Sí,
aún teniendo 2,5 millones de habitantes no se percibe el caos de
otros lados, y la gente es más cálida que en Beijing. Y el mar...
es como estar en casa, respirar aire puro.
En
Beijing no me tocó la contaminación ambiental de la que tanto se
habla ; supongo porque había mucho viento. Pero en Qingdao el aire
es aún más limpio; no cabe duda.
Aún
así Qingdao es la China, pues tratar de encontrar su paradero de
buses me costó “un mundo” (literalmente).
Ayer
caminé por la ciudad y por la parte más antigua donde me alojé;
tenía calles que subían y bajaba, con algunas casas muy grandes e
iglesias antiguas de los tiempos en que los alemanes vivieron aquí.
Sí, por 99 años Qingdao perteneció a Alemania, y entonces abrieron
la cervecería Tsingtao. Así es como se hizo conocida la “ciudad
de la cerveza” y de las playas, a donde hay que venir en verano,
porque entonces está el festival de la cerveza y no hace frío.
Debido a sus colinas, supongo, no hay bicicletas.
Ahora
hace frío, aunque nunca tanto como en Beijing. En la parte más
antigua de la ciudad, siguiendo por la costa al norte, hay edificios
nuevos y viejos, con calles angostas en pendiente y con casas
“pintorescas” algo más caóticas y sucias, pero más
interesantes también, con una catedral católica muy grande y
bonita. En la parte baja, en la costa, hay un muelle donde pasea la
gente y algunas playas pequeñas con rocas. Pese al frío, habían
unos pocos hombres con zunga, bañándose y jugando volleyball.
Durante
el día compré el pasaje en bus para Shanghai, para hoy sábado.
Pero luego de caminar por la ciudad y pagar alojamiento, me di cuanta
que debí haber partido el mismo día en la noche, porque pese a que
la ciudad es agradable, no da para visitarla por más de un día; no
hay mucho que hacer ni ver a parte de una vista bonita, aunque nunca
tanto.
Hoy,
para tener algo que hacer, partí a Lao Shan (Shan = montaña), con
la idea de terminar de destrozar mis piernas.
Fue
una confusión total el encontrar el bus 802 o 304; supuestamente
pasaría delante del muelle. Al llegar al muele me encontré con
muchas calles, todas cercadas por rejas, lo que indicaba que ningún
bus pararía. Pregunté a varias personas, pero nadie sabía por
dónde pasaba; incluso vi algunas paradas de buses más distantes
donde no se señalaba ningún número de bus... la señalización era
sólo para propaganda. Varios metros más lejos, y luego de tener que
subirme a otro bus para preguntarle a una conductora, llegué donde
estaba la parada del 304. Aun así la chica que cobraba, dentro del
bus, puso cara “rara” cuando le pregunté por Lao Shan;
confirmando con la conductora entendí que no iba directamente para
el lugar, pero que estaba en el bus correcto. Una hora más tarde
llegué a una parada de buses.
La
“montaña” resultó ser un área rocosa extremadamente grande. No
sólo había que pagar por entrar a “la montaña” sino también
por el bus que te llevaba, pues sin éste no hubiese llegado a ningún
lado. Se trataba de un lugar costero, con panoramas muy bellos, con
poblados, plantaciones de té y hortalizas en terrazas y piscinas con
cultivo de mariscos. Los sitios del parque, con
entrada pagada, estaban a lo largo de este trayecto, pero no visité
más que uno, donde había un templo, ¿adivinen de qué?, buda, ¡que
sorpresa!; pero puede caminar, seguir con la rutina de subir
escaleras, aunque esta vez no me llevaron más que a una cueva
pequeña invadida por el budismo (una vez más), con lo que creí
eran algunas lápidas que fotografié clandestinamente pese a que una
señora me dijo que “no”... ni que le fuera a quitar el alma a
los muertos.
El
paisaje costero se parecía harto al chileno de la costa central, con
rocas graníticas amarillentas y redondeadas, como las del norte de
Con-Cón. Había muchos pinos, no muy viejos y algo bajos, que si no
fuese porque eran demasiados en igual condición, prometería que les
habían cortado el ápice; eran coníferas grandes sin forma cónica
que no había visto antes. También habían matorrales espinosos y
unos pocos bambúes. De hecho, había leído que allí habían
bambúes, y entonces “aluciné” con la idea de, por fin, conocer
uno de esos bosques de bambú con que sueño ver... pero no era.
Y
pese a que el día estaba frío y con neblina, estuvo bonito; aunque
cuando tenía que irme, el sol salió para iluminar el paisaje con
esa luz que tanto me gusta del atardecer.
Ahora,
luego de una ducha caliente, luego de dos y días y medio sin agua
debido a que estaba mala, estoy a la espera de que el reloj marque
las 20:30 horas para tomar mi “bus-cama” a Shanghai. Crean o no,
esta vez el tren es más caro que el bus, y sólo tiene categoría
“asiento duro” para viajar por 12 horas diurnas y llegar en la
noche o madrugada.
No
lo puedo creer, éste es mi último trayecto terrestre largo antes de
subirme a un avión. Espero poder conocer algún lugar interesante
alrededor de Shanghai, algún pueblo o la montaña mas bella del
país, Huang Shan, aunque intuyo que el tiempo que me resta no
alcanzará para ver más que la ciudad; ahí veré.
Y
acabo de deshacerme de mis zapatillas viejas y de un par de
calcetines, por donde mi dedo se escapó, y otro par de pantalones
cortos y la bolsa de la basura que usé para cubrir mi mochila de la
lluvia. La malla contra mosquitos también abandonó mi bolso;
entonces la mochila tiene menos cosas!... pero sigue llena.
Que
tengan una fin de semana bueno.
Cariños,
Antonia
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