29 de agosto de 2010

Desde Siem Reap, Norte, Camboya


Uffffff he llegado al mundo embarrado de Camboya.
Finalmente me quedé un día extra en Nakhon Ratchasima, para descansar. Fue algo aburrido porque no tenía qué hacer más que jugar al sudoku que llevo, y estar en un último piso de un hotel donde hace mucho calor no es muy agradable. Pero estuvo bien, dormí harto y cené y desayuné sopita de pollo con arroz en el hotel; me trataron como princesa, ¡qué gente mas amable!.
Ayer partí rumbo a Camboya. Primero tomé un “bus 2” hasta la estación de trenes, donde tuve que esperar una hora para tomar el tren de tercera clase a Surín (a sólo CL$500 un viaje de tres horas). La niña de frenillos sentada al frente mío intentó “sacar” su inglés pobre para preguntarme algunas cosas escasas; por lo tanto tuvo que ser ella la que le explicara al centenar de gente, que se sentó al lado nuestro, de qué se trataba mi persona, para lo que, por supuesto, debe haber tenido que improvisar un poco más.
La tercera clase del tren lleva un surtido de gente increíble, desde chicos muy pulcros venidos de la universidad hasta gente con las malformaciones más terribles. Y la chica de frenillos me enseñó que inhalando uno de esos tubitos mentolados se pasan los malos olores.
En Surin, nada lindo; decidí ver cómo continuaría el viaje sin quedarme a alojar. Caminé 200 metros hasta la estación de buses, compré agua y lo único comible un poco más “sano” que vi, unas galletas tipo barquillo. Entonces el minibús me llevó hasta Chong Yom, en el borde con Camboya, que para entonces la lluvia se dejaba caer.
Escogí esta ruta, que no es la usual, porque la reputación mala de la popular ruta llamada Poipet, cercana a Bangkok, no la quise experimentar. Pero entonces la horda de gente estaba en la puerta esperando mi “dinerito”. Y es que mi paciencia, con tanto “zángano”, está agotada. Ni han hablado y me sale la ira; ya no permito ni que me hablen, y aún así insisten e insisten. Pareciera que hubiese miles de una misma persona; aparecen por todos lados ofreciendo mil y una cosas.
Entonces decidí quedarme a dormir en el borde de Camboya con Tailandia, sin tomar ninguna decisión hasta el día siguiente, ya que si bien las ofertas eran extremadamente caras y para entonces había dejado de llover, la hora no era buena para seguir a ningún lado; estaba oscureciendo.
Conseguí mi visa para Camboya, por US$20 (si pagaba con bhat hubiesen sido US$30), y caminé hasta el pueblo O-Smash, a unos 300 metros del límite; consistía en una única calle pavimentada en bajada hasta el pueblo, y luego no más cemento.
El suelo era de arcilla roja muy pesada, que se pegaba a los zapatos haciéndolos pesados. Yo iba entre algunas motos y pocos autos. Había ofertas para llévame a donde quisiese en cada metro.
El hotel (“guesthouse”), en que me quedé, era la única edificación pintada, de color salmón; dentro olía a moho y decadencia. Por ser una de las pocas opciones, y la única disponible cuando llegué esa tarde, el precio doblaba a lo normal. Al menos la pieza tenía televisión, con HBO como única opción de canal en inglés, así que la película de la noche me la repetí en la mañana.
Hoy en la mañana estaba lista para partir a las 8:30 horas; pero entre la lluvia y el esperar al “taxi compartido” que me estaba tramitando el dueño del hotel, no partí sino hasta las 10:30 horas. El taxi se había llenado de gente, así que me fui en una camioneta de cabina y media de un amigo de los dueños del hotel, quien iba a Siem Reap; por cierto, me llevó por el mismo precio que cobraba el taxi, aunque un quinto del valor del taxi que me ofrecía la tarde anterior. Y si bien iba inquieta al comienzo, analizando las posibilidades de saltar de la camioneta en caso de un rapto o de qué hacer si me dejaba tirada, me fui relajando con el tiempo al ver que la gente sólo quiere plata sin mayor estafa o violencia. La primera parte del camino, siempre de tierra, tenía unas zanjas enormes producto de la erosión de la lluvia y escorrentía... una cosa asombrosa. Una vez abajo, la calle de tierra era más ancha y plana, aunque con muchos hoyos también.
En Indonesia, Malasia y Tailandia se maneja por la izquierda, en Laos por la derecha, y aquí en Camboya también por la derecha; pero aquí el manubrio está, en la mayoría de las veces, aún en la parte derecha del vehículo... terrible para adelantar.
El paisaje del camino consistió en una carretera arcillosa rojiza rodeada de explanadas arroceras color verde. Sólo color verde y café. Unas pocas plantas con flores amarillas y un sorprendente y único arbusto lleno de hibiscos rojos, esporádicamente. Casas, no abundantes, hechas de tabla sin tratamiento y techo te paja o lata. Vacas jorobadas adornando los alrededores o el centro de la carretera; sólo movían la cabeza con el bocinazo de la camioneta. Muy pocos autos; pero algunas motos. Algunos búfalos pintaban el entorno sumergidos hasta el vientre en las charcas bordeando la calle. Extremadamente rural. Donde había un poco más de casas, la basura abundaba, así como los colores de los quitasoles y sillas de empresas bebestibles. Una que otra construcción de cemento, y la mayoría en altura, con el primer y único piso a veces tan elevado como uno segundo.
Cada kilómetro se veía un cartel,  “Cambodian people's party”, para que les quede “clarito” que el mundo, aquí, está agrupado. 
La camioneta tomó algunos pasajeros en el camino, y dejó algunos envíos también. Los pasajeros iban uno al lado mío y otros tres en la parte posterior de la camioneta, sobre la ruma de cosas que llevaba, y afirmados de los barrotes de la ventana trasera... una “seguridad extrema” con el bamboleo constante. Cuando un policía (creo yo) hizo parar la camioneta, se puso a hablar señalando a la gente que iba atrás; el conductor se rió y le pasó unos “billetitos”. El viaje tardó cuatro horas y media.
Cuando llegamos a la primera ciudad el camino tenía 300 metros de concreto; luego el paisaje volvía a repetirse. Pero cuando llegamos a la intersección con el camino que va desde la frontera Poipet (la más popular) hacia Siem Reap, la carretera se emparejó y el concreto apareció. Y una vez alcanzada Siem Reap, ciudad centro de los templos Angkor, la modernidad era evidente, o más bien dicho el turismo y sus implicancias, aun cuando había polvo por todos lados (la tierra a esa hora ya se había secado bastante).
Mi alojamiento ahora no es ni “pituco” ni malo; por sólo US$3 tiene dos camas grandes, baño incluido, televisión con cable y ¡acceso gratis a internet! Aunque esto no quiere decir que no sea un tanto miserable, que la pieza sea lúgubre, la pintura esté sucia y el internet se caiga a cada instante.
Aquí se usa la moneda “riel” (se pronuncia “ril”); pero todos los precios para los turistas, incluida la plata que entrega el cajero electrónico, es en US$, por lo que los precios tienden a “dispararse” un poco. De lo contrario, resulta muy barato.
Mañana comienzan mis tres días de templos, transportada en tuk-tuk el primer día y esperando poder usar bicicleta después... ahí veré.
Mi salud en cada minuto es mejor; con un día más de tratamiento con antibióticos estaré bien. Tengo sales para ponle al agua, así que tío Juan, no te preocupes que también sigo tus consejos.
Abrazos a todos.

Antonia