El viaje de cuatro horas desde Sien Reap hasta la capital de Camboya, Phnom Penh (pronunciado Penom Pen), fue cultural: con mucho bocinaso, karaoke como el normal de los buses locales en Asia y con sólo dos turistas además de mí. Los bocinasos ocurrían por cada bus, auto, tuk-tuk o moto adelantado, uno antes y uno durante el adelanto que acompañaban al karaoke romántico y chillón de la televisión, de sonidos chinos e indios. En el bus conocí a mi amigo nuevo, Gavin de Irlanda; un tipo medio loco y despistado, pero bien simpático, quien se encontró con muchos amigos de viaje aquí en la ciudad y con quienes yo tuve el gusto de compartir también.
Luego diría que me acostumbré un poco, pero sólo un poco.
Mi estomago se ha portado muy bien, aunque me he
comportado con la cantidad y no he comido ninguna cosa adicional.
Nos estamos quedando en un hostal bien bueno y barato,
otra vez, frente a un lago grande que tiene la ciudad. La parte superior tiene
una vista maravillosa hacia el lago, desde donde se ven atardeceres preciosos.
Allí conocimos a una pareja sueca, Annika y Michael, muy buena gente, con quienes
acordamos arrendar un tuk-tuk en común para visitar, durante los días siguiente,
los lugares más alejados de manera más barata y compartida.
Para los buda, dejar a la vista los huesos y la ropa de la
gente muerta es dejar evidencia de lo sucedido, el recuerdo de lo que no debe
volver a ocurrir, y darales a los muertos un lugar para que no queden rondando
como fantasmas.
Hoy el paseo fue distinto al de ayer; fuimos a un “centro
de rescate animal”, que más bien perecía un zoológico natural con animales camboyanos.
Sólo pudimos darle la mano a un mono gibón que era ciego y tocar la cola de un
cocodrilo que no se movía... a través de la reja, claro. Vimos tigres, algunos
antilopes, pitones y mucho mono, para variar. Y más tarde el tuk-tuk me dejó en
el palacio real, la casa del rey, mientras el resto volvió al hotel. El
“palacete” me dejó medio decilucionada al no tener mucho de especial ni permitir
acercarse a donde está el altar de plata... “una alpargata” al lado del palacio
de Bangkok.
Otra bestialidad que ocurre aquí, del tipo sudamericana,
es que el lago de la ciudad, que dicen era maravilloso hasta el año pasado, fue
vendido a un particular quien lo está rellenando para crear más tierra donde
construir. Obviamente, las casas de los alrededores se están inundando; y ahora, luego del régimen de Pol Pot, éste es
el éxodo de gente más grande que Camboya ha experimentado, con unas 4.200
familias que deben trasladarse a vivir a otro lugar producto de la
inundación... ¡qué decir!
Y así van mis días, muy buenos. Mañana temprano parto al sur, a Kampot, en la rivera del Mekong, y de ahí me voy a unas playas al sur-este antes de cruzar a Vietnam.
Ojalá el sol esté apareciendo en Chile y calentando septiembre para pasar unas fiestas patrias “como se merecen”.
Y así van mis días, muy buenos. Mañana temprano parto al sur, a Kampot, en la rivera del Mekong, y de ahí me voy a unas playas al sur-este antes de cruzar a Vietnam.
Ojalá el sol esté apareciendo en Chile y calentando septiembre para pasar unas fiestas patrias “como se merecen”.
Antonia
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