23 de octubre de 2010

Desde Chengdu, Sishuan, China (otra vez)



 ¡Qué cumpleaños! No fue lo esperado, pero definitivamente diferente... interesante.
Jiuzhaigou, el parque nacional en el norte de la provincia de Sishuan ¡es una maravilla natural! No puede ser más bello; es la poesía completa en colores, mi éxtasis.
El viaje hasta Jiuzhaigou (pronunciado yiu-dai-gou), que duraría 10 horas, duró 12. Pero no me pareció largo, y pude comprender el porqué no se realiza de noche. Se trata de un camino que rodea los acantilados de montañas inmensas, de altura sorprendente, con secciones en muy mal estado y que, como en cualquier otra calle, manejan a un velocidad “de locos”. Si creen que en Chile los conductores de locomoción pública son peligrosos, aquí son criminales.
En China, porque el tener auto es algo nuevo, las reglas de tránsito parecen no existir. Manejan como quieren y, aunque con un poco menos de bocinasos que en Cambodia y Vietnam, resultan ser mucho más peligrosos; aquí, uno no se puede lanzar a cruzar la calle, sino que hay que cruzarla cuando se está seguro de que nadie te atropellará, tenga o no semáforo. La causa de muerte número uno, en China, es por accidente de tránsito; no es difícil de creer.
Los paisajes en Sichuan son preciosos; viajar en bus resulta un goce (fuera del peligro que puede acarrear). Los valles son fantásticos, con aguas color verde claro y opacas al final de las quebradas, que de seguro son gélidas. Sin embargo, los pueblos feos, las hidroeléctricas, embalses y sucesivas carreteras y puentes en construccion, que lo tienen todo lleno de escombros, no cooperan con la belleza.
El bus subió y bajó caminos varias veces, hasta que finalmente ascendió hasta los 3.000 msnm en el parque nacional. Las montañas eran altas, abruptas y grotescas, como muchas secciones de Los Andes en los valles transversales, y que contraían el alma. Los cortes de los caminos dejaban ver las estratas de rocas, algunas como de piedra laja; en algunos pueblos los techos de las casas, si no eran de teja arcillosa, eran de esta piedra delgada, puestas en capas ascendentes.
Los pueblos pequeños tenían casas de ladrillo revestidas con cemento y azulejos con forma de ladrillo, casi siempre en color blanco, o eran de cemento pintado blanco; otras casas tenían piedras grises irregulares en la mitad inferior. Los techos, de tejas oscuras, tenían los bordes de color blanco, con un diseño en relieve en la parte central superior de las dos aguas. Y los terrenos tenían secciones pequeñas con hortalizas diversas, puestas sobre camas o plástico roto de la cosecha pasada; había extensiones gigantescas ¡con plástico!, y es que el clima en esta región se torna muy frío, como el del altiplano chileno, con un viento que viene de la nieve o de las nubes que pronto la traerán.
Pese a lo malo que puedan tener, resulta muy interesante ver los pueblos por donde pasa el bus; a diferencia de las ciudades, cada pueblo tiene un estilo particular en cuanto al color de las casas y a las formas, siendo muchos de ellos bonitos. No fue así una ciudad por la que pasamos, una del tipo que yo había visto en reportajes sobre Asia y que quería ver en la realidad; como de guerra, muy sucia, con chimeneas disparando humo gris, con polvo, basura, animales y casas a medio construir por todos lados... ¡del terror!
Como nunca, el bus llevaba a siete extranjeros. Paró tres veces; una para almorzar y otras dos para ir al baño. Los baños que aquí experimenté ocuparon el rango más bajo de mi viaje, fuera del primero con que China me recibió... ¡guácala!
Llegamos a Jiuzhaigou de noche, cerca de las ocho horas. Mis compañeros turistas me llevaron al hostal donde tenían camas reservadas, al tener a alguien que los iría a buscar en automóvil a la parada. Como nunca, esta zona de China tenia mucha gente que hablaba inglés.
A la mañana siguiente, a las 7 am, comenzó nuestro paseo por el parque, una vez que armamos un grupo en el hostal compuesto por un belga (Rein), un checo (Pavel), una canadiense (Alex) y una chilena, yo (Antonia); todos estabamos viajando solos. Compramos nuestra entrada, que comprendía el ingreso al parque y el uso de buses para desplazarse en el interior. Tomamos dos de los cientos de buses que suben y bajan el parque, para llegar hasta el lugar más alto de la parte oeste, en el “lago largo”.
Si no fuese porque me da mucha vergüenza mentir, hubiese pagado la mitad del costo del ingreso al parque, que no es nada despreciable, porque dicen que presentado una tarjeta cualquiera uno puede pretender ser estudiante (al no entender otros idiomas); pero que me hayan preguntado “¿eres estudiante?”, no me dejó otra opción que decir la verdad, “no”. Pese a ello, el lidiar con el exceso de turistas de muchos sectores y el tiempo invertido en llegar al parque, bien merecía todo el costo.
No sé cómo; cada quien lo puede describir. Fue la mejor época en que podría haber ido. El color del agua de varios lagos estaba de un azul turquesa como de lápices de colores fluorescentes, y absolutamente transparente; los rojos, anaranjados, amarillos y verdes de los árboles estaban de igual intensidad. El cruce de colores delante de los ojos, o el reflejo del agua que resultaba como un espejo perfecto de lo que estaba más arriba, era sureal. Fue una sorpresa comprobar que existiera lo que algunas películas chinas muestran  (como “La casa de las dagas voladoras”, una de mis preferidas), y sin esperarlo; hizo imposible no decir, al menos, “yaaaaaaa”, o “guaaaaauu”... me envidié a mi misma, y aún envidio al que lo está viendo (pero ahora es de noche, así que nadie lo esta viendo). Como en Angkor Wat, ahora festejo tal dimensión, aunque en  este caso creado por la naturaleza.
Paralelamente, felicito lo bien que mantiene China al parque nacional; tenía caminos de tabla en muy buenas condiciones, y extremadamente limpio. Pero la cantidad de turistas, una vez más, era abismal; el parque recibe 1,5 millones de visitantes por año. Pese a ello, el parque es muy grande, permitiendo escapar del torrente de chinos que se mueve agrupado en los sitios más importantes y que se desplazan sólo en bus entre uno y otro.
Había, en el parque, muchas parejas de recién casados con sus tenidas de boda; iban a fotografiarse, con camarógrafo, luces y toda la parafernalia correspondiente. Chistoso, o algo triste, resultaba ver cómo en bototos y jeans, con el vestido de novia puesto encima, llegaba la novia con su marido para plasmar ese momento de ensueño en el que nunca estuvieron durante su boda. Los matrimonios en China se celebran descomunalmente; el tema de posar para el recuerdo resulta primordial sobre el festejo en sí mismo.
Otra diferencia de este lado de la provincia, comparado con el sur, es que tiene un cielo azul brillante; éste contrasta magníficamente con las cumbres de las montañas grisáceas y con nieve, y con los corredores de árboles amarillos que parecen caer entre las masas de coníferas verde oscuro, que son lo único que luce intocable. Aaaaaaaa.... ¡bello!
Al término del día, con las caras llenas de felicidad, pero los pies hinchados de tanto andar, regresamos a nuetro hostal. Con Pavel, cené en el restaurante del frente, en un local donde yo ya había hecho relación la noche anterior, porque, no sé cómo, me entendían cada una de las cosas que yo quería y cocinaban muy rico; por fin pude compartir dos platos con vegetales, y uno con arroz salteado y una sopa.
Más tarde, en la pieza, salió el tema de mi cumpleaños y edad, que no me tenían muy feliz, y que obviamente Alex no creía; ella, con 24 años se veía mayor. Entonces le pregunté a Pavel por su edad; con 37 años que no los parecían, y entendiendo el porqué entre conversación y coversación me preguntó que si creía que él debía, ya en hora, “asentarse”, pude reírme de que alguien fuese más viejo que yo. Entonces Pavel nos mostró el resultado del “masaje de vasos” que se hizo en Chengdu, y mi ataque de carcajada imparable duró por largo.
El masaje con vasos se hace poniendo vasos pequeños sobre la piel y que calientan para succionar “todo lo mal”; el punto es que deja moretones por todos lados y que no se van en al menos tres semana... muy, pero muy chistoso; tenía toda la espalda llena de aureolas de distintos tonos morados.
Al día siguiente, ayer, partí a Songpan, dos horas y media al sur de Jiuzhaigou. Pese a que en el hostal me dijeron que ya no quedaban pasajes para esa fecha, fui a las 7 am al terminal, donde me esperaba un pasaje.
El paisaje del viaje era absolutamente altiplánico. No tenía mucha vegetación a excepción de pastos café y arbustos ralos. Algunos rebaños de ovejas y grupos de vacas cornudas cruzaron el camino unas tres veces, mientras a la distancia se veían  los famosos yak de Sichuan, esa especie de vaca con pelo negro y largo y cuernos que van hacia arriba... una pena que no los encontré nuevamente para verlos de cerca.
En el viaje también nos cruzamos con un lugar donde, como en el Tibet, la gente pone banderitas de colores y lanza papeles al lado de una humareda y fuente con agua que hace girar un rollo metálico.
En esta zona norte de Sichuan, así como en las aldeas de dentro del parque nacional Jiuzhagou, hay influencia y gente que viene del Tibet, por lo que hay varios lugares con estas banderitas de colores, y mucha basura agrupada producto de los papeles que lanzan a modo de oración... creo. También se puede ver el Tibet en la cara de la gente, esas caras que a mi gusto son preciosas, muy redondas, con mejillas amplias, tes oscura y ojos alineados, aunque algo almendrados a la vez... muy semejante a los incas.
En Songpan también hacia frío. El pueblo es una calle larga de dos secciones; una está dentro de una muralla muy alta, con construcciones de dos pisos, continuas, en cuyo primer piso hay persianas de madera o metal de color rojo y diseños negros y un segundo piso pintado blanco. Estas casas también estaban en Jiuzhagou, pero no eran tantas, aunque allí los marcos de las ventanas de las casas y edificios grandes modernos estaban pintados más ancho en su parte inferior, viéndose trapesoidales.
La comida en Sichuan es conocida por lo sabrosa y picante, y cuya carne es principalmente de yak... confirmado.
Y casi lista para la cabalgata, se me ocurrió preguntarle a la gente que volvía del día anterior, sobre su experiencia. En resumen, no me convenció hacer la cabalgata por ninguna razón, por lo que decidí recorrer el pueblo y comprar pasaje de regreso a Chengdu para el día siguiente, aun cuando no era lo que deseaba para festejar mi cumpleaños... creí tener suficiente con el adelanto del parque nacional. La noche estuvo gélida.
El bus a Chengdu partió a las 6:20 am; tardaría ocho horas y supuestamente tomaría una vía alternativa porque la habitual estaba roto. El viaje se demoró 17 horas; no era que el camino estuviese destruido, sino que estaba siendo pavimentado en sus dos vías a la vez. Luego de pasar varios sectores sin pavimento o rotos y curvas abruptas en que el bus iba a una velocidad enajenada sobre cientos de metros sobre el río, nos tuvimos que detener. Eran las 9:30 am. Y si no fuese por Wang Rui, un chico de 22 años perteneciente al ejército y que sabía inglés, quien me metió conversa, no me hubiese enterado de que nos teníamos que quedar allí por ocho horas.
Wang Rui me dijo que había una ciudad 5 km más adelante, a donde la gente estaba yendo; partimos caminando a Mao Xian, una ciudad... fea. En el camino nos unimos a otro tipo tibetano y que iba en el mismo bus, pero que no hablaba inglés, llamado Jia Bo, con el que “almorzamos”. Pese a que no tenía hambre, aproveché la experiencia de compartir con mis compañeros locales; comimos un tipo de ravioles en sopa, muy ricos, y luego fuimos a una “casa de té” donde nos dieron un vaso con té de flor (Hua Cha) a cada uno, como el que había tomado antes, y que rellenaron cada vez que lo vieron bajar de nivel. Más tarde Jia Boa sacó de debajo del mantel una botella de vino chino, que mas bien sabía a guindado. También pasamos un rato en internet.
Wang Rui sabia muchisimo de geografía del mundo; me sorprendió lo tanto que le gustaba y sabia de Chile y otros países.
Cerca de las 17:00 horas, luego de que mis compañeros llamaran por teléfono al chofer del bus, fuimos a comer nuevamente, y entonces el bus nos paró delante del restaurante para seguir el viaje.
Como ya les conté, y a no mucho de llegar a Chengdu, el bus simplemente se detuvo... se había echado a perder; y aunque luego “revivió” tuvimos que parar unas veces más a porque había túneles en contrucción. Más y más puentes “floreciendo” sobre el río, todo en un viaje que parecía no parar y con un compañero de asiento que, como el de ida al norte, tenía un aliento pestilente.
Porque en el año 2008 hubo un terremoto muy grande en esta provincia, el gobierno está construyendo no sólo carreteras sino edificios para reemplazar lo que se perdió; ahora, las partes nuevas de las ciudades están conformadas por bloques de edificios cúbicos.
Finalmente en Chengdu, tuve que tomar un taxi para llegar a mi hospedaje al otro lado de la ciudad; a las 22 horas la locomoción pública ya no funciona. ¡Llegué!... y contenta de haber conocido y pasado tiempo con gente china muy agradable y sencilla que me convidó a todo sin permitirme pagar porque “así se hace en China con los invitados”.
Chaito.

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