Hola otra vez.
Y partí rumbo al sur. Ayer en la manana, a las 5 am tomé
un tuk-tuk a la estación de trenes en Nong Khai. El tipo del tuk-tuk, así como otros, puso esa
cara lánguida de haber perdido la oportunidad de hacer “el negocio del siglo”;
siempre creen que uno o es estúpido o demasiado buena gente como para darles el
“oro del mundo” por manejar.
En fin, mi “tren express” costaba cuatro veces más que el
'”regular” (que salía muy tarde para mí), aunque igualmente me fui en tercera
clase, con asientos duros “como palo, de esos plásticos irrompibles. Pese a
ello el viaje fue bueno, sin mucho pasajero y paisajes planos con arrozales por
todos lados, por lo que en las cinco horas y media pude pararme
y poner las piernas sobre asientos (¡siempre sin zapatos!). Mi desayuno
fue un paquete de galletitas que encontré afuera de la estación.
Al llegar a Nakhon
Ratchasima, ciudad conocida como Korat, con zapatillas puestas y mapa en mano,
decidí caminar hasta mi hospedaje, porque no sería tan lejos. Pero sí estaba un
poco lejano. En el hotel, porque esta vez por el mismo precio de siempre llegué
a un hotel, mi habitación tiene cama doble, baño independiente, teléfono,
toalla, papel higiénico y jabón; sin embargo, tiene una única llave para
la ducha que arroja agua caliente... ¡no hay cómo refrescarse! (la temperatura
del techo determina la del agua) Y entonces “me fui por el bano”.
Lo primero que me llamó la atención de esta ciudad es que,
pese al tamaño grande y movimiento, toda su gente saluda y sonríe, así
como oí sucedía en este país, pero que no veía tan claramente hasta ahora. ¡Qué
felicidad!
Caminé por el centro; fui a ver a la estatua de Khun Ying
Mo, la heroína local, a donde la gente lleva flores y otras ofrendas y se
persina cada vez que pasa. También fui a un mercado techado enorme, con de todo
en comidas. Entonces decidí comprar comida para enfermos: pollo a la parrilla
con arroz pegajoso (“kai yaang” con “khao niaw”; lo único que se me ocurrió
sería prudente con mi estómago y permitiría probar la comida típica de la
cocina Isan. Tres machetazos a la pierna completa de pollo para dejarla en
cuatro y dispuesto en la bolsa plástica, al igual que un montón de arroz.
Compré, además, una botella con agua y, por primera vez en el viaje, una
coca-cola. Serían mi once y comida. Me fui al hotel, leí todas las opciones de
viaje próximo y comí.
Estaba durmiendo cuando sonó el teléfono. Pensaba que era
la madrugada, pero eran sólo las 22:00 horas; desde Chile un hombre, muy formal
para hablar, me preguntó algunos datos, y a la hora después me llamaron desde
Tailandia, cuando una vez más dormía, para preguntarme si quería ir al hospital
enseguida. Era tarde, así que les dije que iría temprano en la
mañana; “ningun problema, vaya cuando desee al Hospital Bangkok-Ratchasima”.
A las 7 am partí en el bus 6 (camioneta convertida en
colectivo) al hospital. El hospital público era “un lujo”, muy limpio
y bonito, a la altura de cualquiera de las clínicas más caras de Santiago y
sin ostentar riqueza; la atención fue aún mejor, con el profesionalismo que
hubiese querido en Laos, y con una calma, amabilidad y respeto impecables; me
sentí importantísima. La encargada de informaciones, que estaba impecable, era esbelta
y arreglada; pero me dejó la duda de si era “ella” o “él”, por el tono de voz;
me llevó a recepción y me pidió algunos datos en un inglés muy bueno. Me
subieron a una camilla, me tomaron la temperatura, presión y demás mediciones electrónicamente
(todo estaba normal) y me preguntaron los síntomas y condiciones de mi
viaje. Entonces llegó el médico, muy amable nuevamente; me tocó el estomago, me
preguntó si podía sacarme sangre (para asegurarse de saber qué era lo que tenía)
y me dijo que se demoraría al rededor de una hora en dar el resultado... ¡me
preguntó como si yo le estuviese haciendo un favor!; “obvio”, le respondí, “si,
por favor”.
Me dejaron en la camilla, en una sala con cortinas, con la
luz apagada para que descansara... sentía en el paraíso. El resultado fue lo
que me merecía desde hace rato: infección bacteriana causada por comer caca; y
es que me he echado dentro “cuanta cosa pasa por delante”… y bueno, ojalá
aprenda de mis malos hábitos, y de paso aproveche de reducir la cantidad de “alimento”.
Aprovecharon de ver si tenía alguna otra patología (como malaria), pero todo
estaba bien. Entonces el médico me preguntó si quería quedarme en el hospital
hasta que me sintiera bien; pero yo dije que “no”… cómo tanto si tan mal no
estaba... pero ahora pienso que con tanta comodidad allí dentro y con los
gastos cubiertos por el seguro, fui una idiota al perderme el “manso ni que
hotel”.
Me dieron antibióticos, pastillas por si sentía dolores y
sales para agregarle al agua bebestible y así hidratarme mejor.
Ahora en la noche me comí unas galletitas de arroz que se
veían horneadas; pero no, eran fritas… estos asiáticos lo fríen todo. Caminar
por calles con tanta comida no es muy amistoso cuando se está “medio raro”
del estómago; el olor se torna de deleitante a vomitivo. Me tomé, por tercera
vez en los dos últimos días, una coca-cola para endulzarme.
Y eso, mañana decidiré si letargo un día más en esta
ciudad, donde no hay mucho, o parto rumbo a Camboya. Una vez mas me
perdí un parque nacional, Khao Yai, uno de los mejores bosques monsónicos,
y es que sin mucha energía no me parece grato caminar, además de que no está cerca.
Si no es porque está lleno de gente (Borneo) o me queda poco tiempo (Malasia),
estoy enferma (Tailandia)... ya encontraré uno en un destino próximo. Al templo
Khmer más impresionante de Tailandia también lo salto, porque los templos
Angkor serán suficiente, creo yo.
Supongo que escribire nuevamente una vez en Camboya.
Buenas noches.
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