11 de septiembre de 2010

Desde Ho Chi Ming (Saigon), Sur, Vietnam




Finalmente llegué a Vietnam.
Ho Chi Ming City (Saigon, como aún todos le llaman aquí) dejó chiquito a Bangkok. ¿En busca de motos? aquí es la oda a la moto, hay miles por todos lados; en una calle, la acera está llena de motos, la vereda tiene motos a la venta y hay moto-taxis a tu espera para rematar “la foto”. Como un chorro de agua, el tráfico vehicular no para; uno debe lanzarse a la calle, despacio para que te vean, y entonces cruzar entre motos, autos y buses. Para tu consuelo papá, el montón de cables eléctricos y telefónicos superan a los de Chile en cantidad... ¡impactante!
No hay nada malo con los vietnamitas; son buenos para sonreír cuando hay algún tipo de intercambio, e incluso algunos te saludan o sonríen “sin compromiso”, por lo que hasta ahora todo luce fantástico. El detalle, quizá, es que un porcentaje alto de la población sufre de “síndrome de Antonia”, ese del mal carácter que surge desde las entrañas cuando, por ejemplo, uno está en la pasada de alguien y entonces sin mirarte ese alguien pasa empujándote con “cara de palo” para que no estorbes.


Ya han pasado tres días y aún siento cierta pena por haber dejado Cambodia, su gente y los amigos que hice. Los extraño. Últimamente, incluso, hasta he llegado a sentir que me estoy acostumbrando a esta vida nómada, a compartir con gente que está en las mismas que yo, que pese a ser muy distintos compartimos un espíritu en común y nos apoyamos unos a otros. Miro por la ventana del bus y sigo soñando en este sueño, imaginando mi futuro, otros lugares, lo que me sorprenderá en los días siguientes. No dudo que conoceré a más gente increíble, así como en estos días en Vietnam; pero aquellos que conocí en Cambodia fueron una especie de familia... a parte del pinche por un día que saqué al final... jeje.
El último día en Sihanoukville fue nuevamente de playa, aunque esta vez en la playa principal, Serendipity, nada muy linda aunque agradable para echarse y tomarse un “shake” de zanahoria. Esta vez y nuevamente, las mujeres casi “me sacaron de mis casillas” con esa insistencia por tratar de vender sus servicios y tocar las piernas para sacarte los pelos; una incluso comenzó con el hilo a trabajar pese a que le repetí unas diez veces que no... al menos aprendí cómo funciona su sistema de depilación. Y conocí a una niña de diez anos, Kieve, extremadamente simpática y amorosa, y que pese a darle mis últimos rieles que tenía, sin pedirle nada a cambio, me hizo una pulcera para mi tobillo, y luego regresó a mí para sentarse a conversar y a hacerme un marcador para mi libro; cuando era tarde nos despedimos y me dio un abrazo, ofreciéndome posar con ella para una foto de recuerdo de amigas... ¡casi me la robo!
Esa noche tomé el bus nocturno a Ho Chi Ming, cuyo viaje tardaría 10,5 horas. Era el bus más extraño que haya visto; con dos pisos de camas, una arriba de la otra, y cada cama con una parte plana para las piernas y otro tercio en ángulo para la espalda, en tres filas separadas por pasillos a lo ancho; muy cómodo para dormir. El punto fue que a las tres horas de vieje, una vez en Phenom Penh, me cambiaron de bus (porque ese iba a Siem Reap), a uno del tipo clásico chileno, aunque con dos asientos a mi disposición, y que terminó tardando 14 horas... tema que ya no sorprende. A las 5 am llegamos al cruce de Cambodia con Vietnam, donde paramos por una hora ¡a desayunar!; hubo un amanecer precioso, con el horizonte rojo intenso dando la bienvenida a la República comunista de Vietnam.
Decían que en Vietnam no había mucho acceso a internet y otras comodidades de la vida occidental y capitalista; pero este país se nota que, si bien no hace mucho tiempo, “se subió al mismo carro” que el resto de los países; desde 1986 los extranjeros están autorizados para venir a construir. Ahora la gente quiere “prosperar”, vivir mejor, superar los destrozos de la guerra y “salir a flote” de la mejor forma posible. Trabajan siete días a la semana y no tienen vacaciones (según lo dicho por el guia). Con uno de los crecimientos económicos más elevados en el mundo, como dicen, está “desarrollandose a mil por hora”, aunque con ayuda externa también, entre ellos el de la China.
La bandera, roja con una estrella amarilla en el centro, representa la sangre roja y la piel amarilla del vietnamita, y las cinco puntas de la estrella los grupos de personas del país (que no recuerdo).
Este mundo se ve, aunque nunca he estado allá, mucho más cercano a la China que le resto del sudeste asiático. Las caras son más achinadas, aunque también muchas son parecidas a las de los camboyanos; son más blancos. Las mujeres visten conjuntos de una misma tela, el pantalón y la parte de arriba de manga larga, delgados, de colores vivos y estampados setenteros semejantes a los pijamas de las camboyanas (sin ser pijamas). Son muy delgados. En especial las mujeres, usan mascarillas en la calle (así como vi antes), y no sólo en la ciudad para evitar respirar la contaminación atmosférica, sino también, como una chica con la que converse hoy me contó, para ¡mantener sus pieles blancas! Muchos se sientan en las veredas a tomar un té, a mirar lo que sucede.
La comida no varía mucho del resto de Asia; mucha fritura y aún más coco. Pero cocinan con más vegetales y tienen rollitos primavera sin freír, con arroz, “basil” y camarón cubiertos con laminas de arroz.
El alojamiento es mucho más caro que en los países anteriores, incluso más que en Laos; no encontré nada por menos que US$7 por noche; lo normal-barato es US$10. Y así como los camboyanos, “ni tontos”, manejan todo con dolares americanos, por los que pese a que su moneda está devaluada respecto del dolar en el 2007, traducen todos los precios y entonces no hay alternativa de pagar menos.
Su moneda es el “dong” (1 US$ = 19.300 d). Y es así como me di cuanta ahora que en Camboya gasté mucha más plata de lo que creí.
El idioma es otra vez diferente, y ahora con tonos distintos. La escritura, eso sí, es con el alfabeto romano y que lleva acentos variados sobe las letras para los tonos. “Hola” se dice “xin chao” (se pronuncia “sin chao”), muy fácil para mí, y con el mismo tono que en chino (se sube en “xin” y se baja en “chao”); “gracias” se dice “cam on”, como “come on” en inglés, pero con un tono levemente diferente.
Cuando lleguá a HCMC, entre el caos de la gente ofreciéndo sus habitaciones en casas que son angostas y altas y cuyas piezas baratas obviamente están en el último piso, y el calor y los precios elevados, paré a una chica que estaba en las mismas. Con Clementine, francesa, arrendamos una pieza en un hotel, muy elegante para mis estándares y de ella, pero finalmente compartimos el pago, por lo que estubo bien.
Entonces con mi amiga nueva por un día, Clementine, caminamos por el centro de la ciudad. Fuimos al Palacio de la Reunificación, que nada de interesante tenía... una casa grande con tres salones en el primer piso, una de conferencias, otra de asambleas y otra de no sé qué, y un segundo piso que no visitamos porque “nos dio lata” gastar energía en la escalera para algo que se veía sin interés. Entonces fuimos al Museo de la Guerra, muy bueno, con fotografías variadas, con relatos y escritos por todos lados; aquí sí que lamenté no saber sobre historia, tanta información me bombardeó el cerebro sin poder reunir los echos con los demás acontecimientos internacionales, aunque las fotos a veces “hablan por sí solas”... dicen. Fue extraño ver y leer historia desde el lado opuesto; yo siempre vi esto desde “los ojos” gringos; ahora el vietnamita es el que habla, y por lo tanto las atrocidades resultan más que terroríficas, sobre la gente, sociedad, país y ambiente. Pero aún me queda la duda, la incertidumbre de creer palabras que vienen desde un sólo lado; las cifras, sin embargo, reflejan mejor lo acontecido... 60.000 estadounidenses muertos por un lado y 3.000.000 de vietnamitas muertos y miles de otros afectados por secuelas de quemaduras y malformaciones, y paisajes destrozados por los químicos que arrojaron... una barbaridad, y unas fotos que en muchos casos simplemente no pude mirar.
Caminamos también por los alrededores de Saigón, cruzando rotondas con el tráfico característico; fuimos al mercado, iglesia, teatro... caminamos como de costumbre (pero con zapatillas).
En la noche nos duchamos y fuimos en busca de nuestro masaje. En “pelotas” estábamos las dos sobre nuestras camillas adyacentes, y “suacate” que mi masajista saltó sobre mí para caminar sobre mi espalda. Resultó que en el techo había un fierro para ayudar al equilibrio de este masaje tailandés que nunca vi en Tailandia. Fui sobajeada como nunca. La tipa era una acróbata; pasó sus rodillas por mi espalda; y si no fuese porque al parecer sabía lo que hacía, me hubiese matado allí mismo, porque mi cuello y espalda crujieron “de miedo”... me reí muchisimo, y ella y mi vecinas también. A Clementine le tocó una masajista mucho más relajada; pero no me quejo, porque la pasión con la que hizo su trabajo me dejó no solo “boca abierta” sino también renovada y asombrada. Fue extremadamente gracioso.
Más tarde cenamos y nos fuimos a dormir porque estábamos cansadas y nos debíamos levantar temprano.
Ayer por la mañana, a las 6:30 am, Clementine ya se había ido a Cambodia. Yo partí en tur al delta del río Mekong.
Creí que el delta del Mekong era boscoso, lleno de vegetacion, con poblaciones y villas pequeñas. En cambio, me encontré con carreteras nuevas, puentes enormes, casas desbordándose a la orilla del río, vegetación baja y no abundante; no muy bonito. El camino tenía arrozales amarillentos, llegando a su punto cúlmine de maduración y cosecha.
El Mekong aquí se divide en muchos brazos, por lo que hay ríos por todos lados. El agua es café. Las embarcaciones son de madera, muchas pintadas con una cara roja en la parte frontal, con ojos negros y blancos, muy bonitos.
El primer día fuimos a My Tho (se lee “mi-tó”) donde tomamos una embarcación que se paseó por las islas y nos trasbordó a un bote angosto y largo, para cuatro personas, con dos personas con un remo cada una, una en la parte delandera y otra en la trasera del bote. Todos vestimos con los gorros vietnamitas típicos, puntiagudos y hechos de palmera. El bote se metió por ríos pequeños para visitar a una productora de dulces de coco caseros, y luego cruzó a hasta la costa opuesta, en Ben Tre (se pronuncia “ben-tré”), donde anduvimos un poco en bicicleta y almorzamos. Esa noche nos alojamos en un hotel en My Tho y cenamos en el restaurante adyacente; en el menú ofrecían, en otros, serpiente, ranas y ¡ratas!. Hoy en la mañana, a las 7 am, tomamos un bote a motor para visitar primero el mercado en tierra y el del río más tarde. En el mercado en tierra vimos las cosas más increíbles... estábamos todos impactados y entretenidos con las cámaras. La gente usa los sombreros vietnamita por todos lados, y las mujeres sus vestuarios multicolores. Ahí estaban las ratas abiertas mostrando sus entrañas, ordenadas unas al lado de otras sobre bandejas; tambien cada una de las partes de animales expuestas... orejas, lenguas, ojos; frutas variadas, utensilios. Y la gente, a diferencia de la de los otros países, no le teme tanto a la cámara; a algunos no les gusta ser fotografiados, pero no responden con ese “no” determinante como en los países budistas.

El mercado flotante es muy distinto al de Bangkok; sucede en barcos, en el río grande. No es turístico. En los barcos colocan una vara alta con los productos que venden en su extremo, para saber a dónde dirigirse; venden especialmente frutas y verduras. Y los consumidores van en sus botes a remo o motor paseándose. Muy interesante. Las casas adornan el río en su ribera; palafitos que en muchos casos casi no se veían porque el agua estaba muy alta. Y es que la época lluviosa no finaliza sino hasta octubre; las ciudades se inundan con la subida del río durante las lluvias, y luego vuelven a secarse.
Más tarde visitamos una productora de fideos de arroz artesanal, donde todo es hecho eficientemente; el combustible para cocer las láminas de arroz son las cubiertas que el arroz deja y que luego de quemadas se usan como fertilizante; las láminas de arroz, cocidas a modo de panqueque, son secadas sobre planchas de bambú bajo el sol. Y entonces visitamos un predio frutal pequeño, con piñas, fruta dragón, jackfruit, plátanos y papayas; me comí una piña completa, compartiendo con otros; a la gente le gusta comer la piña con sal mezclada con aji, así como algunos comen la manzana verde con sal. Jackfruit resultó tener un sabor algo similar a la lúcuma; y la guaba verde resultó ser lo mismo que el jampur que probé en Malasia.
Y el tur terminó. Pero no puedo olvidar y mencionar al guía turístico, a Mr Tong, que es el guía más entretenido que haya tenido; carente de los dos dientes inferiores frontales y con mucho sentido del humor, aunque a veces no era muy divertido y por ello daba el comienzo de la risa para saber cuando reír; contaba historias o explicaba de un modo difícil de olvidar, como el mencionar que comer coco en la actualidad es mucho más fácil por que se tiene dientes inferiores para roer (replicando el gesto con sus dientes faltos); además, cada vez que pudo nos cantó canciones en vietnamita y luego traducidas al inglés, muy monótonas pero absolutamente divertidas; la canción emblema “Vietnam, Ho Chi Ming” (viet naam, hooo chiii miiiing, viet naaam, hooo chiii miiing).
Al regreso a HCMC busqué alojamiento y salí a ver el caos último antes de partir mañana temprano a la playa Mui Ne, cinco horas al norte. Creo que esta ciudad puede ser caminada y visitada un poco más; pero no es muy interesante para mí al y no tengo días de sobra; los túneles los veré en Hoi An.
Ufff, hay tanto que contar, pero ya no más, ¡me voy a cenar!
Antonia

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