17 de noviembre de 2010

Desde Shanghai, Shanghai, China

El viaje a Shanghai estuvo bien aunque las camas del bus estaban hechas para los chinos del centro, esos más bajos, porque tuve que dormir con las piernas dobladas.
Llegué a las 5:30 am a Shanghai. El metro, al igual que el de Beijing, funciona fantástico, aunque con algunas cosas mejores y otras peores; no entiendo, podrían comunicarse para crear un sistema mejor; ni que fueran países diferentes.
La población de Shanghai es, supuestamente, similar a la de Beijing.
Al llegar al hostal, lo primero que hice fue interrogar a dos europeos sobre el tiempo que requeriría para ver la ciudad: un día y medio. A las 8 am, partió mi recorrido acelerado,de modo de alcanzar a ir al sur al día siguiente, a ver otros lugares.
Me gustó Shanghai. Pensar que no me atraía ni un poco la idea de venir, y resultó muy bueno. Lo único malo fue que, desde que llegué, se nubló y por lo tanto, y aunque no estaba suficientemente fresco como para andar con chaqueta, no se veía tan bonito.
Será porque vengo de Chile que no percibo tanta contaminación como dicen que hay; para mí, ningún lugar ha sido muy terrible, a excepción de Xi'An donde el color del cielo era “dudoso”. Pero para otra gente, y especialmente para una chica canadiense que conocí en Pingyao y que ayer volví a encontrar en Tunxi, que tiene asma, la contaminación es muy elevada; ella me dijo que Beijing tenía mejor aire que Shanghai, y que Xi'An posiblemente el peor.
Porque partí caminando temprano por Shanghai, pude ver a grupos de gente haciendo sus ejercicios matutinos en las calles principales, como Nanjie, y en la plaza. Había mucha gente bailando en las calles, con un instructor al frente y con música “moderna”, haciendo coreografías en parejas o solos, y sin importarles un poco el que personas transitaran a su lados o se detuvieran a mirar y fotografiar; les encanta, da mucha alegría ver cómo se divierten sin pensar en el qué dirán.
El museo de Shanghai es verdaderamente espectacular; es un “no perderse” ni por error, y ¡es gratis!; de no creer, esto sí que fue calidad. Estuve allí por más de tres horas viendo objetos en metal y cerámica, caligrafía, pinturas, telas, estampados, muebles y colecciones de monedas; todo en un contexto histórico, con posiblemente aquello de mejor estado y calidad del país; absolutamente bello, y expuesto preciosamente.
Entonces fui al “cuartel francés”; un sector de comercio “pituco”, con edificios antiguos de ladrillo y modernos con espejos deslumbrantes, y con todas las marcas de “prestigio”; muy bonito y limpio.
En esta “zona francesa” visité la casa donde se reunió el primer congreso nacional del partido comunista (CCP), fundado en 1921, y que hoy es un museo con cosas de la época. Había revistas, libros y demás, todo “bien rojo”.
Entonces cambié abruptamente de barrio. Me fui a un sector de comercio masivo, con “de todo”; eran varias calles con edificios antiguos de ventanas y puertas de madera talladas; estaba absolutamente lleno de gente y con tiendas tratando de cautivar la atención del que pasaba.
Llegando al término del día, y antes del atardecer, me fui a la rivera del río Huangpu a ver uno de los siete puntos más bellos de la China, el “The bund”, donde se sacan las fotos famosas de Shanghai; se ve, cruzando el río, una masa de edificios “modernos”, algo futuristas, de formas y colores variados que reflejan el “desarrollo” de la cuidad y el país; mientras los edificios antiguos están a lo largo del paseo, contiguos a las calles por donde se camina.
El río Huangpu se une con el río Yangzi, hacia el noroeste, donde yo anduve en barco.
Yo creí que Shanghai era todo “modernidad”; pero no. Los edificios antiguos, que no son pocos, son bellos y enormes, y están en muy buen estado; bancos, correo, consulados, hoteles y algunas tiendas los utilizan; son muy bonitos. La ciudad es bella. Creo que, para mí, es más bonita que Beijing, aunque con menos por hacer y visitar.
Cuando la noche llegó hice mis “cálculos” y me preparé para mi viaje corrido del día siguiente, para ver las villas en Huizhou en la provincia de Anhui.
Me levanté el lunes a las 5 am para tomar el primer bus de las 7:28 am. Cinco horas después estaba en Tunxi, y otra hora y media más tarde en el pueblo Hongcun.
Una vez más había que pagar entrada para ver una villa (Y80). Adentro, una señora me ofreció alojamiento, el que tuve que negociar; así que, una vez todo organizado, me fui a recorrer y fotografiar el poblado. Qué bonito; rodeado por agua que refleja como espejo a sus casas y arbolitos multicolores; callejuelas interiores angostas y de piedra, en cuyos costados o bajo las piedras corría agua por canales delgados; murallas blancas o grises, de barro pintado o piedras. Todas las casas de los alrededores eran similares; cubicas, pareadas, de color blanco y detalles grises, con techos divididos por una extensión superior de la pared y en cuyo ápice había decoraciones; estos techos fueron hechos como corta-fuego, pero hoy en día los construyen así para bonito, para darle el carácter a la arquitectura del lugar.

Detallito”, el lugar se llena de estudiantes que van a dibujar, que llevan sillas plegables y plagan las callecitas con sus croquis.
Pero lo más bello del paseo fue el camino entre Tunxi y Xidi, una villa antes de Hongcun, donde había grupos pequeños de estas casas blancas rodeados por terrazas con cultivos, hortalizas, té de hoja y crisantemos blancos y amarillos para té de flor, y en cuya parte alta de los cerros había coníferas, algunos gingkos amarillos, otros pocos arboles rojizos y bambúes... ¡maravilloso!, de cuento. Pero no pude fotografiarlo desde el bus, pues se movía como loco.
Estas villas, y las de Wuyuan, en la provincia adyacente de Hebei, son las más famosas del país. Sin duda, esta provincia de Anhui era para verla con calma, para ver todos sus poblados y a la montaña Huangshan, otra de las siete maravillas del país. Pero a esta montaña hay que visitarla con tiempo bueno; hubo quienes me confirmaron que era maravillosa, más linda que Huashan en Shaanxi, aunque diferente y más fácil de subir, mientras que unas chicas con quienes compartí el dormitorio en Tunxi subieron el día lunes que estaba nublado, y entonces tuvieron que comprar postales para mostrar a donde habían estado, porque estaba tan nublado que casi no vieron nada.
Ayer martes, luego de desayunar unas masitas fritas (para variar) rellenas, típicas del lugar, arrendé una especie de tuk-tuk cerrado para llegar al bosque de bambú en Mukeng. ¿Bambúes decía la guía?, “yo era de ahí”. ¡Sí!, era el lugar que soñaba ver, donde han filmado algunas películas chinas y sin casi persona alguna en el rededor. Bambúes por todos lados, en todos los verdes, con sus extremos plumosos y tallos oscuros, muy altos y rectos; qué poesía de paisaje, y qué suerte de '”tropezarme” con este lugar.
De regreso en Hungcun, tomé un bus a Xidi, pero me dejaron en la ciudad intermedia, en Yixian, para hacer el trasbordo.
Mi idea era bajarme en Xidi, caminar en dirección a Tunxi para ver mejor y fotografiar esas zonas tan bonitas que había visto el día anterior, y luego coger otro bus en el trayecto para regresar a Tunxi. Pero en Yixian me dijeron que no había bus a Xidi, que el que iba a Tunxi pasaba por otro lado; así que medio frustrada, pero aceptando la circunstancia, me fui directo a Tunxi.
En Tunxi, fuera de un galpón lleno de té de hoja y de flores, y de callampas varias, y de la calle antigua donde estaba el hostal en que me quedé, donde había puestos de venta de productos para turistas, no había más que una ciudad típica de China, moderna y fea, pero más amigable por su tamaño menor.
Hoy me vine en la mañana de regreso a Shanghai. El clima estaba esperanzador, soleado; pero como dicen, en Shanghai está siempre nublado por la contaminación, así que fotos mejores del “The Bund” no obtuve, y el museo del correo ya había cerrado.
Para cerrar mi día, y mi viaje, cené mi última sopa con fideos y me regalé una pedicura y masaje para pies que necesitaba después de tanto andar.
Mañana, día 18 en la mañana, desayunaré mis últimas jiozi, visitaré el museo del correo y me despediré de la China. A las 16:44 horas tomaré el avión, con trasbordo en Guangzhou, primero y en Sydney más tarde, para llegar a Auckland el 19 de noviembre después de las 23 horas. 













Y se acabó Asia para mí.
La China. Mi sueño cumplido. Y aunque no fue lo que creí que sería, sabiendo nada antes de venir, y luego de “pelear” con el transporte y la conducta de la gente, terminó siendo una experiencia fenomenal. 
Gente por todos lados; ruidosa, desordenada, “sin modales”, que parece no pensar lo que hace, sino que sigue la vida como se da; pero sencilla, ingenua y buena cuando se toma contacto con ella. Construcciones masivas por doquier; puentes y edificios al por mayor; re-construcciones de lugares antiguos destruidos por el tiempo y por la revolución cultural, para crear cuanto más lugar turístico posible. Un comunismo que también parece haber sufrido lo que lo religioso experimentó durante la revolución cultural; porque el capitalismo domina cada esquina; el “desarrollo” y crecimiento económico son la clave del plan del gobierno actual; todo tiene precio, hasta caminar por parques y poblados. Lo nuevo y lo antiguo, o vestigios de ello. Lo limpio y lo sucio. Lugares naturales maravillosos y miles de sectores alterados por la mano humana “para que se vea más lindo'. Riqueza despampanante y pobreza. Consumismo y comida que se bota. Vestimenta típica antigua y moderna occidental... contrastes incontables... o contradicciones. Comida cada pocos metros; olores a especies y caldos varios en las calles; fideos cocinándose en ollas enormes; ají y vinagre para todo; panes y masitas de sabores y formas varias vendiéndose en las veredas. Figuras delgadas, de pieles blancas o morenas, de pelo liso y oscuro, de estatura más bien baja, de ojos rasgados, caras redondeadas o alagadas, frentes amplia y de perfil plano. Idiomas y dialectos variados, pero con una escritura en común. Vehículos que manejan locamente; bicicletas a pedal y motor; transporte de buses y trenes, de categorías diversas, que van en (casi) todas direcciones sin detenerse. Clima caluroso en el verano y frío en el invierno.
Mil y una cosa que se pueden decir de la China, y que, posiblemente, pueden variar enormemente dependiendo de quien las experimenta.
Esto es lo mio; lo que viví, lo que vi y sentí.
Ojalá hayan disfrutado de mis relatos; yo disfrute “a concho” de cada uno de los días de mis seis meses soñados, que se cumplirán cuando el 30 de noviembre regrese a vivir nuevamente a mi país, Chile.

La Antonia

13 de noviembre de 2010

Desde Qingdao 2, Shandong, China

Qingdao es como unas vacaciones dentro de China.
Sí, aún teniendo 2,5 millones de habitantes no se percibe el caos de otros lados, y la gente es más cálida que en Beijing. Y el mar... es como estar en casa, respirar aire puro.
En Beijing no me tocó la contaminación ambiental de la que tanto se habla ; supongo porque había mucho viento. Pero en Qingdao el aire es aún más limpio; no cabe duda.
Aún así Qingdao es la China, pues tratar de encontrar su paradero de buses me costó “un mundo” (literalmente).
Ayer caminé por la ciudad y por la parte más antigua donde me alojé; tenía calles que subían y bajaba, con algunas casas muy grandes e iglesias antiguas de los tiempos en que los alemanes vivieron aquí. Sí, por 99 años Qingdao perteneció a Alemania, y entonces abrieron la cervecería Tsingtao. Así es como se hizo conocida la “ciudad de la cerveza” y de las playas, a donde hay que venir en verano, porque entonces está el festival de la cerveza y no hace frío. Debido a sus colinas, supongo, no hay bicicletas.
Ahora hace frío, aunque nunca tanto como en Beijing. En la parte más antigua de la ciudad, siguiendo por la costa al norte, hay edificios nuevos y viejos, con calles angostas en pendiente y con casas “pintorescas” algo más caóticas y sucias, pero más interesantes también, con una catedral católica muy grande y bonita. En la parte baja, en la costa, hay un muelle donde pasea la gente y algunas playas pequeñas con rocas. Pese al frío, habían unos pocos hombres con zunga, bañándose y jugando volleyball.
Durante el día compré el pasaje en bus para Shanghai, para hoy sábado. Pero luego de caminar por la ciudad y pagar alojamiento, me di cuanta que debí haber partido el mismo día en la noche, porque pese a que la ciudad es agradable, no da para visitarla por más de un día; no hay mucho que hacer ni ver a parte de una vista bonita, aunque nunca tanto.
Hoy, para tener algo que hacer, partí a Lao Shan (Shan = montaña), con la idea de terminar de destrozar mis piernas.
Fue una confusión total el encontrar el bus 802 o 304; supuestamente pasaría delante del muelle. Al llegar al muele me encontré con muchas calles, todas cercadas por rejas, lo que indicaba que ningún bus pararía. Pregunté a varias personas, pero nadie sabía por dónde pasaba; incluso vi algunas paradas de buses más distantes donde no se señalaba ningún número de bus... la señalización era sólo para propaganda. Varios metros más lejos, y luego de tener que subirme a otro bus para preguntarle a una conductora, llegué donde estaba la parada del 304. Aun así la chica que cobraba, dentro del bus, puso cara “rara” cuando le pregunté por Lao Shan; confirmando con la conductora entendí que no iba directamente para el lugar, pero que estaba en el bus correcto. Una hora más tarde llegué a una parada de buses.
La “montaña” resultó ser un área rocosa extremadamente grande. No sólo había que pagar por entrar a “la montaña” sino también por el bus que te llevaba, pues sin éste no hubiese llegado a ningún lado. Se trataba de un lugar costero, con panoramas muy bellos, con poblados, plantaciones de té y hortalizas en terrazas y piscinas con cultivo de mariscos. Los sitios del parque, con entrada pagada, estaban a lo largo de este trayecto, pero no visité más que uno, donde había un templo, ¿adivinen de qué?, buda, ¡que sorpresa!; pero puede caminar, seguir con la rutina de subir escaleras, aunque esta vez no me llevaron más que a una cueva pequeña invadida por el budismo (una vez más), con lo que creí eran algunas lápidas que fotografié clandestinamente pese a que una señora me dijo que “no”... ni que le fuera a quitar el alma a los muertos. 
El paisaje costero se parecía harto al chileno de la costa central, con rocas graníticas amarillentas y redondeadas, como las del norte de Con-Cón. Había muchos pinos, no muy viejos y algo bajos, que si no fuese porque eran demasiados en igual condición, prometería que les habían cortado el ápice; eran coníferas grandes sin forma cónica que no había visto antes. También habían matorrales espinosos y unos pocos bambúes. De hecho, había leído que allí habían bambúes, y entonces “aluciné” con la idea de, por fin, conocer uno de esos bosques de bambú con que sueño ver... pero no era.
Y pese a que el día estaba frío y con neblina, estuvo bonito; aunque cuando tenía que irme, el sol salió para iluminar el paisaje con esa luz que tanto me gusta del atardecer.
Ahora, luego de una ducha caliente, luego de dos y días y medio sin agua debido a que estaba mala, estoy a la espera de que el reloj marque las 20:30 horas para tomar mi “bus-cama” a Shanghai. Crean o no, esta vez el tren es más caro que el bus, y sólo tiene categoría “asiento duro” para viajar por 12 horas diurnas y llegar en la noche o madrugada.
No lo puedo creer, éste es mi último trayecto terrestre largo antes de subirme a un avión. Espero poder conocer algún lugar interesante alrededor de Shanghai, algún pueblo o la montaña mas bella del país, Huang Shan, aunque intuyo que el tiempo que me resta no alcanzará para ver más que la ciudad; ahí veré.
Y acabo de deshacerme de mis zapatillas viejas y de un par de calcetines, por donde mi dedo se escapó, y otro par de pantalones cortos y la bolsa de la basura que usé para cubrir mi mochila de la lluvia. La malla contra mosquitos también abandonó mi bolso; entonces la mochila tiene menos cosas!... pero sigue llena.
Que tengan una fin de semana bueno.
Cariños, Antonia

11 de noviembre de 2010

Desde Qingdao, Shandong, China

Siguiendo en Beijing, mi destino del martes fue el “Palacio de verano”; un palacio “grandecito” conformado por una edificación grande que mira a su lago, casas varias, muchos templos, un embarcadero, botes, un barco de mármol y un puente, también de mármol, que cruza hasta una isla pequeña en el interior del lago. Era muy bonito y con harto colorido, aunque el día estuvo algo nublado.
El clima en Beijing se torna cada minuto más frío; el viento lo congela todo. No me saqué la chaqueta más que para dormir, y los guantes y bufanda también fueron imprescindibles. Dicen, en cambio, que en verano la ciudad es un verdadero “horno”.
Luego de visitar el palacio por unas tres horas, fui hasta “Silk Street”; un edificio de comercio, de seis pisos, con pasillos en cuyos lados hay puestos pequeños con productos varios. Era la locura de la compra y la venta; es donde se consiguen todas las copias de las marcas caras y la ropa “barata”. El punto es que allí nada tiene precios estandarizados, y los vendedores chinos resultan ser los más “jodidos” de toda Asia para negociar, aunque no de una forma muy inteligente; fue muy agotador. Pregunté los precios de algunas cosas, tras lo que siempre recibí respuestas de precios absurdamente elevados; entonces decidí sólo pasear para mirar lo que tenían y ver cómo “se movía” el comercio. Pero “¿por qué no probarme un vestido?”, me pregunté, “para ver qué pasa”; me quedaba lindo, y la vendedora “se las sabia por libro”; “qué delgada eres y qué bien te queda”, me decía, cuando sé perfectamente que la flacura “la dejé por estos días en algún otro lugar”. Y siguió, “porque me caíste tan bien, te haré un descuento del 50%”; mostrándome en la calculadora sus cálculos, resultó con una cifra por ¡Y1380! (CL$100.000), ¡por un vestido de algodón!. No supe si enojarme o reírme; sin equivocarme en el precio que quería pagar, di la cifra deseada y caminé fuera del local; la chica, entonces, me dijo “eso es muy bajo, el vestido es de muy buena calidad, pintado a mano, al menos dame un poco más; ¡Y650!”; en un local como ese (nada elegante) y con más vestidos iguales, lo único que concluí fue que la vergüenza la han dejado “no sé dónde”. Finalmente, y porque me gustó el vestido, pagué Y200, lo que en ningún caso es una baratura para China; pero bueno, tampoco lo iba a encontrar en Chile.
Ora prueba, pero escueta, fue preguntar por el precio de un juego de mahjong; Y750 me mostraron en la calculadora, y mientras me iba, cinco segundos después, me gritaron Y200; ¡ridículo! La gente en Silk Street ha aprendido varios idiomas para presionar a que vean sus artículos, así como también presionan el brazo cuando se sobre exaltan.
Cansada de tanta locura, viendo a gente que va con maletas para llenar y a la mayoría de los turistas que termina pagando igualmente harto, porque bajar el precio no significa que ofrecerán las 10 a 20 veces menos de lo que vale un artículo, me fui a casa de Ricardo.
Esa tarde, que era más tarde de lo que común, experimenté la “hora pick” del metro. “¿Alguien reclamaba del transantiago?”, vengan a ver esto y se quedaran igual. Entré al metro por flujo de masa; me empujaron, empujé, y entonces estaba dentro del tren, con una mano casi abrazando a un tipo y la otra medio torcida tocándole el poto a otro, sin alternativa alguna.
Tener a alguien con quien conversar taaaaanta cosa, resulta muy agotador; las conversaciones con Ricardo terminaron siempre tarde en la noche, sobre todo porque él trabaja por la noche en el computador; y como yo siempre “aprovecho el día”, el levantarme temprano y acostarme tarde por casi una semana me regalaron unas ojeras “preciosas”; pero no me quejo, porque la pasé muy bien.
El miércoles fui a ver en qué iba mi visa para Australia; esto porque el marte llamaron a Ricardo para preguntarle algunas cosas de mí (le debo una a este hombre). Para mi sorpresa, me entregaron ese mismo día el pasaporte con el permiso necesario para pasar por Australia; en menos días del mínimo anunciado... ¡plop! Así que tuve que re-estructurar y apresurar mis planes para Beijing.
Caminé hasta la exposición de agricultura Beijing-Shanxi, que me había perdido el otro día. Todo estaba funcionando bien; apenas llegué, bombos, platillos, petardos y globos anunciaban el comienzo de la exposición. Con una entrada en mano, que me regalaron allí, y luego de que no dejaban entrar sino con un permiso especial (¿por qué?, no sé), entramos un grupo al recinto tras los empujones que la gente hizo para que los guardias desistieran de la restricción. Fue muy interesante para mí el ver y probar algunos de los productos nuevos que China está sacando para su mercado nacional. Los visitantes, eso sí, estaban como locos; compraban lo que se les cruzaba por delante y moviéndose a empujones como de costumbre. “Me gané” unas fotos, también, porque a penas me vieron, a la única extranjera, algunos reporteros del evento me situaron entre los productos para tomar la foto adecuada; fue muy divertido; no me sorprendería si aparezco en algún periódico.
Estos chinos, como dice Ricardo, no tienen lógica; no hay que tratar de entenderlos. No son gente mala, en lo absoluto; pero parecieran no tener el más mínimo respeto por el otro. Empujan, se colocan delante de la gente en las filas si se ha dejado más de 20 cm, no ceden el lugar en ningún caso, y parecen no darse cuenta de ello; así como el escupir en público, no se cuestionan si es correcto o no, simplemente avanzan como zombis sin razón ni lógica.
No sé si será verdad, pero el tema de la apariencia física resulta funcionar casi igual. Cerca de la mitad de las mujeres usa falda corta y se arregla bastante; pero ellas no parecieran tratar de mostrar nada, sino de simplemente vestirse como las revistas; mientras los hombres tampoco perciben nada, pues jamás las miran más que a la cara, y si es eso.
Terminando de ver la exposición, era muy tarde como para ver el otro hito importante de Pekin, la “ciudad perdida”. Así que hice trámites de compra de pasaje para la noche siguiente, ir al banco, correo y caminar.
Caminar en Beijing puede destruir los pies; me duelen los talones enormemente, porque caminar una calle en Beijing es como caminar unas cuatro en otro sitio. Caminé mucho; fui hasta la Plaza Tiananmen, donde está sepultado Mao, está el “monumento al héroe de la gente” y donde de iza y baja la bandera cada día; la plaza es inmensa, a ella llegan miles de personas que deben ingresar de a una y pasar sus bolsos bajo detectores debido a que “TODO” está prohibido de ingresar. La plaza queda frente a la puerta sur de la Cuidad prohibida; es donde Mao, en 1949, se dirigió a los chinos.
Luego del atardecer en la plaza Tiananmen, me junté con Ricardo para ver la opera china. Interesante; no voy a decir lo contrario. Era una mezcla de teatro y canto, o chillidos. Resultó graciosa, y estresante también, oír hasta dónde pueden llegan los decibelios de los cantantes; como para no ir nunca más, aunque “choro” fue ver el vestuario y maquillaje típico de las fotos chinas, esos con la cara blanca, párpados rojos y cejas negras en diagonal.
Ayer, mi último día en Beijing, fue para ver la “cuidad prohibida”. Estuve allí unas cinco horas; primero porque era francamente enorme, y segundo porque hacía un frío “macabro”, con mucho viento que dificultaba moverse. Arrendé un audífono con GPS que relata eventos, en el idioma deseado, cuando uno se acerca a los puntos; fue bueno.
La ciudad prohibida es gigantesca; tiene un templo dentro de otro; se cruza y cruza puertas hacia espacios que le siguen, en dirección norte, hasta llegar a un jardín. Hacia los lados tiene calles y templos donde vivía gente que trabajaba allí. Todo tenía nombres “pomposos”, como “templo de la sabiduría”, “jardín celestial” o por el estilo. Lujoso, todo era para el emperador, familia, concubinas y trabajadores; “pucha” ¡qué tenían plata! Ahora, en muchas de las habitaciones, hay exposiciones con artículos varios de la época actual, Ming y Qing, parte de los cuales la gente a donado. Todo fue muy bueno, no cabe duda.
Después de salir de la ciudad prohibida, por la puerta norte, subí el cerro del parque anexo para ver la vista que me habían recomendado. Cierto, la vista era fabulosa, sobre todo porque el atardecer estaba muy bonito, con el cielo azul y con luz natural amarilla y rosada. Tomé una foto de la ciudad perdida; pero cuando quise sacarle al resto de Beijing, que se veía increíble, la batería de la cámara se agotó (qué mala suerte).
Regresé al departamento de Ricardo para ordenar mi mochila y despedirme; pero antes cené “jioza” en la esquina. Puse a cargar la batería de la cámara. Una vez “todo” empacado, y luego de más “parloteo” con Ricardo, me fui en metro a la estación de trenes, con una mochila que debiendo estar más liviana y pequeña, por haber dejado cosas “atrás”, parece cada vez más grande y pesada por lo nuevo que le he metido.
Estando en el metro sentí una inquietud... ¡la batería de la cámara!; recordaba haber metido a la mochila todos los cables, pero no haber puesto la batería dentro de la cámara. Llegando a la estación de trenes, donde sabía que había teléfono público, llamé a Ricardo; qué mal me sentí, porque él se había ido al gimnasio. Sin vacilar Ricardo me dijo que regresaría a su casa para pasarme la batería. Casi volé de regreso al departamento, corriendo con la mochila de 15 kg a cuestas entre los cambios de líneas del tren. Ricardo me esperaba abajo del edificio con la batería en la mano. Tuve que tomar un taxi de regreso a la estación, porque pese a que tenía inicialmente mucho tiempo de espera sólo me quedaban 40 minutos para partir. Llegué al tren justo a tiempo... ufff. Sin cámara no iba a ningún lado. Gracias, Ricardo.

Y ahí estaba yo, a las 22:48 horas rumbo a Qingdao, una vez más en mi “asiento duro”, y ene el que no me correspondía porque me lo habían cambiado. Y este tren iba aun más lleno que el de ida a Beijing, por lo que lancé mi mochila al suelo, bajo los asientos, mientras la gente colapsaba los pasillos y lugares entre los vagones; esto porque sobre venden pasajes.
Y ahora estoy en Qingdao, nueve horas al este de Beijing en la provincia de Shangdong, lista para la caminata de hoy y mañana antes de partir a ShanHai, mi último destino de Asia.
Que estén bien.

8 de noviembre de 2010

Desde Beijing, Beiing, China

No sé cómo saldrá este correo escrito. La verdad, siento que he cambiado de cerebro.
El tren “asiento duro” a Beijing, por 12 horas, no fue nada de malo, pero distinto. Esta vez, porque el tren venía desde el sur cuando me subí en Pingyao, y porque iba rumbo a la capital, al subir ya no quedaba lugar alguno para colocar mi mochila. En los trenes, el equipaje se coloca en las repisas que están sobre los asientos, donde usualmente hay desde bolsos pequeños y maletas hasta sacos con manzanas. Y porque mi asiento, al lado de la ventana, estaba ocupado por una chica que iba con su pareja al lado, me terminé yendo en el que a ella le correspondía, uno al lado del pasillo; esto por petición de ella. Así que con la mochila entre las piernas y sin la mesita frente mio, partí. Más tarde  "hice caber” mi mochila bajo unos asientos, arriesgando impregnarla con cualquier líquido, todo por viajar mas cómoda. El baño, que usualmente no es muy sucio en los trenes, expelía un olor a amoniaco tremendo; pese a ello y aunque casi no dormí, las horas pasaron rápido, hasta que llegué a Beijing a las 6:30 am del viernes.
Es raro, en este viaje casi nadie me miró. De hecho, nadie me habló. Y la gente ya no era tan flaca como la del resto de las ciudades.
Al parecer, en este lado de China la gente come más, aunque no por ello mejor; muchos, aun no siendo gordos, no son tan escuálidos como en el resto del país. Y también hay gente “mejor vestida”; esto, quizás, se acentuó desde Xi'An al norte.
En Beijing el cielo estaba azul y hacía frío; un frío seco, de montaña, muy, pero muy fresco.
Tomé un bus hasta el centro de la ciudad, hasta cerca de la plaza Tiananmen. Tardé bastante en encontrar el primer hostal, porque las distancias entre calles mostradas en el mapa eran tremendas; y como el hostal estaba lleno, me fui en búsqueda del siguiente, búsqueda que tardó aun más. ¡Qué grande es esta ciudad!, aparentemente tiene unos 17 millones de habitantes, sin contar a los extranjeros.
En el segundo hostal el precio por el dormitorio compartido era de Y90, precio absolutamente fuera de mi presupuesto, aun sabiendo que en Beijing todo es un poco más caro. Así que, como ya eran las 9 am y estaba cansada de tanto caminar, y siendo viernes, no quise arriesgar el perder la semana sin antes ir a la embajada de Australia para “lidiar” con mi permiso de tránsito.
Malditos australianos”; es lo más suave que se me ocurre decir. Luego de hacer una “cola” de al rededor de una hora, y con tan sólo unas pocas personas en frente, la señorita de la embajada me preguntó, “¿tiene residencia en China?”; “no”, le respondí; “entonces no puede tramitar la visa de tránsito para Australia desde China”... ¡¡pueden creerlo!!. Entre mi cara de sorpresa y frases varias que le “hice saber”, la señorita hizo una llamada, luego de la cual me dijo: “puede solicitar la visa, llenado este formulario, pero la respuesta tardará al menos cinco días hábiles, o quizá más tiempo, un mes quizá, o quizá definitivamente no podrá obtenerla, porque esto no se puede desde China”... ¡mierda!
Entre esto y aquello, accedí a postular de todas maneras, y es que creí no tener otra opción al menos que botara mi pasaje a Nueva Zelanda para comprar otra ruta... ¡nica!. Hice saber, sin embargo, que en la pagina web de la embajada no había leído nada de esto, pese a que la revisé por todos lados, y que decía que era un permiso fácil de obtener y que tarda tan sólo un día desde Nueva Zelanda. El comentario, “si tiene alguna queja sobre la pagina de Internet, puede mandarla”, cerro cualquier otro tema de discusión entre las partes, sobre todo por estar “lidiando'”con una china en vez de con un australiano.
Me puse a rellenar formularios. En la parte de la dirección me quedé parada, y entonces no se me ocurrió nada mejor que contactar a Ricardo para pedirle sus datos; pero el teléfono estaba apagado. Afortunadamente, la gente en China es buena, y por ello en la oficina de la entrada me prestaron el teléfono y trataron muy bien. Reiteradas veces siguieron llamado a Ricardo hasta que contestó; entonces lo único que me quedaba era entregar las copias de mis pasajes a Australia, Nueva Zelanda y Chile, como prueba de mi itinerario. “Volé” a una fotocopiadora; finalmente, todo lo que supuestamente era necesario lo dejé en el mesón a las 12 horas, en el último lugar de la fila, y justo antes de que la embajada cerrara.
Bueno, en la espera de saber cualquier resultado, y pensando “positivo”, llamé nuevamente a Ricardo para que por fin nos encontráramos. Y muy amable de su parte, Ricardo me ofreció quedarme en su departamento. Así que fuimos en busca de mi mochila, que la había dejado en el ultimo hostal, y fuimos a almorzar.
Esto de estar en una ciudad grande, donde cada uno “anda a su modo”, y el compartir con Ricardo y conversar en español, me hizo sentir inmediatamente extraña, sentir como si hubiese “aterrizado” a la vida que dejé atrás; supongo que esto será bueno a modo de tránsito.
De cierta manera, siento que mis vacaciones han finalizado. Me siento extraña, como si se me hubiese desconectado el cerebro, o al menos la zona del cerebro que tuve encendida estos últimos cinco meses. Siento y percibo las cosas de otro modo; incluso confieso que estoy un poco triste. Pero no me entiendan mal, esto aún es bueno, y conversar con Ricardo ha sido entretenido e interesante; después de todo Ricardo ha vivido en China por tres años. Y es esto, el vivir y el “turistear”, lo que creo hace la diferencia entre las opiniones que él y yo tenemos, las que a veces sorprenden de lo distintas que son. Hablando de China, Ricardo me preguntó “¿en qué lugar del mundo has estado?”'; mientras yo digo que aquí es limpio y Chile es sucio, él dice que aquí es muy sucio y Chile es limpio limpio... bueno... nos reímos.
Como era fin de semana, debía planificar mi estadía en la capital para no coincidir con ningún lugar muy turístico donde la cantidad de gente lo arruinara todo.
Entré “de lleno” al mundo del “subway''. El metro subterráneo de Beijing funciona fantástico; en él se puede llegar a casi cualquier lugar y con muy buena señalización tanto en caracteres chinos como en pinying (chino escrito con alfabeto romano). Una cosa anecdótica, pero algo estúpida al mismo tiempo, es que cada vez que se entra al metro hay que pasar los bolsos por una maquina de rayos X, una y otra vez, aun cuando la persona no sea revisada.
El sábado por la mañana, que estaba algo nublado pero cálido, me fui a la zona norte de la “ciudad prohibida”. Tomé de desayuno “baozi” y sopa con “jiozi”; luego arrendé una bicicleta deambular por los alrededores y entrar a los “hutong”; los “hutong” son callejuelas, generalmente antiguas, donde las casas están establecidas en comunidades. Desde la calle se ven murallas, de color gris, con puertas y ventanas pequeñas desde donde se ven comunidades interiores; de no ver la enorme cantidad de medidores de luz que hay afuera de las puertas, no podría intuirse la cantidades de familias que viven dentro de cada una. Y son estos lugares antiguos los que traen la polémica actual, de mantenerlos y mejorarlos para preservarlos o de tirarlos para mejorar la calidad de vida de las personas. Bajo mi opinión, que está creada por una percepción escueta, los “hutong” no tienen nada de bonito, lo que sumado a que tanta gente vive apiñada “no merece la pena'”preservarlos por el tal solo echo de ser antiguo... es feo.
En la tarde del sábado, y con una hora de atraso debido a que el metro resultó más lento de lo que pensé, me junté con Ricardo para ir al mercado “Panjiayuan”, un recinto con sectores cubiertos y otros abiertos, con “de todo”: jarrones, joyas, piedras, pinturas, libros, afiches políticos, telas, candados, estatuas... una “feria de las pulgas” grotesca; muy entretenido. El regreso a casa en taxi, por ser el medio de transporte de Ricardo, y que después de todo es muy barato en Beijing.
Ayer domingo me levanté algo tarde (9 am) porque estaba muy cansada. Fui al parque de las olimpiadas del 2008, donde aún están los edificios; el estadio con forma de nido y el centro acuático que parece hecho de burbujas. Y aunque '”choro” y muy espacioso, me pareció algo “rasca”; los materiales de construcción parecían de mala calidad... opinión tipo Antonia que no necesita ser considerada. Y “chuta” que hacía frío; hubo un viento gélido durante todo el día, que primero trajo nubes que parecían de lluvia y que luego despejó el cielo completamente. Y de paso se incrementó el resfriado que traía desde Pingyao; ¡que molesto es estar resfriada!
Más tarde, yendo hacia el “distrito 798” en el metro, leí “estación de exposición de agricultura", por lo que continué hacia esa parada; pero porque quise comer algo primero, me atrasé lo suficiente como para que me cerraran la puerta “frente a mi nariz”. De regreso al metro, y luego de un trasbordo en bus, llegué al distrito en cuestión.

El “distrito artístico 798” es un recinto que pertenecía a una industria; ahora son calles con tiendas y galerías de arte por todos lados; lo que llamaríamos un lugar “cool”. Es muy entretenido y nuevo, perfecto para todo aquel que le gusta el arte o que se cree “artista”; especialmente para aquellos “alternativos”. Tiene harto que mirar, con de todo un poco sobre arte. Había unas porcelanas pintadas a mano que me cautivaron, así como el ver a los chinos deleitarse y fotografiar cosas diferentes de sus caras. Y fue aquí que probé el contenido de un jarrito de cerámica color café claro, que tapan con un papel sujetado con un elástico y a través del que meten una bombilla para beber su interior; me tenía curiosa porque lo venden en muchos lugares; se trataba de yogurt natural líquido, por el que se pagan Y5 y luego de devolver el jarrito te devuelven Y1... que “romántico” el sistema.
En la noche Ricardo me invitó a cenar con sus amigos extranjeros. Era un grupo de gente que vive en Beijing, ya sea por algunos años, como Ricardo y sus tres mejores amigos, o por pocos meses, e incluso alguien como yo. Esto fue bueno y algo nuevo; una experiencia al estilo chino. Nos sentamos al rededor de una mesa redonda muy grande dentro de una habitación cerrada de un restaurante chino, en cuyo centro de mesa había un plato giratorio con muchos pocillos con comida variada desde donde todos sacan a su gusto para colocar dentro de platos y pocillos personales.
Aprovechando “la racha” de un clima despejado, hoy madrugué, otra vez; y partí a la “muralla china”. Fue una “cosa” no sólo sorprendente sino también muy bonita. Si bien ya me he maravillado y sorprendido suficiente durante estos meses de viaje, lo que ha disminuido mi capacidad de dimensionar algunas cosas, no puedo negar que esto se trata de una muralla GRANDE; y grande no por lo alta, pues en esta sección no creo que sobrepase los seis metros de altura, sino por ser muy larga, al punto de desaparecer de la vista.
Pero creí que la muralla era más alta, lo que me hizo dudar de la posibilidad de poder verla desde la luna. En la sección que visité, llamada Mutianyu, la muralla diverge; si no fuese por las torres, dificultosamente se vería desde la misma altura de la muralla este apéndice que parece irse a lo infinito.
Luego de cuatro horas caminando, decidí no caminar más; después de todo, la muralla casi no termina, y quise evitar el colapso de mis piernas por tener que subir y bajar constantemente y con tramos de peldaños muy grande.
Lo bueno de esta sección de la muralla, construida por la dinastía Ming y a 90 km al noreste de Beijing, en Huairou, es que, aunque probablemente prohibido, se puede caminar por una parte de la muralla que no ha sido reconstruida, lo que permite comparar y ver el material antiguo. Está llena de ladrillos y piedras grises enormes pegadas con alguno tipo de material blanco pedregoso... Increíble imaginar el cómo la gente construyó esto a mano.
Lo otro bueno, y que difiere de otras secciones de la muralla china, es que en Mutiangi no hay mucha gente. De hecho, yo llegué a las 9:30 am y casi no había gente. A las 11 am ya había más, pero nada comparado con otro lugar antes visitado en la China, y con casi sólo turistas extranjeros. Por ello será que los vendedores sabían algunas palabras en inglés; entonces puede conocer la “fiereza” del chino, de una insistencia que sobrepasa al de sudeste asiático. Suerte que los vendedores estaban solamente en la parte baja de la montaña.
El paisaje, al que ya no le quedaban más hojas que las de algunos pinos, era montañoso; tenía algunas planicies entre los cordones donde habían poblados. Los cerros se parecían a los de la zona central de Chile; eran grandes, puntiagudos, de color café amarillento y cubierto por matorrales espinosos bajos... todo muy árido.
En los días que siguen visitaré más sitios de la ciudad, a la “ciudad prohibida”, el “palacio de verano”, algunos centros de comercio y templos. Quiero ver más de esta ciudad que por un lado se ve muy rica, con muchos autos lujosos y edificios despampanantes, y que por otro tiene calles donde la gente “común” aún vive como en el resto del país.
Besos. Buenas noches.