá. En busca del tal centro de llamados que aparecía en la guía, Telecom China, descubrí que ¡no tenía acceso a llamadas!, y ahí terminó mi intento por llamar.
En China, con tanta tecnología, el teléfono e internet públicos se han restringido a teléfonos celulares y Wifi, por lo que si tienes computador o IPhon (que lo encuentro muy útil) casi no hay acceso a internet. Ahora, y desde Guilin, he estado usando los computadores de la asociación internacional de backpackers.
Guangzhou es enorme, caótico y no apto para alguien con mi estado de frustración y cansancio. Mis pies estaban que reventaban. Estaba nublado, gris y aun así con un calor insoportable; a la mierda se sumaba que no tenía ni ducha ni un lugar donde descansar.
El centro, a donde había llegado, era el meollo de la compra china, a donde la gente de todo el mundo va a comprar ropa para importar a sus países; habían muchos negros y caras latinas, y chinos empaquetando y ofreciendo carritos para transportar las compras... yo estaba “fuera de lugar” y sin siquiera ganas para ver lo que el mercado ofrecía. Entonces, encontré un restaurante de comida rápida donde, tras “estudiar” el menú, aprendí que podía pedir dos tipos de carne y dos de vegetales a elección, y entonces, con mucha hambre, almorcé bien y harto.
Más tarde me bajé en una estación de metro que me recomendó uno de los colombianos, con edificios de negocio; allí estaba la casa de la ópera, un estadio en construcción que me parece es para unos juegos olímpicos que se harán aquí en China este año (¿de invierno?) y otros edificios enormes, modernos e interesantes para mirar. Eso estuvo mejor; había más aire fuera de la venta de “chimuchina china” y se podía recrear la vista pese a que cada pocos metros tenía que sentarme a descansar mis pies.
Regresé temprano a la estación de buses a sentarme, limpiarme con mis toallitas húmedas que he acarreado durante todo el viaje, a leer y a jugar sudoku. Uffff, finalmente. En un momento un hombre se sentó a mi lado y comenzó a hablarme en chino; le dije que no entendía, pero él insistió. Le volví a decir que no entendía, y entonces trataba de escribirme imaginariamente, y en caracteres chinos, sobre la palma de su mano, entonces yo me reía tratando de explicarle que eso aún era chino; y luego me agarró mi mano para escribir del mismo modo y con su dedo. Mucha gente simplemente no entiende el que uno no sepa su idioma; te hablan y miran directo a los ojos para encontrar respuesta, como si fuese cuestión de simplemente ¡entender!... nada que hace más que sonreír.
El bus a Xiamen, en la provincia de Fujian, partió a las 20 horas y llegó a las 5:40 horas. Sin más alternativa, tomé un taxi al hospedaje, donde estoy ahora a la espera para tomar una cama en un dormitorio compartido, y por US$10. Afortunadamente, y con lo que me han dicho, parece que podré ir a la villa que quiero y luego tomar un tren para encaminarme hacia donde planeo. De no ser así, es posible que me vaya fuera de este país, que me tiene aburrida de tanto trámite y pérdida de tiempo y plata.
China me llama la atención porque se nota que tiene dinero; no es comparable con ninguno de los países que visité en el Sudeste Asiático. Aquí hay construcciones, hay “modernidad”, la gente se mueve rápido y consume de todo (comida y productos de todo tipo), visten ropas nuevas y hay mucho caos. Pero cuando uno interactúa con la gente, estos son más bien sencillos, cálidos... me parece un mundo de contradicción. La española que conocí en el tur de río Li, que sabe de construcción, me dijo que lo que ha visto es de calidad mala, que no comprende cómo las edificaciones duraran tanto tiempo teniendo tanto uso; que las lozas de las contrucciones nueva están rotas, que los materiales son pobres, y así...
Espero que desde hoy, que las vacaciones de los chinos han terminado, las cosas sean más fáciles.
Cariños,
Antonia