Kunming resultó ser una ciudad bastante agradable, fuera
de la masa enorme de turistas que encontré en cada paso.
Luego de mi noche en la pieza del DVD, con otras dos
personas más, que fue después de todo bastante buena, cómoda y limpia, me
dieron una de las camas del dormitorio compartido. El backpacker es muy bueno; tiene
detalles muy inteligentes que lo hacen uno de los mejores donde he estado.
En mi segundo día en Kunming, luego de caminar por la
ciudad el día anterior, entré “al mundo” del transporte público. Los buses públicos
son de muy buena calidad, corren en muchas direcciones y en los paraderos hay
letreros con los números de los buses y los lugares a donde van; aunque en
chino, por cierto.
Después de cambiar tres veces de bus, llegué a Xi Shuan (montaña Xi; se lee si-shuan), a una montaña famosa que queda en el Dian Chi (Lago Dian), al este de la ciudad. Para subir cerca de la puerta del templo tomé un taxi compartido, y luego seguí caminando. Pagar templo tras templo ya no está en mis planes, así que dejé la foto para tomarla desde afuera. Pero luego seguí una escalera que subía y subía, y seguía subiendo hasta llegar a un punto alto con una pagoda Ming (¿o Song?... se me olvidó), con una vista fabulosa del lago de agua verde, hacia un lado, y hacia el otro la cumbre de la montaña rocosa, de vetas grises horizontales y con vegetación, desde donde la gente gritaba alegremente por, probablemente, haberla alcanzado. Yo me quedé con esa vista; aquellos que regresaban de más arriba volvían todos embarrados por la falta de un camino.
El paisaje aquí se mezcla un poco. El clima es templado,
con lluvia que dura unas pocas horas y un sol que calienta sin quemar mucho, y
un aire seco gratificante. La vagetación es de altura, con muchas gimnosperamas
(pinos) que estaban levemente rojizas, y por tanto me dieron la idea que en
pleno otoño debe ser más colorida. Las montañas rocosas, anchas y escarpadas,
quizá se parezcan a aquellas de las películas chinas.
La gente, que come “como pajarito”, o sea durante todo el
día, llevaba flores de maravilla en las manos para comer sus semilla; también
zanahorias y productos extraños sellados al vacío.
En la noche, en busca de comida, debo haber
deambulado
unas dos horas. ¡Qué frustante no poder comprar algo para comer! Los
restaurantes en Kunming, en su mayoría, tiene un cajero a la entrada,
con una
lista de comidas escritas sólo en chino, donde se ordena y luego recibe
la
comida dentro; esto dificulta enormemente comprar, porque terminan
diciendo "no" al darse cuenta que uno no tiene idea de lo que señala, y
ninguno de los
platos que traté de mencionar los tenían. Hasta que terminé en un
restaurante
de sopa, una vez más, pero que tampoco fue fácil porque tenían muchas
variantes
de sopa; sin embargo, logré ordenar algo gracias a una cajera que sabía
un
poquito de inglés (que no le entendí nada) y a la que le indiqué una
alternativa pretendiendo entender; por cierto, me dio otra alternativa
porque
el precio que me cobró no era el del cartel, aunque para mi sorpresa me
tocó
una sopa bien entretenida... un plato enorme con caldo hirviendo y
varios
platitos con verduras, carnes, un huevito crudo y fideos de arroz crudo;
todo se
vierte dentro del caldo para que se cocine en un minuto... delicioso.
Al día siguiente, antes de tomar el tren a Guilin, fui al
norte del lago Dian, al templo Bambú; otra vez cambié tres veces de bus. Muy
bonito; en la guía aparece un comentario de un arquitecto famoso que dice ser
“un templo de mal gustro”, pero a excepción de unas esculturas de gente, y de
los budas dentro de los templos, que no se podían fotografiar, yo lo encontré
muy bonito. Mucho blanco, rojo, verde y café; jardines artificiales sencillos
con flores rojas y rosa, y cicas y pinitos de formas escalonadas, verde
intensos; gente jugando a las cartas o tomando té; todo muy apacible y bello.
Y de lo apacible a la “jungla” de la ciudad. Cada vez, más
lleno de turistas. Recogí mi mochila guardada en el hospedaje y fui a la
estación de tren en taxi; sí, yo en taxi, porque no era caro ni había bus
directo, además que la hora estaba corriendo rápido y el tráfico no era menor.
Los taxi, en esta ciudad, tienen una reja a todo el rededor del conductor,
detalle que debería copiar el chileno para evitar a los que les gusta sacar
palos o enojo agresivo luego de una noche de tragos.
El tren. Mi vagón era el número 12, seguido de los vagones
con camas y el comedor. Los “asientos duros” no eran nada tan duros, aunque
bien rectos. Nada como el tren de Indonesia. Toda la gente tenía asiento y sólo
unos pocos trabajadores del tren pasaban de vez en cuando, sin gritar,
vendiendo fruta, comida y bebestibles. Yo era “la cosa rara” de la sección; a
la gente le encanta mirarme y reír; a veces me siento un poco incómoda, pero
luego me da lo mismo porque entiendo que yo son alguien extraño, aun cuando
para mí hasta el chino se empieza a parecer al chileno.
Muchos chinos se parecen a los chilenos, pero en su
mayoría tienen los párpados hinchados, así como si se viniesen levantando, y
tan expuestos como el hueso de las cejas, detalle que creo los diferencia con
los otros asiáticos. El tabique nasal lo tienen casi plano, como en los otros
países, con la punta de la nariz a la altura de la frente, vista desde perfil.
El viaje en tren fue largo, algo interminable si no fuese
porque la gente se mueve mucho; se cambian de uno a otro asiento sin preguntar,
comen fideos instantáneos con sabores artificiales en envases de papel encerado
al que le echan agua hirviendo, agarran y dejan las pertenencias de los demás y
conversan y juegan. Por cada grupo de asientos (dos alargados que “se miran”)
hay una mesita conectada a la pared para dejar bebidas o “dejarse cae” para
dormir un poco. Afortunadamente, en mi grupo, la pareja de adultos, con un bebé
que metían por todos lados incomodando a “medio tren”, se bajó cinco horas más
tarde; imagínanse que dejaron a la niñita acostada a lo largo de dos asientos,
cuando uno de ello pertenecía a otro chico que terminó sentándose ¡en la
esquina del asiento! Pero el chico del frente no cambió su olor a cebo. De
cualquier modo, la gente se vé y expresa muy agradable, y no como la idea del
“chino duro y seco” que creía me encontraría; todos sonríen, o casi todos, y
les encanta hablar pensando que uno les entenderá.
Desde Nanning (capital de la provincia de Guanxi), cuando
amaneció, hasta Guilin (pronunciado güilín), las montañas rocosas y angostas,
así como las de Bahía Halong en el norte de Vietnam, pero aquí sobre tierra en
vez de mar, cubrían el paisaje; precioso, un poco parecido al sur de Tailandia.
Finalmente en Guilin, luego de 18 horas; el sistema de
buses, de la estación al centro, me llevó rápida y facilmente. Pero mi mala
suerte es que se me ocurrió llegar a China para las vacaciones nacionales, que
parten el 1 y terminan el 7 de octubre, y Guilin es uno de los puntos ¡más
turísticos!
¿Quién dijo que había mucho pobre el china? Sí,
los hay, pero miles de miles (o millones) no lo son; hay chinos de
vacaciones por todos lados, y compran y compran. Guilin está lleno; para mi
sorpresa no quedaba alojamiento alguno con precio “razonable” por ningún lado.
Lo bueno es que, por ser turístico, hay gente que habla inglés. Lo único que
pude conseguir fue un hotel ilegal (sin licencia para extranjeros) por Y200 la
noche (US$30)... imagínense los feliz que estaba. Como mis planes tendrían que
cambiar, “corrí” para ver la ciudad.
Tanto en Kunming como en Guilin, hay muchas tiendas
ofreciendo fiestas de matrimonio o de niños “a todo dar”, incluso con modelos que
exhiben los vestidos. El marketing es impresionante; la propaganda frontal del
puesto, que lo cubría completamente, cambió en un local central de un día
al otro. Hay letreros luminosos y señales gigantes en muchas tiendas.
Guilin está entre picos rocosos, muy pintoresco; esto lo
hace muy turístico y apreciado tanto por chinos como por extranjeros; pero a mi
parecer, la ciudad arruina el paisaje. Bastante más ajada que Kunming y gris,
no me produjo mucho entusiasmo. Fui al monte de más al norte, Folded
Brocade, que tiene un templo y donde la vista de la ciudad es fabulosa. Otra
vez había muchas escaleras que subir; parece que en China, si sigo en estos
paisajes montañosos maravillosos, caminaré hacia arriba más de lo pensado.
Desde arriba se podía ver una sección de muralla y una puerta Ming original
(aunque reconstruída), en una sección de la ciudad con jardines, lago y pagoda;
una segunda puerta, más pequeña, está en el lago Rong. Al sur del
centro de Guilin hay dos lagos pequeños donde la gente pasea, el Rong y el
Shan; en el segundo hay dos pagodas, a las que no entré porque no quise pagar
(otra vez), la de la luna y la del sol; la pagoda del sol es la pagoda de cobre
más grande del mundo, la que para mi sorpresa no es rojiza sino amarilla. Al
este de la ciudad esta el río Li (Li Jiang) que corre hacia el sur y pasa por
Yangshuo, mi destino y viaje en bote de mañana.
Ayer, luego de mi recorrido del día anterior por la
ciudad, y después de haber logrado comer algo diferente la noche anterior,
aunque sin faltar el arroz, partí en la mañana, otra vez en buses públicos,
hacia la villa Jiantouzhou, en Jiuwu. En los buses rurales hay una sola corrida
de asientos por lado; ponen banquitos bajos, en el centro, a medida que la
gente se sube. Todos colaboran, moviéndose para dar lugar al resto sin importar
cuán lleno esté. A los adultos mayores y mujeres con niños les dan el asiento
sin vacilar.
El bus olía a “picle”; a los chinos les encanta comer
vegetales en vinagre. Cuando quise cambiar de bus en Jianchang, le pregunté a
un motorista que dónde tomaba el bus, y señalándome con el dedo que me cobraría
“1”, creí me había comprendido; le pedí parar cuando ya había andado suficiente
y entendí que me estaba llevando por Y10 hasta Lingchuan; entre señalar y
señalar palabras desde mis notas y libros, acordamos me llevaría hasta el final
por Y8. La villa, de más de 1000 años, también queda entre picos montañosos;
las casas, entre callejones de piedra, están hechas de ladrillos de cemento o
arcilla, continuas, con puertas grande de madera y techos de teja con puntas en
los bordes; muy bonito. Todo el rededor tenía arrozales, en su mayoría
amarillos y atados para cosechar. El sólo llegar y comenzar a caminar hacia el
centro de la villa, me hizo sentir extremadamente bien, feliz, aliviada de
estar en el campo; acercarme a la gente que estaba cosechando, sentir el aire y
el sol en tranquilidad completa, me confirmaron que donde debo estar es en el
campo.
En la noche me quedé a las afueras de la villa, en una
pieza de un restaurante, para recortar gastos y disfrutar del campo,
aunque no escapé al ratón que entró al baño ni a la araña enorme y
zancudos que tuve que matar a zapatazos. Ayudando a la señora a barrer el
arroz que estaba secándose, conversamos (sabía inglés) y cené sopa con
vegetales, bollitos fritos rellenos con carne (que los preparan en las calles
del pueblo durante el día), tortilla de huevo con cebollino y arroz, y sandía. Los
del restaurante tiene un hijo único, como muchos, que ahora que terminó la
escuela sueñan que vaya a la universidad a EE.UU o Canadá, para que salga del
pueblo que ellos nunca pudieron, aunque su opinión de China es muy buena, por
ser tranquilo y sin violencia.
En la mañana compré, a los suegros de la dueña del local,
un pomelo; el caballero era un amor, me escogió el más grande; pero “la vieja”,
típico de esposa negociante, le hizo cambiarlo por uno más pequeño, aunque
grande igual; cuando me iba, el caballero me dio más pedazos de pomelo para que
me fuese comiendo... ¡qué amoroso!
Si bien el idioma chino es muy difícil, y cambiarse de
lugar desorienta, he llegado al punto en que empiezo a sentir que conozco bien
ciertas cosas que hago o veo por segunda; hasta los caracteres chinos de un lugar
empiezo a familiarizarlos, aunque sea por un periodo corto de tiempo. Con
los sonidos no me sucede tan fácil, pero en la “desesperación” aprendo al
menos un poco.
Y debido a que llegué a una etapa del viaje en que el
clima ya no es tan caluroso, tuve que comprar calcetines para cambiarme los
únicos dos que traje y que ya no aguantan más mugre. Decidí, además, dejar de
tomar los antibióticos contra la malaria; cuatro meses de pastillas son
suficientes y ahora el riesgo de dañar mi hígado debe ser mayor al de contraer
la enfermedad.
Mi idea de ir a Hong Kong será postergada, porque necesito
una visa especial, además de que pierdo la visa que tengo para poder regresar.
Quizá pase a mi salida. Chaito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario