Mi último día en Kuala Lumpur fue, para variar, de caminata. Me levanté temprano para tomar el tren hasta la estación KCCL, para ir a la embajada de Vietnam a buscar mi visa. Me dieron visa para ir a Vietnam entre el 1° de septiembre y el 1° de octubre, con una única entrada, así que tengo que planear muy bien cómo me muevo en ese embrollo de países del sudeste asiático. Y como el tema de la visa era más importante que subir a las torres Petronas, dejé esta visita para después; pero cuando fui, a las 10 am, un cartel decía: “no más entradas disponibles por hoy”.... ¡cuac! ¡jodí!
Mil y una fotos tomé por fuera de las torres; me trataron de consolar con una exposición acerca de las torres... qué aburrido. Y el cuento es, en 1996 las torres fueron reconocidas como las torres más grandes del mundo en la categoría “estructura arquitectural más alta', con 452.02 m de alto; pero el record fue superado en 2003, aunque un texto decía “'la construcción permanece aún como la torre gemela más grande del mundo”... así que siguen siendo “los más”.
El centro comercial, al lado del las torres, es ¡de lujo!, con todas las marcas caras conocidas del mundo. Me surgió la duda, eso si, al ver un grupo de mujeres vestidas completamente de negro en una tienda... ¿será para, al menos, tener un bolso multicolor? Y fue aquí que por primera vez vi lo que creí no existía, una vestimenta completa... digo ¡completa!, mujeres vestidas de negro, incluida la cabeza y cara; las “pobres” trataban de tomar una bebida levantando levemente un manto de sus caras y bajo un calor agotador... ¡¿hasta quá punto la divinidad?!
Y de vuelta en mi barrio, Chinatown, conocí a un señor indio que me detuvo en la calle para pedirme monedas de mi país, porque colecciona monedas del mundo, y me habló de numerología. Tenía tantas dudas de cómo es la vida para nosotros, “los venidos de otros lados”, que me preguntó hasta los detalles más embarazosos en el ámbito sexual; incluso nos juntamos más tarde a tomar un té con limón entre el gentío de Chinatown, para seguir con la conversación; yo creí que estaba bien hablar de lo que sea cuando se trata de un “intercambio cultural”. Él me dio algunos consejos de cocina india y me regaló la piedra que corresponde a mi numerología... un diamante (“diamante ruso” me dejo, “no es uno real”... pero igual pasa por real) Y le tuve que creer no más, porque la descripción de mi persona que hizo fue bien exacta. Como musulmán, estaba pagando una manda que había echo por su madre fallecida, 40 días de abstinencia de comida sólida y sexo, y sesiones varias diarias de oración y de meditación.
Más tarde, al caer el sol, visité el último templo chino e indio que me quedaban en el mapa, y paré en la calle a conversar y tomar bebida (ellos tomaban whisky… no eran musulmanes) con un trabajador del hostal y sus amigos, indios también... así que ese día fue el más indio de mi vida, y con comida y fotos en el restaurante indio... ¡genial!
¡A!, me compré un libro, “Survival Chinese”, para aprender cosas cotidianas cuando haga mi sueño, ir a la China.
Ayer partí a Cameron Highlands. Traté de llegar temprano, pero esperar buses y ahorrar plata, esperé mucho. El viaje fue de ensueño, una maravilla de paisaje; un camino sinuoso en subida, rodeado por una selva fabulosa, de clima templado frió mezclado con algunas plantas de plátano, palmeras y árboles con “durianes” (los frutos hediondos que aún no pruebo).
Qué ganas de tener una casita aquí en Cameron Highlands, pero a las afueras de los pueblos, que de lindos no tienen nada.
Cuando llegué al pueblo, Tanah Rata, conocí a un francés en el hostal, Olivier. Con él fui caminando cuesta abajo hacia una de las plantaciones de té con vista panorámica que vi desde el bus. El cielo estaba que reventaba en lluvia, pero se aguantó hasta que llegamos; el cielo dejó pasar unos rayos de sol perfectos para tomar las fotos, bajamos a la plantación (no muy lejos porque decía había serpientes), y cuando subimos al café, a tomarnos un té (sí, un café donde se toma té), se largó a llover. Atónita, anonadada, perpleja, o valga la redundancia, impresionada... y con los genes japoneses que nunca pensé que creía tener pero que fluyeron a la hora de tomar fotos… así quedé con el paisaje. Los arrozales también son fabulosos, pero la plantación de té creo que lo es aun más.... no sé, al menos por exagerar lo digo.
Hoy Olivier se quedó dormido, así que salimos algo tarde; pero el bus público partió en el mismísimo segundo en que llegamos a la parada, y eso que sale cada dos horas... otra vez ¡buena suerte! Visitamos una granja de mariposas, que tenía más reptiles que mariposas, y una productora de frutillas, la atracción del lugar. Las frutillas sabrosísimas, orgánicas, dulces como ninguna en Chile. Cientos de negocios vendiendo recuerdos con motivos de frutillas: almohadas, paraguas, relojes, chalas... lo impensable y del terror de feo.
En la búsqueda de un sendero por donde caminar, visitamos un monasterio buda chino. Y cuando, por fin, pudimos encontrar el sendero y caminado cinco minutos, la “señorita Antonia” decidió no continuar, para “mala pata” de mi compañero. La falta de señalización, el estado del camino malo y una lluvia que podía caer en cualquier momento (que nunca cayó), me hizo pensar “esto no me gusta, yo no sigo”.
Olivier decidió seguir conmigo a Penang, así que hasta mi partida a Tailandia tengo compañero de viaje. Un poco escaso de poder de decisión y bastante “pavo”, pero simpático.
He oído que en Tailandia no fue mucho lo que ocurrió de violencia, y que ahora está todo tranquilo, así que les anuncio que ese es mi plan, a menos que las cosas políticas se tornen feas nuevamente: cruzar a Tailandia.
Ricardo me respondió y quedamos que lo visitare si voy a Beijing.
¡Que estén bien!
Antonia
No hay comentarios:
Publicar un comentario