14 de agosto de 2010

Desde Chiang Rai, Norte, Tailandia

Aún en el norte de Tailandia, relajándome antes de tomar el bote a Laos.
El norte del país es muy bello, verde radiante, con paisajes lindos, y con gente mucho más acogedora.
Los tailandeses son gente tranquila, pacífica y poco ruidosa. Incluso con un nivel de inglés muy bueno, no saben dar explicaciones, y no conocen ni el nombre de la calle donde viven o trabajan. Preguntar por una dirección, es soñar que la obtendrás.
Mi segundo día en Chiang Mai fue de tur. El tur fue bien tristón; monté un elefante con una chica japonesa, que si bien sentí rico el bamboleo del animal (dificultaba tomar una foto), las condiciones del recinto y de los animales no me gustaron, porque no se veían felices.
Al momento de visitar tribus, el primer aviso fue “shopping”... “¿shopping?”, me dije yo, “yo no vine de shopping”. Y es que para la gente ésta es la oportunidad de vender artesanía; aunque, a excepción de unos tejidos, la mayoría era industrial, proveniente de la ciudad. Compré un anillo de bronce torcido, copia de los que la tribu “Karen” se coloca en el cuello para alargárselo.

También visitamos la tribu Lisu, que vi en Pai, vestidos de colores brillantes y telas tipo plush. Había una señora Karen que tenía los dientes negros… absolutamente negros… por belleza; esto lo logran masticando tabaco y maní, y como estaba tan feliz por haberme vendido el anillo, sonrió muy bien para la foto en que me abrazó con todo gusto; muy amorosa.
La cascada que visitamos con el tur… ni que mencionar, una ridiculez; era tan chica que parecía la fuente a propulsión del jardín de una casa. Pero igual estuvo bueno y ni nos tuvimos que mover mucho. Además, tuve la oportunidad de conversar y conocer más gente en el bus.
Al día siguiente, el miércoles, me fui a Pai, hacia el oeste de Chiang Mai. Caminé al terminal de buses que indicaba mi guía; pero no resultó ser el correcto, así que le debo un cansancio gratuito más un viaje caro en minibús, desde el centro, ya que no estaba en condiciones de seguir en la búsqueda del terminal adecuado.

El camino a Pai era bien sinuoso; pero precioso, con un bosque bello, árboles grandes, montañas con neblina y temperatura media debido a la estación lluviosa. Estaba lloviendo cuando llegué; pero luego paró la lluvia y las nubes comenzaron a despejar los cerros. El pueblo bonito, las casas nada especial, pero agradable, con tiendas y restaurantes, y con gente local. Cada vez que la lluvia se iba, la vida florecía en las calles y la gente se dirigía a un mercado abierto con venta de verduras, frutas y comida.
El alojamiento de “medio pelo”, pero ¡con tele! Qué rico tener una tele; vi un canal árabe hablado en inglés, Aljazeera, que presenta noticias mundiales y reportajes súper interesantes; algunas de las noticias las debo haber visto diez veces, como el desastre en Pakistán y China por las lluvias, la sequía en Rusia y subsiguiente disminución en la importación de trigo a Egipto, el terremoto en Ecuador y la bomba en Colombia… Yo estaba fascinada con la lluvia y tirada en la cama viendo ¡la tele!... un panorama diferente en este viaje. Ahora me falta un chocolate o helado para completarlo, que no he comido desde Nueva Zelanda (excepto por un helado artesanal en Kho Tao).
Mi dieta, que estoy tratando de controlar, se ha basado en los últimos días casi solamente en mangos, porque son muy ricos, dulces, y baratos. El cuchillo que acarreo me acompañó pelando mangos frente a la televisión.
Durante la última parte de Malasia, y en Tailandia, descubrí que venden yogurt en los “7 eleven”, los mini mercados de las esquinas; son muy buenos (con trozos de coco o miel) y me han mejorado la digestión, que la tuve “como la mona” en Indonesia.
En Pai descubrí otro de mis restaurantes favoritos, “Charlie y lek”, o algo así; lindo, barato y con una comida muuuuuy buena.
El jueves, aún en Pai, fui a una clase de yoga, con una profesora de 64 años que simplemente no los parecía, y con una flexibilidad envidiable. La clase estuvo buena, y conversada porque la lluvia torrencial no paraba. Dos horas más tarde salió el sol, y entonces comprendí el porqué algunos hospedajes ofrecen piscina; y es que el calor fue monstruoso en ese momento. Ducha tras ducha me acompañan a diario para refrescarme. Pero el paisaje estaba aún mejor, con ese verde espeso de las montañas, con nubes en las cimas y el cielo azul intenso.
Con lo que he visto a lo largo del viaje, creo que lo mío es la montaña, aunque siempre es bueno tener algún curso de agua para refrescarse y relajar la vista.
Ayer viernes el bus local, desde Pai a Chiang Mai, “no estaba disponible”, así que otra vez tomé el minibús, y de Chiang Mai tomé un bus a Chiang Rai, hacia al norte. Conversé con un tipo que se dedica a hacer masajes, muy buena gente.
Llegué a Chiang Rai cuando el sol estaba bajando, y muy cansada otra vez tras la búsqueda de alojamiento. Así que hoy en la mañana me quedé tendida sobre la cama relajándome, y hoy será tranquilo, para mirar un poco el centro, que es pequeño, y poder sentarme.
En Chiang Rai hay un reloj central “de miedo”, indescriptible, que ya verán en alguna foto. Mañana domingo parto a Chiang Khong para dormir antes de cruzar a Laos, el lunes.
Las ciudades en el norte de Tailandia no son ninguna “monada”, pero los alrededores naturales son fascinantes, y la gente agradable. Aquí se ven otra vez más musulmanes, aunque pocos, y muchos budas. Las calles son ruidosas, por los motores, y el agua cae sobre la cabeza al caminar, porque las soleras llegan a media altura en la vereda, y entonces gotean todo el tiempo... ¡fantástico!
Y eso, extraño a mi familia más que nunca; ansío llegar a Chile y abrazarlos para no tener que irme a ningún lugar muy lejano otra vez.
Antonia

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