30 de septiembre de 2010

Desde Kunming, Yunnan, China



“Sin darme cuenta”, llegué a la China. No lo puedo creer, ¡estoy en China!
Dejé atrás Vietnam, con mucha pena pero expectante por lo que China me mostraría, y con chaqueta y zapatos Northface (al parecer originales, made in Vietnam, muy baratos) 
Tomé un minibus desde Sapa a Lao Cai, el punto septentrional de Vietnam. El clima, que en Sapa estaba fresco (vestí finalmente el jeans y chaleco que llevo), cambió radicalmente unos pocos kilómetros abajo de las montañas; tuve que sacarme el chaleco y, otra vez, rendirme al calor y transpiración.
Entre averiguar alojamiento en Lao Cai para cruzar a China al día siguiente, me encontré con la frontera... delante de mis ojos, vacía, sencilla... arranqué las páginas de la Lonely Planet de mi destino próximo, en caso de que me confiscaran el libro completo (como oí podía suceder) y crucé a Hekou, el lado Chino de la frontera. Un timbre de salida de Vietnam, cruzar el puente y un timbre de entrada a China, ¡y ya está!
Pero la sencillez no iba tan lejos. No más ingles ni alfabeto romano. Lo poco que sabía del idioma chino se me olvidó todo por un segundo. Con la ayuda del libro que compré, pronto retomé algunas palabras, y agradecí por haber aprendido algo antes; esto me sirvió para encontrar el banco, comer, comprar en el supermercado y mi pasaje de bus, ¡e ir al baño!
Como en otras fronteras, aquí no dejé de sentirme extraña. Las fronteras no me gustan, no tienen nada en particular, allí la gente se mueve diferente; pareciera que en las frontera se agrupan los “jotes” a la espera de los viajeros.
Para comenzar, quise cambiar los dones vietnamita que tenía; pero no pude porque los bancos no los cambiaban... ¿porqué?... ni idea, esa parte de la conversación requiere mucho estudio. Y entonces mi última opción fue “tratar” con algún lugareño, que sorpresivamente no abusó mucho, según lo que el banco me dio como cambio del día.
El cambio monetario en China es el yuan (Y), que está a US$1 = Y6,6. Cuando traté de sacar plata del cajero electrónico, éste me negó una y otra vez la transacción, así como el banco del lado... me puse nerviosa porque la tarjeta de crédito tampoco funcionó. “Qué crestas hago”, me pregunté, porque ya no tenía visa para regresar a Vietnam ni plata para tomar avión de no poder quedarme en el país. Hasta que un cajero, especial para extranjeros, “se apiadó” y me dió mi “platita”, aunque bien tacaño con el monto máximo.
Al comprar el boleto de bus me enteré que debía esperar hasta el día siguiente para ir a Yuangyang, la zona de los arrozales; así que decidí saltármela, conformándome con haber visto los de Sapa, y “lanzarme” a Kunming, la capital de la región de Yunnan. Y ahí estaba la otra sorpresa; el costo del pasaje, respecto al año pasado, era el doble.
Desde el 2008, oí que los precios han estado subiendo, y que en el último año se han disparado. Así que quien quiera venir a China “más vale'' que lo haga ahora. Y es que, comprobado con el trayecto que hice, la construcción de carreteras es masiva y gigante.
En Hekou, tuve que esperar desde el medio día hasta las 20 horas a que saliera el bus. Caminé, estudié, leí, camine, estudié, leí. No me gustó mucho la “atmosfera”, y a ratos me cuestioné mi decisión de haber venido. Pero la hora de partir llegó y me subí a mi cama del bus, que eran como las de Vietnam aunque un poco más decrépito todo, y ahora sin aire acondicionado y sin turista alguno excepto yo.
La primera parte del viaje fue buena; pero la siguiente, y mucho más larga, medio terrorífica. El camino estaba en construcción; se veían, desde mi ventana, estructuras gigantes de concreto, puentes y elevaciones. Dos vías en dirección opuesta, separadas por lo que podría haber sido un río, estaban atestadas de camiones de carga y buses, moviéndose lentamente. Y el bamboleo del bus era “de miedo”.
La región de Yunnan colinda con Vietnam por el sur y asciende hasta el Tibet, siendo la región más dificultosa para construir carreteras, por lo sinuosa. También es una de las regiones más frescas durante el verano; Kunming está a 2.000 msnm. 
Al comienzo del viaje, la policía detuvo el bus para inspeccionar licencias y pasaportes, uno por uno; esto para vigilar el tráfico de drogas proveniente de los países vecinos. Y luego el bus siguió deteniéndose varias veces más por razones inciertas; unas tres veces el chofer gritó, como discutiendo con los pasajeros, pero yo no entendí  “ni comino” y me dije, “a estos chinos no les afecta el escandalo público como a los del sudeste-asiático”. Y casi al llegar a Kunming, a las 6 am, el bus se detuvo para echar combustible; aprovechando, entonces, fui al baño... era el peor de todos los vistos, de azulejos blanco sucio con una zanja alargada en el piso y unas murallitas de no más de 80 cms de alto para separar los cubículos que estaban abiertos por el frente y sobre la zanja, y con un estado sanitario... no voy a dar detalles. No lo escondo, tuve que “mear” a un costado y recibir un reto de una china que me sorprendió.
En Kunming ya no habían motoristas, pero sí taxistas; yo estaba en medio de al menos diez hombres que se pararon a medio metro de distancia mirándome y esperando a que yo les hablara, pero ninguno accedió a llevarme por el precio que creí razonable. Respiré y me fui al paradero de buses. Afortunadamente, pero con la mochila mojada por el bus, me encontré con un mapa con números en caracteres chinos que debían corresponder a los buses, y me subí sin vacilar al que creí mejor. Anduve y anduve; no me quería bajar porque, partiendo, no tenía idea desde cuál terminal de buses había salido, ni nada me daba confianza de estar cerca de donde quería, a excepción de unos edificios grandes que podían ser el centro de la ciudad. Hasta que una chica me preguntó en inglés a dónde iba, y me aconsejó bajarme... ¡estaba en la calle deseada! Caminé y caminé para donde mi instinto me decía, pero no mucho calzaba con mi mapa. Entre círculos y sintiendo que estaba cerca, finalmente ¡encontré mi destino!... pero estaba todo lleno.
En el hostal me dijeron que esperara hasta las 12 pm para ver si se desocupaban camas, pero finalmente no se deshabilitaron suficientes; entonces accedí a dormir en “la pieza del DVD”. Esto es porque mañana es el día nacional de China. Al menos conocí a una chica mexicana que está viviendo en el hostal para estudiar chino; con ella esperé, y me prestó su computador para subir algunas fotos de Vietnam (no todas, ni editadas), pues me dijo que en China suprimieron la pagina de facebook (ella tenía una forma de usarlo)... así que no esperen más fotos. 
Cuando, por fin, todo estaba resuelto, salí a la ciudad a caminar. Kunming es la ciudad más limpia que jamás haya visto; ni siquiera tiene una colilla de cigarrillo. Es una ciudad cosmopolita, con edificios modernos y una calle de paseo con puestos de venta de comidas y productos extraños y coloridos; más allá hay un parque muy bonito, donde la gente baila para ejercitar, juega a las cartas o en tableros (majong y otros que jugaban en Vietnam) y pasean. Bien bonita la ciudad; se ve buena para vivir, pero no es nada “del otro mundo” (aunque en el otro mundo) como para querer quedarse más días.

Mañana iré a un lago cercano, y quiero irme en la noche, pero todo está vendido. Sólo pude comprar, para el sábado, un viaje a Guilin en tren, clasificación “asiento duro” y de duración ¡18 horas! Ni quiero pensar en “lo rompe huesos” que será, aunque me prometieron que, al menos, tiene asiento reservado (no como en Java). Para que no cren mal, en el hostal hablan inglés; todo esto no fue discutido en chino.






¡Hasta la proxima!

28 de septiembre de 2010

Desde Sapa, Norte, Vietnam


Después de una noche loca, con gente por todos lados, en Hanoi, y experimentar el horror de sentir y ver a un ratón caminando sobre mis piernas mientras dormía en el hotel, partí temprano en la mañana, en un bus con 24 personas, rumbo a la Bahía “Ha Long”, todos jóvenes y viajando al igual que yo; a algunos ya los había conocido antes en Hoi An.¡¡Es-pec-ta-cu-lar!! Se trata de una bahía pequeña con los famosos “clifts” (montañas rocosas escarpades) como en Tailandia. El paisaje estaba lleno de arrozales tiñéndose de amarillo, casi infinitos en algunas partes, y con casas aún más altas y delgadas que las de más al sur, en bloques de concreto pintadas en su mayoría de amarillos y azules; antes de llegar a la bahía, se veía montañas a la distancia, así como las casas, altas y angostas, pero redondeadas en la cumbre. Luego el paisaje se cubrió con estas montañas fantásticas en todo su horizonte.
Estaba lloviendo, pero cielo gris combinaba con los tonos azules u oscuros de las montañas.
Llegamos a la ciudad de Halong. Bien feo los edificios; pero en la orilla estaba lleno de embarcaciones de madera, en su mayoría de dos pisos, como si fuesen de piratas (a mi imaginación), con ventanas en el segundo piso y cerrado en el primero, y una terraza en la parte superior con algunas plantas. A la distancia, mirando desde el muelle, las montañas escarpadas se veían más cerca, cubriendo todo el paisaje, por todos lados.
El bote que nos llevaría al tur sólo podía contener a 20 personas de las 24 que éramos; entre las cuatro personas que tenían que moverse a otro bote estaba yo; ¡que lata!, pero sorpresivo como todo en el viaje. Gracias al cambio, y aunque en nuestro bote todos nos fuimos a dormir temprano, conocí a dos chicas, a Zalene de Sudáfrica y a Eva de Nueva Zelanda, amigas que están haciendo un magister en Singapur; resultaron ¡tan simpáticas! que quiza las visite a mi regreso.
Luego de harto tragín, incluido el paso y traspaso de pasaportes que, pese a que a los turistas no nos gusta pues parece “dudoso”, aquí en Vietnam es cotidiano, nos embarcamos. En todo hotel y tur de Vietnam piden el pasaporte para registrar a la geste, de modo de pedir permiso al gobierno “en caso de...”; lo devuelven cuando uno se va... de temer; pero así funciona y nadie que conozca ha tenido problemas con ello.
El paisaje es maravilloso, de no creer, de cuento, indescriptible; las fotos no muestran tanta belleza natural. La bahía tiene unas 1600 islas que te rodean por donde andes; el mar es verde intenso, tranquilo y sumamente tibio. Ojalá pueda expresar con mis fotos algo de lo que mis ojos vieron. Esté o no en la disputa de ser la séptima maravilla del mundo, es evidentemente una maravilla maravillosa y que no creo que se repita en otro lugar. Aconsejable para cualquier persona.
Navegamos hasta que nos bajamos para visitar unas cuevas. ¡Inmensas!, están metidas en una de estas rocas gigantes. Las tienen iluminadas con luces de colores que las hacen más bellas aún. Y volví a sentirme “famosa” con las fotografías que me pedían los vietnamitas que me tomara con ellos. ¡Lindo, lindo, lindo! y todo muy cuidado.
Luego fuimos, entre más islas, hasta un sector con casas flotantes; era una villa sobre el agua donde. Un bote pequeño nos atravesó por un cueva hasta donde filmaron una película de James Bond... ¡ni idea cual!... pero todo ¡beeeeelloooo!! Fotos para todos lados; aun nublado, pero sin neblina... que la luz, que el ángulo, que las formas, todo una escusa para seguir tomando fotos.
En el tur también había una pareja de chilenos jóvenes. Simpáticos, pero ¡qué “cuicones”!; al hacer mi comentario de que encontraba mucho en Vietnam parecido a Chile, vi sus caras de horror y recibí una respuesta inmediata a la negación… me dejaron un poco perpleja. Quizá no se parecen y yo esté equivocada, lo que puede ser muy posible porque mi “ojo” ya se ha adaptado a casi todo; pero de que en Chile las cosas son “a la que te cago” y desordenadas por todos lados, las son (jajaja).
Bueno. Esa noche dormimos en el bote. Fabuloso, pero con el “detallito” de que el generador de electricidad sonó como “chancho”. Compartí esa y la siguiente noche con la pareja de amigas nuevas... muy alegres e interesantes.
A las seis de la mañana fuimos a hacer kayac. El agua estaba casi caliente. Estabamos muy cansados, pero felices. Entonces aquellos que estaban en el tur por dos días se fueron y yo y los demás que deambulamos de un bote a otro fuimos trasladados al grupo con que partí en el bus desde Hanoi.
En nuestro segundo día en la bahía Ha Long nos llevaron a la isla Cat Ba, la única habitada con pueblo; allí haríamos una caminata por el parque nacional Phu Long. Estaba lloviendo muy fuerte; pero era allí o nunca. Subimos una hora hasta llegar a una torre de metal; de repente, entre las nubes, apareció un paisaje con montañas cónicas muy bellas. Había sólo una persona con cámara de fotos, asi que habrá que esperar para verlas.
Luego nos llevaron al pueblo Cat Ba. Entonces el sol salió. Algunos se fueron a la isla Monkey; pero algunos ya habíamos tenido “suficiente” con monos, así que fuimos a la playa Cat Ba 2; eramos Zanele, Diana (Colombia), Eva, Tércio (Brasil) y yo... la pasamos “chancho”. Muy rica el agua; lìnda la vista, también.
Con el tur fue la primera vez que comí algo más cercano a lo vietnamita. Sirvieron, para cada mesa, varios platos para compartir, con rollitos primavera, pescado, arroz, vegetales, sopa, fruta, tofu; todo en cantidades “moderadas”... un trozo de fruta “por cabeza”. A mí me gustó mucho; pero a lo demás no del todo. El tur incluía “todo”, excepto por los bebestibles, y costó sólo US$40 los tres días.
De regreso en Ha Noi, y yo con “pololo”, tratamos de arreglar los pasajes, que yo ya había comprado, para partir esa misma noche al norte, a Sapa. Yo tuve que cambiar mi pasaje de bus a tren, porque el bus ya se había ido cuando volvimos, y los tres amigos brasileros compraron los suyos. Lo del  “pololo” lo dejaremos hasta allí, sin explicación.
El tren tenía piesas de cuatro camas angostas ordenadas en literas dobles. Yo compartí la piesa con mi “pololo” y con dos vietnamitas; ¡qué gente más extraña! ¡y dale con la tos!.
En Vietnam hay mucha gente que, no sólo escupe, también tose todo el tiempo. Me inquieta un poco porque me imagino que tienen tuberculosis... habrá que revisarme al regreso.
A las 5 am llegamos a Sapa. Estaba lloviznando. Nos llevaron en “minibus” hasta el pueblo de Sapa, a 23 km arriba en las montañas donde el clima estaba fresco.
Como íbamos en un tur, nos alojaron en un hotel con todas las comidas incluídas. La idea era alojarnos en una “guesthouse” en la villa, en la casa de lugareños; pero el tur del primer día terminó sólo a las 14:30 horas y el alojamiento no era precisamente compartiendo con la gente, ni el paisaje era lo mejor, así que nosotros dos, más el motorista, nos devolvimos en la moto a Sapa, bien “apretados” para optimizar el viaje, a lo sudeste asiático.
Es una pena que el clima en esta época esté tan malo, con mucha neblina y llovizna; pese a ello siempre hubo momentos de claridad e incluso algo de sol que nos mostró lo caluroso que esto puede ser. Y por ello es que en Sapa cultivan sólo un ciclo de arroz por año, y no tres, porque es fresco y con lluvia no se puede cosechar. Los lugareños cultivan maíz (cultivo original) y otros vegetales que les proveen de alimento; sus otras actividades son trabajar en telar, en bordado, metal y piedra, que tratan de vender a los turistas “a toda costa”; los niños venden estacas de bambú para caminar, que no huebiese sido mala idea comprar.
El paisaje de Sapa es, otra vez, espectacular. Entre montañas y valles, los arrozales cubren lomas y laderas escarpadas. Y como la mayoría del arroz está casi maduro, el amarillo con el verde de los cerros y el arroz más joven, se ve precioso. Los búfalos también complemetan la vista. Es un lugar para seguir soñando. 
 El pueblo está en pendiente; tiene muchas escaleras que me han obligado a hecer ejercicio. Y uno puede ver en Sapa, en las construcciones, la enorme cantidad de mármol que tienen, y que usan para tallado (no muy bonito). La piedra es blanca, sin mucha veta; pero es muy bonita.
Los lugareños, que proviene de seis tribus diferentes, vienen a la ciudad en busca de turistas. Para hacer el ambiente más “exótico”,  visten sus tenidas típicas, lo que si bien uno sabe que es más por el turista, se ve muy bonito. Pero la mayoría de la gente de tribus, que se ve, son mujeres; los hombres se quedan en las villas trabajando en piedra o metal, y holgazanean; son las mujeres las que caminan con sus guaguas o con cestos en la espalda, vendiendo sus artesanías. Cada tribu viste diferente. 
El color que se repite, sin embargo, es el azul; las telas son teñidas con índigo, que tiñe todo lo que toca; es divertido ver a algunos turistas entusiasmados con sus tenidas nuevas y con sus manos completamente azules o verdes.
En el tur, de dos días, caminamos varios kilómetros; el primero fue cuesta abajo entre barro, piedras y pasto, seguidos por las mujeres y sus canastos e hijos; increíble lo resbaladizo que es la arcilla. Mientras nosotros, los turistas, patinamos, las mujeres se mueven como cabras sin problema. Visitamos dos villas, los Black Monk y los Susu (o algo así). El segundo día caminamos hasta la localidad de Cat Cat (nombre que viene de Cascada, lo que provino de la invasión francesa), donde había tiendas de artesanía y una cascada final. El monte más alto de Vietnam (Fansipan), con 3.143 metros de altura, es posible de ver desde este lugar, aunque sólo si el clima lo permite.
En la noche que pasamos en Sapa fuimos a un local a jugar pool. Las mujeres vietnamita son unas “bestias” en el juego; son muy buenas; pero me da “nervios” pensar que son buenas porque pasan la mayoría de sus noches en un bar tomando cerveza con turistas y jugando.
En la plaza de Sapa hay una iglesia, que resalta que es el catolicismo la religión principal del norte. También hay un templo donde la gente hace rituales. En el ritual, una persona es puesta en el centro y es agazajada con tenidas que sacan y ponen dos hombre o mujeres a su lado, y que recibe hierbas para fumar mientras debe entregar plata; el dinero pasa rápidamente a los expectadores, así como otras pagas que esta persona (que no entendí para qué estaba allí) les da; imagínense que hasta nosotros, que estábamos mirando, recibimos un billete de 2.000d... absolutamente dudoso el movimiento en el templo, me dio la impresión de que es una forma de quitarle plata a la gente a través de su fé. En la ceremonia había mujeres viejas, en su mayoría con decoraciones o tenidas color morado o negro, que estaban sentadas viendo a la mujer en cuestión. Pero a lo que la gente se dedica, aquí en Sapa, es a trabajar en sus villas y a vender a los turistas. Los niños deben ser “tentados” por sus profesores para que asistan al colegio; de lo contrario se quedan en las casas trabajando.
 Sí, Vietnam me tiene enamorada. Me encanta Vietnam; es absolutamente fantástico y encantador. Ayer estuve seleccionando mis fotos y ya me dio nostalgia por lo que he vivido aquí. Me da pena tanta felicidad, me da pena el no poder guardar estos sentimientos para sacarlos más adelante y vivirlos otra vez. Como alguna vez sentí con mi experiencia de intercambio en Australia, se me aprieta el corazón al pensar que no podré repetir esta aventura, a toda la gente increíble que he conocido, a tanto paisaje abrumador, a tanta cultura y conocimiento. ¿Cómo repetir las mismas casualidades en un mismo lugar?... imposible. Incluso me da algo de temor el continuar mi viaje a otro país y perder mi memoria emocional de los lugares dejados. Simplemente Vietnam me cautivó y volvería sin duda alguna, sobre todo a la parte centro y norte del país que son más bellas, naturalmente.
Y eso desde el norte. Hoy me quedé en Sapa para fotografiar un poco más y descansar. Mañana pretendo ir a Lao Cai, al borde con China, para cruzar al día siguiente a Kunming.
Cariños,
Antonia

22 de septiembre de 2010

Desde Hanoi (Ha Noi), Norte, Vietnam




Todo es fantástico... salvo ¡las bocinas!
El viaje nocturno en bus desde Hue hasta Hanoi fue bueno. Una vez más en la parte trasera del bus, rebotando el camino completo, y “deleitándome” con los bocinasos que el chofer no paró de hacer ¡durante 12 horas!
Y el bus, otra vez, paró donde quiso en Hanoi. Nos bajaros en una parte alejada del centro de Hanoi, que ni siquiera era el terminal de buses. Taxis y motos estaban a la espera de los turistas para llevarnos a nuestros destinos finales; esta vez, con más energía que en Hue, me negué a tomar estos servicios. Caminé hasta que encontré la parada de buses locales, y gracias a una señorita que me dio el número del bus adecuado, pude tomar uno. Esto fue, eso sí, tener algo de suerte; pese a ser buena gente, en estos aspectos los vietnamitas son terribles, se protegen unos a otros y no “sueltan” información alguna para que uno tome los servicios alternativos y por ende gaste más plata.
Cada vez más caro; lo más barato en alojamiento que encontré fue una pieza por US$7, aun cuando todo estaba sobre US$10. Siempre hoteles; en Vietnam casi no hay alojamiento que no sea hotel, y por ende siempre dan toalla y la pieza tiene televisión. El dormitorio compartido que encontré era “de no confiar”, con un pasillo con camarotes a lo largo, sin espacio para mochilas, oscuro, feo… imagínense lo “dudoso” que se veía que hasta yo lo rechasé.
Hanoi es un caos máximo; aunque creo que Ho Chi Ming es aún peor. La diferencia es que aquí es más pequeño, con calles angostas, por lo que si bien hay menos tráfico, la aglomeración es “macabra”. Lo peor de todo son las bocinas; es una cosa “abismal” que retumba en el cerebro, y que estresa. Aun esquivándolos, “los pelotas” te tocan la bocina de todos modos, por el motivo que sea, a la hora que sea. Y pese a la aglomeración no he visto ningún accidentes, y cruzar la calle resulta hasta más fácil que en otros lados; no hay que pensar ni mirar, sólo lanzarse lentamente para que el resto te esquive.
En mi experiencia, al menos, Hanoi no tiene mucho de especial. Si no fuese por el lago Hoan Kiem, que está en el centro de la ciudad antigua, no habría mucho qué disfrutar. El otro “detalle” es que las calles son extremadamente desordenadas; no hay calles rectas, van en todo sentido y por ende cambian de nombre cada pocos metros.
Cuando llegué a mi hotel, gracias a una moto que me ofreció la “oferta” y me llevó gratis, me duché y preparé mi mochila con candado, porque oí que Hanoi es un poco más “manilarga” que el resto del país, y salí a la aventura. Caminé hasta el lago, luego fui a un sector cercano con callecitas a ver algunos sitios; pero todos estaban cerrados porque era la hora de almuerzo. Almorcé ensalada de papaya verde. Luego me compré un “moon cake”; estos pastelitos son horneados, de masa café o blanca y rellenos; los he visto desde que llegué a Vietnam, en locales ambulantes con cajas rojas y amarillo, presentados de manera muy especial. Siempre me pregunté “¿qué hay acerca de estos pasteles, y porqué tan caros comparados con el resto de las cosas?”
Una señora con su hija, canadienses pero de raíces china-malayo, y que iban conmigo en el tur en Hue, me comentaron acerca de los “moon cake”. En la mitad del otoño, en luna llena, y relacionado con la fecha del año nuevo chino, se celebra una creencia relacionada con ángeles y la luna... un cuento chino, y cuya celebración está hecha para los niños. Antes de este día, que cambia cada año, comienzan a preparar estos pasteles, por lo que uno puede comprarlos hasta esta fecha; pasada la luna llena ya no hay más pasteles, y por ello no los vi en Malasia.
Entonces compré un ”moon cake”, para probar, digo yo. Mil y un tipo diferentes de rellenos, con carne o sin, dulces o salados. Yo compré el más barato, a 26.000d; ¡era delicioso!, una masa blanca hecha (imagino yo) de harina de arroz con clavos de olor, en cuyo interior había una mezcla de azúcar, semillas de sésamo, fruta confitada (probablemente coco) y, crean o no, un poquito de pollo, que sólo lo sentí una vez que mastiqué y saborié cada pedacito. Entonces ya eran cerca de las 14 horas, y el calor era insoportable. Quizá ayer haya sido el día más caluroso de todo mi viaje; estaba completamente transpirada, y mi mochila, una vez más, hedienda. Así que me fui rumbo al hotel... o eso es lo que pretendí, porque donde creí estar, no era el lugar. Deambulé 30 minutos casi en círculos hasta que tomé la ruta inversa a cuando salí del hotel, y cuando casi me di por vencida estaba frente a él.
No salí del hotel hasta la hora del atardecer, para visitar el templo que está al centro del lago y para ver la puesta de sol. Bonito; pero el templo nada muy especial, al igual que los que visité hoy. El colorido naranja en el agua, espectacular... las cámaras “disparaban” fotos a todo el rededor del lago. Entonces una señora me detuvo y se presentó; era vietnamita y profesora independiente de inglés; me pidió que fuese a su clase de inglés a conversar con sus alumnos, y aunque yo lo dudé, porque estaba haciéndose tarde y no quería regresar a oscuras, al mostrarme su identificación, su libro, ofrecerme compañía para regresar, todo con una sonrisa y cara bondadosa, terminó por convencerme. Estuve, entonces, de profesora de inglés por dos horas y media, primero en un curso avanzado y luego en uno con sólo cinco días de comenzado, con alumnos de entre 16 y 25 años que querían aprender más de lo exigido por sus clases de colegio o universidad. ¡Qué entretenido! Yo al frente de la clase respondiendo preguntas y contando acerca de mi país y vida; por supuesto, las preguntas típicas que todos hacen en Asia, son: ¿estás casada? ¿tienes pololo?, ¿y porqué no estás casada?'; también recibí piropos varios y preguntas de todo tipo, en que ellos ponían todo el esfuerzo posible para comunicarse. Estaban todos, incluida yo, muy curiosos y atentos, y la profesora fue “un amor”. Esa sí que fue una experiencia cultural fortuita.
Después de la clase, la profesora me llevó, junto a una alumna, a probar el “Pho” (dicho “pó”), que tanto hablaba ella y los alumnos, que “¡¿cómo era posible que no lo haya probado?!”. Cruzando las calles y caminando, con la profesora siempre agarrada a mi brazo para guiarme, cosa que no me agrada mucho porque lo hacen demasiado fuerte (ahora explico un moretón que tengo), pero que demuestra que aquí en Vietnam la gente no teme al tocarse, a demostrar afecto en público... uno ve parejas cariñosas, lo que no ocurre en el resto de los otros países que visité.
Y el “Pho” resultó ser ¡sopa de fideos!... por cierto que lo había probado, de hecho es mi desayuno diario, y si no lo como en la mañana o mediodía, lo hago por la noche. No dije nada, sólo que estaba muy rico. Me encanta esta costumbre de tomar sopa de caldo, con carne o tofu, brotes de soya y hojas varias, y aderezado con un poco de limón (o naranja) y pasta de aji; esto es típico de desayudo o para la ocasión que sea, y a veces por simple entretención.
De regreso “a casa”, la ciudad estaba toda iluminada, con mucha gente caminando al rededor del lago; era la noche previa a la fiesta de luna llena en otoño.
Hoy salí a caminar; pero no había mucho de mi interés, fuera de que encontrar los lugares que quería resultó un verdadero desafío, y dos de ellos estaban cerrados, incluido el mausoleo de Ho Chi Ming que cierra a las 11 am y el museo de la mujer, por reparaciones. La mujer tiene un lugar importante en la sociedad, fueron ellas las que salían a pelear a la guerra cuando los hombres transportaban mercancías por los “caminos de Ho Chi Ming”.
Lo que me gustó de hoy fue la presentación de teatro de “muñecos de agua”. Se trata de marionetas manejadas desde una base que está bajo el agua, que la gente los mueve tras una pared. Innovador, entretenido y bonito.
Hoy, a partir de las 19 horas, comenzó la fiesta callejera de luna llena. Algunas de las presentaciones para los niños inlcuyeron cantantes, bailarines, dragones y otros personajes en las calles. Creí que nuestro año nuevo en Valparaíso no podía llenar más las calles; pero esto es irreal, estaba absolutamente atiborrado de gente, de motos (mas motos que nunca), de gente con gorros de fiesta, de venta de juguetes en las calles... y dale con los bocinasos.
Lo bonito, sobre todo en esta ciudad, son las banderas vietnamitas que adornan muchas de las calles; quizá sea únicamente por la festividad, no lo sé. Lo malo es que no hay precios fijos y por lo tanto como turista no se puede comprar lo que se quiere, especialmente fruta (en mi caso); con el sólo hecho de preguntar “cuánto cuesta” uno ve en sus caras el cálculo “imbatible” que viene con una respuesta insólita. La única fruta que he logrado comer es pomelo; la gente aquí en Asia “está loca” por los pomelos, que son enormes pero nunca tan amargos como en Chile; los pelan, si así lo quieres, con una destreza y técnica sorprendentes, y se los comen en gajos.
Y eso, mañana comienza mi seguidilla de tures; primero al este, a la ansiada Bahía Halong, por tres días, y luego al norte, a Sapa, para luego pasar a China. No sé si tendré acceso a internet en los días próximos, así que no se impacienten si no escribo; estaré en una ruta muy turística.
Muchos cariños, y que el sol siga calentando y sonriendo.
Antonia