17 de octubre de 2010

Desde Chengdu, Sishuan, China


Y llegó el día de viaje por el río Yangze.
Después de señas, palabras escasas y telefoneos a través de la recepcionista del hotel en Yichang, para averiguar cuándo salía el bote de turismo por el Yangze, partí rápidamente al terminal marítimo, ¡en taxi!, para tomar el supuesto bote de las 11 am.Resultó que el bote salía a las 22 horas; así que, una vez más, dejé mi mochila en custodia y salí a recorrer la ciudad. 
La ciudad era fea como ella misma y, como estaba lloviendo, todo estaba aun más gris de lo que debía y sin gracia alguna; los edificios eran cuadrados, sin siquiera espejos o aspectos modernos para entretenerse viendo algo nuevo... feísimo. Pese a ello, por fin habían supermercados en la China; no eran muy grandes, pero tenían varios productos y a precios bajos para abastecerme de comida para el viaje, y mirar todas las cosas que los chinos suelen llevar a todos lado. Muchos productos se venden al vacío, como las “golosinas” entre las que está lleno de productos cárnicos condimentados y cortados en trozos o puestos en brochetas, o hechos bolitas... unas cosas muy extrañas; también venden muchas frutas disecadas, salsas y envases individuales con fideos instantáneos.
Para el viaje, me compré unas galletas saladas con sabor a cebollino y sésamo, unas barritas de trigo prensado y azucaradas, ciruelas secas, un pomelo, unos dulces pequeños para cuando me “bajara el azúcar” y un yogurt líquido con sabor a manzana (muy rico). Es extraño, los productos lácteos casi no existen en este país; venden leche y estos yogurt líquidos mezclados con jugos que están en secciones no refrigeradas; nunca he visto mantequilla y queso; el yogurt común para nosotros lo he visto sólo en mis dos últimas paradas, en negocios pequeños y esporádicos con refrigerador para las bebidas.
Al término de mi día en Yichang, mis zapatillas quedaron empapadas, incluidos los calcetines.
Al rededor de las 17 horas regresé al terminal, que estaba muy ruidoso porque, para variar, estaba en construcción; desde allí me trasladarían al bote. Entre caminatas de esquina a esquina, esperar al bus, al guía y luego a que todos se subieran al bus, dieron cerca de las 18:30 horas. Como ya estaba oscuro no pude ver el ansiado embalse “Three Gorges”, la “mega construcción” hecha en el río Yangze que ha sido tema de debate importante, por un lado porque es un proyecto que se venía planteando desde hace como un siglo para controlar las aguas turbulentas del río y abastecer de electricidad a la región, y por otro porque sería un impacto ambiental y social importante. Pero como suele ocurrir, tarde o temprano, el proyecto se llevó a cabo.
Y llegamos al “bote”, que resultó ser un barco tipo crucero, aunque obviamente no lujoso ni tan grande como los que llegan a Valparaíso, pero era un barco de turismo. Qué entretenido, esto de los barcos de fierro siempre me ha gustado; tenía una recepción, un comedor, habitaciones y pasillos exteriores desde donde ver el paisaje. Fue de ensueño para mí.
Como el tur sale de la zona del embalse, la empresa que aún está construyéndolo y colocando generadores para producir energía realiza una presentacion de baile (vendida como parte del paquete turístico); el baile era sobre la historia del embalse, la naturaleza y la ingeniería... todo estaba hecho para promocionar y dejar una visión bonita del super proyecto. Qué mal no haber visto el embalse, supuestamente es gigantesco... en fin.
Como era de esperar, compré mi pasaje de viaje en tercera clase. La habitación, que sería para seis personas, resultó ser para ocho, y tenía un baño con ducha. No había ningún otro extranjero a bordo; yo era la única y la mascota del viaje.
El tur “Three gorges” o “de los tres cañones” por el Yangse fue absolutamente fantástico, primero por el viaje en sí, cuyo paisaje del río era precioso, y segundo porque conviví con los chinos, pudiendo experimentar aun más de cerca su forma de vivir.
La primera noche navegamos hasta las siete de la mañana, cuando llegamos a la ciudad de Wushan, donde está el Wu gorge; ahí nos cambiaron a un barco más pequeño para recorrer los cañones o gargantas del río; fue absolutamente precioso, había murallas de piedra de colores en cortes abruptos con la vegetación hasta el agua, parecido un poco a las rocas de Halong o del río Li, pero hechas murallas continuas. Es más, creo haber sido muy afortunada, pues pese a la neblina usual de la zona central de China, ese primer día terminó despejándose y brindando un atardecer espectacular; debo haber estado unas dos horas sentada a un costado del barco viendo y fotografiando el cambio de colores de los cerros, el cielo y el agua del río que estaba muy pacífica, y barcos de carga que deambulan de un lado a otro. Fue otro de los momentos imborrables de mi viaje.
Mamá, pensé mucho en ti, en lo que te hubiese gustado este paseo... te dedico todas las maravillas que vi en esos dos días.
A veces creo que debí haber estudiado algo como periodismo o cine. He descubierto que me encanta esto de viajar y registrar la información, de ver gente y naturaleza; que me interesa casi todo. Y quisiera saber tantas cosas más para poder expresarme mejor o crear algo a partir de mis vivencias para compartirlas lo mejor posible con los demás. 
En el segundo día de viaje, más cerca de la ciudad de Chongqing, el paisaje no fue tan bonito y la neblina no desapareció. Ese día nos bajamos en Fengdu, la ciudad de los fantasmas; eran unos templos ubicados en lo alto de una colina, parte nuevos y parte viejos, llenos de figuras míticas, demonios, dragones y otras no muy bonitas. Es un punto muy turístico del trayecto, pero que no fue de mi gusto; allí estaban los extranjeros, de cabezas blancas o rubias, en barcos más lujosos y sin ningún chino como en el que estaba yo... me sentí afortunada.
A los chinos definitivamente les gusta el juego; en cada habitación ponían el velador entre dos de los camarotes para jugar a las cartas y picar algo para comer. Creo que fue éste el motivo por el cual, pese a haber mucha gente y pocas áreas externas en el barco donde pasear y mirar el paisaje, que parecía estar todo vacío durante la mayor parte del viaje; para mi suerte, este viaje fue de descanso y pensamiento. Pero a la hora de las actividades, los chinos gozan del tur; en el barco pequeño por donde viajamos, y luego en uno más pequeñito, los guias no pararon de hablar y vender productos por un micrófono a alta voz; la gente siguía al guía turístico, en masa, sin siquiera cuestionarse el poder moverse a donde no había gente... les gusta el tumulto, y por sobre todo fotografiarse en cada paisaje o cosa que les llama la atención. En las fotos lo principal son ellos mismos, no tienen razón por la cual tomar una foto a algo sin una persona, y el enmarque se centra en ellos sin casi importar si finalmente se ve el entorno. Había una pareja de unos 65 años; ella era elegante, muy bien vestida, y él tenía la cámara; no perdieron minuto alguno en el viaje, entre los canales, para que él disparara fotos mientras ella se acomodaba con la espalda herguida contra la baranda del barco, cruzando las piernas meticulosamente y con los brazos extendidos horizontales a ambos lados del cuerpo y abrazando la baranda del barco; cada unas cinco fotos de ella, ella le tomaba una a él... estaban fascinados, muy complementados; ella era la diva, la señora de la realeza, y él el marido orgullosos de llevarla a su lado.
De no haberme concentrado en lo bello del viaje podría haberse tratado de un viaje de horror, porque no hubo momento en que no aprovecharon para negociar. Los micrófonos no paraban ofreciendo libros y artículos del viaje, incluso colocando cosas absurdamente inútiles y feas sobre mesas del área común (haciendote mover a otro lado) o no dejando salir del bote para que escuches la montonera de taradeses; pero a la gente parecía gustarle, o al menos no molestarle.
A lo largo del río pasamos varias ciudades y pueblos, una más fea que la otra y siempre llenas de edificios altos y cuadrados y de casas sin ventanas y en construccion.
Pero los chinos me trataron muy bien en el viaje; me aceptaron y trataron de interactuar conmigo, aunque la comunicacion no llegó mucho más allá de una sonrisa. Por cierto, no faltó el que la mayoría me hablara y seguiera hablando, tratando de encontrar respuesta de mi parte; sencillamente, no comprenden que uno no sepa su idioma. Pero todos fueron muy cariñosos. Y no pararon de mirarme y de referirse a mis pantalones cortos y chalas porque hacía frío; aunque yo estaba bien. Mis zapatillas seguían mojadas y las nuevas que compré en Vietnam las usé sólo el segundo día que estaba más fresco y debíamos caminar cerro arriba.
Yo tenía la idea de que el baño de nuestra habitación terminaría inmundo, así como los públicos porque, después de todo, el que la taza esté a raz de piso hace difícil “achuntarle” con perfección al centro; pero resultó estar todo el tiempo limpio. Eso sí, pese a que oí a las mujeres ducharse por la noche, a los dos hombres nunca los vi entrar al baño. Los chinos suelen limpiarse el cuerpo con una toalla pequeña que mojan bajo el chorro de agua... esto ha ocurrido en todos los viajes en trenes.
Fuera del turismo imparable, y aun peor y que no puedo soportar, son los ruidos que la gente hace. ¡Los escupos!, casi toda la gente resuena y lleva flemas hacia la boca para escupirlas al piso; esto lo hacen muy seguido, en el lugar que sea, frente a cualquiera y pareciendo hacer el mayor ruido posible. También hacen ruido para comer, como si fuese a propósito, abriendo la boca y dejando sonar la lengua contra el paladar; lo mismo al tomar líquido, y más cuando toman el té caliente, que lo sorbetean como si se tratase de una competencia. ¡Insoportable! Para rematar, en la noche no faltaron los ronquidos, que se bien pondría haber sido peor, igualmente me despertaron; a esto se sumó el ruido que una de las señoras hacía, quien mientras dormía se levantaba la camiseta para sobarse la pansa de arriba a abajo, haciéndolo sonar como quien pasa la mano sobre una tabla de madera; este sonido primero me llamó la atención, pero luego tuve que tomar mi linterna pequeña para descubrir de lo que se trataba... no lo creí y me reí, aunque más tarde ya no era gracioso, y en las dos noches siguientes menos aún. No faltó el momento nocturno en que tuve que alumbrar caras con la linterna, tirar sábanas para cambiar la posición del roncador o despertarlo, y lanzar una que otra pepita de mi pomelo a la cara del culpable. Lo más incomprensible de todo ocurría en las mañanas, cuando mis compañeros de pieza no hallaban nada mejor que comenzar a conversar a las 6 am, con un volumen de voz de quien está a medio día y desde una cama a otra, y pese a que en la primera mañana les dije “shhhhhh”, siguieron como si nada; al menos no prendieron la luz, y durante el resto del día se comportaban amigablemente. Yo creo que todo esto del ruido es tan natural y parte de sus derechos que imagino que ni se cuestionan el que pueden incomodar al del lado.
Y sin faltar, las conversaciones y discusiones sucedieron a un volumen muy alto, sin importar “el qué diran”. ¡Y el llanto!... confirmado está el que se aprende a llorar de una cierta manera dentro de una sociedad; al comienzo creí que se burlaban, porque emitían sonidos muy agudos, parecían hablar y no suspiraban, aunque luego la gente del rededor solía terminar riéndose; diría que lloran como el “chavo del 8”....pi pi pi pi piiiiiii.
En cuanto a las comidas, muchos llevaron lo suyo desde fuera del barco para comerlo en las piezas o recepción; otros iban al comedor común. Lo que me llamó la atención fue que no tardaban más de 10 minutos en almorzar o cenar y levantarse. Los chinos comen varias veces durante el día; cada vez no dura mucho ni comen demasiado. Y nunca olvidan el recipiente con té; generalmente llevan un vaso de vidrio cilíndrico de unos 500 cc, con tapa metálica, al que le ponen té verde y llenan constantemente con agua hirviendo que los medios de transporte abastecen en termos.
En las paradas que hizo el barco siempre hubo gente vendiendo comida rápida (arroz o fideos con carne o verduras) que metían en un envase desechable, fruta o brochetas con alguna carne. Fue aquí que conocí los pajaritos fritos ensartados en brochetas; daban verdadera pena, porque de carne no tenían nada, pero eran sabrosos y los chinos se los saboreaban y chupeteaban completos.
Al final del viaje mis zapatillas estaban secas, aunque casi deshechas en la punta; me las volví a colocar, pero los calcetines fueron a parar a la basura porque estaban en un punto máximo de suciedad y con un hoyo. Mi ropa parece no “aguantar” más el viaje; dos de mis pantalones cortos tienen hoyos y alguna ropa interior ya se ha ido al tacho de la basura. Lo que me preocupa, ahora, es que no tengo ropa caliente para el invierno que está llegando a esta parte del mundo; me da mucha flojera pensar en ir a comprar un par de pantalones. Afortunadamente la chaqueta que comprá en Vietnam me viene de maravilla, y es resistente al agua, lo que confirmé en Yichang.
Cuando llegamos a Chongqing, el término del viaje, no pude creer que había que pagar para que un funicular nos subiera al muelle. ¡Cómo es posible que se pague un paquete turístico y deba estar pagando un boleto por algo que es obvio que hay que usar para salir!
En Chongqing, en la provincia del mismo nombre, estaba otra vez nublado. Fui en busca de un alojamiento. Calles que suben y bajan, y escaleras y callejuelas por todos lados, me costaron mucho tiempo para encontrar el hostal que para mi sorpresa estaba cerrado por reparación. Pero para mi suerte había una alternativa local muy cerca, a unos escalones más arriba, que resultó muy buena. Era una casa china antigua muy bonita, aunque con camas de tabla sin colchón... duras; pienso que es por dormir en camas duras que ahora tengo la piel de una pierna adormecida.
Mientras subía, desde el río, pasé por un sector de comercio igual a lo que en Chile llamamos “persa”; tenía productos “made in China”, muy baratos, de mala calidad y muy feos, en un ambiente de caos, con mucha gente y algo sucio. 
En el dormitorio compartido del hostal conocí a un señor de 65 años con quien hablé inglés, y a un tipo español con quien hablé español. Con Jesús, el español que también había llegado esa mañana a Chongqing, fui a visitar la ciudad; su impresión de las ciudades chinas era la misma que la mía... una más fea que la otra y sin nada interesante más que ver y “estudiar” a la gente en algunos ambientes públicos.
Fuimos a una barrio alejado de la ciudad que tenía casas antiguas; era muy bonito pero estaba atiborrado de gente (era fin de semana). En cada metro había un local con algo a la venta, sobre todo con comida; había comidas novedosas para fotografiar, y extrañamente muchos dulces; algunos dulces hechos con una pasta de maní golpeada con mazos  por dos personas (que aprovechaban para hacer marketing), algodones de azúcar, caramelos con figuras, masas varias, y mis favoritos, caramelo suave cubierto con semillas de sésamo.
Más tarde y algo perdidos con los números de los buses, fuimos a un parque en una de las partes altas de la ciudad. La vista estaba casi completamente cubierta por árboles, pese a ello se podía ver un lado de la ciudad que estaba absolutamente repleto de edificios de entre 20 y 40 pisos, muy cerca entre ellos y, como siempre, sin ningún “brillo”; se veía una ciudad sin plantificación y sorprendentemente parecida a las chilenas, aunque con mucha más gente. Como casi todas las ciudades por donde he pasado en China, ésta tiene al rededor de cuatro millones de habitantes, y con calles como las que hay en Chile, con baldosas con relieve y colores que empeoran la caminata y la estética.
Entonces nos fuimos al centro, a la parte comercial moderna, con edificios con espejos y letreros luminosos; no era muy grande, pero tenía un área central de paseo y reunión que rodeaba al “monumento a la liberación”, una torre horrible con un reloj en la parte superior que dicía “Rolex”... Mao se hubiese suicidado, aunque para el caso estaba bien puesto el nombre de “liberación”. Y luego de examinar a la gente, y cuando el sol se hubo ido, fuimos a comer “hotpot” (huoguo), la comida típica de Chongqing; se trata de una fuente metida en el centro de la mesa, sobre un fogón, donde una mitad tiene un caldo picante y otra uno no picante, y donde se mete carnes, vegetales u hongos varios ordenados según se quiera; es famoso por es muy picante, aunque el nuestro no lo estaba tanto; lo único malo para mí fue que, además de ají, tenía pimienta que no tolero, porque me amarga la boca y enmascara los sabores. Y una vez que el panorama del día hubo finalizado, caminamos cuesta abajo hasta el hostal.
Compartir con Jesús fue muy agradable, no sólo porque era muy simpático y ameno, sino porque a esta altura del viaje creo que necesitaba comunicarme verbalmente con alguien y compartir la experiencia china, cuya opinión no resultó no estar lejos de a la mía, aunque él buscaba la “modernidad” y sociedad china más que por los paisajes del país.

Hoy por la mañana me fui en bus hasta la estación de trenes. Compré pasaje a Chengdu; esta vez, en tren rápido, en el “fantasma” que vi la otra vez y que quería experimentar. En vez de seis horas demoró dos horas y diez minutos; al subirme, comprendí el porqué del precio tan elevado del pasaje, porque mi vagón decía “first class”... la muy “vaca” de la señorita vendedora decidió que me iría en la primera clase, sin preguntar, ¡qué típico! Pese a que pagué un tren rápido y una clase alta, lo consideré pertinente para viajes largos; estaba muy contenta con experimentar este transporte que aceleró hasta los 165-200 km/h (señalado en una pantalla), que al andar flotaba en el riel de imán y que luego de mantener la velocidad en las partes rectas (no por mucho tiempo) la disminuía; los oídos se me tapaban continuamente con la aceleración, como el efecto de los despegues en los aviones. ¡Qué choro!, y qué futurista me pareció el modelo del tren; era muy blanco (lo limpian al llegar a las estaciones para que brille), con ventanas oscuras, de forma alargada en los extremos y con líneas redondeadas por todos lados.
Y eso, ahora estoy en Chengdu, en la provincia de Sishuan, colindante a la del Tibet (aunque lejana); estoy en otra ciudad de cuatro millones de habitantes, aunque aparenta de más, quizá por el turismo y negocios, y que es un poco más “desarrollada”, con edificios más grandes y más locomoción pública.
La estación de trenes de Chengdu también parece ser nueva, así como la de Chongqing y Wuhan, y es muy espaciosa. Me sigue impresionando la cantidad de construcción que hay por todos lados. Pese a ello, no cambian el comercio ambulante de los alrededores de los terminales, donde venden camotes asados sobre tambores calientes (el olor es maravilloso), choclos cocidos, asados, pomelos y caquis.
Y les cuento que mis planes han cambiado nuevamente. He pensado y pensado en qué hacer luego de China, cuya visa se me vence el 28 de octubre. Porque ya no tengo la energía del comienzo para ir a un lugar intenso como la India, y los precios de pasajes a Nepal, de entrada y salida, y peor aún el de regreso a Nueva Zelandia desde esos lados, es excesivamente alto, sumado a que no sé bien cuáles son mis requerimientos a la entrada de algunos países como Taiwán o Korea, o Burma, y que no quiero seguir moviéndome en China sin ver mucho, es que decidí intentar extender la visa en este país, recorrer esta provincia con más tiempo e incluso quizá llegar hasta Shanhai al final, para luego ir unos cinco días a visitar a las amigas que hice en Vietnam y que viven en Singapur, aprovechando la ruta de regreso a Nueva Zelanda. India y Nepal los dejo para un futuro o vida próxima... creo estar feliz con todo lo que he visto y me queda por ver, y aprevecharé de comprender mejor a la China y de ver esta parte del país que es mucho más fácil para viajar y comunicarse en inglés.
De no resultarme la extensión de la visa, cuyo trámite tarda cinco días, tendré que apurarme para ver a los guerreros de terracota en Xi'An y a la muralla china en Beijing y así salir del país; iría entonces a Filipinas, el país más fácil y más barato como destino.
Buenas noches.

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