Jiuzhaigou,
el parque nacional en el norte de la provincia de Sishuan ¡es una
maravilla natural! No puede ser más bello; es la poesía completa en colores, mi
éxtasis.
El
viaje hasta Jiuzhaigou (pronunciado yiu-dai-gou), que duraría 10 horas, duró
12. Pero no me pareció largo, y pude comprender el porqué no se realiza de
noche. Se trata de un camino que rodea los acantilados de montañas inmensas, de
altura sorprendente, con secciones en muy mal estado y que, como en
cualquier otra calle, manejan a un velocidad “de locos”. Si creen que en Chile los
conductores de locomoción pública son peligrosos, aquí son criminales.
En
China, porque el tener auto es algo nuevo, las reglas de tránsito parecen no
existir. Manejan como quieren y, aunque con un poco menos de bocinasos que en
Cambodia y Vietnam, resultan ser mucho más peligrosos; aquí, uno no se puede
lanzar a cruzar la calle, sino que hay que cruzarla cuando se está seguro de
que nadie te atropellará, tenga o no semáforo. La causa de muerte número uno, en
China, es por accidente de tránsito; no es difícil de creer.
Los paisajes
en Sichuan son preciosos; viajar en bus resulta un goce (fuera del peligro que
puede acarrear). Los valles son fantásticos, con aguas color verde claro y opacas
al final de las quebradas, que de seguro son gélidas. Sin embargo, los pueblos
feos, las hidroeléctricas, embalses y sucesivas carreteras y puentes
en construccion, que lo tienen todo lleno de escombros, no cooperan con la
belleza.
El
bus subió y bajó caminos varias veces, hasta que finalmente ascendió
hasta los 3.000 msnm en el parque nacional. Las montañas eran altas,
abruptas y grotescas, como muchas secciones de Los Andes en los valles
transversales, y que contraían el alma. Los cortes de los caminos dejaban ver
las estratas de rocas, algunas como de piedra laja; en algunos pueblos los
techos de las casas, si no eran de teja arcillosa, eran de esta piedra
delgada, puestas en capas ascendentes.
Los
pueblos pequeños tenían casas de ladrillo revestidas con cemento y azulejos con
forma de ladrillo, casi siempre en color blanco, o eran de cemento pintado
blanco; otras casas tenían piedras grises irregulares en la mitad inferior. Los
techos, de tejas oscuras, tenían los bordes de color blanco, con un diseño
en relieve en la parte central superior de las dos aguas. Y los
terrenos tenían secciones pequeñas con hortalizas diversas, puestas sobre
camas o plástico roto de la cosecha pasada; había extensiones gigantescas ¡con
plástico!, y es que el clima en esta región se torna muy frío, como el del
altiplano chileno, con un viento que viene de la nieve o de las nubes que
pronto la traerán.
Pese
a lo malo que puedan tener, resulta muy interesante ver los pueblos por donde
pasa el bus; a diferencia de las ciudades, cada pueblo tiene un estilo
particular en cuanto al color de las casas y a las formas, siendo muchos de
ellos bonitos. No fue así una ciudad por la que pasamos, una del tipo que yo
había visto en reportajes sobre Asia y que quería ver en la realidad; como
de guerra, muy sucia, con chimeneas disparando humo gris, con polvo, basura,
animales y casas a medio construir por todos lados... ¡del terror!
Como
nunca, el bus llevaba a siete extranjeros. Paró tres veces; una para
almorzar y otras dos para ir al baño. Los baños que aquí experimenté ocuparon
el rango más bajo de mi viaje, fuera del primero con que China me recibió... ¡guácala!
Llegamos
a Jiuzhaigou de noche, cerca de las ocho horas. Mis compañeros turistas me
llevaron al hostal donde tenían camas reservadas, al tener a alguien que los
iría a buscar en automóvil a la parada. Como nunca, esta zona de China tenia
mucha gente que hablaba inglés.
A
la mañana siguiente, a las 7 am, comenzó nuestro paseo por el parque, una vez
que armamos un grupo en el hostal compuesto por un belga (Rein), un checo
(Pavel), una canadiense (Alex) y una chilena, yo (Antonia); todos
estabamos viajando solos. Compramos nuestra entrada, que comprendía el
ingreso al parque y el uso de buses para desplazarse en el interior. Tomamos dos
de los cientos de buses que suben y bajan el parque, para llegar hasta el lugar
más alto de la parte oeste, en el “lago largo”.
Si
no fuese porque me da mucha vergüenza mentir, hubiese pagado la mitad del costo
del ingreso al parque, que no es nada despreciable, porque dicen que presentado
una tarjeta cualquiera uno puede pretender ser estudiante (al no entender otros
idiomas); pero que me hayan preguntado “¿eres estudiante?”, no me dejó otra
opción que decir la verdad, “no”. Pese a ello, el lidiar con el exceso de
turistas de muchos sectores y el tiempo invertido en llegar al parque, bien
merecía todo el costo.
Paralelamente,
felicito lo bien que mantiene China al parque nacional; tenía caminos de tabla
en muy buenas condiciones, y extremadamente limpio. Pero la cantidad de
turistas, una vez más, era abismal; el parque recibe 1,5 millones de visitantes
por año. Pese a ello, el parque es muy grande, permitiendo escapar del torrente
de chinos que se mueve agrupado en los sitios más importantes y que se desplazan
sólo en bus entre uno y otro.
Había,
en el parque, muchas parejas de recién casados con sus tenidas de boda; iban a fotografiarse,
con camarógrafo, luces y toda la parafernalia correspondiente. Chistoso, o algo
triste, resultaba ver cómo en bototos y jeans, con el vestido de novia puesto
encima, llegaba la novia con su marido para plasmar ese momento de ensueño en
el que nunca estuvieron durante su boda. Los matrimonios en China se celebran
descomunalmente; el tema de posar para el recuerdo resulta primordial sobre el
festejo en sí mismo.
Otra
diferencia de este lado de la provincia, comparado con el sur, es que tiene un
cielo azul brillante; éste contrasta magníficamente con las cumbres de las
montañas grisáceas y con nieve, y con los corredores de árboles amarillos que
parecen caer entre las masas de coníferas verde oscuro, que son lo único que
luce intocable. Aaaaaaaa.... ¡bello!
Al
término del día, con las caras llenas de felicidad, pero los pies hinchados de
tanto andar, regresamos a nuetro hostal. Con Pavel, cené en el restaurante del
frente, en un local donde yo ya había hecho relación la noche anterior, porque,
no sé cómo, me entendían cada una de las cosas que yo quería y cocinaban muy
rico; por fin pude compartir dos platos con vegetales, y uno con arroz
salteado y una sopa.
Más
tarde, en la pieza, salió el tema de mi cumpleaños y edad, que no me tenían muy
feliz, y que obviamente Alex no creía; ella, con 24 años se veía mayor.
Entonces le pregunté a Pavel por su edad; con 37 años que no los parecían, y
entendiendo el porqué entre conversación y coversación me preguntó que si creía
que él debía, ya en hora, “asentarse”, pude reírme de que alguien fuese más
viejo que yo. Entonces Pavel nos mostró el resultado del “masaje de vasos” que
se hizo en Chengdu, y mi ataque de carcajada imparable duró por largo.
Al
día siguiente, ayer, partí a Songpan, dos horas y media al sur de Jiuzhaigou.
Pese a que en el hostal me dijeron que ya no quedaban pasajes para esa fecha,
fui a las 7 am al terminal, donde me esperaba un pasaje.
El
paisaje del viaje era absolutamente altiplánico. No tenía mucha vegetación a
excepción de pastos café y arbustos ralos. Algunos rebaños de ovejas y grupos
de vacas cornudas cruzaron el camino unas tres veces, mientras a la distancia se
veían los famosos yak de Sichuan, esa especie
de vaca con pelo negro y largo y cuernos que van hacia arriba... una pena que
no los encontré nuevamente para verlos de cerca.
En
el viaje también nos cruzamos con un lugar donde, como en el Tibet, la gente
pone banderitas de colores y lanza papeles al lado de una humareda y fuente con
agua que hace girar un rollo metálico.
En
esta zona norte de Sichuan, así como en las aldeas de dentro del parque
nacional Jiuzhagou, hay influencia y gente que viene del Tibet, por lo que hay
varios lugares con estas banderitas de colores, y mucha basura agrupada producto
de los papeles que lanzan a modo de oración... creo. También se puede ver el
Tibet en la cara de la gente, esas caras que a mi gusto son preciosas, muy
redondas, con mejillas amplias, tes oscura y ojos alineados, aunque algo
almendrados a la vez... muy semejante a los incas.
En
Songpan también hacia frío. El pueblo es una calle larga de dos secciones; una está
dentro de una muralla muy alta, con construcciones de dos pisos, continuas, en
cuyo primer piso hay persianas de madera o metal de color rojo y diseños negros
y un segundo piso pintado blanco. Estas casas también estaban en Jiuzhagou,
pero no eran tantas, aunque allí los marcos de las ventanas de las casas y
edificios grandes modernos estaban pintados más ancho en su parte inferior,
viéndose trapesoidales.
La
comida en Sichuan es conocida por lo sabrosa y picante, y cuya carne es
principalmente de yak... confirmado.
Y
casi lista para la cabalgata, se me ocurrió preguntarle a la gente que volvía
del día anterior, sobre su experiencia. En resumen, no me convenció hacer la
cabalgata por ninguna razón, por lo que decidí recorrer el pueblo y comprar
pasaje de regreso a Chengdu para el día siguiente, aun cuando no era lo que
deseaba para festejar mi cumpleaños... creí tener suficiente con el adelanto
del parque nacional. La noche estuvo gélida.
El
bus a Chengdu partió a las 6:20 am; tardaría ocho horas
y supuestamente tomaría una vía alternativa porque la habitual estaba roto.
El viaje se demoró 17 horas; no era que el camino estuviese destruido, sino que
estaba siendo pavimentado en sus dos vías a la vez. Luego de pasar varios
sectores sin pavimento o rotos y curvas abruptas en que el bus iba a una
velocidad enajenada sobre cientos de metros sobre el río, nos tuvimos que
detener. Eran las 9:30 am. Y si no fuese por Wang Rui, un chico de 22 años
perteneciente al ejército y que sabía inglés, quien me metió conversa, no
me hubiese enterado de que nos teníamos que quedar allí por ocho horas.
Wang
Rui me dijo que había una ciudad 5 km más adelante, a donde la gente estaba
yendo; partimos caminando a Mao Xian, una ciudad... fea. En el camino nos
unimos a otro tipo tibetano y que iba en el mismo bus, pero que no hablaba
inglés, llamado Jia Bo, con el que “almorzamos”. Pese a que no tenía hambre, aproveché
la experiencia de compartir con mis compañeros locales; comimos un tipo de
ravioles en sopa, muy ricos, y luego fuimos a una “casa de té” donde nos dieron
un vaso con té de flor (Hua Cha) a cada uno, como el que había tomado antes, y que
rellenaron cada vez que lo vieron bajar de nivel. Más tarde Jia Boa sacó de
debajo del mantel una botella de vino chino, que mas bien sabía a guindado. También
pasamos un rato en internet.
Wang
Rui sabia muchisimo de geografía del mundo; me sorprendió lo tanto que le
gustaba y sabia de Chile y otros países.
Cerca
de las 17:00 horas, luego de que mis compañeros llamaran por teléfono al chofer
del bus, fuimos a comer nuevamente, y entonces el bus nos paró delante del
restaurante para seguir el viaje.
Como
ya les conté, y a no mucho de llegar a Chengdu, el bus simplemente se detuvo...
se había echado a perder; y aunque luego “revivió” tuvimos que parar unas
veces más a porque había túneles en contrucción. Más y más puentes
“floreciendo” sobre el río, todo en un viaje que parecía no parar y con un
compañero de asiento que, como el de ida al norte, tenía un aliento pestilente.
Porque
en el año 2008 hubo un terremoto muy grande en esta provincia, el gobierno está
construyendo no sólo carreteras sino edificios para reemplazar lo que se perdió;
ahora, las partes nuevas de las ciudades están conformadas por bloques de
edificios cúbicos.
Finalmente
en Chengdu, tuve que tomar un taxi para llegar a mi hospedaje al otro lado de
la ciudad; a las 22 horas la locomoción pública ya no funciona. ¡Llegué!... y
contenta de haber conocido y pasado tiempo con gente china muy agradable y
sencilla que me convidó a todo sin permitirme pagar porque “así se hace en
China con los invitados”.
Chaito.
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