Finalmente
me quedé un día extra en Nakhon Ratchasima, para descansar. Fue algo aburrido
porque no tenía qué hacer más que jugar al sudoku que llevo, y estar en un último
piso de un hotel donde hace mucho calor no es muy agradable. Pero estuvo bien, dormí
harto y cené y desayuné sopita de pollo con arroz en el hotel; me trataron como
princesa, ¡qué gente mas amable!.
Ayer
partí rumbo a Camboya. Primero tomé un “bus 2” hasta la estación de trenes,
donde tuve que esperar una hora para tomar el tren de tercera clase a Surín (a
sólo CL$500 un viaje de tres horas). La niña de frenillos sentada al frente mío
intentó “sacar” su inglés pobre para preguntarme algunas cosas escasas; por lo
tanto tuvo que ser ella la que le explicara al centenar de gente, que se sentó
al lado nuestro, de qué se trataba mi persona, para lo que, por supuesto, debe
haber tenido que improvisar un poco más.
La
tercera clase del tren lleva un surtido de gente increíble, desde chicos muy
pulcros venidos de la universidad hasta gente con las malformaciones más
terribles. Y la chica de frenillos me enseñó que inhalando uno de esos tubitos
mentolados se pasan los malos olores.
En Surin,
nada lindo; decidí ver cómo continuaría el viaje sin quedarme a alojar.
Caminé 200 metros hasta la estación de buses, compré agua y lo único comible un
poco más “sano” que vi, unas galletas tipo barquillo. Entonces el minibús me
llevó hasta Chong Yom, en el borde con Camboya, que para entonces la lluvia se
dejaba caer.
Escogí
esta ruta, que no es la usual, porque la reputación mala de la popular ruta
llamada Poipet, cercana a Bangkok, no la quise experimentar. Pero entonces la
horda de gente estaba en la puerta esperando mi “dinerito”. Y es que mi paciencia,
con tanto “zángano”, está agotada. Ni han hablado y me sale la ira; ya no
permito ni que me hablen, y aún así insisten e insisten. Pareciera que hubiese
miles de una misma persona; aparecen por todos lados ofreciendo mil y una cosas.
Entonces
decidí quedarme a dormir en el borde de Camboya con Tailandia, sin tomar
ninguna decisión hasta el día siguiente, ya que si bien las ofertas eran
extremadamente caras y para entonces había dejado de llover, la hora no era
buena para seguir a ningún lado; estaba oscureciendo.
Conseguí
mi visa para Camboya, por US$20 (si pagaba con bhat hubiesen sido US$30), y caminé
hasta el pueblo O-Smash, a unos 300 metros del límite; consistía en una única
calle pavimentada en bajada hasta el pueblo, y luego no más cemento.
El
suelo era de arcilla roja muy pesada, que se pegaba a los zapatos haciéndolos
pesados. Yo iba entre algunas motos y pocos autos. Había ofertas para llévame
a donde quisiese en cada metro.
El
hotel (“guesthouse”), en que me quedé, era la única edificación pintada, de color
salmón; dentro olía a moho y decadencia. Por ser una de las pocas opciones, y
la única disponible cuando llegué esa tarde, el precio doblaba a lo normal. Al
menos la pieza tenía televisión, con HBO como única opción de canal en inglés,
así que la película de la noche me la repetí en la mañana.
Hoy
en la mañana estaba lista para partir a las 8:30 horas; pero entre la lluvia y el
esperar al “taxi compartido” que me estaba tramitando el dueño del hotel, no partí
sino hasta las 10:30 horas. El taxi se había llenado de gente, así que me fui
en una camioneta de cabina y media de un amigo de los dueños del hotel,
quien iba a Siem Reap; por cierto, me llevó por el mismo precio que cobraba el
taxi, aunque un quinto del valor del taxi que me ofrecía la tarde anterior. Y
si bien iba inquieta al comienzo, analizando las posibilidades de saltar de la
camioneta en caso de un rapto o de qué hacer si me dejaba tirada, me fui relajando
con el tiempo al ver que la gente sólo quiere plata sin mayor estafa o
violencia. La primera parte del camino, siempre de tierra, tenía unas zanjas
enormes producto de la erosión de la lluvia y escorrentía... una cosa
asombrosa. Una vez abajo, la calle de tierra era más ancha y plana, aunque con
muchos hoyos también.
En
Indonesia, Malasia y Tailandia se maneja por la izquierda, en Laos por la
derecha, y aquí en Camboya también por la derecha; pero aquí el manubrio está,
en la mayoría de las veces, aún en la parte derecha del vehículo... terrible
para adelantar.
El
paisaje del camino consistió en una carretera arcillosa rojiza rodeada de
explanadas arroceras color verde. Sólo color verde y café. Unas pocas plantas con
flores amarillas y un sorprendente y único arbusto lleno de hibiscos rojos,
esporádicamente. Casas, no abundantes, hechas de tabla sin tratamiento y techo
te paja o lata. Vacas jorobadas adornando los alrededores o el centro de la carretera;
sólo movían la cabeza con el bocinazo de la camioneta. Muy pocos autos; pero
algunas motos. Algunos búfalos pintaban el entorno sumergidos hasta el vientre en
las charcas bordeando la calle. Extremadamente rural. Donde había un poco más
de casas, la basura abundaba, así como los colores de los quitasoles y sillas
de empresas bebestibles. Una que otra construcción de cemento, y la mayoría en
altura, con el primer y único piso a veces tan elevado como uno segundo.
Cada
kilómetro se veía un cartel, “Cambodian people's party”, para que les
quede “clarito” que el mundo, aquí, está agrupado.
La
camioneta tomó algunos pasajeros en el camino, y dejó algunos envíos también.
Los pasajeros iban uno al lado mío y otros tres en la parte posterior de la
camioneta, sobre la ruma de cosas que llevaba, y afirmados de los barrotes de
la ventana trasera... una “seguridad extrema” con el bamboleo constante. Cuando
un policía (creo yo) hizo parar la camioneta, se puso a hablar señalando a la
gente que iba atrás; el conductor se rió y le pasó unos “billetitos”. El viaje
tardó cuatro horas y media.
Cuando
llegamos a la primera ciudad el camino tenía 300 metros de concreto;
luego el paisaje volvía a repetirse. Pero cuando llegamos a la intersección con
el camino que va desde la frontera Poipet (la más popular) hacia Siem Reap, la
carretera se emparejó y el concreto apareció. Y una vez alcanzada Siem Reap,
ciudad centro de los templos Angkor, la modernidad era evidente, o más bien
dicho el turismo y sus implicancias, aun cuando había polvo por todos lados (la
tierra a esa hora ya se había secado bastante).
Mi
alojamiento ahora no es ni “pituco” ni malo; por sólo US$3 tiene dos camas
grandes, baño incluido, televisión con cable y ¡acceso gratis a internet!
Aunque esto no quiere decir que no sea un tanto miserable, que la pieza sea
lúgubre, la pintura esté sucia y el internet se caiga a cada instante.
Aquí
se usa la moneda “riel” (se pronuncia “ril”); pero todos los precios para los
turistas, incluida la plata que entrega el cajero electrónico, es en US$, por
lo que los precios tienden a “dispararse” un poco. De lo contrario, resulta muy
barato.
Mañana
comienzan mis tres días de templos, transportada en tuk-tuk el primer día y
esperando poder usar bicicleta después... ahí veré.
Mi
salud en cada minuto es mejor; con un día más de tratamiento con antibióticos
estaré bien. Tengo sales para ponle al agua, así que tío Juan, no te preocupes
que también sigo tus consejos.
Abrazos
a todos.
Antonia