Finalmente llegué a Vietnam.
Ho Chi Ming City (Saigon, como aún todos le llaman aquí)
dejó chiquito a Bangkok. ¿En busca de motos? aquí es la oda a la moto, hay
miles por todos lados; en una calle, la acera está llena de motos, la vereda tiene
motos a la venta y hay moto-taxis a tu espera para rematar “la foto”. Como un
chorro de agua, el tráfico vehicular no para; uno debe lanzarse a
la calle, despacio para que te vean, y entonces cruzar entre motos, autos
y buses. Para tu consuelo papá, el montón de cables eléctricos y telefónicos
superan a los de Chile en cantidad... ¡impactante!
No hay nada malo con los vietnamitas; son buenos para
sonreír cuando hay algún tipo de intercambio, e incluso algunos te saludan o
sonríen “sin compromiso”, por lo que hasta ahora todo luce fantástico. El
detalle, quizá, es que un porcentaje alto de la población sufre de “síndrome de
Antonia”, ese del mal carácter que surge desde las entrañas cuando, por ejemplo,
uno está en la pasada de alguien y entonces sin mirarte ese alguien pasa
empujándote con “cara de palo” para que no estorbes.
Ya han pasado tres días y aún siento cierta pena por haber
dejado Cambodia, su gente y los amigos que hice. Los extraño. Últimamente, incluso,
hasta he llegado a sentir que me estoy acostumbrando a esta vida nómada, a
compartir con gente que está en las mismas que yo, que pese a ser muy distintos
compartimos un espíritu en común y nos apoyamos unos a otros. Miro por la
ventana del bus y sigo soñando en este sueño, imaginando mi futuro, otros
lugares, lo que me sorprenderá en los días siguientes. No dudo que conoceré a
más gente increíble, así como en estos días en Vietnam; pero aquellos que
conocí en Cambodia fueron una especie de familia... a parte del pinche por un día
que saqué al final... jeje.
El último día en Sihanoukville fue nuevamente de playa,
aunque esta vez en la playa principal, Serendipity, nada muy linda aunque agradable
para echarse y tomarse un “shake” de zanahoria. Esta vez y nuevamente, las
mujeres casi “me sacaron de mis casillas” con esa insistencia por tratar de
vender sus servicios y tocar las piernas para sacarte los pelos; una incluso
comenzó con el hilo a trabajar pese a que le repetí unas diez veces que no...
al menos aprendí cómo funciona su sistema de depilación. Y conocí a una niña de
diez anos, Kieve, extremadamente simpática y amorosa, y que pese a darle mis
últimos rieles que tenía, sin pedirle nada a cambio, me hizo una pulcera para
mi tobillo, y luego regresó a mí para sentarse a conversar y a hacerme un
marcador para mi libro; cuando era tarde nos despedimos y me dio un
abrazo, ofreciéndome posar con ella para una foto de recuerdo de amigas... ¡casi
me la robo!
Esa noche tomé el bus nocturno a Ho Chi Ming, cuyo viaje
tardaría 10,5 horas. Era el bus más extraño que haya visto; con dos pisos de
camas, una arriba de la otra, y cada cama con una parte plana para las piernas y
otro tercio en ángulo para la espalda, en tres filas separadas por pasillos a
lo ancho; muy cómodo para dormir. El punto fue que a las tres horas de vieje,
una vez en Phenom Penh, me cambiaron de bus (porque ese iba a Siem Reap),
a uno del tipo clásico chileno, aunque con dos asientos a mi disposición, y que
terminó tardando 14 horas... tema que ya no sorprende. A las 5 am llegamos al
cruce de Cambodia con Vietnam, donde paramos por una hora ¡a desayunar!; hubo
un amanecer precioso, con el horizonte rojo intenso dando la bienvenida a la
República comunista de Vietnam.
Decían que en Vietnam no había mucho acceso a internet y
otras comodidades de la vida occidental y capitalista; pero este país se nota
que, si bien no hace mucho tiempo, “se subió al mismo carro” que el resto
de los países; desde 1986 los extranjeros están autorizados para venir a
construir. Ahora la gente quiere “prosperar”, vivir mejor, superar los
destrozos de la guerra y “salir a flote” de la mejor forma
posible. Trabajan siete días a la semana y no tienen vacaciones (según lo
dicho por el guia). Con uno de los crecimientos económicos más elevados en
el mundo, como dicen, está “desarrollandose a mil por hora”, aunque con ayuda
externa también, entre ellos el de la China.
La bandera, roja con una estrella amarilla en el centro,
representa la sangre roja y la piel amarilla del vietnamita, y las cinco puntas
de la estrella los grupos de personas del país (que no recuerdo).
Este mundo se ve, aunque nunca he estado allá, mucho más
cercano a la China que le resto del sudeste asiático. Las caras son más achinadas,
aunque también muchas son parecidas a las de los camboyanos; son más blancos.
Las mujeres visten conjuntos de una misma tela, el pantalón y la parte de
arriba de manga larga, delgados, de colores vivos y estampados setenteros
semejantes a los pijamas de las camboyanas (sin ser pijamas). Son muy delgados.
En especial las mujeres, usan mascarillas en la calle (así como vi antes), y no
sólo en la ciudad para evitar respirar la contaminación atmosférica, sino
también, como una chica con la que converse hoy me contó, para ¡mantener sus
pieles blancas! Muchos se sientan en las veredas a tomar un té, a mirar lo
que sucede.
La comida no varía mucho del resto de Asia; mucha fritura
y aún más coco. Pero cocinan con más vegetales y tienen rollitos primavera sin
freír, con arroz, “basil” y camarón cubiertos con laminas de arroz.
El alojamiento es mucho más caro que en los países
anteriores, incluso más que en Laos; no encontré nada por menos que US$7
por noche; lo normal-barato es US$10. Y así como los camboyanos, “ni tontos”,
manejan todo con dolares americanos, por los que pese a que su moneda está
devaluada respecto del dolar en el 2007, traducen todos los precios y entonces
no hay alternativa de pagar menos.
Su moneda es el “dong” (1 US$ = 19.300 d). Y es así
como me di cuanta ahora que en Camboya gasté mucha más plata de lo que creí.
El idioma es otra vez diferente, y ahora con tonos
distintos. La escritura, eso sí, es con el alfabeto romano y que lleva
acentos variados sobe las letras para los tonos. “Hola” se dice “xin chao” (se
pronuncia “sin chao”), muy fácil para mí, y con el mismo tono que en chino (se
sube en “xin” y se baja en “chao”); “gracias” se dice “cam on”, como “come on”
en inglés, pero con un tono levemente diferente.
Cuando lleguá a HCMC, entre el caos de la gente ofreciéndo
sus habitaciones en casas que son angostas y altas y cuyas piezas baratas
obviamente están en el último piso, y el calor y los precios elevados, paré a
una chica que estaba en las mismas. Con Clementine, francesa, arrendamos una
pieza en un hotel, muy elegante para mis estándares y de ella, pero finalmente
compartimos el pago, por lo que estubo bien.
Entonces con mi amiga nueva por un día, Clementine, caminamos
por el centro de la ciudad. Fuimos al Palacio de la Reunificación, que nada de
interesante tenía... una casa grande con tres salones en el primer piso, una de
conferencias, otra de asambleas y otra de no sé qué, y un segundo piso que no
visitamos porque “nos dio lata” gastar energía en la escalera para algo que se
veía sin interés. Entonces fuimos al Museo de la Guerra, muy bueno, con
fotografías variadas, con relatos y escritos por todos lados; aquí sí que
lamenté no saber sobre historia, tanta información me bombardeó el cerebro
sin poder reunir los echos con los demás acontecimientos internacionales,
aunque las fotos a veces “hablan por sí solas”... dicen. Fue extraño ver y leer
historia desde el lado opuesto; yo siempre vi esto desde “los ojos” gringos;
ahora el vietnamita es el que habla, y por lo tanto las atrocidades resultan más
que terroríficas, sobre la gente, sociedad, país y ambiente. Pero aún me queda
la duda, la incertidumbre de creer palabras que vienen desde un sólo lado; las
cifras, sin embargo, reflejan mejor lo acontecido... 60.000
estadounidenses muertos por un lado y 3.000.000 de vietnamitas muertos y miles
de otros afectados por secuelas de quemaduras y malformaciones, y paisajes
destrozados por los químicos que arrojaron... una barbaridad, y unas fotos que
en muchos casos simplemente no pude mirar.
Caminamos también por los alrededores de Saigón, cruzando
rotondas con el tráfico característico; fuimos al mercado, iglesia,
teatro... caminamos como de costumbre (pero con zapatillas).
En la noche nos duchamos y fuimos en busca de nuestro
masaje. En “pelotas” estábamos las dos sobre nuestras camillas adyacentes, y
“suacate” que mi masajista saltó sobre mí para caminar sobre mi espalda.
Resultó que en el techo había un fierro para ayudar al equilibrio de este
masaje tailandés que nunca vi en Tailandia. Fui sobajeada como nunca. La tipa
era una acróbata; pasó sus rodillas por mi espalda; y si no fuese porque al
parecer sabía lo que hacía, me hubiese matado allí mismo, porque mi cuello y
espalda crujieron “de miedo”... me reí muchisimo, y ella y mi vecinas también.
A Clementine le tocó una masajista mucho más relajada; pero no me quejo,
porque la pasión con la que hizo su trabajo me dejó no solo “boca abierta” sino
también renovada y asombrada. Fue extremadamente gracioso.
Más tarde cenamos y nos fuimos a dormir porque estábamos
cansadas y nos debíamos levantar temprano.
Ayer por la mañana, a las 6:30 am, Clementine ya
se había ido a Cambodia. Yo partí en tur al delta del río Mekong.
Creí que el delta del Mekong era boscoso, lleno de
vegetacion, con poblaciones y villas pequeñas. En cambio, me encontré con carreteras
nuevas, puentes enormes, casas desbordándose a la orilla del río, vegetación
baja y no abundante; no muy bonito. El camino tenía arrozales amarillentos,
llegando a su punto cúlmine de maduración y cosecha.
El Mekong aquí se divide en muchos brazos, por lo que hay
ríos por todos lados. El agua es café. Las embarcaciones son de madera, muchas
pintadas con una cara roja en la parte frontal, con ojos negros y blancos, muy
bonitos.
El primer día fuimos a My Tho (se lee “mi-tó”) donde tomamos
una embarcación que se paseó por las islas y nos trasbordó a un bote angosto y
largo, para cuatro personas, con dos personas con un remo cada una, una en la
parte delandera y otra en la trasera del bote. Todos vestimos con los gorros
vietnamitas típicos, puntiagudos y hechos de palmera. El bote se metió por ríos
pequeños para visitar a una productora de dulces de coco caseros, y luego cruzó
a hasta la costa opuesta, en Ben Tre (se pronuncia “ben-tré”), donde anduvimos
un poco en bicicleta y almorzamos. Esa noche nos alojamos en un hotel en My Tho
y cenamos en el restaurante adyacente; en el menú ofrecían, en otros,
serpiente, ranas y ¡ratas!. Hoy en la mañana, a las 7 am, tomamos un bote
a motor para visitar primero el mercado en tierra y el del río más tarde. En el
mercado en tierra vimos las cosas más increíbles... estábamos todos impactados
y entretenidos con las cámaras. La gente usa los sombreros vietnamita por todos
lados, y las mujeres sus vestuarios multicolores. Ahí estaban las ratas
abiertas mostrando sus entrañas, ordenadas unas al lado de otras sobre
bandejas; tambien cada una de las partes de animales expuestas... orejas,
lenguas, ojos; frutas variadas, utensilios. Y la gente, a diferencia de la de
los otros países, no le teme tanto a la cámara; a algunos no les gusta ser
fotografiados, pero no responden con ese “no” determinante como en los países
budistas.
El mercado flotante es muy distinto al de Bangkok; sucede en barcos, en el río grande. No es turístico. En los barcos colocan una vara alta con los productos que venden en su extremo, para saber a dónde dirigirse; venden especialmente frutas y verduras. Y los consumidores van en sus botes a remo o motor paseándose. Muy interesante. Las casas adornan el río en su ribera; palafitos que en muchos casos casi no se veían porque el agua estaba muy alta. Y es que la época lluviosa no finaliza sino hasta octubre; las ciudades se inundan con la subida del río durante las lluvias, y luego vuelven a secarse.
Más tarde visitamos una productora de fideos de arroz
artesanal, donde todo es hecho eficientemente; el combustible para cocer las láminas
de arroz son las cubiertas que el arroz deja y que luego de quemadas se usan
como fertilizante; las láminas de arroz, cocidas a modo de panqueque, son
secadas sobre planchas de bambú bajo el sol. Y entonces visitamos un predio
frutal pequeño, con piñas, fruta dragón, jackfruit, plátanos y papayas; me
comí una piña completa, compartiendo con otros; a la gente le gusta comer la
piña con sal mezclada con aji, así como algunos comen la manzana verde con
sal. Jackfruit resultó tener un sabor algo similar a la lúcuma; y la guaba
verde resultó ser lo mismo que el jampur que probé en Malasia.
Y el tur terminó. Pero no puedo olvidar y
mencionar al guía turístico, a Mr Tong, que es el guía más
entretenido que haya tenido; carente de los dos dientes inferiores frontales y
con mucho sentido del humor, aunque a veces no era muy divertido y por
ello daba el comienzo de la risa para saber cuando reír; contaba historias o
explicaba de un modo difícil de olvidar, como el mencionar que comer coco
en la actualidad es mucho más fácil por que se tiene dientes inferiores para roer
(replicando el gesto con sus dientes faltos); además, cada vez que pudo nos
cantó canciones en vietnamita y luego traducidas al inglés, muy monótonas pero
absolutamente divertidas; la canción emblema “Vietnam, Ho Chi Ming” (viet naam,
hooo chiii miiiing, viet naaam, hooo chiii miiing).
Al regreso a HCMC busqué alojamiento y salí a ver el
caos último antes de partir mañana temprano a la playa Mui Ne, cinco horas al
norte. Creo que esta ciudad puede ser caminada y visitada un poco más; pero no
es muy interesante para mí al y no tengo días de sobra; los túneles los veré en
Hoi An.
Ufff, hay tanto que contar, pero ya no más, ¡me voy a
cenar!
Antonia