31 de agosto de 2010

Desde Siem Reap 2, Norte, Camboya


Uno ya siente e imagina lo tremento de todo lo que sucedió en este país. Compré uno de los libros relacionados con el tema; pero aún no lo leo.
Bienvenidos al imperio Khmer.
Y pensar que creía que no me gustaban las ruinas e historia. Esto es impresionante, he quedado boca abierta con tal magnitud, tamaño y belleza. Imagino que los templos Angkor wat (wat = templo) deben ser una de las bellezas y construcciones más increíbles hechas por el hombre; no imagino cómo pudieron  construir o diseñar tales templos... no puedo creer la suerte de haberlos visto. Con algunos paisajes, entre ellos el salar de Atacama y plantación de té en Cameron Highlands, esto es sin duda uno de mis lugares preferidos para admirar. A esto se le llama ¡imperio!
Para finalizar mi reposo y recobrar energías, arrendé un tuk-tuk para los tres días de mi visita a los templos Angkor. Los caminos de concreto rugoso, muy bamboleantes para el tuk-tuk, terminaron de soltar el último músculo tonificado que aún tenía... es el tratamiento perfecto contra el bruxismo. Pero la tierra rosada, los árboles altos y los templos diversos a los costados del camino crean un paseo muy romántico, idílico para una luna de miel... yo, conmigo, ¡la pasé fantástico!
La mayoría de los templos está hecha con piedra arenisca, gris o rosada, que increíblemente y a excepción de la base de los pilares, tiene muy poca erosión; otras piedras son más duras, grises o rosa oscuras. Los templos están relativamente cerca uno de otro; pero nunca tanto como para caminar entre todos ellos porque generalmente hay 2 a 3 km entre uno y el próximo, y hay otros que están bastante alejados, como una sección completa que no visité. Y mientras unos están llenos de libélulas, como Angkor Wat, otros lo están con mariposas, como Prasat Khan.
Qué agradable es ver que la gente cuida los templos; aquí todo está limpio porque hay mucha gente empleada para este propósito y vigilancia.
 Mi primer día partió nublado a las 9:30 hrs; visite el “circuito grande”, compuesto por los templos Prasat Khan: increíble, bello, grande, oscuro, de piedra gris con matices blancos y verde azulados producto de los líquenes y musgos que casi me hicieron botar lágrimas por el nivel de belleza que tenia delante mio... me apretó el alma; Preah Neak Pean: pequeño, situado al centro de un lago artificial... después del primero éste fue una caminata de paso; Ta Som: similar a Prasat Khan, otra vez me llenó el alma de alegría, no podía parar de sonreír... sentí felicidad; Easter Mebon: compuesto de torres como las de Prambanan en Indonesia pero ubicadas sobre tres niveles tipo pirámide y con elefantes en las esquinas y hoyitos en las paredes... a esta altura el sol aparecía entre las nubes, y el rosado de las paredes del templo y el verde de los pastos se hacía más intenso; Pre Rup: más parecido a una pirámide, pero con torres y leones en la parte superior, muy escarpado y con peldaños pequeños... aquí el viento comenzó a soplar fuerte, el cielo se tornó azul oscuro, y cuando estaba en la cúspide comenzo a llover... bajé rápidamente al tuk-tuk a esperar a que la lluvia pasara, sentada con mi chofer comiendo galletas; Banteay Kdei: con caras en las columnas de la entrada, otra belleza que mi cámara no dejaba de apuntar, con colores y formas preciosas, líquenes por todos lados, y un árbol en la parte posterior que con sus raíces abrazaba una pared... bello, ¡espectacular!, aunque en éste tuve que caminar muy lentamente porque después de la lluvia la humedad relativa aumentó a tal punto que me pareció estar bordeando lo contaminante; y Phnom Bakheng: situado en lo alto de una colina, cuyos peldaños para alcanzar la cima final ¡no medían más de 15 cm de ancho!... la vista de Angkor desde allí es muy bonita, con uno de los lagos artificiales por un lado, cultivos de arroz por otro y bosque en el resto...porque estaba nublado no esperé al atardecer. 
En la tarde fui a pasear al mercado y a comer una sopa muy sabrosa al restaurante Khmer... ¡muuuuy buena!; y en la noche vi películas tirada en la cama… ¡que rico! 
El segundo día me levanté temprano para ver el amanecer en Angkor Wat. A las 5 am partí en el tuk-tuk. Una fila de gente cruzaba el puente que une la calle con el templo situado en el centro de una isla. Estaba algo nublado, pero el cielo azul estaba maravilloso, reflejándose en una charca del templo central. Y entonces fui al templo más lejano, a 37 km fuera del centro de la ciudad, muy famoso por su belleza, Banteasy Srei; era pequeño, pese a ello adornado con diseños diminutos por todos lados de tonos variados en colores amarillo, rosado y gris. Y entonces Sat, mi chofer, manejó hacias el otro extremo, una hora y media o dos horas, para ver el mercado flotante que leí existía y la Marivi me recomendó. Pero cuando llegué mi felicidad se acabó porque los bastardos mafiosos me dieron como única opción arrendar un bote completo para ir al mercado localizado en el centro del lago; la explicación: si vienes sola, arriendas el bote sola; si vienes en grupo, el grupo lo arrienda... no estaba dispuesta a pagar US$30 ni a apoyar tratos como ese... estaba indignada, y no sólo con ellos sino con el chofer y su hermano mayor con quien arreglé el trato del tuk-tuk, por no decirme nada antes. Me fui. Y cuando fui a la última parte del trayecto del día, en el centro de Siem Reap, donde vería cómo hacen la seda, me enteré que lo que el tipo del tuk-tuk me había prometido ser no era sino una sección sólo de pintura. Para entonces mi grado de rabia era tal que me fui indignada puteando a cada piedra que se me cruzó. Qué pérdida de tiempo y plata, qué rabia que porque uno tiene más plata te vienen con mierda y mentira... me dió tantas ganas de “cantarles” unas cuantas cosas que contuve (sabía que no era apropiado decirlas ni pensarlas, pero no por eso no las pensaba), y de patearlos a todos. Eran sólo las 10 am cuando mi tur había terminado, así que desayuné y me fui a mi pieza a dormir y ver película tras película, lo que en cierto modo fue bueno porque el diluvio de lluvia duró varias horas. En la tarde fui a cenar, donde terminé compartiendo mi mesa con una chica de 12 años que me pidió comida al ver que no me vendería algo... y más que mal esa era una causa buena y que para nosotros los turistas no tiene nada de caro; luego fui al mercado nocturno donde me regalé, a mí la pobrecita, una sesión de reflexología en los pies... qué manos tenía esa chica, que agradable, mucho mas suave que en Tailandia.

Y hoy, mi tercer y ultimo día en Siem Reap lo partí a las 10 am; fui primero a Angkor Wat, esta vez para pasearlo completo. Majestuoso, a esto se le llama imperio... ¡uau!, ¡magno! Es un templo cuadrangular, rodeado por agua y circundado por murallas de 800m de largo; la muralla frontal tiene corredores con ventanas, y dentro de éstas patios con pasto meticulosamente mantenido y un templo central enorme. Ésta parte central también es amurallada con pasillos llenos de motivos y columnas, y en cuyo centro hay espacios abiertos y cerrados de piedra; los abiertos en un nivel más bajo, a modo de piscina, y otra vez un centro, un patio de piedra con las torres centrales finales... Y aquí mi rabia salió a flote nuevamente, porque a pesar que todo funciona a la perfección en los templos Angkor, cómo es posible que para subir a la última parte, lejos de la entada y a diferencia de todo el resto del templo y templos, aquí se deba usar ropa ¡que tape los hombros!... no me dejaron subir por este detallito... y entonces me tuve que morder la boca nuevamente para no decir que lo que pensaba era que a su budismo se lo podían meter por donde quisieran, porque vale hongo su norma estúpida; cómo es posible que no te digan nada antes... y el muy tonto del chofer del tuk-tuk, porque no tengo otra palabra para describirlo que sea menos insultante, me dijo que sí lo sabía cuando le pregunté, pero que ya íbamos en camino cuando se dio cuenta. Respirar y contar hasta tres... y seguir contando y ninguna propina adicional para ese día, ¡por tarado!

Después de Angkor Wat fui al ansiado Ta Prohm, el templo “dejado de lado”, que no había sido restaurado ni mantenido hasta ahora con la ayuda del gobierno de India. Qué maravilla, ¡qué colores! No me cabe la menor duda que tal belleza le ha costado más tiempo a la naturaleza que al hombre... la naturaleza parece comerse cada trozo del templo, cubierto por musgos de verdes diversos, líquenes y árboles que atrapan al templo con sus raíces. Y por este punto es que me encantaría que lo dejaran así, que le permitieran a la naturaleza seguir su curso, después de todo han pasado siglos, desde el XII, y aún está en pie y con muchos de los detalles, y que pese a que es de arena en su mayoría, la erosión no lo ha destruido del todo, reflejando la dureza de la construcción humana... que alivio en cierto modo ver que lo humano pude desaparecer (o reciclarse para que no suene tan fuerte), aunque por supuesto no a la velocidad con que nosotros ponemos las cosas en pie y que cada día hay materiales más resistentes a la corrosión.
Finalmente y luego de divagar por el lugar, porque no había señalización ni mi chofer pudo explicarme por dónde caminar, visité algunos templos más en reparación, a unas murallas con grabados y al templo final de mi recorrido, el impactante Bayon, en Angkor Thom. Éste es un templo lleno de caras, con más de 200, que aun desde lejos deja ver la rigurosidad del trabajo y la oda a la escultura... ¡muy bello!. Y aquí quería ver la puesta de sol; pero eran sólo las 15:00 hrs, así que decidí volver a la ciudad a ducharme, para sacarme la tonelada de polvo y sudor que tenía encima.
Ha sido maravilloso; pero no lo aconsejo para más de tres días porque después de esto el cansancio hace que “el imperio comience a caerse”, a transformase en ruinas, una igual a la otra... por exagerar, porque de igual no tienen nada.
En casi todos los accesos a los templos, que son largos y por donde uno camina, hay un grupo de personas que toca y vende música, y un cartel solicitando ayuda para los heridos de las minas; si uno ve, efectivamente todos los integrantes están mutilados... que terrible, allí está viva la catástrofe por la que han pasado hasta ahora, y entonces ¡cómo no ayudar!
Además, todos los templos están llenos de vendedores, en su mayoría niños que cuentan, hablan y recitan capitales de países en todos los idiomas imaginables; son taaaaaan insistentes que uno ni se ha bajado del tuk-tuk y te bombardean con productos y bebidas de toda calaña, diciendo “ladyyyyyy (o madame), compre”... la única forma que encontré para hacerlos callar es decir “porfavor, no quiero que me preguntes nada más, ¿entendido?”... así, bien seca y firme, que de lo contrario me saldría mi genio del demonio.
Una cosa que se repite, y acalambra los músculos, es que para bajar un peldaño o cruzar un umbral de puerta en los templos hay que subir otro... pareciera que la mafia camboyana ha llegado hasta este punto, como si estuviesen coludidos con los centros de masaje, porque pese al tuk-tuk la tensión perdura.
Y bueno, Siem Reap ha sido una experiencia única, aconsejable para todo el que tenga las condiciones físicas para visitarlo. Cuando el agua de lluvia se seca, la ciudad cambia de rojo oscura a rosada, y el polvo que vuela por todos lados entra a los ojos. Hay hoteles de todos los niveles y por lo tanto alejados del polvo también. La ciudad es bella y limpia, y la gente, fuera de las mafias relacionadas con hoteles y locomoción, es muy amable y sonriente.
En Camboya el lenguaje suena más agradable que el tailandes, aunque más nasal, y la escritura es aún más intrincada, entre la tailandesa y la islámica... con “cachirulos” por donde ya no le caben.
Si alguien quiere comprar, no hay que ir a Tailandia; en Camboya está la baratura, aunque no en todo lo que uno quisiera... y eso es bueno porque a mí no me cabe nada en la mochila y por lo tanto “con cuello” me quedo, además que el servicio postal no es confiable. No tengo idea porqué, pero las impresiones de libros en este país son muy baratas y por ello los libros también lo son; aunque los libros son “pirateados”, son de buena calidad. Y la comida, que no es tan barata como la tailandesa, se parece a la de Tailandia central.
De bien oí que la situación financiera que estan viviendo los camboyanos no es buena, no la he notado. Los precios no han cambiado; el riel, moneda local, es hasta ahora la única moneda asiática que se ha mantenido en valor, o incluso devaluado un poco respecto al dolar americano, comparado con el año 2007. US$1 riel = 4.250 riel; aunque ellos lo calculan por 4.000.
Y en cuanto a mi salud, estoy “pituca”. Hasta hoy no he comido nada frito, aunque sí unos dulcecitos por aquí y allá. ¡Me siento perfecto y recuperada! Con las sales que le he puesto al agua se acabo cualquier “corredera”, aunque es horrible beber ¡agua salada! Ahora agregaré sales cada dos o tres días.
Uf, lo siento por el reporte tan extenso. Mañana parto a la capital, a Phenom Phen.

Carinos,
Antonia

29 de agosto de 2010

Desde Siem Reap, Norte, Camboya


Uffffff he llegado al mundo embarrado de Camboya.
Finalmente me quedé un día extra en Nakhon Ratchasima, para descansar. Fue algo aburrido porque no tenía qué hacer más que jugar al sudoku que llevo, y estar en un último piso de un hotel donde hace mucho calor no es muy agradable. Pero estuvo bien, dormí harto y cené y desayuné sopita de pollo con arroz en el hotel; me trataron como princesa, ¡qué gente mas amable!.
Ayer partí rumbo a Camboya. Primero tomé un “bus 2” hasta la estación de trenes, donde tuve que esperar una hora para tomar el tren de tercera clase a Surín (a sólo CL$500 un viaje de tres horas). La niña de frenillos sentada al frente mío intentó “sacar” su inglés pobre para preguntarme algunas cosas escasas; por lo tanto tuvo que ser ella la que le explicara al centenar de gente, que se sentó al lado nuestro, de qué se trataba mi persona, para lo que, por supuesto, debe haber tenido que improvisar un poco más.
La tercera clase del tren lleva un surtido de gente increíble, desde chicos muy pulcros venidos de la universidad hasta gente con las malformaciones más terribles. Y la chica de frenillos me enseñó que inhalando uno de esos tubitos mentolados se pasan los malos olores.
En Surin, nada lindo; decidí ver cómo continuaría el viaje sin quedarme a alojar. Caminé 200 metros hasta la estación de buses, compré agua y lo único comible un poco más “sano” que vi, unas galletas tipo barquillo. Entonces el minibús me llevó hasta Chong Yom, en el borde con Camboya, que para entonces la lluvia se dejaba caer.
Escogí esta ruta, que no es la usual, porque la reputación mala de la popular ruta llamada Poipet, cercana a Bangkok, no la quise experimentar. Pero entonces la horda de gente estaba en la puerta esperando mi “dinerito”. Y es que mi paciencia, con tanto “zángano”, está agotada. Ni han hablado y me sale la ira; ya no permito ni que me hablen, y aún así insisten e insisten. Pareciera que hubiese miles de una misma persona; aparecen por todos lados ofreciendo mil y una cosas.
Entonces decidí quedarme a dormir en el borde de Camboya con Tailandia, sin tomar ninguna decisión hasta el día siguiente, ya que si bien las ofertas eran extremadamente caras y para entonces había dejado de llover, la hora no era buena para seguir a ningún lado; estaba oscureciendo.
Conseguí mi visa para Camboya, por US$20 (si pagaba con bhat hubiesen sido US$30), y caminé hasta el pueblo O-Smash, a unos 300 metros del límite; consistía en una única calle pavimentada en bajada hasta el pueblo, y luego no más cemento.
El suelo era de arcilla roja muy pesada, que se pegaba a los zapatos haciéndolos pesados. Yo iba entre algunas motos y pocos autos. Había ofertas para llévame a donde quisiese en cada metro.
El hotel (“guesthouse”), en que me quedé, era la única edificación pintada, de color salmón; dentro olía a moho y decadencia. Por ser una de las pocas opciones, y la única disponible cuando llegué esa tarde, el precio doblaba a lo normal. Al menos la pieza tenía televisión, con HBO como única opción de canal en inglés, así que la película de la noche me la repetí en la mañana.
Hoy en la mañana estaba lista para partir a las 8:30 horas; pero entre la lluvia y el esperar al “taxi compartido” que me estaba tramitando el dueño del hotel, no partí sino hasta las 10:30 horas. El taxi se había llenado de gente, así que me fui en una camioneta de cabina y media de un amigo de los dueños del hotel, quien iba a Siem Reap; por cierto, me llevó por el mismo precio que cobraba el taxi, aunque un quinto del valor del taxi que me ofrecía la tarde anterior. Y si bien iba inquieta al comienzo, analizando las posibilidades de saltar de la camioneta en caso de un rapto o de qué hacer si me dejaba tirada, me fui relajando con el tiempo al ver que la gente sólo quiere plata sin mayor estafa o violencia. La primera parte del camino, siempre de tierra, tenía unas zanjas enormes producto de la erosión de la lluvia y escorrentía... una cosa asombrosa. Una vez abajo, la calle de tierra era más ancha y plana, aunque con muchos hoyos también.
En Indonesia, Malasia y Tailandia se maneja por la izquierda, en Laos por la derecha, y aquí en Camboya también por la derecha; pero aquí el manubrio está, en la mayoría de las veces, aún en la parte derecha del vehículo... terrible para adelantar.
El paisaje del camino consistió en una carretera arcillosa rojiza rodeada de explanadas arroceras color verde. Sólo color verde y café. Unas pocas plantas con flores amarillas y un sorprendente y único arbusto lleno de hibiscos rojos, esporádicamente. Casas, no abundantes, hechas de tabla sin tratamiento y techo te paja o lata. Vacas jorobadas adornando los alrededores o el centro de la carretera; sólo movían la cabeza con el bocinazo de la camioneta. Muy pocos autos; pero algunas motos. Algunos búfalos pintaban el entorno sumergidos hasta el vientre en las charcas bordeando la calle. Extremadamente rural. Donde había un poco más de casas, la basura abundaba, así como los colores de los quitasoles y sillas de empresas bebestibles. Una que otra construcción de cemento, y la mayoría en altura, con el primer y único piso a veces tan elevado como uno segundo.
Cada kilómetro se veía un cartel,  “Cambodian people's party”, para que les quede “clarito” que el mundo, aquí, está agrupado. 
La camioneta tomó algunos pasajeros en el camino, y dejó algunos envíos también. Los pasajeros iban uno al lado mío y otros tres en la parte posterior de la camioneta, sobre la ruma de cosas que llevaba, y afirmados de los barrotes de la ventana trasera... una “seguridad extrema” con el bamboleo constante. Cuando un policía (creo yo) hizo parar la camioneta, se puso a hablar señalando a la gente que iba atrás; el conductor se rió y le pasó unos “billetitos”. El viaje tardó cuatro horas y media.
Cuando llegamos a la primera ciudad el camino tenía 300 metros de concreto; luego el paisaje volvía a repetirse. Pero cuando llegamos a la intersección con el camino que va desde la frontera Poipet (la más popular) hacia Siem Reap, la carretera se emparejó y el concreto apareció. Y una vez alcanzada Siem Reap, ciudad centro de los templos Angkor, la modernidad era evidente, o más bien dicho el turismo y sus implicancias, aun cuando había polvo por todos lados (la tierra a esa hora ya se había secado bastante).
Mi alojamiento ahora no es ni “pituco” ni malo; por sólo US$3 tiene dos camas grandes, baño incluido, televisión con cable y ¡acceso gratis a internet! Aunque esto no quiere decir que no sea un tanto miserable, que la pieza sea lúgubre, la pintura esté sucia y el internet se caiga a cada instante.
Aquí se usa la moneda “riel” (se pronuncia “ril”); pero todos los precios para los turistas, incluida la plata que entrega el cajero electrónico, es en US$, por lo que los precios tienden a “dispararse” un poco. De lo contrario, resulta muy barato.
Mañana comienzan mis tres días de templos, transportada en tuk-tuk el primer día y esperando poder usar bicicleta después... ahí veré.
Mi salud en cada minuto es mejor; con un día más de tratamiento con antibióticos estaré bien. Tengo sales para ponle al agua, así que tío Juan, no te preocupes que también sigo tus consejos.
Abrazos a todos.

Antonia

28 de agosto de 2010

Mapa de la ruta por Camboya


Desde Nakhon Ratchasima (Koran), Este, Tailandia

Hola otra vez.
Y partí rumbo al sur. Ayer en la manana, a las 5 am tomé un tuk-tuk a la estación de trenes en Nong Khai. El  tipo del tuk-tuk, así como otros, puso esa cara lánguida de haber perdido la oportunidad de hacer “el negocio del siglo”; siempre creen que uno o es estúpido o demasiado buena gente como para darles el “oro del mundo” por manejar.
En fin, mi “tren express” costaba cuatro veces más que el '”regular” (que salía muy tarde para mí), aunque igualmente me fui en tercera clase, con asientos duros “como palo, de esos plásticos irrompibles. Pese a ello el viaje fue bueno, sin mucho pasajero y paisajes planos con arrozales por todos lados, por lo que en las cinco horas y media pude pararme y poner las piernas sobre asientos (¡siempre sin zapatos!). Mi desayuno fue un paquete de galletitas que encontré afuera de la estación.
En el viaje, un señor me conversó un poco y me invitó una coca-cola que rechasé (me siento mal cuando la gente me quiere comprar cosas), pero finalmente me regaló carambolas cuando me bajé del tren. Después del desayuno no me sentí muy bien; entre la amanecida y las galletas que comí, mi estomago estaba algo extraño.
Al llegar a  Nakhon Ratchasima, ciudad conocida como Korat, con zapatillas puestas y mapa en mano, decidí caminar hasta mi hospedaje, porque no sería tan lejos. Pero sí estaba un poco lejano. En el hotel, porque esta vez por el mismo precio de siempre llegué a un hotel, mi habitación tiene cama doble, baño independiente, teléfono, toalla, papel higiénico y jabón; sin embargo, tiene una única llave para la ducha que arroja agua caliente... ¡no hay cómo refrescarse! (la temperatura del techo determina la del agua) Y entonces “me fui por el bano”.
Lo primero que me llamó la atención de esta ciudad es que, pese al tamaño grande y movimiento, toda su gente saluda y sonríe, así como oí sucedía en este país, pero que no veía tan claramente hasta ahora. ¡Qué felicidad!
Caminé por el centro; fui a ver a la estatua de Khun Ying Mo, la heroína local, a donde la gente lleva flores y otras ofrendas y se persina cada vez que pasa. También fui a un mercado techado enorme, con de todo en comidas. Entonces decidí comprar comida para enfermos: pollo a la parrilla con arroz pegajoso (“kai yaang” con “khao niaw”; lo único que se me ocurrió sería prudente con mi estómago y permitiría probar la comida típica de la cocina Isan. Tres machetazos a la pierna completa de pollo para dejarla en cuatro y dispuesto en la bolsa plástica, al igual que un montón de arroz. Compré, además, una botella con agua y, por primera vez en el viaje, una coca-cola. Serían mi once y comida. Me fui al hotel, leí todas las opciones de viaje próximo y comí.
Más tarde me dije “cómo tan mensa de no ir al hospital”, más que mal estoy en la segunda o tercera ciudad más grande del país luego de Bangkok y Chiang Mai. Fui a internet a escribir al seguro de viaje para que me buscara una consulta médica. Fue una casualidad y suerte que mi pieza tuviese teléfono para que me llamaran... y baño personal.
Estaba durmiendo cuando sonó el teléfono. Pensaba que era la madrugada, pero eran sólo las 22:00 horas; desde Chile un hombre, muy formal para hablar, me preguntó algunos datos, y a la hora después me llamaron desde Tailandia, cuando una vez más dormía, para preguntarme si quería ir al hospital enseguida. Era tarde, así que les dije que iría temprano en la mañana; “ningun problema, vaya cuando desee al Hospital Bangkok-Ratchasima”.
A las 7 am partí en el bus 6 (camioneta convertida en colectivo) al hospital. El hospital público era “un lujo”, muy limpio y bonito, a la altura de cualquiera de las clínicas más caras de Santiago y sin ostentar riqueza; la atención fue aún mejor, con el profesionalismo que hubiese querido en Laos, y con una calma, amabilidad y respeto impecables; me sentí importantísima. La encargada de informaciones, que estaba impecable, era esbelta y arreglada; pero me dejó la duda de si era “ella” o “él”, por el tono de voz; me llevó a recepción y me pidió algunos datos en un inglés muy bueno. Me subieron a una camilla, me tomaron la temperatura, presión y demás mediciones electrónicamente (todo estaba normal) y me preguntaron los síntomas y condiciones de mi viaje. Entonces llegó el médico, muy amable nuevamente; me tocó el estomago, me preguntó si podía sacarme sangre (para asegurarse de saber qué era lo que tenía) y me dijo que se demoraría al rededor de una hora en dar el resultado... ¡me preguntó como si yo le estuviese haciendo un favor!; “obvio”, le respondí, “si, por favor”.
Me dejaron en la camilla, en una sala con cortinas, con la luz apagada para que descansara... sentía en el paraíso. El resultado fue lo que me merecía desde hace rato: infección bacteriana causada por comer caca; y es que me he echado dentro “cuanta cosa pasa por delante”… y bueno, ojalá aprenda de mis malos hábitos, y de paso aproveche de reducir la cantidad de “alimento”. Aprovecharon de ver si tenía alguna otra patología (como malaria), pero todo estaba bien. Entonces el médico me preguntó si quería quedarme en el hospital hasta que me sintiera bien; pero yo dije que “no”… cómo tanto si tan mal no estaba... pero ahora pienso que con tanta comodidad allí dentro y con los gastos cubiertos por el seguro, fui una idiota al perderme el “manso ni que hotel”.
Me dieron antibióticos, pastillas por si sentía dolores y sales para agregarle al agua bebestible y así hidratarme mejor.
Cerrado el caso médico y con las piernas en estado perfecto, y aun usando zapatillas en vez de chalas, me fui al terminal de buses número uno para tomar un bus a Phimai. Otra vez caí en seguir consejos de gente que, aún siendo local, no tiene idea de dónde están las cosas. Pasamos en la camioneta frente a lo que obviamente era una estación de buses y que coincidía con lo que decía el mapa; pero la señora sentada a mi lado me dijo que ese no era el correcto, que debía bajarme “más alla”', y pese a que le dije al conductor que me avisara cuándo bajarme, éste me aviso “más allá”, donde yo ya sabía que me había pasado. Y otra vez mi guía de viaje se equivocó, pues resultó que debía tomar el bus en la estación númer dos. Pese a estar contenta por mi experiencia en el hospital, el mundo de la locomoción se encargó de amargarme un buen rato; porque, entre tanto, los “bastardos” de los conductores de tuk-tuk y moto-taxi trataron de hacerse “la América” dándome precios absurdos por los viajes, además de reirse (mofándose bajo mi perspectiva). Como sabía que no estaba tan lejos de mi destino, me fui a tomar una sopa de pollo con fideos de arroz y caminé al terminal núero dos.
En Phimai visite Prat Hin Phimai, uno de los templos del imperio Khmer. Era muy bonito; de piedra blanca y rojiza; bastante decaído, pero restaurado. Me devolví a Korat temprano para descansar. Pero se me ocurrió pasar a un templo budista, donde un buda llamado Chat entró a la conversa; interesante y atento, me abrió las salas del templo, que ya estaban cerradas, para mostrarme el monasterio, e incluso me llevó al área ¡donde duermen!... salió “lanzado” el monje; bueno, después de todo ya llevaba ocho años de monje. Fue casi una “tortura” tratar de irme del lugar; el buda me hablaba y hablaba, y quería que volviera mañana para mostrarme otro templo y pasearme por no sé dónde; yo sólo quería irme... veré cómo estoy de ánimo mañana para esa caminata, o si me voy a Surin para cruzar a Camboya cuanto antes.
Ahora en la noche me comí unas galletitas de arroz que se veían horneadas; pero no, eran fritas… estos asiáticos lo fríen todo. Caminar por calles con tanta comida no es muy amistoso cuando se está “medio raro” del estómago; el olor se torna de deleitante a vomitivo. Me tomé, por tercera vez en los dos últimos días, una coca-cola para endulzarme.
Y eso, mañana decidiré si letargo un día más en esta ciudad, donde no hay mucho, o parto rumbo a Camboya. Una vez mas me perdí un parque nacional, Khao Yai, uno de los mejores bosques monsónicos, y es que sin mucha energía no me parece grato caminar, además de que no está cerca. Si no es porque está lleno de gente (Borneo) o me queda poco tiempo (Malasia), estoy enferma (Tailandia)... ya encontraré uno en un destino próximo. Al templo Khmer más impresionante de Tailandia también lo salto, porque los templos Angkor serán suficiente, creo yo.
Supongo que escribire nuevamente una vez en Camboya.
Buenas noches.

23 de agosto de 2010

Desde Non Khai, noreste, Tailandia


Y otra vez en Tailandia. Ahora me gusta más este país, quizá porque me alivia el saber que hay médicos “por si las moscas” (o mosquitos picadores).
Mi último día en Laos, en Vientiane, fue soleado. El hostal no era barato; pero resultó muy bueno, limpio, cómodo y con un desayuno muy bueno. Aproveché, entonces, de ir a ver al único templo distinto que supuestamente “valia la pena ver”, con al rededor de ¡1000 budas!... me creí uno más.
Entonces tomé el famoso tuk-tuk, con los que siempre “es una lata” lidiar, para ir al terminal de buses a tomar mi bus “express” a Nong Khai, en Tailandia, al otro lado del “friendship bridge” que cruza el Mekong. Se demoró dos horas, en las que nos bajamos y subimos dos veces para tramitar salidas y entradas y visas. ¿Podrán creer que los laosianos cobran por salir del país?. Por el contrario, Tailandia no me cobró nada por el ingreso, y volvió a darme 90 días de visa, sin importar el número de entradas… ¡fantástico!
Nong Khai se parece a Vientiane. Es tranquilo, aun que en algunos horarios los tuk-tuk lo vuelven muy ruidoso; aunque no tiene ningún arco del trinfo como Vientiane… Tailandia será más auténtico.
La ciudad es acogedora, agradable porque casi no tiene turistas, con un paseo a lo largo del río, en frente a Laos, donde la gente hace ejercicio en las tardes y tiene mesitas para comer, ¡y lugares donde sentarse!... finalmente. Porque aquí es barato decidí “no correr”, quedarme dos noches antes de tomar el tren al sur. Además, el hostal es lindo; es una casa vieja china, muy pacífica.
En la tarde fui en busca de la estación de trenes para organizar mi viaje próximo, que se supone estaba a 1,5 km; pero caminé y caminé sin encontrarla, y decidí devolverme. Es increíble lo poco expresiva que es la gente del sudeste asiático; uno hace gestos, ruido de trenes, y ellos no responden, ni ponen cara de pensar… no se consigue ayuda cuando se trata de orientarse. No lo quiero decir, pero ¡son muy tontos!. Por el contrario, si uno encuentra a un chino, éste piensa y “procesa la informacion”. Entonces me topé con un mercado de domingo, lleno de comidas extrañas ¡que no comí!... porque no quiero parecer bola más tarde; pero sí me tomé un “shake” de piña, cuyo contenido era casi pura fruta... ¡qué rico!... imagino fue porque no era un lugar turístico. La gente local sabe de lo bueno.
El atardecer de ayer fue bonito, así como en Laos. Yo creo que Laos debe ser más caluroso, y por ello con esos atardeceres más coloridos de lo normal, aunque nunca tan rojos como los de Lombok en Indonesia.
Anoche conversé largamente con Larry, el señor de la pieza del frente, de unos 65 años. Resultó ser neozelandés, y lleva viajando por el mundo durante ¡30 años!. Decidió con su esposa no tener hijos, trabajar, ahorrar e invertir; puso la plata en el banco y se fueron a vivir barato con los intereses. Construyó un yate, viajó por algunos años y luego lo vendió para seguir por tierra. O Sea, ¿que son seis meses?. Conversamos también sobre los males y los miedos que surgen en la mente del viajero solitario. Según él, lo mio es un problema muscular relacionado al tipo de zapato, y que mi mochila debe ser pesada para mi contextura. Él ha pasado por todas las pestes de Asia: malaria, dengue, micosis e infecciones varias. Siempre va al laboratorio a examinarse, y con la respuesta va al médico si es que no sabe cómo controlarlo... sigue vivo.
Anoche llovió “como condenado”. Hoy en la mañana amaneció radiante, y muy caluroso. Entonces arrendé una bicicleta para alcanzar la estación de trenes perdida. La encontré, y ahora sigo pensando en las opciones. Luego me fui en dirección opuesta en busca del único templo que vale la pena visitar, como me dijo Larry, luego de pasar por un parque con algunos templos pequeños. 
Me costó encontrar el templo; de no ser por una señora con mucho ingenio, y que incluso sabía algo de español, que usó para escribirme el nombre del lugar en tailandés para pedir indicaciones, no hubiese llegado nunca. El templo, de 32 años, es una cosa “fuera de las casillas”; imagino que más de un “cuete” se necesita fumar para construir aquello. Tardaron 20 años en construirlo, y pensarlo; es medio mitológico, con figuras con cabezas llenas de dragones, cuerpos con tentáculos, elefantes perseguidos por perros en moto o con metralletas... una locura.
Y eso, un poco de ejercicio para devolverle la energía perdida a mi cuerpo que ya creo esta recuperado, y ahora a buscar algo de comer, rico y saludable, ya que me he controlado de no comer bestialidades.
Por favor excúsenme porque las postales que mandé, que supuestamente irían desde Laos, van desde Tailandia... otra vez el precio, cuatro veces más caro en Laos.
Muchos cariños, los contacto desde el sur.
Antonia