“Sin darme cuenta”, llegué a la China. No lo
puedo creer, ¡estoy en China!
Dejé atrás Vietnam, con mucha pena pero expectante por lo
que China me mostraría, y con chaqueta y zapatos Northface (al parecer originales,
made in Vietnam, muy baratos)
Tomé un minibus desde Sapa a Lao Cai, el punto
septentrional de Vietnam. El clima, que en Sapa estaba fresco (vestí finalmente
el jeans y chaleco que llevo), cambió radicalmente unos pocos kilómetros abajo
de las montañas; tuve que sacarme el chaleco y, otra vez, rendirme al calor y
transpiración.
Entre averiguar alojamiento en Lao Cai para cruzar a China
al día siguiente, me encontré con la frontera... delante de mis ojos, vacía,
sencilla... arranqué las páginas de la Lonely Planet de mi destino próximo, en
caso de que me confiscaran el libro completo (como oí podía suceder) y crucé a
Hekou, el lado Chino de la frontera. Un timbre de salida de Vietnam, cruzar el puente y
un timbre de entrada a China, ¡y ya está!
Pero la sencillez no iba tan lejos. No más ingles ni alfabeto
romano. Lo poco que sabía del idioma chino se me olvidó todo por un segundo. Con
la ayuda del libro que compré, pronto retomé algunas palabras, y agradecí por
haber aprendido algo antes; esto me sirvió para encontrar el banco, comer,
comprar en el supermercado y mi pasaje de bus, ¡e ir al baño!
Como en otras fronteras, aquí no dejé de sentirme extraña.
Las fronteras no me gustan, no tienen nada en particular, allí la gente se
mueve diferente; pareciera que en las frontera se agrupan los “jotes” a la
espera de los viajeros.
Para comenzar, quise cambiar los dones vietnamita que tenía;
pero no pude porque los bancos no los cambiaban... ¿porqué?... ni idea, esa
parte de la conversación requiere mucho estudio. Y entonces mi última opción
fue “tratar” con algún lugareño, que sorpresivamente no abusó mucho, según lo
que el banco me dio como cambio del día.
El cambio monetario en China es el yuan (Y), que está a US$1
= Y6,6. Cuando traté de sacar plata del cajero electrónico, éste me negó una y otra vez la
transacción, así como el banco del lado... me puse nerviosa porque la tarjeta
de crédito tampoco funcionó. “Qué crestas hago”, me pregunté, porque ya no tenía
visa para regresar a Vietnam ni plata para tomar avión de no poder quedarme en
el país. Hasta que un cajero, especial para extranjeros, “se apiadó” y me dió
mi “platita”, aunque bien tacaño con el monto máximo.
Al comprar el boleto de bus me enteré que debía esperar
hasta el día siguiente para ir a Yuangyang, la zona de los arrozales; así que
decidí saltármela, conformándome con haber visto los de Sapa, y “lanzarme”
a Kunming, la capital de la región de Yunnan. Y ahí estaba la otra sorpresa; el
costo del pasaje, respecto al año pasado, era el doble.
Desde el 2008, oí que los precios han estado subiendo, y que
en el último año se han disparado. Así que quien quiera venir a China “más
vale'' que lo haga ahora. Y es que, comprobado con el trayecto que hice, la construcción
de carreteras es masiva y gigante.
En Hekou, tuve que esperar desde el medio día hasta las 20
horas a que saliera el bus. Caminé, estudié, leí, camine, estudié, leí. No
me gustó mucho la “atmosfera”, y a ratos me cuestioné mi decisión de haber venido.
Pero la hora de partir llegó y me subí a mi cama del bus, que eran como las de
Vietnam aunque un poco más decrépito todo, y ahora sin aire acondicionado y sin
turista alguno excepto yo.
La primera parte del viaje fue buena; pero la siguiente, y
mucho más larga, medio terrorífica. El camino estaba en construcción; se veían,
desde mi ventana, estructuras gigantes de concreto, puentes y elevaciones.
Dos vías en dirección opuesta, separadas por lo que podría haber sido un río,
estaban atestadas de camiones de carga y buses, moviéndose lentamente. Y el
bamboleo del bus era “de miedo”.
La región de Yunnan colinda con Vietnam por el sur y
asciende hasta el Tibet, siendo la región más dificultosa para construir
carreteras, por lo sinuosa. También es una de las regiones más frescas durante
el verano; Kunming está a 2.000 msnm.
Al comienzo del viaje, la policía detuvo el bus para
inspeccionar licencias y pasaportes, uno por uno; esto para vigilar el tráfico
de drogas proveniente de los países vecinos. Y luego el bus siguió deteniéndose
varias veces más por razones inciertas; unas tres veces el chofer gritó, como
discutiendo con los pasajeros, pero yo no entendí “ni comino” y me dije, “a estos chinos no les
afecta el escandalo público como a los del sudeste-asiático”. Y casi al llegar
a Kunming, a las 6 am, el bus se detuvo para echar combustible; aprovechando,
entonces, fui al baño... era el peor de todos los vistos, de azulejos blanco sucio con una
zanja alargada en el piso y unas murallitas de no más de 80 cms de alto para
separar los cubículos que estaban abiertos por el frente y sobre la zanja, y con
un estado sanitario... no voy a dar detalles. No lo escondo, tuve que “mear” a
un costado y recibir un reto de una china que me sorprendió.
En Kunming ya no habían motoristas, pero sí taxistas; yo
estaba en medio de al menos diez hombres que se pararon a medio metro de
distancia mirándome y esperando a que yo les hablara, pero ninguno accedió a
llevarme por el precio que creí razonable. Respiré y me fui al paradero de
buses. Afortunadamente, pero con la mochila mojada por el bus, me encontré
con un mapa con números en caracteres chinos que debían corresponder a los
buses, y me subí sin vacilar al que creí mejor. Anduve y anduve; no me quería bajar
porque, partiendo, no tenía idea desde cuál terminal de buses había salido, ni
nada me daba confianza de estar cerca de donde quería, a excepción de unos
edificios grandes que podían ser el centro de la ciudad. Hasta que una chica me
preguntó en inglés a dónde iba, y me aconsejó bajarme... ¡estaba en la calle
deseada! Caminé y caminé para donde mi instinto me decía, pero no mucho calzaba
con mi mapa. Entre círculos y sintiendo que estaba cerca, finalmente ¡encontré
mi destino!... pero estaba todo lleno.
Cuando, por fin, todo estaba resuelto, salí a la ciudad a caminar. Kunming es la ciudad más limpia que jamás haya visto; ni siquiera tiene una colilla de cigarrillo. Es una ciudad cosmopolita, con edificios modernos y una calle de paseo con puestos de venta de comidas y productos extraños y coloridos; más allá hay un parque muy bonito, donde la gente baila para ejercitar, juega a las cartas o en tableros (majong y otros que jugaban en Vietnam) y pasean. Bien bonita la ciudad; se ve buena para vivir, pero no es nada “del otro mundo” (aunque en el otro mundo) como para querer quedarse más días.
Mañana iré a un lago cercano, y quiero irme en la noche,
pero todo está vendido. Sólo pude comprar, para el sábado, un viaje a Guilin en
tren, clasificación “asiento duro” y de duración ¡18 horas! Ni quiero pensar en
“lo rompe huesos” que será, aunque me prometieron que, al menos,
tiene asiento reservado (no como en Java). Para que no cren mal, en el
hostal hablan inglés; todo esto no fue discutido en chino.
¡Hasta la proxima!