20 de junio de 2010

Desde Yogyakarta, Java, Indonesia

Yogyakarta es una ciudad grande, supuestamente con menos de un millón de habitantes, pero muy congestionada. Tiene más autos que Bali o Lombok, unos pocos buses, aún más motos, carros con caballos y un medio de transporte nuevo, el “becak”, una bicicleta que lleva en el frente un asiento doble con techo.
Yogyakarta, o Yogya como le dicen, es el centro político y cultural de Java; es muy cosmopolita, tiene universidades y aún conserva mucha de su arquitectura antigua. Aún tiene sultanado, por lo que su atractivo turístico principal es el “Cratón”, un área del palacio con museos y ciudad donde viven los trabajadores del sultán. Pero como hoy es domingo, y hay gente de muchas partes y buses llenos de estudiantes paseando, dejé la visita al Cratón y demás templos para la semana.
Otra cosa que no se puede obviar en la ciudad es que se trata del “reino del batik”. Hay batik por todos lados, y en su inmensa mayoría son horrendos; la ropa es “del terror”, con colores tristes y sucios; sólo algunas pinturas son bonitas. Quizá termine comprando una falda larga de batik para “comportarme mejor” en la calle.
El alojamiento que encontré está en el “centro del turismo”, en los callejones “Gang”I, que tienen hospedajes, casas, internet y negocios, todo bien apretado y algo oscuro. Queda cerca de la estación de trenes y a una cuadra de la calle principal, Malioboró. Mi pieza es muy barata (40.000rp), aunque la calidad e higiene son bastantes pobres (nada que criticar); pese a lo “individual” tiene dos camas simples, una más cubierta en polvo que la otra, y un cuarto de baño tan pequeño donde es casi imposible voltearse, con la ducha sobre la taza (de ras de piso) y la cubeta y llave de agua a un costado.
La calle Malioboró tiene dos pistas angostas que van en un mismo sentido, para autos, buses y motos. A su lado derecho tiene una pista para carritos y caballos y a su izquierdo otra para estacionar motos. Entonces vienen las veredas en los extremos, la de la derecha llena de productos de batik y la de la izquierda con venta de comida... un metro de ancho, con suerte, queda para el paso de la gente. A todo esto se le agregan, a continuación, los negocios con de todo, especialmente con más ¡batik! Para cruzar la calle, afírmense, que nadie para.

La ciudad también tiene un “Malioboró shopping”, con tiendas occidentales, McDonald’s (que vende además fideos) y calzados Bata.
Hoy tomé un “becak” (10.000rp) para ir al mercado de los pájaros. Estos indonesios son criminales con los animales. Los pajaritos son muy bonitos y las jaulas de palitos hermosas; pero tienen muchos pájaros en jaulas ínfimas o uno solo en donde casi no cabe. Vendían también gekos, 10 por jaula y reptiles apretujados... una pena. La sección de peces, de Sumatra, era ¡una maravilla de colores! El mercado resultó súper “choro” y bonito para conocer, pero finalmente una bestialidad. Unos turistas extranjeros me contaron que vendían por 1 euro 10 pajaritos verdes o rosados, para liberarlos en la plaza… la inocencia del corazón bueno, cuando lo único que pasará es que los volverán a atrapar para seguir lucrando. Un geko costaba CL$500 y una jaula “grande” de madera CL$10.000 (sin regatear).
Regresé caminando al centro. Me metí a tiendas, caminé y caminé. Finalmente llegué a “Taman Sari” y a donde viven los trabajadores del Sultán; pero para entonces la batería de la cámara se había agotado, así que decidí regresar otro día. Entones no pude resistir la tentación de comprar una pintura batik sobre seda; no pude escapar a la insistencia de esta gente que te “embute” como sea las cosas, y es que como me gustó la pintura, ocupa muy poco espacio (es un paño del gado) y logré comprarla a un precio bueno (113.000 rp, un tercio de lo que originalmente me ofreció), menos dije que no.
De regreso al hospedaje, caminando, conocí a una australiana que se está quedando en mi mismo lugar; quizá vaya conmigo a los templos mañana, pero no está segura de querer ir en moto; ahí veremos.
Ahora, en la noche, fui a comer a Malioboró, a los restaurantes que abren al atardecer, como la gente local. Comí por 26.000rp arroz, pollo, jackfruit (una pasta oscura de esta fruta, un poco dulce, sabrosa) y verduras (espinaca salteada en jugo... primera vez que me gusta la espinaca), y tomé un jugo por 7.500rp. Los restaurantes consisten en un área techada a lo largo de la vereda y tapada con lona sólo por el lado opuesto de la calle, con una cocina en un extremo que tiene un mesón con algunas comidas hechas en fondos grandes, fuegos para saltear, una asadera casera a la orilla de la vereda y neveras para los mariscos; seguidas a la cocina y perpendiculares a la vereda van las mesitas alargadas casi a ras de piso, sobre tapices de entramado multicolor plástico para sentarse sobre el suelo; las sandalias deben dejarse en la vereda... como en la mayoría de los negocios.
La noche en Malioboró está llena de vida... y caos. Con muchas luces que vienen de las tiendas (la calle misma no tiene); llena de autos y motos; con cientos de motos estacionadas, muy organizadas y con los cascos y chaquetas de sus dueños (porque no roban); con carritos esperando llevar al primero que se le cruce por delante; repleta de gente, familias, velos, sonrisas, grupos de música con tambores, “taksis” (taxis), comida en la calle, humo de asaderas, comercio callejero... y entonces un avión muy bajo que pasa por sobre la cabeza listo para aterrizar. “Del terror”, pero interesante desde el punto de vista de un turista como yo.
Mañana comienza la visita a los edificios y templos.
Un beso,

Antonia