3 de septiembre de 2010

Desde Phenom Penh, Centro, Camboya




Los camboyanos son increíblemente agradables. Luego de Indonesia esta gente es la más cautivadora, te dan sonrisas sinceras en cada esquina.
El viaje de cuatro horas desde Sien Reap hasta la capital de Camboya, Phnom Penh (pronunciado Penom Pen), fue cultural: con mucho bocinaso, karaoke como el normal de los buses locales en Asia y con sólo dos turistas además de mí. Los bocinasos ocurrían por cada bus, auto, tuk-tuk o moto adelantado, uno antes y uno durante el adelanto que acompañaban al karaoke romántico y chillón de la televisión, de sonidos chinos e indios. En el bus conocí a mi amigo nuevo, Gavin de Irlanda; un tipo medio loco y despistado, pero bien simpático, quien se encontró con muchos amigos de viaje aquí en la ciudad y con quienes yo tuve el gusto de compartir también.

 Este país ¡es caluroso!, el más caluroso en el que he estado; aquí se transpira “como bestia” y se huele aún peor. Cada vez que nos bajamos del bus sentí el “puñetazo” de calor.
Luego diría que me acostumbré un poco, pero sólo un poco.
Phenom Phen es grande, casi como cualquier otra ciudad; pero tiene muchas más áreas verdes y una rivera de río pavimentada con asientos y espacios que permite que la gente comparta, haga aeróbica, juegue fútbol y en general pasee en familia. Es algo que hasta ahora no había visto tanto en Asia...el ambiente es muy agradable. Y la verdad, aunque dicen que es más peligroso por los robos, todos saludan y tiene buen sentido del humor; son poco agresivos y relajados. Las motos están “a la orden del dia”, llevan familia completas sobre una sola; sorprende ver que el chofer lleva casco mientras los niños y resto del grupo va totalmente desprotejido.
Pasa un poco como en Indonesia; la capital de Camboya pareciera tener lo que el resto del país no tiene. No es en absoluto moderno u ostentoso (como Jakarta), pero comparado con la simplicidad y ruralidad del cualquier otro lado del país, simplemente sorprende.
La comida otra vez es buena, parecida a la del centro de Tailandia; platos como Amok, Khemr curry o Lok-lok son algunas de las comidas típicas y en las que la leche de coco no falta. Aunque ahora nos enfrentamos a los insectos y arácnidos; Gavin probó y posó para su foto comiendo una tarántula que luego la escupió... para mí eso era demasiado; pero cuando en otra ocasión quise comprar algunas larvas u otros insectos para probar, la tipa que los vendía no me lo permitió... quien sabe porqué no. Y en una de las paradas de buses un restaurante tenía una olla grande llena de tortugas boca arriba hechas al vapor... qué pena más grande, sobre todo porque ni siquiera parecieran tener suficiente carne.
Mi estomago se ha portado muy bien, aunque me he comportado con la cantidad y no he comido ninguna cosa adicional.
Nos estamos quedando en un hostal bien bueno y barato, otra vez, frente a un lago grande que tiene la ciudad. La parte superior tiene una vista maravillosa hacia el lago, desde donde se ven atardeceres preciosos. Allí conocimos a una pareja sueca, Annika y Michael, muy buena gente, con quienes acordamos arrendar un tuk-tuk en común para visitar, durante los días siguiente, los lugares más alejados de manera más barata y compartida.
Fuimos, entonces, a ver los “atractivos” de la región: Choeung Ek, el campo de matanza del régimen de Pol Pot, y el centro de tortura Tuol Sleng, del mismo periodo. Uno no puede decir que haya sido una visita buena, ni mucho menos entretenida, ni muy “golpeadora” tampoco... digamos que “es lo que es”, que no se trata de ningún entretenimiento hollywoodense; el campo de matanza es hoy un espacio verde con fosas que ya no tienen nada, algunos letreros donde dice lo que encontraron, una ruma de cráneos y huesos en un edificio nuevo, y el centro de tortura es una escuela antigua con camas de fierro, celdas pequenas, instrumentos de tortura y fotografías y escritos de algunas de las experiencias de gente que vivió la masacre de 1975-1979. Terrible. Voy a leer un libro relacionado con el tema porque quiero saber un poco más. Y pese a ello, aún cuando toda persona todavía tiene algún contacto cercano que fue asesinado en esos años, la gente continúa sonriendo… ¡qué fabuloso!
Para los buda, dejar a la vista los huesos y la ropa de la gente muerta es dejar evidencia de lo sucedido, el recuerdo de lo que no debe volver a ocurrir, y darales a los muertos un lugar para que no queden rondando como fantasmas.

Hoy el paseo fue distinto al de ayer; fuimos a un “centro de rescate animal”, que más bien perecía un zoológico natural con animales camboyanos. Sólo pudimos darle la mano a un mono gibón que era ciego y tocar la cola de un cocodrilo que no se movía... a través de la reja, claro. Vimos tigres, algunos antilopes, pitones y mucho mono, para variar. Y más tarde el tuk-tuk me dejó en el palacio real, la casa del rey, mientras el resto volvió al hotel. El “palacete” me dejó medio decilucionada al no tener mucho de especial ni permitir acercarse a donde está el altar de plata... “una alpargata” al lado del palacio de Bangkok.
Otra bestialidad que ocurre aquí, del tipo sudamericana, es que el lago de la ciudad, que dicen era maravilloso hasta el año pasado, fue vendido a un particular quien lo está rellenando para crear más tierra donde construir. Obviamente, las casas de los alrededores se están inundando;  y ahora, luego del régimen de Pol Pot, éste es el éxodo de gente más grande que Camboya ha experimentado, con unas 4.200 familias que deben trasladarse a vivir a otro lugar producto de la inundación... ¡qué decir!
Y así van mis días, muy buenos. Mañana temprano parto al sur, a Kampot, en la rivera del Mekong, y de ahí me voy a unas playas al sur-este antes de cruzar a Vietnam.
Ojalá el sol esté apareciendo en Chile y calentando septiembre para pasar unas fiestas patrias “como se merecen”.
Antonia