Y ahora en la capital de Laos, Vientiane.
Llegué hoy en la mañana bien temprano, a las 5:45am, pese a que debíamos llegar a las 4:00am.
Llegué hoy en la mañana bien temprano, a las 5:45am, pese a que debíamos llegar a las 4:00am.
Luang Prabang, Luang Prabang, a quién podría no gustarle Luang Prabang. Es una ciudad-pueblo preciosa. ”Elegante”, diría yo, con casas antiguas de adobe, posiblemente estucadas con cemento y pintadas. Callecitas transversales de adoquines de cemento con plantas, templos y monjes budistas. Banderitas de Laos y del partido comunistas colgando desde las ventanas. Buganbillias y arbustos con flores fragantes. El río Mekong a lo largo de la ciudad. Es, además, una ciudad muy limpia porque los monjes aprenden en su retiro a preservar la ciudad, y la limpian cada madrugada luego de su pequeña procesión.
Laos es el paraíso para el francés, cada tres restaurantes hay uno francés, con todos esos pancitos y dulces con nombres que desconozco. Hay mucho francés circulando. Y para qué decir de los precios, que impiden probar todas esas delicias dulces que no como desde hace tanto. Esto, por cierto, es en las ciudades más desarrollada de Laos, que creo son muy pocas.
Aun cuando vi muy poco de este país creo se trata de una belleza que no abunda en el mundo; es muy rural y salvaje. Yo lo recorrería completo, pero no sola, necesitaría de al menos alguien más para evitar algun percance que me sorprenda sola.
Anoche, desde el bus, aun cuando era de noche, la luna creciente iluminaba lo suficiente como para imaginarse el panorama. Hubiese querido haber visto este paisaje entre Luang Prabang y Vientaine de día. Cordones montañosos corriendo en distintas direcciones, con montañas altas, espesas de vegetación… cascadas. El camino iba serpenteando los cerros a la orilla de la pendiente; un poco escalofriante, pero al menos no me tocó lluvia y el bus iba relativamente lento para las condiciones (25-30 km/ha creo yo). Antes de llegar a Viang Vieng había un valle con una montaña central enorme y centenares más pequeñas a su lado, todo rodeado por los cordones de montañas. Se veía un poco abominal; imaginaba lo que sería para un conquistador llegar a tierras así de impactantes donde la naturaleza parece comerte.
Ahora, el mareo que me dio en el último trayecto del viaje en bote por el Mekong se cuadruplicó durante la primera noche en Luang Prabang. Me asusté porque no sabía que “crestas” me pasaba, y por ello decidí ir al hospital a la mañana siguiente. Otra aventura como aquella que viví contigo, papá, en Brasil. Y es qué sabiendo que la medicina es muy precaria en este país, la paranoia aumenta. Quise saber qué miércales sucedía en mi cuerpo por si necesitaba volar de inmediato a Tailandia. Tomé un tuk-tuk al hospital local; me tomaron la fiebre y la presión, y esperé; me llevaron donde el “doctor”, que dudo que haya sido médico, porqué insistía que tenía dolor de cabeza (fue lo primero que anotó) pese a que yo le decía que no, que lo tenía era mareo. Entonces el médico dijo “aaaaa, vértigo”… “bueno, al menos eso está más cercano”, respondí; entonces él miraba hacia abajo y escribía un medicamento para cada uno de los síntomas descritos. El “bestis” me estaba recetando tres cosas y yo aún no sabía que crestas tenía... por seguridad él tampoco sabía. Entonces me sentí más afiebrada, quizá por la situación, así que se lo dije, y el me dijo “pero si me dijiste que no tenías fiebre”... ¡Ni siquiera me examinó! Borró lo que anotó y prescribió paracetamol y otra cosa. Al caso, había un señor mochilero de 68 años, también dando vueltas por dolor de espalda, y me decía que fuera con él para encontrar a un doctor en otro lugar, todo revuelto con un chico que traducía al médico, al señor y a mi.
Me enojé y me fui. “Que cada uno meta sus prescripciones por donde quieran, y sus cuentas tambien”. Volví al centro, me tomé un jugo, comí algo, paseé, y ya estaba mejor. Porque estaba con Ilaria, y la pareja de españoles que conocí (Alicia y Roberto) me ofreció su apoyo y contacto telefónico por cualquier cosa que necesitara, y ya me sentía mejor, decidí esperar a ver qué sucedía al día siguiente.
La noche siguiente también me mareé, pero mucho menos; pero un malestar al estómago apareció. Patúdamente me diagnostiqué “virus”, de esos que te agotan y dan un poco de fiebre sin resfriado. Comí, como hubiese dicho mi mamá querida, un pollo a la brasa y arroz blanco (la opción más saludable). Y aun cuando no estoy del todo bien, estoy muchísimo mejor… y las vitaminas las postergué para no alimentar al virus. Quizá vaya al médico una vez en Tailandia, donde la medicina supuestamente es buena. Al seguro lo tengo al tanto de mi situación.
Y también perdí el impermeable el primer día que llovió. Porque la lluvia paró, nunca supe donde lo dejé, aun cuando pregunté en muchos lugares. La cosa es que entré al mercado, internet, boliche… la cabeza la tenía en cualquier otra parte, ¡quién sabe!
uídos. En el bote, el tipo de al lado no paró en horas de escupir cada cinco minutos; y en restaurantes la sonajera para tomar la sopa es casi peor. “¡¡¡¿Para qué aprendemos “modales”?!!! si luego uno no tolera los de los otros.
Había dicho que los laoenses se parecían a los chilenos. Ya no creo que mucho. Quizás más aquellos cercanos al oeste de Tailandia, por que los más lejanos están mezclados con chino, sin duda. Qué notorio es, a veces, la mezcla de las facciones en los bordes de los países.
Había dicho que los laoenses se parecían a los chilenos. Ya no creo que mucho. Quizás más aquellos cercanos al oeste de Tailandia, por que los más lejanos están mezclados con chino, sin duda. Qué notorio es, a veces, la mezcla de las facciones en los bordes de los países.
Ya, hasta Tailandia. Abrazos.
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