Yogyakarta, o Yogya como le dicen, es el centro
político y cultural de Java; es muy cosmopolita, tiene universidades y aún
conserva mucha de su arquitectura antigua. Aún tiene sultanado, por lo que su
atractivo turístico principal es el “Cratón”, un área del palacio con museos y ciudad
donde viven los trabajadores del sultán. Pero como hoy es domingo, y hay gente
de muchas partes y buses llenos de estudiantes paseando, dejé la visita al
Cratón y demás templos para la semana.
Otra cosa que no se puede obviar en la ciudad es que se
trata del “reino del batik”. Hay batik por todos lados, y en su inmensa mayoría
son horrendos; la ropa es “del terror”, con colores tristes y sucios; sólo
algunas pinturas son bonitas. Quizá termine comprando una falda larga de batik para
“comportarme mejor” en la calle.
El alojamiento que encontré está en el “centro del
turismo”, en los callejones “Gang”I, que tienen hospedajes, casas, internet y
negocios, todo bien apretado y algo oscuro. Queda cerca de la estación de
trenes y a una cuadra de la calle principal, Malioboró. Mi pieza es muy barata
(40.000rp), aunque la calidad e higiene son bastantes pobres (nada que
criticar); pese a lo “individual” tiene dos camas simples, una más cubierta en
polvo que la otra, y un cuarto de baño tan pequeño donde es casi imposible voltearse,
con la ducha sobre la taza (de ras de piso) y la cubeta y llave de agua a un
costado.
La calle Malioboró tiene dos pistas angostas que van
en un mismo sentido, para autos, buses y motos. A su lado derecho tiene una
pista para carritos y caballos y a su izquierdo otra para estacionar motos.
Entonces vienen las veredas en los extremos, la de la derecha llena de productos
de batik y la de la izquierda con venta de comida... un metro de ancho, con
suerte, queda para el paso de la gente. A todo esto se le agregan, a
continuación, los negocios con de todo, especialmente con más ¡batik! Para cruzar
la calle, afírmense, que nadie para.
La ciudad también tiene un “Malioboró shopping”, con tiendas occidentales, McDonald’s (que vende además fideos) y calzados Bata.
Hoy tomé un “becak” (10.000rp) para ir al mercado de
los pájaros. Estos indonesios son criminales con los animales. Los pajaritos
son muy bonitos y las jaulas de palitos hermosas; pero tienen muchos pájaros en
jaulas ínfimas o uno solo en donde casi no cabe. Vendían también gekos, 10 por
jaula y reptiles apretujados... una pena. La sección de peces, de Sumatra, era
¡una maravilla de colores! El mercado resultó súper “choro” y bonito para
conocer, pero finalmente una bestialidad. Unos turistas extranjeros me contaron
que vendían por 1 euro 10 pajaritos verdes o rosados, para liberarlos en la plaza…
la inocencia del corazón bueno, cuando lo único que pasará es que los volverán
a atrapar para seguir lucrando. Un geko costaba CL$500 y una jaula “grande” de madera
CL$10.000 (sin regatear).
Regresé caminando al centro. Me metí a tiendas, caminé
y caminé. Finalmente llegué a “Taman Sari” y a donde viven los trabajadores del
Sultán; pero para entonces la batería de la cámara se había agotado, así que
decidí regresar otro día. Entones no pude resistir la tentación de comprar una
pintura batik sobre seda; no pude escapar a la insistencia de esta gente que te
“embute” como sea las cosas, y es que como me gustó la pintura, ocupa muy poco
espacio (es un paño del gado) y logré comprarla a un precio bueno (113.000 rp, un
tercio de lo que originalmente me ofreció), menos dije que no.
De regreso al hospedaje, caminando, conocí a una
australiana que se está quedando en mi mismo lugar; quizá vaya conmigo a los
templos mañana, pero no está segura de querer ir en moto; ahí veremos.
Ahora, en la noche, fui a comer a Malioboró, a los
restaurantes que abren al atardecer, como la gente local. Comí por 26.000rp
arroz, pollo, jackfruit (una pasta oscura de esta fruta, un poco dulce, sabrosa)
y verduras (espinaca salteada en jugo... primera vez que me gusta la espinaca),
y tomé un jugo por 7.500rp. Los restaurantes consisten en un área techada a lo
largo de la vereda y tapada con lona sólo por el lado opuesto de la calle, con una
cocina en un extremo que tiene un mesón con algunas comidas hechas en fondos
grandes, fuegos para saltear, una asadera casera a la orilla de la vereda y
neveras para los mariscos; seguidas a la cocina y perpendiculares a la vereda
van las mesitas alargadas casi a ras de piso, sobre tapices de entramado
multicolor plástico para sentarse sobre el suelo; las sandalias deben dejarse
en la vereda... como en la mayoría de los negocios.
La noche en Malioboró está llena de vida... y caos.
Con muchas luces que vienen de las tiendas (la calle misma no tiene); llena de
autos y motos; con cientos de motos estacionadas, muy organizadas y con los
cascos y chaquetas de sus dueños (porque no roban); con carritos esperando
llevar al primero que se le cruce por delante; repleta de gente, familias,
velos, sonrisas, grupos de música con tambores, “taksis” (taxis), comida en la
calle, humo de asaderas, comercio callejero... y entonces un avión muy bajo que
pasa por sobre la cabeza listo para aterrizar. “Del terror”, pero interesante
desde el punto de vista de un turista como yo.
Mañana comienza la visita a los edificios y templos.
Un beso,
Antonia