Antenoche, cuando volví a mi hospedaje me di cuenta
que no tenía más que una manta para taparme los pies, cosa que no importó al no
estar tan fresco; pero los calzones que había lavado y colgado en la pieza
estaban aún mojados. Yo pensaba que se secarían de inmediato, lo que me
demostró lo húmedo que está el ambiente aquí, y el porqué de mi constante
transpiración.
Ayer me desperté con el sonido imparable de los
pajaritos enjaulados y los cantos agudos (que yo llamaría chillidos) de una
niña de mi hospedaje.
Cuando salí de la habitación, no pude creer que me
ofrecieran desayuno (estaba incluido por los tan solo 60.000rp). Si bien la
pieza es bien “atorrante” (mejor no la describo), el espacio común es agradable
y lindo, y el desayudo muy rico. Me dieron panqueques rellenos con plátano y
miel, ensalada de fruta (piña, papaya, naranja y plátano) y té que disfruté en
la mesita de la terraza pequeña que tiene la entrada de mi habitación. La guía
dice “virtualmente, donde sea dan un desayuno básico”.
Entonces partí en busca del templo “Gunung Kawui”,
porque mi libro guía lo recomendaba; “… a 11 km de Ubud… es con seguridad uno
de los lugares más impresionantes de Bali… con monumentos tallados en las rocas
del valle”.
Tanto taxi, tanta moto, y aún así los precios que me
ofrecían para llegar eran muy altos. Entonces decidí tomar la vía del
transporte público, aunque no del bien barato para no perder tanto tiempo en traslados.
Tomé un “bemo” (furgón pequeño) tras negociar el precio del viaje. Así fue como
“nos dimos la vuelta al mundo”, tomando una ruta que me sirvió para ver varias
localidades y compartir con los indonesios que se subían y bajaban durante el
trayecto. Luego de tener que trasladarme a un segundo bemo, llegué a mi
destino. Pero la dificultad no era sólo esa, pues al asecho estaban las señoras
de los puestos con “sarong” (telas estampadas que usan alrededor de la cintura para
cubrir hasta los tobillos), ya que no se puede ingresar sin sarong ni cinturón al
templo (por motivos religiosos). Regateando, regateando, compré el que me
pareció más bonito para usarlo en el próximo templo y como frazada.
Precioso, maravilloso, ¡de postal! Gunung Kawui es un
templo hindú sencillo, con terrazas de arroz entre palmeras, y aunque no
más que eso suficiente para mi goce.
Al salir, caminé un poco por la calle, cuando encontré
el mismo “snack” que el mono me comió ayer; estaba rico.
Volví a Ubud de la misma forma como salí, aunque esta
vez sabiendo el precio real (o justo) que debía pagar. Cabe señalar que el
precio para un turista no es ni cercano que para la gente local.
De regreso en mi habitación, los calzones, esta vez
colgados en la terraza, aún estaban húmedos, además de heder a toalla húmeda
que se queda dentro de la mochila... ¡mal!
Luego caminé un poco más por Ubud. Fui al mercado “a
mirar”; pero terminé comprando fruta exótica: rambután y mangostino ¡deliciosas!
(un poco ácidas, sutilmente parecidas a jugo tropical mezclado con pera) y
luego compré en un mini-mercado un paquete de galletas.
Otra vez cambié mi plan; quiero pasar a Lombok a la
"playita", así que sin pensar mucho compré un pasaje para la isla
Gili Air. Las islas Gili son tres (Air, Meno y Trawangan), “el paraíso de
arenas blancas y de las fiestas”, aunque yo escogí la menos turística porque
“ni ahí” con las “masas de gente”.
Más tarde fui a cenar a la misma picada de comida
asiática y balinés, Dewa Warung; comí “fideos crujientes con verduras”. Y luego
del internet, cuando llegué a mi “suite”, ¡qué horror!, no tenía mi porta-documentos
con la plata que traje en efectivo. Partí corriendo al internet, pero ahí no
estaba; luego al restaurante y al mini mercado, haciendo la ruta inversa de los
últimos lugares donde había estado; pero nada, tuve que volver a la “suite”.
Por suerte que el pasaporte lo había dejado en otro lugar, así que lo que
realmente había perdido era sólo plata (suficiente para dos semanas) y la
licencia de conducir... en fin. No pude entender lo que pasó, porque tampoco vi
a alguien sospechoso que pudiera habérmelo robado del bolso. Y ese fue mi día.
Hoy en la mañana fui a tomar el minibús que me
llevaría a Gili Air, frente a la venta de pasajes. Por casualidad, le pregunté
al vendedor por si se me habría quedado ahí mi chequera; “sí, la dejamos en el
cajón porque no sabíamos de quién era”, dijo. No lo pude creer, estaba hasta con
US$450 de los US500 que tenía. Aquí la gente es muy humilde y pese a ello muy
honesta; qué agradable, es de no creer en Chile. Como atención, y agradeciendo
también al destino, les devolví 150.000rp y no les dije nada de los US$50.
Más besos y abrazos... sigo en contacto si hay
internet.
Antonia
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